Read Las amistades peligrosas Online

Authors: Choderclos de Laclos

Tags: #Novela epistolar

Las amistades peligrosas (22 page)

Acaso yo no debía dar a nadie una confianza que concierne a usted, sin su permiso; pero tengo por excusa, la desgracia y la necesidad. El amor ha sido mi guía; él es el que reclama su indulgencia, el que le pide que perdone una confianza necesaria, y sin la cual quedábamos tal vez separados para siempre
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. Usted conoce el amigo de que hablo; lo es también de la mujer que más ama usted; es el vizconde de Valmont.

Mi proyecto dirigiéndome a él, era por lo pronto empeñar a la señora de Merteuil a que se encargase de una carta para usted. No ha creído que este medio pudiese lograrse, pero en falta del ama responde de su doncella que le debe obligaciones. Ella será la que le entregará esta carta y a quien podrá darle igualmente su respuesta.

Este recurso no le será útil si, como lo cree el vizconde, debe usted partir muy pronto para el campo; pero entonces él mismo se ofrece a servirnos. La señora a cuya casa va usted, es parienta suya, y aprovechará de esta circunstancia para ir allá cuando usted esté, de modo que pasará por su mano nuestra correspondencia. Aun me asegura que, si usted se deja dirigir, nos procurará los medios de vernos allí sin riesgo de comprometernos.

Ahora, mi querida Cecilia, si me ama, si se compadece de mi desgracia; si, como lo espero, siente el mismo pesar que yo, ¿negará usted su confianza a un hombre que será nuestro ángel tutelar? Sin él me vería yo reducido a la desesperación de no poder mitigar las penas que le ocasiono. Espero que acabarán; pero, permítame decirle mi buena amiga que no se abandone a ellas, ni se deje por ellas abatir. La idea de que usted sufre me es insoportable. Daría mi vida por hacerla feliz, bien lo sabe. ¡Ojalá que la certidumbre de ser adorada pueda consolar algo los tormentos que padece el alma! La mía necesita que usted le asegure que perdona al amor los males que le hace sufrir.

Adiós, mi Cecilia, adiós, mi tierna amiga.

En…, a 7 de setiembre de 17…

CARTA LXVI

EL VIZCONDE DE VALMONT A LA MARQUESA DE MERTEUIL

Usted verá, mi bella amiga, leyendo las dos cartas adjuntas, si he sabido llenar bien sus ideas. Aunque llevan la fecha de hoy, han sido escritas ayer en mi casa, y a mi vista. La que está dirigida a la jovencita dice cuanto queríamos. Es preciso prosternarse ante el profundo talento de usted, si hemos de juzgar de él por el acierto de sus planes. Danceny está hecho un fuego, y seguramente a la primera ocasión no habrá nada que reprenderle. Si su bella inocente quiere mostrar docilidad, todo estará acabado poco después de su llegada a la casa de campo; tengo cien medios preparados. Gracias a su cuidado, soy ya muy decididamente el amigo de Danceny; no le falta más que ser príncipe
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.

Es muy joven aún este pobre Danceny. ¿Creerá usted que no he podido obtener de él que prometa a la madre que renunciará al amor de su hija? ¡Como si fuese tan difícil prometer cuando uno está bien resuelto a no cumplir! Sería engañar, me decía a cada instante: este escrúpulo me edifica sobre todo en un joven que quiere seducir a la hija. He aquí los hombres: siendo todos igualmente malvados, en los proyectos que forman, a la flaqueza que ponen en realizarlos dan el nombre de probidad.

A usted toca impedir que la señora de Volanges no se asuste con ciertas imprudencias que se le han escapado en su carta a nuestro joven; presérvenos del convento, y procure hacer también que esa señora abandone la idea de que se le devuelvan las cartas de su hija. Por de contado él no las devolverá; no quiere, y pienso como él; en esto el amor y la razón marchan de acuerdo. Yo he leído estas cartas; me he tragado este fastidio: pueden sernos útiles; me explico.

A pesar de toda nuestra prudencia, pudiera la cosa dar un estallido. Éste haría fallar el casamiento, y destruiría todos nuestros planes respecto a Gercourt. ¿No es verdad? Pero, como por parte mía tengo también que vengarme de la madre, me reservo en tal caso el deshonrar yo a su hija. Escogiendo bien estas cartas y no presentando sino algunas, parecería que ella había dado los primeros pasos, y se había entregado abiertamente. Algunas otras podrían comprometer a la madre, y la harían a lo menos culpable de un descuido sin excusa. Danceny se opondría por lo pronto, bien lo veo; mas como se vería atacado personalmente, creo que al fin se le reduciría. Puede apostarse mil contra uno que no sucederá esto; pero es preciso preverlo todo.

Adiós, bella amiga; sería usted muy amable si quisiese ir mañana a cenar a casa de la mariscala de***; yo no he podido excusarme.

Me imagino que no es preciso recomendar a usted el secreto con la señora de Volanges sobre mi intención de ir al campo; al instante decidiría quedarse en la ciudad; en cambio, una vez llegada allí, no partirá al día siguiente, y si nos da solamente ocho días, yo respondo de todo.

En…, a 7 de setiembre de 17…

CARTA LXVII

LA PRESIDENTA DE TOURVEL AL VIZCONDE DE VALMONT

Muy señor mío: No quería responderle, y tal vez el embarazo que experimento es buena prueba de que no debiera hacerlo. Sin embargo, no quiero dejarle ningún motivo de queja contra mí; quiero más bien convencerle de que tengo hecho por usted cuanto era posible.

