Las ilusiones perdidas (17 page)

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Authors: Honoré de Balzac

Tags: #Clásico

Al sentir la mano de Ève, húmeda y temblorosa entre las suyas, David dejó escapar una lágrima.

—¿No puedo saber el secreto? —dijo Ève con una voz zalamera.

—Tiene todo el derecho, ya que su padre se ocupó de este asunto, que va a ser importante. He aquí por qué. La caída del Imperio va a hacer que la ropa de algodón sea utilizada por la mayor parte de la gente, debido al buen precio de esta materia con respecto al tejido de hilo. Actualmente, el papel se sigue haciendo con trapos de cáñamo y de lino, pero este ingrediente es caro y su precio retrasa el gran movimiento que la Prensa francesa ha de adquirir necesariamente. Pero la producción de trapos no puede acelerarse. Los trapos son el resultado del uso del tejido, y la población de una nación sólo da una cantidad determinada. Esta cantidad sólo puede crecer mediante el aumento de la cifra de nacimiento. Para operar un cambio sensible en su población, un país necesita un cuarto de siglo y grandes revoluciones en las costumbres, en el comercio y en la agricultura. Si por lo tanto las necesidades de la papelería son superiores a lo que Francia produce en trapos, sea doble o triple cantidad, sería preciso, para mantener el papel a bajo precio, introducir en la fabricación de papel un elemento distinto de los trapos. Este razonamiento reposa sobre un hecho que aquí acontece. Las papeleras de Angulema, las últimas en donde se fabricarán papeles tomando como base el trapo de hilo, ven cómo el algodón va invadiendo la pasta en una progresión tremenda.

Ante una pregunta de la joven obrera, que no sabía lo que quería decir aquel nombre de pasta, David le dio sobre la fabricación del papel unos informes que no estarán de más en una obra cuya existencia material se debe tanto al papel como a la prensa; pero ese largo paréntesis entre los dos enamorados sin duda ganará si ante todo es resumido. El papel, producto no menos maravilloso que la impresión, a la que sirve de base, existía desde hacía mucho tiempo en China, cuando a través de los conductos subterráneos del comercio llegó hasta el Asia Menor, donde hacia el año 750, según algunas tradiciones, se usaba un papel de algodón machacado y reducido a pasta. La necesidad de reemplazar al pergamino, cuyo precio era excesivo, hizo que se encontrara mediante una imitación de papel bómbice (tal fue el nombre del papel de algodón en Oriente) el papel a base de trapos; unos dicen que en Basilea, en 1170, por unos griegos refugiados; otros dicen que en Padua, en 1301, por un italiano llamado Pax. De este modo el papel se fue perfeccionando lenta y oscuramente, pero lo cierto es que bajo Carlos VI se fabricaba ya en París la pasta de los naipes. Cuando los inmortales Faust, Coster y Guttemberg hubieron inventado
el libro
, artesanos desconocidos, como tantos grandes artistas de aquella época, adaptaron la papelería a las necesidades de la tipografía. En aquel siglo XV, tan vigoroso e ingenuo, los nombres de los diferentes formatos de papel, lo mismo que los nombres dados a los caracteres, llevan la impronta de la ingenuidad de la época. Con tal motivo, el Racimo, el Jesús, el Escudo, el Corona y el Concha son papeles cuyos nombres provienen de la imagen de Nuestro Señor, de su corona, del escudo, etc., grabado en filigrana en el centro del papel, como más tarde, bajo Napoleón, se colocó el águila; de ahí el papel llamado Gran Águila. De igual modo, a los caracteres se les llamó Cicero, San Agustín, Gran Canon, según los libros litúrgicos, obras teológicas o tratados de Cicerón en que fueron empleados por primera vez estos tipos. La itálica fue inventada por los Aldo en Venecia, de ahí su denominación. Antes de la invención del papel continuo, de muy extensa longitud, los formatos mayores eran el Gran Jesús o el Gran Colombier, y aun este último apenas si servía para atlas o para grabados. Efectivamente, los tamaños del papel de impresión debían estar en consonancia con los de las platinas de las prensas. En el momento en que David hablaba, la existencia del papel continuo parecía una quimera en Francia, a pesar de que ya Denis Robert de Essone había inventado hacia 1799 una máquina para fabricarlo, que luego Didot Saint-Léger trató de perfeccionar. El papel vitela, inventado por Ambroise Didot, sólo data de 1780. Este apresurado resumen demuestra de forma irrefutable que todas las grandes conquistas de la industria y de la inteligencia se han hecho con suma lentitud y mediante agregaciones insospechadas, exactamente del mismo modo como trabaja la Naturaleza. Para llegar a su perfeccionamiento, la escritura, y tal vez el lenguaje… han conocido los mismos tanteos que el papel y la tipografía.

