Las llanuras del tránsito (115 page)

Pero los losadunai se conmovieron cuando conocieron las dificultades de sus visitantes con Attaroa y los s’armunai.

–No me extraña que hayamos tenido tan escasos visitantes del este durante los últimos años. ¿Y dices que uno de los hombres apresados allí era un losadunai? –preguntó Laduni.

–Sí. Ignoro cuál sería su nombre aquí, pero allí se le llamaba Ardemun –dijo Jondalar–. Se había herido a sí mismo, y estaba tullido. No podía caminar muy bien y ciertamente no estaba en condiciones de huir, de modo que Attaroa le permitía recorrer libremente el campamento. Él fue quien liberó a los hombres.

–Recuerdo un joven que salió en un viaje –intervino una mujer de más edad–. Antes conocía su nombre, pero no puedo recordar, espera un momento..., tenía un apodo..., Ardemun..., Ardi..., no, Mardi. ¿Solía llamarse a sí mismo Mardi?

–¿Te refieres a Menardi? –dijo un hombre. Le recuerdo de las Reuniones de Verano. Le llamaban Mardi y partió para un viaje. De modo que ése fue su destino. Tiene un hermano que se alegrará de saber que está vivo.

–Es bueno saber que ahora se puede viajar de nuevo con seguridad. Habéis tenido suerte de esquivar a esa gente en el camino hacia el este.

–Thonolan tenía prisa por avanzar todo lo posible a lo largo del Río de la Gran Madre. No deseaba detenerse –explicó Jondalar–, de modo que permanecimos de este lado del río. Podemos considerarnos afortunados.

Cuando la asamblea se disolvió, Ayla se alegró porque esa noche podía acostarse en un lugar cálido y seco, sin viento. Se durmió poco después.

Ayla sonrió a Solandia, que estaba sentada junto al fuego amamantando a Micheri. Se había despertado temprano y decidió preparar el desayuno para ella y Jondalar. Buscó con los ojos la pila de madera o estiércol seco, es decir, el combustible que usaban y que generalmente se conservaba cerca; pero sólo vio una pila de piedras pardas.

–Deseo preparar una infusión –dijo–. ¿Qué quemáis? Si me dices dónde está, yo iré a buscarlo.

–No es necesario. Aquí hay mucho –comentó Solandia.

Ayla miró alrededor, y como aún no veía el material combustible para el hogar, pensó que Solandia no la había entendido.

Solandia advirtió la mirada de desconcierto y sonrió. Extendió la mano y cogió una de las piedras pardas.

–Usamos esto, la piedra que arde –dijo.

Ayla recibió la piedra de la mano de Solandia y la examinó atentamente. Vio una peculiar veta de madera; sin embargo, se trataba de piedra, no de madera. Nunca había visto antes nada semejante; era lignito, el carbón pardo, un material intermedio entre la turba y el carbón bituminoso. Jondalar había despertado y se acercó por detrás a Ayla. Ésta le dedicó una sonrisa y después le entregó la piedra.

–Solandia dice que esto es lo que queman en el hogar –afirmó, mientras miraba la mancha que le había dejado en la mano.

Ahora tocó a Jondalar el turno de examinar el objeto y mostrarse extrañado.

–Sí, se parece a la madera, pero es piedra. Aunque no es una piedra dura como el pedernal. Seguramente se quiebra con facilidad.

–Sí –dijo Solandia–. La piedra de quemar se quiebra fácilmente.

–¿De dónde procede? –preguntó Jondalar.

–Del sur, en dirección a las montañas. Allí hay campos enteros. Todavía usamos algo de madera para iniciar el fuego, pero esto arde con más calor y más tiempo que la madera –dijo la mujer.

Ayla y Jondalar se miraron, y una expresión de vivo interés se cruzó entre los dos.

