Adiós, mi bella amiga. Ya ve usted que no estoy perdido sin remedio.
P. S. A propósito, ¿ese pobre caballero, se ha muerto de desesperación? En verdad, es usted cien veces más mala cabeza que yo, y podría humillarme si yo tuviera amor propio.
De la quinta de…, a 9 de agosto de 17…
CECILIA VOLANGES A SOFÍA CARNAY
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Si todavía no te he dicho nada de mi matrimonio, es porque no estoy más adelantada que el primer día. Me acostumbro a no pensar más en él y me acomodo bastante bien a este género de vida. Estudio mucho el canto y el arpa, y me parece que me gustan más desde que no tengo maestro, o más bien porque tenga uno mejor.
El caballero Danceny, el mismo sujeto de quien te he hablado, y con quien he cantado en casa de la marquesa de Merteuil, tiene la complacencia de venir todos los días y de cantar conmigo hora enteras. Es sumamente amable, canta como un ángel y compone arias muy bonitas de las que él mismo hace la letra. Es lástima que sea caballero de Malta, pues me parece que si se casase, su mujer sería muy feliz… Es sumamente dulce. Nunca parece hacer cumplidos, y no obstante lisonjea cuanto dice. Me corrige a cada instante el canto y otras cosas, pero mezcla a sus observaciones tanto interés y gracia, que es imposible serle ingrata. Con sólo mirar parece ya que dice algo agradable. A todo esto agrega el ser muy complaciente. Ayer, por ejemplo, estaba convidado a un gran concierto y prefirió pasar la noche en nuestra casa. Yo me alegré mucho, porque, cuando él no está, nadie me habla y me fastidio; en cambio, cuando viene, cantamos y hablamos juntos. Siempre tiene algo que decirme. Él y la marquesa de Merteuil son las únicas personas que encuentro amables. Pero, adiós, mi querida amiga; he prometido saber para hoy cierta aria, cuyo acompañamiento es muy difícil, y no quiero faltar a mi palabra. Voy a ponerme a estudiar hasta que venga.
En…, a 7 de agosto de 17…
LA PRESIDENTA DE TOURVEL A LA SEÑORA DE VOLANGES
Muy señora mía: Nadie puede agradecer más que yo la confianza que se sirve usted manifestarme, ni tomar mayor interés en la colocación de su hija. Deseo de todo corazón que sea dichosa, como no dudo que merezca serlo, y en este punto me refiero a la prudencia de usted. No conozco al conde de Gercourt; pero cuando usted le honra con elegirle, debo formarme de él una idea muy favorable. Me limito a desear que su casamiento sea tan dichoso como el mío, que también es obra de usted, a quien cada día tengo nuevos motivos de darle gracias por él. ¡Quiera Dios que la felicidad de su hija recompense la que me ha procurado, y pueda la mejor de las amigas ser la más afortunada de las madres!
Siento en realidad muchísimo no poder repetirle esto mismo de viva voz, y conocer a su hija, tan pronto como quisiera. Después de haber experimentado las bondades de usted, verdaderamente maternales, tengo derecho para esperar de ella la tierna amistad de una hermana. Le ruego se sirva pedírsela de mi parte, mientras me hallo en disposición de merecerla. Cuento permanecer en el campo hasta que regrese mi marido, y he aprovechado este tiempo para gozar del trato de la respetable señora de Rosemonde. Esta mujer es siempre admirable y su anciana edad no le hace perder nada de su memoria ni de su alegría. Su cuerpo tiene ochenta y cuatro años, pero su espíritu tiene veinte.
Nos divierte en nuestro retiro su sobrino el vizconde de Valmont, que ha tenido la bondad de sacrificarnos algunos días. No le conocía sino de reputación, y ésta no me daba deseos de conocerle más, pero voy viendo que él vale más que ella. Aquí, en donde el torbellino del gran mundo no le echa a perder, habla razonablemente con una facilidad prodigiosa y se acusa de sus defectos con un raro candor. Me habla con mucha confianza y yo le predico muy severamente. Usted que lo conoce, comprende conmigo que sería ésta una excelente conversión. Pero estoy segura de que, a pesar de sus promesas, ocho días en París le harán olvidar mi sermones. Cuando menos todo el tiempo que pase aquí, será apartado de su conducta ordinaria, y creo que, dado su modo de vivir, lo mejor que podría hacer es no hacer nada. Sabe que estoy escribiendo a ustedes, y me encarga presentarles sus respetos. Reciba también mi tributo con la bondad que le caracteriza, y no dude nunca de la sinceridad de los sentimientos con que tengo el honor de ser… etc.
De la quinta de…, a 9 de agosto de 17…
LA SEÑORA DE VOLANGES A LA PRESIDENTA DE TOURVEL
Jamás he dudado, mi bella amiga, ni de la amistad que usted me profesa, ni del interés que toma en todo lo que me concierne. No respondo a su respuesta para aclarar este punto, que considero arreglado entre las dos para siempre; pero creo que no puedo dispensarme de hablar con usted sobre el vizconde de Valmont.