—Los traperos compran por toda Europa los trapos, la ropa vieja y acaparan todos los restos de cualquier tejido —dijo, como conclusión, el impresor—. Estos restos, seleccionados después, se almacenan en los depósitos de los traperos al por mayor, que realizan el suministro a las fábricas de papel. Para que pueda tener una idea de este comercio, sepa, señorita, que en 1814 el banquero Cardón, propietario de las fábricas de Buges y de Langlée, donde Léorier de L'Isle trató de solucionar el problema a partir de 1776, al igual que su padre, tenía un proceso contra un tal señor Proust acerca de un error de dos millones de diferencia en una cuenta de diez millones de libras, o sea, alrededor de cuatro millones de francos. El fabricante lava sus trapos y los reduce a una pasta clara, que se tamiza, de la misma forma que una cocinera pasa una salsa en su colador, sobre un armazón de hierro llamado tina, y cuyo interior se halla cubierto por una tela metálica en medio de la cual se encuentra la filigrana que da su nombre al papel. O sea, que del tamaño de la tina depende el tamaño del papel. En la época en que yo estaba en casa de los señores Didot, ya se ocupaban de esta cuestión, y se siguen ocupando ahora; ya que el perfeccionamiento buscado por su padre es una de las necesidades más imperiosas de los tiempos actuales. He aquí el porqué. Aunque la duración del hilo, comparada a la del algodón, hace que en definitiva el hilo sea menos caro que el algodón, como siempre se trata para los pobres de tener que sacar una suma de sus bolsillos, prefieren dar menos que más y sufren, en virtud del
vae victis
!, enormes pérdidas. La clase burguesa reacciona de la misma mañera que el pobre. Con tal motivo, la ropa de hilo escasea. En Inglaterra, donde el algodón ha reemplazado al hilo en las cuatro quintas partes de la población, sólo se fabrica ya papel a base de algodón. Este papel, que en un principio tiene el inconveniente de rasgarse y romperse, se disuelve en el agua de forma tan fácil que, un libro hecho con papel de algodón, hirviéndolo en agua, desaparecería al cabo de un cuarto de hora, mientras que un libro antiguo tardaría al menos dos horas y no quedaría destruido; de forma que secando el libro antiguo, aunque amarillento y borroso, el texto aún podría leerse, la obra nunca quedaría destruida. Nos acercamos a una época en que las fortunas van disminuyendo a causa de su igualación, y todo se irá empobreciendo; querremos ropa y libros baratos, como ya se empiezan a pedir cuadros pequeños por falta de espacio para colocar los grandes. Las camisas y los libros ya no serán duraderos, ésta es la consecuencia. La solidez de los productos desaparece por todas partes. Con tal motivo, el problema que hay que resolver es de la más alta importancia para la literatura, las ciencias y la política. En mi oficina hubo un día una discusión sobre los ingredientes que utilizan en China para la fabricación del papel. Gracias a las materias primas, el papel, desde sus orígenes, ha alcanzado una perfección en aquel país que en el nuestro carece. Entonces se preocupaban mucho por el papel de China, cuya ligereza y finura lo hacen muy superior al nuestro, ya que esas preciosas cualidades no le impiden ser consistente, y, aunque sea muy delgado, no es en absoluto transparente. Un corrector muy instruido (en París es fácil encontrar sabios entre los correctores: Fourier y Pierre Leroux en la actualidad son correctores con Lachevardíére…), el conde de Saint-Simón, corrector por aquel entonces, fue a vernos en medio de la discusión. Nos dijo que, según Kempfer y du Haldé, la