–Conseguiré una –dijo Jondalar. Cuando regresó, Losaduna y el hijo mayor, llamado Larogi, habían despertado–. Vosotros tenéis piedras para quemar, nosotros tenemos una piedra para hacer fuego, una piedra que enciende el fuego.

–¿Y Ayla la descubrió? –dijo Losaduna, más como afirmación que como pregunta.

–¿Cómo lo has descubierto? –preguntó Jondalar.

–Quizá porque él descubrió las piedras que arden –dijo Solandia.

–Se parecían bastante a la madera y pensé que debía probar si ardían. Y lo conseguí –dijo Losaduna.

Jondalar asintió.

–Ayla, ¿por qué no se lo demuestras? –propuso, y entregó a la joven la pirita de hierro y el pedernal junto con la yesca.

Ayla preparó la yesca, después movió en su mano la piedra metálica amarilla, hasta que encontró una posición cómoda y la muesca, adaptada a la pirita de hierro gracias al uso permanente, quedó en la posición adecuada. Después cogió el pedazo de pedernal. Su movimiento era tan diestro que casi nunca necesitaba más de un golpe para obtener una chispa. La yesca recogió la chispa y, con unos pocos soplos de aire, apareció una llamita. Se oyó un suspiro colectivo de los observadores, que habían estado conteniendo la respiración.

–Es sorprendente –dijo Losaduna.

–No más sorprendente que vuestras piedras que arden –añadió Ayla–. Tenemos unas pocas piedras de más. Me gustaría regalarte una para la caverna. Quizá podamos demostrar su uso durante la ceremonia.

–¡Sí! Sería la ocasión perfecta y yo aceptaré de buena gana tu regalo para la caverna –dijo Losaduna–. Pero debemos ofrecerte algo a cambio.

–Laduni ya ha prometido darnos todo lo que necesitemos para atravesar el glaciar y continuar nuestro viaje. Me debe una promesa de futuro, aunque de todos modos me habría suministrado todo lo que necesito. Los lobos encontraron nuestro escondrijo y se apoderaron de nuestros alimentos de viaje –concluyó Jondalar.

–¿Pensáis cruzar el glaciar con los caballos? –preguntó Losaduna.

–Sí, naturalmente –dijo Ayla.

–¿Cómo os las arreglaréis para alimentarlos? Y dos caballos seguramente beben mucho más que dos personas. ¿Qué haréis para conseguir agua cuando todo esté congelado? –preguntó El Que Sirve.

Ayla miró a Jondalar.

–Ya he estado pensando en eso –dijo el hombre–. Quizá pudiéramos llevar un poco de hierba seca en el bote redondo.

–¿Y tal vez quemar piedras? Si es que podéis encontrar un lugar para encender fuego sobre el hielo. No tendréis que preocuparos de que se humedezca y necesitaréis llevar mucho menos peso –dijo Losaduna.

Jondalar adoptó una expresión pensativa; después una sonrisa ancha y feliz le iluminó la cara.

–¡Eso serviría! Podemos guardarlas en el bote redondo, se deslizará sobre el hielo incluso con una carga pesada, y agregar unas pocas piedras más, para que sirvan de base a un hogar. He estado preocupándome tanto tiempo por ese asunto... Losaduna, no sé cómo agradecértelo.

Ayla descubrió por casualidad, cuando alcanzó a escuchar a algunas personas que hablaban de ella, que consideraban que su extraña entonación verbal era un acento mamutoi, aunque Solandia lo creía un defecto secundario del habla. Por mucho que se esforzara, no podía superar la dificultad que tenía con ciertos sonidos; pero la alegraba que nadie más pareciera especialmente preocupado por ese asunto.

Al cabo de unos cuantos días, Ayla llegó a conocer mejor al grupo de losadunai que vivía cerca del pozo de aguas calientes –se denominaba «caverna» al grupo, tanto si ocupaban una como si no–. Le agradaban sobre todo las personas cuya vivienda compartían, es decir, Solandia, Losaduna y los niños, y ahora comprendía cuánto había echado de menos la compañía de personas cordiales que se comportasen normalmente. La mujer hablaba razonablemente bien la lengua del pueblo de Jondalar, a la que agregaba algunas palabras en losadunai; pero ella y Ayla no tenían dificultades para entenderse.

