P. S. Puede usted servirse para responderme del mismo modo que yo me sirvo para darle esta carta. Paréceme igualmente cómodo que seguro.
En…, a 18 de agoto de 17…
CECILIA VOLANGES A SOFÍA CARNAY
¿Cómo, Sofía, condenas de antemano lo que voy a hacer? Mi inquietud era bien grande y tú vienes a aumentarla. Me dices que no debo responder. Hablas bien a tus anchas y por otra parte no sabes exactamente lo que pasa. Estoy segura de que si estuvieras en mi lugar obrarías como yo; es verdad que no se debe responder y has visto por mi carta de ayer que tampoco yo lo quería; pero creo que nadie se ha visto en un caso como el mío. Estoy precisada a decidirme por mí sola. La señora de Merteuil, que yo contaba ver ayer noche, no vino. Todo conspira contra mí. Ella es causa de que yo le conozca; las veces que le he visto y hablado, ha sido casi siempre con ella. Esto no es decir que yo la quiera mal; pero me abandona en los momentos más difíciles para mí. ¡Ah! soy muy digna de compasión.
Figúrate que anoche vino como acostumbra. Estaba tan turbada que no me atrevía a mirarle. Presente mi madre, no podía él hablarme; bien sospechaba que se enfadaría cuando viese que no le había respondido. Y en verdad te digo que no sabía qué aire debía tomar. Un instante más tarde me preguntó si quería que fuese a buscar mi arpa. Me palpitaba tanto el corazón que lo que únicamente pude hacer fue decirle que sí. Cuando volvió fue peor. No lo miré sino un instante; él no me miraba pero tenía una cara que se hubiera creído que estaba malo y me dio mucha pena. Se puso a templar el arpa y al dármela me dijo estas palabras: “¡Ah, señorita!…” pero con un tono que me quedé enteramente confusa. Ensayaba un preludio antes de empezar sin saber lo que hacía y mi madre preguntó si cantaríamos juntos. Se excusó diciendo que se encontraba un poco indispuesto, mas como yo no tenía excusa me fue preciso cantar. Hubiera querido no tener voz; escogí expresamente un aria que no sabía, porque estaba segura de que no podría cantar ninguna. Se hubiera notado que ocurría alguna cosa. Felizmente llegó una visita. Cuando divisé el coche dejé el arpa y le pedí la volviese a su lugar. Yo temía que se fuese al mismo tiempo, pero volvió.
Mientras mi madre hablaba con la señora que entró, quise mirarle un instante. Me encontré con sus ojos y me fue imposible separar los míos. Un momento después vi correr sus lágrimas y se vio obligado a volverse un poco para no ser visto. Entonces no pude contenerme y comprendí que yo también iba a llorar. Salí de allí y con un lápiz escribí en un pedazo dee papel: “No esté usted tan triste, se lo suplico, prometo responderle.” Seguramente no puedes decir que haya mal en esto y sobre todo no pude resistir. Puse mi papelito entre las cuerdas del arpa, como estuvo antes su carta, y volví a la sala. Ya estaba más tranquila y esperaba con impaciencia que se fuera aquella señora. Por fortuna iba haciendo visitas y se marchó pronto. Inmediatamente volví al arpa y vi bien por su aire que no sospechaba la cosa. Pero cuando volvió, ¡oh, qué contento estaba! Al poner el arpa delante de mí se colocó de manera que mamá no podía verle y tomando mi mano me la apretó… pero de un modo… Fue sólo un instante, mas no puedo decirte qué placer tuve. Sin embargo, la retiré; con que no tengo nada que echarme en cara.
Ahora, mi querida amiga, ya ves que no puedo dispensarme de escribirle pues se lo he prometido, y además no iré a ponerle triste otra vez, pues yo sufro más que él. Si fuese por cosa mala, seguramente no lo haría; pero, ¿qué mal puede haber en escribir, sobre todo, cuando es para impedir que alguno sea desgraciado? Lo que me embaraza es que no sabré hacer bien mi carta, pero ya comprenderá él que no es culpa mía, y además estoy segura que con sólo ser cosa mía le dará infinito gusto.
Adiós, mi querida Sofía. Si piensas que he hecho mal dímelo, pero creo que no. Cuanto más cerca está el momento de escribirle, más palpita mi corazón. Mas es preciso puesto que se lo prometí. Adios.
En…, a 20 de agosto de 17…
CECILIA VOLANGES AL CABALLERO DANCENY
Muy señor mío: Estaba usted tan triste ayer y me daba tanta pena, que me he visto forzada a responder a su carta. Sigo pensando que no debo hacerlo, pero como lo he prometido no quiero faltar a mi palabra, y esto debe probarle mi amistad. Ahora que usted la conoce espero que no volverá a pedirme que le escriba y asimismo no dirá a nadie que le he escrito, porque se me censuraría y podría causarme un gran sentimiento. Sobre todo espero que usted mismo no formará mal juicio de mí, lo que sentiría más que todo. Puedo asegurarle que por ningún otro hombre hubiera tenido esta complacencia. Quisiera que usted tuviese la de no estar triste como lo estaba, porque eso me quita todo el gusto que tengo en verle. Usted ve que le hablé con toda franqueza. Nada deseo con más ansia que el que nuestra amistad dure siempre. Pero por Dios no me escriba más.
CECILIA VOLANGES.