broussonatia
proporcionaba a los chinos la materia de su papel, completamente vegetal, y, por tanto, como el nuestro. Otro corrector sostuvo que el papel de China se fabricaba principalmente con materia animal, con la seda, tan abundante en China. Ante mí se hizo una apuesta. Como los señores Didot son los impresores del Instituto, naturalmente el debate fue sometido a la asamblea de sabios. El señor Marcel, antiguo director de la Imprenta Imperial, designado como arbitro, envió los dos correctores al señor Grozier, abate y bibliotecario del Arsenal. Ante el dictamen del abate Grozier, ambos perdieron su apuesta. El papel de China no se fabrica ni con la seda ni con la
broussonatia
; su pasta proviene de las fibras de bambú trituradas. El abate Grozier poseía un libro chino, obra a la vez iconográfica y tecnológica, en donde se encontraban diversos grabados que representaban la fabricación del papel a través de todas sus fases, y nos enseñó montones de varas de bambú pintadas en un rincón del taller de papel, dibujado de forma magistral. Cuando Lucien me dijo que su padre, por una especie de intuición propia a los hombres de talento, había previsto reemplazar los restos de telas por una materia vegetal muy común y fácil de adquirir por la industria territorial, como hacen los chinos al servirse de las varas fibrosas, he clasificado todos los ensayos hechos por mis predecesores, y me he puesto, por último, a estudiar la cuestión. El bambú es una caña. Inmediatamente comencé a pensar en las cañas de nuestra comarca. La mano de obra carece de importancia en China; una jornada son tres sueldos: por este motivo los chinos pueden, al salir de la tina, aplicar su papel hoja por hoja entre planchas de porcelana blanca calentadas, mediante las que le dan ese brillo, esa consistencia, esa ligereza y esa suavidad satinada que hacen de él el primer papel del mundo. Pues bien, se han de reemplazar los procedimientos de los chinos mediante alguna máquina. Por medio de la maquinaria se puede llegar a resolver el problema de la baratura que a los chinos les proporciona el bajo precio de su mano de obra. Si logramos fabricar a bajo precio un papel de calidad semejante al de China, disminuiremos en más de la mitad el peso y el espesor de los libros. Un Voltaire encuadernado, que en nuestros papeles vitela pesa unas doscientas cincuenta libras, no pesaría más de cincuenta en el papel de China. He aquí, ciertamente, un adelanto. Buscar el lugar necesario para dejar espacio a una biblioteca será más difícil cada día en una época en que el achicamiento general de las cosas y de los hombres afecta a todo, incluso a sus habitaciones. En París, los grandes palacios y las grandes mansiones serán tarde o temprano demolidos; pronto no habrá más fortunas en armonía con las construcciones de nuestros padres. ¡Qué vergüenza para nuestra época al tener que fabricar libros que no duran! Diez años más y el papel de Holanda, es decir, el papel hecho con trapos de hilo, será completamente imposible. Pero su generoso hermano me ha comunicado la idea que había tenido su padre de emplear ciertas plantas fibrosas en la fabricación del papel, y por tanto ya ve que si triunfo usted tendrá derecho a… —En aquel preciso momento, Lucien abordó a su hermana e interrumpió la generosa proposición de David.

