Read Las llanuras del tránsito Online
Authors: Jean M. Auel
–¿Una idea? ¿Cuál es tu plan?
–Creo que es tarea de todos los losadunai detener a Charoli y a su grupo. Confío en que Tomasi se una a mí para tratar de convencer a todos de que devuelvan a esos jóvenes al control de la caverna. Incluso ha sugerido que acepte que la madre de Madenia tenga derecho a su venganza, en lugar de soportar los estragos de una cruzada general. Pero Tomasi está emparentado con la madre de Charoli.
–Eso implica tener que tomar una decisión grave –dijo Jondalar. Advirtió que Ayla había estado escuchando atentamente–. ¿Alguien sabe dónde está el grupo de Charoli? No pueden alojarse con alguien de tu gente. Es imposible que una caverna de losadunai tolere a rufianes como ésos en su seno.
–Al sur de aquí hay un área desierta, con ríos subterráneos y muchas cavernas. Corre el rumor de que se ocultan en una de las cavernas que está cerca del límite con esa región.
–Quizá sea difícil dar con ellos si hay muchas cavernas.
–Pero no pueden permanecer siempre allí. Necesitan conseguir alimento y es posible seguirles el rastro y encontrarlos. Un buen rastreador puede seguirles la pista más fácilmente que a un animal. Pero es necesario que todas las cavernas cooperen, de ese modo no llevará mucho tiempo descubrirlos.
–¿Qué haréis con ellos cuando los encontréis? –esta vez fue Ayla quien formuló la pregunta.
–Creo que una vez que consigamos separar a todos esos jóvenes rufianes, no será difícil romper los vínculos que les unen. Cada una de las cavernas puede resolver el problema de uno o dos de sus miembros a su propio modo. Dudo que la mayoría de ellos desee realmente vivir al margen de los losadunai y no ser miembros de una caverna. Más tarde o más temprano querrán tener compañeras y no muchas mujeres desearán vivir como ellos viven.
–Creo que tienes razón –dijo Jondalar.
–Lamento mucho que le haya sucedido eso a la joven –indicó Ayla–. ¿Cómo se llama? ¿Madenia?
La expresión de Ayla revelaba que se sentía muy turbada.
–Yo también lo lamento –agregó Jondalar–. Ojalá pudiéramos quedarnos aquí y echar una mano, pero si no cruzamos pronto el glaciar, tendremos que permanecer aquí hasta el próximo invierno.
–Quizá ya sea demasiado tarde para realizar esa travesía este invierno –dijo Laduni.
–¿Demasiado tarde? –repitió Jondalar–. Pero hace frío, es invierno. Todo constituye un sólido congelado. Ahora la nieve llena sin duda todas las grietas.
–Sí. Ahora es invierno, pero cuando la estación está tan avanzada, uno nunca sabe. Tal vez podríais cruzar, pero si el viento primaveral empieza a soplar temprano, y a veces sucede, toda la nieve se derretirá deprisa. El glaciar puede ser traicionero durante el primer deshielo de primavera, y en estas circunstancias, no creo que sea seguro dar un rodeo por el país de los cabezas chatas en dirección al norte. En estos momentos no mantienen una actitud muy cordial. La banda de Charoli les ha encrespado. Incluso los animales demuestran una actitud protectora para con sus hembras y lucharán para defenderlas.
–No son animales –dijo Ayla, saliendo en su defensa. Son personas, sólo que distintas.
Laduni refrenó su lengua: no quería ofender a una visitante y huésped. «Como está tan cerca de los animales, quizá piense que todos los animales son personas. Si un lobo la protege y ella lo trata como si fuera un ser humano, ¿puede extrañar que considere personas también a los cabezas chatas?», pensó Laduni. «Sé que pueden ser inteligentes, pero no son humanos.»
Varias personas se habían reunido a su alrededor mientras hablaban. Uno de ellos, un hombre de edad madura, pequeño y delgado, con una sonrisa tímida, dijo:
–Laduni, ¿no crees que deberías acomodarlos?
