CECILIA VOLANGES A LA MARQUESA DE MERTEUIL
¡Oh, mi Dios! Qué buena es usted, señora; cómo ha comprendido que me sería más fácil escribirle que hablarle. A la verdad, lo que tengo que decirle cuesta tanto y es tan difícil. ¡Oh, sí, mi excelente amiga! Voy a procurar no tener miedo. Ademas, tengo necesidad de usted y de sus consejos. Estoy apesadumbrada. Me parece que todos adivinan lo que pienso y cuando él está allí me sonrojo, si alguno me mira. Ayer cuando me vió llorar era que quería hablar con usted; llego no sé qué me lo impidió. Más tarde me preguntó lo que tenía; saltáronseme las lágrimas a pesar mío, y no hubiera podido decir una palabra. Si no es por usted nadie iba a notarlo, y ¿qué hubiera sido de mí? Vea usted mi vida de cuatro días a esta parte.
Aquel mismo día, voy a decírselo, aquel mismo día fue cuando me escribió el caballero Danceny. Le aseguro que cuando encontré su carta no sabía absolutamente lo que significaba. Pero por no mentir, no puedo decir que no haya tenido mucho placer al leerla. Preferiría tener pesar toda mi vida a que no me la hubiese escrito. Yo sabía bien que no debía decírselo y puede usted estar cierta de que le he dicho que lo sentía mucho. Él dice que no podía resistir y lo creo, porque yo no quería responderle y no he podido contenerme. ¡Oh! no le he escrito sino una vez y fue en parte para prevenirle que no volviese a hacerlo. A pesar de eso, él continúa escribiéndome, y como yo no le respondo, veo que está triste y esto me aflige mucho. No sé qué hacer ni qué partido tomar y en realidad soy bien digna de lástima. Dígame, señora, por Dios ¿habría mal en que yo le respondiese de tiempo en tiempo, solamente hasta que él tomase el partido de no escribirme más? pues en cuanto a mí, si esto continúa, no sé en lo que pararé. No sabe usted lo que he llorado al leer su última carta. Estoy segura de que si no le respondo, ambos tendremos gran pesar.
Voy a enviarle a usted su carta, o a lo menos, una copi a. Por ésta juzgará y verá que no es nada malo lo que pide. Si usted halla que no se debe hacer, yo le prometo de abstenerme. Creo que pensará como yo, pues no hay nada en ello. Permítame, señora, que le haga una pregunta. Me han dicho que es malo amar a alguno ¿y por qué? Lo que hace que yo se lo pregunte es que Danceny me dice que no es malo y que casi todo el mundo ama. Si fuese así, ¿por qué yo sola debería contenerme? ¿O sólo es un mal para las solteras? He oído a mamá misma decir que la señora D… ama al señor M… y no hablaba como de cosa que fuese mal hecha. Estoy cierta de que si sospechase la amistad que tengo a Danceny, se enfadaría. Me trata como a una niña y no me dice nada. Creía que al sacarme del convento era para casarme y ahora me parece que no es así. No me cuido de ello, se lo aseguro; pero como usted es tan amiga, tal vez sepa lo que hay en esto.
Mi carta va bien larga, señora, mas, ya que usted me ha permitido que la escriba, me aprovecho para referírselo todo y cuento con su amistad.
Quedo de usted, etc.
París, a 23 de agosto de 17…
EL CABALLERO DANCENY A CECILIA VOLANGES
¿Con que usted rehusa siempre responderme? Señorita, ¿Nada puede reducir a usted y los días pasan sin que se realice la esperanza que había podido concebir? ¿Qué especie de amistad existe entre nosotros, según conviene usted misma? Si no basta ni aun para hacerle sentir mi pesar. Usted está fría y tranquila mientras a mí me devora un fuego que no puedo extinguir. Lejos de inspirarle confianza, ni siquiera hace que tenga usted compasión. Su amigo sufre y usted no hace nada para socorrerlo. Le pido una palabra y usted me la niega. No quiere ser ingrata, me decía ayer; ¡ah! créame, señorita, querer pagar el amor con la amistad no es temer la ingratitud. Entre tanto, yo no me atrevo a hablarle de un sentimiento que no puede menos de molestarla. Si no le interesa es preciso que cuide de encerrarlo en mi pecho mientras hallo el modo de vencerle. Convengo en que me serví dificilísimo y tendré necesidad de emplear todo mi esfuerzo: pero me valdré de todos los medios; uno hay que me costará más que los otros: el decirme a menudo que su alma es insensible. También haré por verla menos, para lo cual buscaré un pretexto plausible.
¿Mas, qué digo? ¡Perder la dulce costumbre de verla todos los días! ¿Una desgracia eterna ser el premio del amor más puro? Usted lo había querido así. Usted lo había causado. ¡Con qué placer hubiera hecho el juramento de no vivir más que para usted! Pero usted no lo quiere admitir; su silencio me indica bastante que su corazón no siente nada en favor mío. En él se contiene la prueba más segura de la indiferencia y el modo más cruel de anunciármelo. Adiós, señorita. No me atrevo ya a esperar una respuesta. Un amante la hubiera escrito con ansia, un amigo con placer, una persona compasiva con complacencia; pero la compasión, la amistad y el amor son cosas que su corazón desconoce.