No esperaba, lo confieso, hallar jamás su nombre en sus cartas. En efecto, ¿qué relación puede haber entre él y usted? No conoce acaso a ese hombre. ¿Dónde podría haber hallado más clara la idea del alma de un libertino? Me habla usted de su raro candor; ¡oh! sí, el candor de Valmont debe ser, en efecto, cosa bien rara. Aún más falso y peligroso que amable y seductor; jamás desde su primera juventud ha dado un paso ni dicho una palabra sin tener un objeto, y jamás lo ha tenido que no fuera deshonesto y criminal. Usted me conoce, amiga mía, y sabe que entre las virtudes que procuro adquirir es la indulgencia la que más estimo. Por eso, si Valmont se viese arrastrado por pasiones fogosas; si fuese, como otros mil, seducido por las ilusiones propias de su edad, condenando su conducta, tendría compasión del individuo, y esperaría en silencio el tiempo de que su vuelta feliz a la virtud le atrajera de nuevo la estimación de los hombres de bien. Valmont no es así y su conducta es el resultado de sus principios. Sabe calcular todo lo más horrible que puede emprender sin comprometerse; y para ser cruel y malvado sin peligro, ha escogido por víctimas a las mujeres. No me detengo en contar las que ha seducido; pero, ¿a cuántas no ha perdido? Como usted vive ahí juiciosamente y retirada, no llegan a sus oídos sus escandalosas aventuras. Podría contarle algunas que le harían estremecerse, pero sus ojos, tan puros como su alma, se ofenderían al mirar unas pinturas de esta clase, y, segura de que Valmont no será nunca peligroso para usted, no necesita de estas armas para defenderse. Únicamente debo prevenirle, que de cuantas mujeres él ha obsequiado, con éxito o sin éxito, no ha habido una que no haya tenido que quejarse, si se exceptúa la marquesa de Merteuil, pues sólo ella ha sabido resistirle y contener su malignidad
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Confieso que este rasgo es el que más la honra y que ha bastado para justificarla ante todos, a pesar de cuantas inconsecuencias se le hubieron de echar en cara al principio de su viudez. Sea lo que fuere, lo que la edad, la experiencia, y, sobre todo, la amistad, me autorizan a hacerle presente a usted, es que empieza aquí la sociedad a notar la ausencia de Valmont, y si sabe que ha quedado ahí con usted y su tía, está su reputación en las manos de este hombre, que es la peor cosa que puede ocurrirle a una mujer. Aconséjole, pues, que inste a su tía a que no le detenga más, y si él se obstina en quedarse, creo que no debe dudar un instante en cederle el puesto. Pero, ¿por qué se quedaría él? ¿qué hace en esa casa de campo? Si usted lo hiciese espiar, creo que descubriría que la toma por un asilo más cómodo para ejecutar algunas infamias que proyectará emprender en sus alrededores. En la imposibilidad de remediar el mal contentémonos con preservarnos de él.
Adiós, mi bella amiga: el casamiento de mi hija se ha retardado un poco. El conde de Gercourt, que esperábamos de un día para otro, me dice que su regimiento pasa a Córcega; y como siguen los preparativos de guerra, le será imposible ausentarse hasta el invierno. Esto me contraría, pero me da esperanza de poder ver a usted en la boda, y sentiría se hiciese sin su presencia. Adiós, en fin; soy enteramente suya, sin cumplimiento y sin reserva.
P.D. Recuérdeme a la memoria de la señora de Rosemonde, que amo siempre cuanto se merece.
En…, a 11 de agosto de 17…
LA MARQUESA DE MERTEUIL AL VIZCONDE DE VALMONT
¿Está usted enojado conmigo, vizconde? ¿o bien está muerto? o, lo que sería casi lo mismo, ¿no vive más que para su presidenta? Esta mujer que le ha devuelto las ilusiones de la juventud, le volverá también pronto sus ridículas preocupaciones. Ya es tímido y esclavo: tanto valiera estar enamorado. Renuncia a su temeridad dichosa. Vea, pues, como ya se conduce sin principios, abandonando todo al acaso, o más bien, al capricho. ¿Ha olvidado que el amor es, como la medicina, solamente el arte de ayudar a la naturaleza? Vea que le combato con sus propias armas; pero no me engreiré, porque combato a un hombre en tierra. Es preciso que se entregue ella misma, dice usted. Seguramente es preciso; así es que se entregará como las otras, pero ésta con mala gracia. Mas para que se entregue, es menester empezar por tomarla. ¡Oh, cómo esa ridícula distinción es un desvarío del amor! Digo amor, porque está usted enamorado, y hablarle de otro modo, sería engañarlo y resultaría su mal. Dígame, señor amante lánguido, las mujeres que usted ha logrado ¿cree haberlas violado? Por más deseos que una mujer tenga de entregarse, por más que se la inste para ello, es preciso siempre un pretexto; y ¿puede haberlo más cómodo que el que proporciona el aire de ceder a la fuerza? En cuanto a mí, confieso que una de las cosas que me lisonjean más, es un ataque vivo y bien dado, en que todo va por orden, aunque rápidamente; que no nos pone jamás en el embarazo de tener que reparar nosotras mismas una torpeza que debió ser provechosa; que sabe dar el aire de violencia hasta a las cosas que concedemos, y lisonjear con maña nuestras dos pasiones favoritas: la gloria de la defensa y el placer de haber sido vencidas. Convengo en que este talento, más raro de lo que se cree, me ha gustado siempre, pero no me ha seducido, y que algunas veces me ha sucedido rendirme únicamente por recompensa. Así en nuestros antiguos torneos la hermosura daba el premio al valor y a la destreza.
Pero usted, que ya no es usted, se conduce como si tuviera miedo de acertar. ¿Desde cuándo marcha en pequeñas jornadas y por caminos de travesía? Amigo mío; cuando se quiere llegar pronto, buenos caballos de posta y el camino real delante. Pero dejemos este punto que me pone tanto más de mal humor, cuanto me priva del gusto de verle. Por lo menos, escríbame más a menudo y póngame al corriente de sus progresos. Sabe bien que van más de quince días que esta ridícula aventura lo ocupa y que descuida a todo el mundo.