Usted dice que le he permitido escribirme. Convengo. Pero, cuando me recuerda ese permiso, ¿piensa que he olvidado con qué condiciones lo di? Si las hubiese yo cumplido tan bien como usted las ha observado mal, dígame en verdad, ¿hubiera recibido una sola respuesta mía? Vea, sin embargo, la tercera, y, cuando usted hace todo lo que es preciso para obligarme a romper esta correspondencia, soy yo la que me ocupo de los medios de mantenerla. Uno hay, pero es el único, y si usted rehusa emplearle, será, por más que diga, probarme lo poco que le importa.

Deje, pues, un lenguaje que no puedo ni quiero oír; renuncie a un sentimiento que me ofende y me alarma, y que tal vez debería agraciar menos a usted, al pensar que es obstáculo que nos separa. ¿Qué, será este solo el sentimiento que únicamente puede usted cultivar, y el amor tendrá a mis ojos ese defecto más, el excluir la amistad? ¿Usted mismo tendría el de no querer por amiga aquella en quien hubiera deseado ver nacer otros sentimientos más tiernos? No puedo creerlo; esta idea humillante me indignaría, y me alejaría de usted para siempre.

Concediéndole mi amistad, le doy cuanto me pertenece, y lo único de que puedo disponer. ¿Qué más puede desear? Para entregarme a este sentimiento tan tierno, tan hecho para mi corazón, no espero sino su consentimiento y su palabra, que exijo, de que esta amistad bastará para su felicidad.

Olvidaré todo lo que se me ha podido decir, y fiaré a usted el cuidado de justificar con su conducta mi elección.

Ya ve mi franqueza: ella debe probarle mi confianza, y de usted sólo dependerá el aumentarla; pero le prevengo, que la primera palabra de amor que diga, la destruirá para siempre y me devolverá todos mis temores; sobre todo, será para mí la seña de un eterno silencio con usted.

Si como me dice, está corregido de sus errores, ¿no querrá ser más el objeto de la amistad de una mujer honrada, que el de los remordimientos de una mujer culpable?

Quede con Dios, señor vizconde; usted conoce que, después de haberle hablado de este modo, nada puedo añadir antes de haber recibido su respuesta.

En…, a 9 de setiembre de 17…

CARTA LXVIII

EL VIZCONDE DE VALMONT A LA PRESIDENTA DE TOURVEL

Muy señora mía: ¿Cómo he de poder responder a su última carta? ¿Cómo me atreveré a ser franco, cuando mi sinceridad puede perderme? No importa; es preciso, y tendré valor para ello. Yo me digo y me repito, que vale más merecer a usted que lograrla, y aunque deba rehusarme siempre una dicha, que desearé sin cesar, es preciso probar, a lo menos, que mi corazón la merecía.

¡Lástima que, como usted dice, haya vuelto yo de mis erroresl ¡Con qué transportes de alegría hubiera leído esa misma carta, a la que hoy contesto temblando! Me habla con franqueza, me atestigua confianza, me ofrece, en fin, su amistad; ¡cuántos bienes, señora, y cuánto siento no poderlos aprovechar! ¡Ah! ¿por qué no soy el mismo? Si aún lo fuera; si no tuviese por usted más que un vulgar deseo, hijo de la seducción y del placer que hoy se llama amor, me apresuraría a sacar provecho de lo que pudiera obtener. Poco mirado de los medios, con tal me procurasen el éxito, excitaría la franqueza de usted para venderla; desearía su confianza para traicionarla; aceptaría su amistad esperando descarriarla… ¿Le asusta, señora, este cuadro? Sería, sin embargo, mi retrato, si aceptara el ser sólo su amigo. ¿Había yo de consentir en partir con nadie un sentimiento suyo? Si tal dijese, no me crea más. Desde entonces procuraría engañarla; podría aún desearla, pero amarla, no.

Y no es que la amable franqueza, la dulce confianza y la sensible amistad hallen en mí desprecio… Pero el amor, el verdadero amor que usted me inspira, reuniendo todos esos sentimientos, dándoles mayor energía, no se presta como ellos a esa tranquilidad, esa frialdad del alma que permite comparaciones que sufre preferencias. No, señora, no seré su amigo; la amaré con el amor más tierno y más ardiente, aunque más respetuoso. Y usted podrá desesperarlo, pero nunca aniquilarlo.

¿Con qué derecho pretende disponer de un pecho de quien rehusa el homenaje? ¿Con qué crueldad refinada me quita hasta la dicha de amarla; que es mía y que no le pertenece y que sabré defender? Que si es fuente de mis males, también es el remedio. No, mil veces no. Persista en sus crueles negativas; pero déjeme mi amor. Usted se complace en hacerme desdichado, sea; procure vencer mi valor. Podré, al menos, forzarla a decidir de mi suerte y tal vez, un día me haga más justicia. No que espere nunca volverla sensible; pero, sin persuadirse, quedará convencida y se dirá: lo había juzgado mal.

Mejor diría que a usted misma es a quien hace injusticias usted. Conocerla sin amarla, amarla sin ser constante, son dos igualmente imposibles: y a pesar de la modestia que la adorna, debe ser a usted más fácil quejarse que asombrarse de los sentimientos que despierta. Mi sólo mérito es haberla apreciado y no quiero perderlo; y lejos de consentir con sus insidiosas ofertas, renuevo a los pies de usted el juramento de amarla siempre.

En…, a 10 de setiembre de 17…

CARTA LXIX

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