En…, a 20 de agosto de 17…
LA MARQUESA DE MERTEUIL AL VIZCONDE DE VALMONT
¡Ah, picarillo! Me lisonjea temiendo que me burle de usted. Vamos, le hago a usted gracia. Me escribe tantas locuras, que debo perdonarle el juicio que le hace tener su presidenta. No creo que mi caballero sería tan indulgente como yo; sería capaz de no aprobar nuestro nuevo arrendamiento y de no hallar nada de gracioso en la idea loca de usted, a pesar de que a mí me ha hecho mucha gracia y que verdaderamente sentía tener que reír sola. Si usted hubiese estado allí no sé hasta donde podría conducirme mi alegría. Pero he reflexionado y me he armado de severidad. No es decir que renuncio para siempre; pero que doy largas y tengo razón; porque podría poner algo de vanidad y el que se pica al juego no sé dónde parará. Fuera capaz de cautivarle de nuevo y hacerle olvidar su presidenta; y si lograse yo, indigna, disgustar a usted de la virtud, ¡qué escándalo! Para evitar este peligro vea usted mis condiciones.
Luego que haya logrado a su bella devota y pueda probármelo venga y soy suya. Pero sabe bien que en los negocios importante no se admiten pruebas sino por escrito. Con este arreglo, por una parte yo seré una recompensa y no un consuelo, idea que me agrada más. Y por otra parte el logro de usted será más picante, sirviendo de medio para una infidelidad. Venga, pues, venga lo más pronto posible a hacerme el testimonio de su triunfo, al modo que venían nuestros antiguos y valientes caballeros a poner a los pies de sus damas los frutos brillantes de su victoria.
Seriamente, estoy curiosa de saber lo que puede escribir una devota después de un momento semejante, y qué velo pone a sus pensamientos después de no haber dejado ninguno a su persona. Usted puede ver si me rindo a un precio muy alto, pero advierto que no haré ninguna rebaja. Hasta entonces, mi querido vizconde me permitirá que permanezca fiel a mi caballero y me divierta en hacerlo feliz a pesar de la pequeña pena que su dicha causa a usted.
Sin embargo, si yo fuese una libertina, creo que en este momento tendría él un rival peligroso: la joven Volanges. Estoy loca por esta criatura. Es una verdadera pasión; o me engaño o llegará a ser un de nuestras mujeres más de moda. Ver desenvolverse su tierno corazón es un espectáculo delicioso. Ama ya con furor a su joven Danceny, pero no lo conoce ella todavía. Él mismo, aunque está muy enamorado, tiene todavía la timidez propia de su edad y no se atreve a demostrárselo. Ambos están en admiración delante de mí. La niña, sobre todo, tiene grandes deseos de decirme su secreto particularmente de algunos días a esta parte la veo verdaderamente sofocada y le hubiese hecho un gran servicio ayudándola un poco, pero no olvido que es una niña y no quiero comprometerme. Danceny me ha hablado un poco más claro, pero en cuanto a él he tomado mi partido y no quiero escucharlo. En lo que mira a ella estoy tentada muchas veces en hacerla mi discípula. Es un favor que tengo ganas de hacer a Gercourt. Me deja el tiempo necesario pues está en Córcega hasta el mes de octubre. Tengo idea de que aprovecharé este tiempo y que le daremos una mujer ya formada en vez de una inocente colegiala. ¿Cuál es, en efecto, la insolente seguridad de aquel hombre que se atreve a dormir tranquilo mientras alguna mujer a quien ha ofendido no se ha vengado de él aún? Mire usted, si la niña estuviese aquí en este momento, no sé qué no le diría.
Adiós, vizconde, buenas noches, y buen acierto. Pero, por Dios, adelante. Piense que si no logra a esa mujer las otras se avergonzarán de haberlo tenido a usted.
En…, a 20 de agosto de 17…
EL VIZCONDE DE VALMONT A LA MARQUESA DE MERTEUIL
En fin, mi bella amiga, he dado un paso adelante. Pero un gran paso que si no me ha conducido hasta el cabo me ha hecho conocer, al menos, oue estoy en el camino, y ha disipado el miedo que tenía de andar descarriado. Al fin he declarado mi pasión y aunque se ha guardado el silencio más absoluto, he recibido acaso la respuesta menos equívoca y más lisonjera. Pero no avancemos sucesos y tomemos la cosa de más arriba.
Usted se acordará de que mis pasos eran espiados; pues he querido que este medio escandaloso procurase la edificación pública, y vea lo que hice. Encargué a mi confidente que buscase en las cercanías algún desvalido que tuviese necesidad de socorros, comisión ésta que no era difícil de cumplir. Ayer, después del mediodía, me informó que en la mañana de hoy debían embargarse los muebles de una familia entera que no podía pagar las contribuciones. Me aseguré de que no hubiese en esta familia ninguna mujer soltera o casada que por su belleza pudiese hacer sospechosa mi acción, y cuando estuve bien cierto de que no era así, declaré mi proyecto a la hora de cenar de ir al día siguiente a cazar. Llegando aquí debo hacer justicia a mi presidenta, pues sin duda sintió algún remordimiento por las órdenes que había dado, y no teniendo bastante fuerza para vencer su curiosidad, la tuvo, sin embargo, para contrariar mi designio. Debía hacer un calor excesivo, me exponía a caer enfermo, no mataría nada, y me cansaría en vano. Durante este diálogo, sus ojos, que hablaban tal vez más de lo que ella quería, daban a entender que deseaba que yo tuviese por buenas sus malas razones. Yo no traté ni un solo momento de rendirme a ellas como usted puede pensar, y aun resistí a una pequeña sátira contra la caza y los cazadores, y a una tintura de mal humor que oscureció durante toda la noche aquel semblante celestial. Temí por un momento que revocase sus órdenes y que su delicadeza me fuese funesta. mas en esto no calculaba la curiosidad de una mujer, y por tanto me engañé. Mi criado me tranquilizó aquella misma noche y me acosté satisfecho.