En…, a 23 de agosto de 17…
CECILIA VOLANGES A SOFÍA CARNAY
Ya te decía bien, Sofía, que hay ocasiones en que es lícito escribir y te aseguro que me arrepiento mucho de haber seguido tu parecer que ha causado tanta pena al caballero Danceny y a mí misma. Prueba de que tengo razón es que la señora de Merteuil, que es mujer que lo entiende bien, ha acabado por pensar como yo. Le he declarado todo, y aunque al principio respondió como tú, cuando le expliqué la cosa ha convenido en que el caso es diferente; sólo exige que le muestre todas mis cartas y las del caballero Danceny a fin de estar segura de que no diré sino lo que convenga. Por consiguiente, estoy tranquila. ¡Cuánto quiero a la señora de Merteuil! ¡es tan buena! Es una señora muy respetable, por lo tanto no hay nada que decir.
¡Cómo voy a escribir ahora a Danceny! ¡qué contento se va a poner! Más de lo que cree, pues hasta hoy no he hablado sino de mi amistad y él ha querido siempre que yo dijese mi amor. Yo creo que es lo mismo, pero en fin, no me atrevía. Él lo exigía absolutamente. Le he dicho a la señora de Merteuil y ha dicho que tenía razón y que no se debe confesar el amor sino cuando no se puede hacer menos. Yo voy viendo que no podré resistir por más tiempo pero en fin, es lo mismo y esto le agradará más.
La señora de Merteuil me ha dicho también que me prestará libros que hablan de todo eso, en los cuales aprenderé a escribir mejor que ahora; me advierte todos mis defectos; esto prueba que me quiere. Sólo me ha recomendado no diga nada a mamá de los tales libros porque eso tendría aire de haber descuidado mi educación y por lo tanto se enfadaría. ¡Oh! no le diré nada.
Es, sin embargo, muy extraordinario que una mujer que casi no es parienta mía, cuide más de mí que mi madre. También ha pedido a ésta permiso para llevarme mañana a su palco de la ópera. Allí me ha dicho, estaremos solas, hablaremos de mi casamiento, pues dice es cierto que voy a casarme; pero no hemos podido habla más. ¿Por qué mi madre no me dice nada sobre este particular?
Adiós, mi Sofía; voy a escribir al caballero Danceny. Estoy loca de contento.
En…, a 24 de agosto de 17…
CECILIA VOLANGES AL CABALLERO DANCENY
Muy señor mío: En fin, consiento en escribirle y asegurarle de la amistad, del amor que le tengo, pues sin esto usted sería desgraciado. Dice usted que no tengo corazón. Le aseguro que se engaña. Espero que ahora no tendrá duda alguna. ¿Cree acaso que no he sufrido yo también? Mas por cuanto hay en el mundo no quiero hacer una cosa mala y aun jamás hubiese confesado mi amor si hubiese podido contestarme; pero su tristeza me causa demasiada pena. Espero que usted nunca estará ya triste y que vamos a ser dichosos.
Cuento con verlo esta noche y espero que vendrá temprano, aunque nunca será tanto como yo lo deseo. Madre cena en casa y creo que le propondrá quedarse para acompañarla. Espero no estará usted comprometido como antes de ayer. ¿Era tan agradable la cena a que iba cuando se despidió tan temprano? No hablemos más de esto. Ya sabe usted que le amo. Estemos junto el mayor tiempo posible. Siento mucho que esté triste todavía en este momento; pero no lo puedo remediar. Cuando llegue diré que deseo tocar el arpa a fin de que usted reciba mi carta. No puedo hacer más.
Quede con Dios, caballero mío, le amo de todo corazón, y cuanto más se lo diga más contenta estoy. Espero que también lo estará usted.
En…, a 24 de agosto de 17…
EL CABALLERO DANCENY A CECILIA VOLANGES
Sí, señorita, sin duda alguna seremos felices. Mi dicha es cierta, pues usted me ama, y la de usted no acabará jamás si debe durar tanto como el amor que me ha inspirado. Usted me ama y no teme ya asegurarlo. ¡Cuanto más me lo dice más contenta está! Después de haber leído aquel delicioso amo a usted, escrito por su mano, he oído a su hermosa boca la confirmación de esto mismo y le he visto fijar en mí esos hermosísimos ojos que la expresión de ternura embellecía; he recibido su juramento de no vivir sino para mí. ¡Ah! reciba usted el mío de consagrar mi vida entera a labrar su felicidad; recíbalo usted y esté segura de que no lo quebrantaré.
¡Qué día tan dichoso hemos pasado ayer! ¡Ah! ¿por qué la señora de Merteuil no tiene siempre un secreto qué decir a su madre de usted? ¿Por qué es preciso que la idea de las contrariedades que hemos de experimentar venga a turbar el recuerdo delicioso que me ocupa? ¿Por qué no he de poder tomar continuamente la bonita mano que me ha escrito: amo a usted, cubrirla de besos y vengarme así de que usted me haya negado un favor más grande?
Dígame, Cecilia mía, cuando entró su madre de usted, cuando su presencia nos obligó a moderar nuestras miradas, cuando ya no pudo usted consolarme, asegurándome su amor, de haber rehusado darme pruebas de él, ¿no ha tenido pesar?; ¿No ha dicho para sí: “Un beso le hubiera hecho más feliz y yo le he negado esa dicha?”
Prométame, adorada prenda, que en la primera ocasión será menos severa. Con esta promesa hallaré fuerzas para soportar las contrariedades que las circunstancias nos preparan, y la privación cruel será mitigada a lo menos con la certeza de que usted lo siente como yo.
Adiós, mi amable Cecilia. Llega la hora en que debo ir a su casa. Me fuera imposible cesar si no fuese para ir a verla.
Quede usted con Dios, usted a quien tanto amo y a quien amaré toda mi vida, y siempre más y más.