Se sintió incluso más atraída por la compañía de El Que Servía cuando descubrió que tenían un interés común. Aunque supuestamente Losaduna era quien debía saber de plantas, hierbas y medicinas, en realidad era Solandia quien había asimilado la mayor parte de ese conocimiento. Ese estado de cosas recordaba a Ayla la experiencia de Iza y Creb; Solandia trataba las enfermedades de los habitantes de la caverna con una medicina práctica de hierbas, y dejaba a cargo de su compañero el exorcismo de los espíritus y de otras emanaciones nocivas desconocidas. Ayla también estaba intrigada por Losaduna, que demostraba gran interés por las historias, las leyendas, los mitos y el mundo de los espíritus –los aspectos intelectuales cuyo conocimiento a ella le habían prohibido cuando vivía con el clan–, y la joven estaba comenzando a apreciar el caudal de conocimientos que él poseía.

Tan pronto descubrió el sincero interés de Ayla por la Gran Madre Tierra y el mundo inmaterial de los espíritus, su ágil inteligencia y su sorprendente capacidad para memorizar, se mostró muy deseoso de transmitirle el saber. Incluso sin comprenderlos totalmente, Ayla empezó muy pronto a recitar muchos versos de leyendas e historias, así como el contenido y el orden exactos de los ritos y las ceremonias. Él hablaba con soltura en zelandoni, aunque lo hacía con un fuerte acento losadunai en la expresión y el fraseo, de modo que las lenguas estaban tan próximas una a la otra que la mayor parte del ritmo y el metro de los versos se conservaba, pese a que se perdía parte de la rima. Más fascinantes incluso para ambos eran las diferencias de menor entidad y muchas analogías entre la interpretación de Losaduna y la sabiduría heredada de los mamutoi. Losaduna deseaba conocer las variaciones y las discrepancias, y Ayla comprobó que ella no sólo era un acólito, como le había sucedido con Mamut, sino hasta cierto punto una maestra, que explicaba las costumbres orientales, o por lo menos las que ella conocía.

Jondalar también se sentía muy cómodo con la gente de la caverna recuperando todo lo que había dejado atrás, ahora que tenía a su alrededor tal variedad de individuos. Pasaba mucho tiempo con Laduni y otros cazadores, pero Solandia estaba sorprendida ante el interés que demostraba por sus niños. En efecto, le agradaban los niños, pero lo que le interesaba no era tanto los hijos de Solandia, sino las ocasiones en que podía verla con los niños. Sobre todo cuando amamantaba al más pequeño, Jondalar ansiaba que llegase el momento en que Ayla tuviese un niño, hijo de su espíritu, así lo esperaba, o por lo menos un hijo o una hija de su hogar.

Micheri, el hijo más pequeño de Solandia, suscitaba sentimientos análogos en Ayla, pero ella continuaba preparando todas las mañanas su bebida anticonceptiva especial. Las descripciones del glaciar que aún tenían que cruzar eran tan terribles que Ayla ni siquiera estaba dispuesta a considerar todavía la posibilidad de iniciar un niño con Jondalar.

Si bien se sentía agradecido porque eso no había sucedido mientras viajaban, Jondalar era presa de sentimientos contradictorios. Comenzaba a preocuparse porque la Gran Madre Tierra no se decidía a bendecir a Ayla con el embarazo, y sentía que, por alguna razón, la culpa le correspondía a él. Una tarde expresó su desazón a Losaduna.

–La Madre decidirá cuándo ha llegado el momento –dijo el hombre–. Quizá Ella ha pensado que los viajes que estáis realizando son muy difíciles. De todos modos, ésta puede ser la ocasión de una ceremonia en honor de la Madre. Después podéis pedirle que conceda un hijo a Ayla.