—No sé —les dijo— si habéis encontrado agradable esta velada, mas para mí ha sido cruel.

—Mi pobre Lucien, ¿qué te ha sucedido? —dijo Ève, dándose cuenta de la expresión del rostro de su hermano.

El poeta, irritado, contó sus angustias, vertiendo, en esos corazones amigos los raudales de pensamientos que le asaltaban. Ève y David escucharon a Lucien en silencio, afligidos al ver pasar ese torrente de dolores que revelaba tanta grandeza como mezquindad.

—El señor de Bargeton —terminó Lucien— es un anciano que sin duda alguna pronto desaparecerá de este mundo a causa de una indigestión; ¡pues bien!, yo dominaré a este mundo orgulloso y me casaré con la señora de Bargeton. Esta noche he leído en sus ojos un amor igual al mío. Sí, ha sentido mis heridas, ha calmado mis sufrimientos, es tan grande y noble como bella y graciosa. No, ¡ella jamás me traicionará!

—¿No ha llegado ya el momento de tranquilizar un poco su existencia? —dijo en voz baja David a Ève.

Ève apretó silenciosamente el brazo de David, quien, dándose cuenta de lo que pensaba, se apresuró a contar a Lucien los proyectos que había meditado. Los dos enamorados se hallaban tan llenos de sí mismos como Lucien estaba lleno de sí, de manera que Ève y David, apresurados por hacerle conocedor de su dicha, no advirtieron el movimiento de sorpresa que dejó escapar el amante de la señora de Bargeton al saber la noticia de la próxima boda de su hermana y de David. Lucien, que soñaba con que su hermana hiciera un matrimonio provechoso cuando él hubiese alcanzado una alta posición, a fin de apuntalar su ambición con el interés que le otorgaría una poderosa familia, quedó desolado al ver en esta unión un obstáculo más para sus triunfos en el mundo que pensaba dominar.

«Si la señora de Bargeton consiente en convertirse en la señora de Rubempré, ¡jamás querrá ser la cuñada de David Séchard! —Esta frase es la fórmula neta y precisa de las ideas que atenazaban el corazón de Lucien—. ¡Louise tiene razón!, las personas con porvenir nunca son comprendidas por sus familias», pensó con amargura.

Si esta unión le hubiese sido presentada en un momento en que con su imaginación no hubiese matado al señor de Bargeton, sin duda alguna hubiese estallado en la más viva alegría. Reflexionando so bre su actual situación, interrogando el destino de una bella muchacha sin fortuna, de Ève Chardon, hubiese visto este matrimonio como una dicha inesperada. Pero vivía en uno de esos ensueños de oro en los que los jóvenes montados sobre los
si
, franquean todos los obstáculos. Acababa de verse dominando a la sociedad y el poeta sufría al verse caer de nuevo en la realidad. Ève y David pensaron que su hermano, abrumado por tanta generosidad, se callaba. Para aquellas dos bellas almas, un asentimiento silencioso probaba una verdadera amistad.

El impresor comenzó a describir con una elocuencia dulce y cordial la dicha que esperaba a los cuatro. A pesar de la oposición de Ève, amuebló su primer piso con un lujo de enamorado; construyó con una ingenua buena fe el segundo para Lucien y la parte superior del cobertizo para la señora Chardon, a la que quería dedicar todos los cuidados de una solicitud filial. Finalmente, hizo a la familia tan dichosa y a su hermano tan independiente, que Lucien, encantado por la voz de David y por las caricias de Ève, olvidó bajo las penumbras de la carretera, a lo largo del Charente tranquilo y brillante, al amparo de la bóveda estrellada y en la templada atmósfera de la noche, la hiriente corona de espinas que la sociedad le había hundido en la cabeza. El señor de Rubempré dio al final la razón a David. La movilidad de su carácter le situó de nuevo en el camino puro, trabajador y burgués que siempre había seguido; lo vio bello y sin problemas. El rumor del mundo aristocrático se fue alejando cada vez más. Finalmente, cuando alcanzaron el pavimento del Houmeau, el ambicioso estrechó la mano de su hermano y marchó al unísono de los dos amantes.

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