–Comienzo a preguntarme si os proponéis tenerlos aquí hablando el día entero –agregó la mujer que estaba junto al hombre. Era una mujer regordeta, apenas unos centímetros más baja que el hombre, con una cara de expresión amistosa.
–Disculpad, por supuesto que tenéis razón. Permitidme que os presente –dijo Laduni. Miró primero a Ayla y después se volvió hacia el hombre–. Losaduna, El Que Sirve a la Madre en la Caverna del Pozo de Agua Caliente de los losadunai, ésta es Ayla, del Campamento del León de los mamutoi, elegida del León, protegida por el Gran Oso e hija del Hogar del Mamut.
–¡El Hogar del Mamut! Entonces eres La Que Sirve a La Madre –dijo el hombre con una sonrisa sorprendida, antes incluso de saludar a Ayla.
–No, soy hija del Hogar del Mamut. Mamut estaba enseñándome, pero nunca me inició –explicó Ayla.
–¡Pero naciste para eso! Seguramente eres también una elegida de la Madre, lo mismo que el resto –añadió el hombre, sin duda complacido.
–Losaduna, todavía no le has dado la bienvenida –dijo con acento crítico la mujer regordeta.
El hombre pareció desconcertado un momento.
–No, me parece que no lo he hecho. ¡Siempre las mismas formalidades! En nombre de Duna, la Gran Madre Tierra, te doy la bienvenida, Ayla de los mamutoi, elegida por el Campamento del León e hija del Hogar del Mamut.
La mujer que estaba al lado de Losaduna suspiró y meneó la cabeza.
–Lo ha mezclado todo, pero si se tratase de una ceremonia poco conocida o una leyenda acerca de la Madre, no hubiera olvidado ningún detalle –dijo.
Ayla no pudo evitar una sonrisa. Nunca había conocido a Uno que Servía a La Madre que pareciera menos cualificado para desempeñar esa función. Los que había conocido antes eran todos individuos muy seguros, fácilmente identificables, con una presencia impresionante, y no por cierto como este hombre tímido y desconfiado, despreocupado de su apariencia y un comportamiento amable y un tanto vergonzoso. Pero la mujer parecía saber dónde radicaba la fuerza del hombre y Laduni no mostraba falta de respeto. Era evidente que en Losaduna había más cualidades que las aparentes.
–Está bien –dijo Ayla a la mujer–. A decir verdad, no se equivocó –después de todo, también había sido elegida por el Campamento del León; adoptada, no nacida en su seno, pensó Ayla. Después se dirigió al hombre, que le había cogido las dos manos y aún las sostenía–. Saludo al Que Sirve a La Gran Madre de Todos, y te agradezco la bienvenida, Losaduna.
El hombre sonrió ante la forma en que Ayla utilizaba otro de los nombres de la Duna, y Laduni comenzó a hablar.
–Solandia de los losadunai, nacida en la Caverna del Río de la Colina, compañera de Losaduna, ésta es Ayla, del Campamento del León de los mamutoi, elegida del León, protegida del Gran Oso e hija del Hogar del Mamut.
–Te saludo, Ayla de los mamutoi, y te invito a nuestra vivienda –dijo Solandia. Ya se habían repetido muchas veces los títulos completos y los parentescos. No creía necesario volver a repetirlos.
–Gracias, Solandia –dijo.
Entonces, Laduni miró a Jondalar.
–Losaduna, El Que Sirve a La Madre en la Caverna del Pozo de Aguas Calientes de los losadunai, éste es Jondalar, Maestro Tallador del Pedernal de la Novena Caverna, Hermano de Joharran, jefe de la Novena Caverna, nacido en el Hogar de Dalanar, jefe y fundador de los lanzadonii.
Ayla nunca había oído antes todos los títulos y parentescos de Jondalar y quedó sorprendida. Aunque no comprendía totalmente el significado, todo eso sonaba muy impresionante. Después que Jondalar repitió la letanía y fue presentado formalmente, les llevaron, por fin, a la gran sala y al espacio ceremonial asignado a Losaduna.