–Tal vez tengas razón –dijo Jondalar–. En todo caso, no será perjudicial –rio con cierto tono despectivo–. Alguien me dijo cierta vez que yo era un favorito de la Madre y que Ella jamás me negaría lo que yo le pidiese. –Ahora arrugó el entrecejo–. Pero el caso es que Thonolan murió.

–¿Realmente Le pediste que no le dejase morir? –preguntó Losaduna.

–Bien, no. Todo fue muy rápido –reconoció Jondalar–. Y aquel león también me maltrató a mí.

–Piensa en ello algunas veces. Trata de recordar si jamás Le pediste algo directamente y si Ella satisfizo o rechazó tu petición. Sea como fuere, hablaré con Laduni sobre la conveniencia de una ceremonia en honor de la Madre –dijo Losaduna–. Deseo hacer algo porque trato de ayudar a Madenia y una Ceremonia de Honor puede ser precisamente lo que convenga. No quiere abandonar el lecho. Ni siquiera acepta levantarse para escuchar tus relatos y eso que a Madenia le solían gustar mucho las anécdotas acerca de los viajes.

–Sin duda, para ella fue una prueba terrible –dijo Jondalar, estremeciéndose ante la idea.

–Sí, yo confiaba en que a estas horas ya se habría recobrado. Me pregunto si un rito de purificación en el Pozo del Agua Caliente la ayudará –dijo, pero era evidente que no esperaba una respuesta de Jondalar. Su mente ya se había sumido en otros pensamientos, mientras comenzaba a meditar en el rito. De pronto, elevó la mirada–. ¿Sabes dónde está Ayla? Creo que le pediré que se una a nosotros. Puede ayudarnos.

–Losaduna ha estado explicándome y me interesa mucho ese rito que estáis planeando –comentó Ayla–. Pero no me siento tan segura acerca de la Ceremonia para Honrar a la Madre.

–Es una ceremonia importante –dijo Jondalar, frunciendo el entrecejo–. La mayoría de la gente está interesada en ello.

Si ella no se sentía feliz con aquel asunto, Jondalar se preguntaba si el intento daría resultado.

–Quizá si lo conociera mejor, yo diría lo mismo. Tengo mucho que aprender y Losaduna está dispuesto a enseñarme. Me gustaría permanecer aquí algún tiempo.

–Tendremos que partir muy pronto. Si esperamos mucho más, llegará la primavera. Nos quedaremos para asistir a la Ceremonia en Honor de la Madre, y después tendremos que marcharnos –dijo Jondalar.

–Casi deseo permanecer aquí hasta el invierno próximo. Estoy muy cansada de viajar –añadió Ayla. No expresó el pensamiento siguiente, aunque era precisamente el que había estado perturbándola: «Esta gente está dispuesta a aceptarme; ignoro si tu pueblo lo hará».

–Yo también estoy cansado de viajar, pero una vez que atravesemos el glaciar, no está lejos. Nos detendremos para visitar a Dalanar e informarle de que he regresado; después el resto del camino será fácil.

Ayla asintió, manifestando su acuerdo, pero tenía la sensación de que aún les faltaba mucho camino y que decirlo era más fácil que hacerlo.

Capítulo 36

–¿Quieres que haga algo? –preguntó Ayla.

–Todavía no lo sé –respondió Losaduna–. Creo que, en vista de las circunstancias, una mujer debería acompañarnos. Madenia sabe que soy El Que Sirve a la Madre, pero soy hombre, y en este momento rechaza a los hombres. Creo que sería muy útil que hablase del episodio, y, en ocasiones, es más fácil conversar con un forastero que merece sus simpatías. La gente teme que la persona conocida recuerde siempre los secretos profundos que le ha revelado y que, cada vez que vea a esa persona, el encuentro pueda reavivar su sufrimiento y su cólera.

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