Lobo, que había estado sentado prácticamente cerca de la pierna de Ayla, emitió un breve gañido cuando llegaron a la entrada del espacio destinado a vivienda. Había visto dentro a un niño, pero su reacción asustó a Solandia, que corrió hacia el interior y cogió en brazos al pequeño.
–Tengo cuatro hijos; no sé si ese lobo debería estar aquí –dijo, y el miedo le agudizó la voz–. Micheri ni siquiera anda. ¿Cómo puedo estar segura de que no se arrojará sobre mi pequeño?
–Lobo no hará daño al pequeño –confirmó Ayla–. Creció con niños y los ama. Es más gentil con ellos que con los adultos. No quería arrojarse sobre el niño; lo que pasa es que se siente muy feliz de verlo.
Ayla ordenó a Lobo que se echase, pero el animal no pudo disimular sus prisas al ver a los niños. Solandia miró con cautela al carnívoro. No podía saber si la ansiedad que el animal mostraba venía del placer o del hambre, pero también sentía curiosidad por los visitantes. Uno de los aspectos más gratos de ser la compañera de Losaduna consistía en que se le ofrecía la ventaja de ser la primera en hablar con los escasos visitantes y podía pasar más tiempo con ellos porque generalmente se alojaban en el hogar ceremonial.
–Bien, sí, he dicho que podía quedarse aquí –afirmó.
Ayla entró con Lobo, lo condujo a un rincón apartado y le ordenó que permaneciera allí. Lo acompañó un rato, consciente de que la situación era especialmente difícil para el animal, pero pareció que, por el momento, le satisfacía el mero hecho de mirar a los niños.
Su comportamiento serenó a Solandia, y después de servir a sus invitados una infusión caliente que les reconfortó, presentó a sus hijos y volvió a la tarea de preparar la comida que había comenzado. La presencia del animal pasó a segundo plano. Pero los niños estaban fascinados. Ayla los observó, tratando de mostrarse discreta. Calculó que el mayor de los cuatro, llamado Larogi, era un niño de unos diez años. Había una niña que podía tener siete años y se llamaba Dosalia y otra de alrededor de cuatro años, Neladia. Aunque el niño aún no sabía andar, eso no limitaba su movilidad. Estaba en esa etapa en que se gatea y era veloz y activo sobre sus cuatro miembros.
Los niños mayores miraban con cautela a Lobo: la mayor de las niñas cogió al más pequeño y lo sostuvo en brazos mientras contemplaba al animal; pero, al cabo de un rato, cuando vio que no sucedía nada, volvió a depositarlo en el suelo. Mientras Jondalar hablaba con Losaduna, Ayla comenzó a distribuir sus cosas. Había ropa de cama para los invitados, y confió en que mientras estuvieran allí, dispondría de tiempo para limpiar las pieles de dormir.
De pronto brotó una cascada de risa infantil. Ayla contuvo la respiración y desvió la mirada hacia el rincón donde había dejado a Lobo. Reinó un absoluto silencio en el resto de la morada mientras todos contemplaban maravillados y temerosos al niño, que se había acercado al rincón y estaba sentado al lado del corpulento lobo, tirándole del pelo. Ayla miró a Solandia, y la vio transfigurada cuando su precioso niño procedió a tocar, empujar y tironear al lobo, que se limitó a mover la cola y parecía complacido.
Finalmente, Ayla se acercó, cogió al niño y se lo devolvió a su madre.
–Tienes razón –dijo asombrada Solandia–, ¡ese lobo ama a los niños! Si no lo hubiese visto con mis propios ojos, jamás lo habría creído.
No había pasado mucho tiempo cuando el resto de los hijos de Solandia se aproximaron al lobo, que deseaba jugar. Tras un pequeño incidente provocado por una travesura del niño mayor, a la que Lobo respondió sujetando con los dientes las manos del niño y gruñendo, pero sin morder, Ayla explicó que debían tratarlo con respeto. La reacción de Lobo asustó al niño en la medida indispensable para inducirle a moderar sus impulsos. Cuando salieron, todos los niños de la comunidad observaron fascinados a los cuatro hijos de Solandia y al lobo. Los niños de Solandia eran envidiados por su especial privilegio de vivir con el animal.
Antes de que oscureciera, Ayla fue a inspeccionar a los caballos. Cuando salió de la caverna, oyó el saludo de Whinney, y adivinó que su amiga se había sentido un poco inquieta. Cuando Ayla relinchó a su vez, lo que provocó que varios miembros del grupo volviesen la cabeza hacia ella y la miraran sorprendidos, Corredor respondió con un relincho un poco más estrepitoso. Ayla atravesó el campo, cubierto por una densa capa de nieve en las proximidades de la caverna, para prestar un poco de atención a los caballos y asegurarse de que ambos estaban bien. Whinney la vio llegar con la cola levantada, en una actitud alerta y vivaz. Cuando la mujer se aproximó, la yegua inclinó la cabeza, después la elevó bruscamente y describió con el hocico un círculo en el aire. Corredor, igualmente complacido de ver a Ayla, brincó y se elevó sobre las patas traseras.
Para ellos era una situación nueva encontrarse otra vez con tanta gente alrededor, y aquella mujer que les era familiar los reconfortaba. Corredor alzó el cuello e irguió las orejas hacia delante cuando Jondalar apareció en la boca de la caverna y recorrió la mitad del campo para ir al encuentro del hombre. Después de acariciar, abrazar y hablar a la yegua, Ayla decidió que al día siguiente cardaría a Whinney, por la tranquilidad que eso les daría a los dos.
Encabezados por los cuatro hijos de Solandia, todos los niños se habían reunido y se acercaban a Ayla, a Jondalar y a los caballos. Los fascinantes forasteros dejaron que los niños tocaran o acariciasen a uno u otro de los caballos, y Ayla permitió que unos pocos montaran sobre el lomo de Whinney, una situación que muchos adultos observaron con cierta envidia. Ayla se proponía dejar que cabalgasen los adultos que desearan intentarlo, pero consideró que todavía era demasiado pronto para hacerlo. Los caballos necesitaban descanso y no quería cansarlos excesivamente.
Con palas fabricadas con grandes astas, ella y Jondalar comenzaron a apartar la densa nieve de algunos rodales del pastizal que estaba más cerca de la caverna, con el fin de que los caballos pudieran pacer con más facilidad. Algunos otros se agregaron para agilizar el trabajo. El paleo de la nieve recordó a Jondalar un problema que había estado intentando resolver desde hacía algún tiempo. ¿Cómo encontrarían alimento y forraje, y lo que era más importante, agua potable suficiente para ellos, un lobo y dos caballos mientras cruzaban una extensión congelada de hielo glacial?
Más avanzada la tarde, todos se reunieron en el amplio espacio ceremonial para escuchar el relato de los viajes y las aventuras de Jondalar y Ayla. Los losadunai estaban especialmente interesados en los animales. Solandia ya había comenzado a contar con Lobo para distraer a sus hijos, y la contemplación de las escenas del lobo jugando con ellos distraía también a los adultos. Era difícil creerlo. Ayla no suministró detalles acerca del clan o de la maldición mortal que la había obligado a alejarse, aunque sí aludió a que habían surgido ciertas diferencias.
Los losadunai pensaban que el clan era sencillamente un grupo de personas que vivían a gran distancia, hacia el este, y aunque Ayla intentó explicar que el proceso que permitía que los animales se acostumbrasen a la gente no era nada sobrenatural, nadie la creyó del todo. La idea de que un ser humano podía domesticar a un caballo o un lobo salvaje no era fácilmente aceptable. La mayoría de la gente suponía que el tiempo que Ayla había vivido sola en el valle había sido un período de prueba y abstinencia, al que se sometían muchos que se creían llamados a Servir a la Madre; a los ojos de aquella gente, la conducta de Ayla con los animales garantizaba la validez de su vocación. Si aún no era La Que Servía, se trataba sólo de una cuestión de tiempo.