Las llanuras del tránsito (118 page)

–¿Dónde quieres que deje estas cenizas? –preguntó Verdegia.

–Puedes mezclarlas con las mías. Ya he comenzado a hacer la colada, pero no hace mucho.

–Losaduna me dijo que usas grasa y ceniza –comentó Ayla.

–Y agua –agregó Solandia.

–Parece una combinación extraña.

–Sí, así es.

–¿Qué te inclinó a mezclar esas cosas? Es decir, ¿cómo llegaste a descubrirlo la primera vez?

Solandia sonrió.

–En realidad, fue una casualidad. Habíamos estado cazando. Yo había encendido un fuego fuera, en un pozo profundo, y sobre él se asaba algo de carne gorda de mamut. Comenzó a llover con mucha fuerza. Tomé la carne y el asador y traté de protegerme. Apenas amainó, volvimos aquí, a la caverna, pero me olvidé de traer un cuenco de madera apropiado para cocinar y vine a buscarlo al día siguiente. El pozo del fuego estaba lleno de agua; en el líquido flotaba algo que parecía una espuma espesa. Nunca me habría preocupado de mirarla, pero una cuchara cayó en el líquido y tuve que meter la mano para retirarla. Fui al arroyo para enjuagármela. La sentí suave y resbaladiza, como sucede con las buenas raíces jabonosas, pero era algo mejor, ¡y mis manos estaban tan limpias! También la cuchara. Toda la grasa desapareció. Volví y puse la espuma en el cuenco y me la llevé.

–¿Es tan fácil obtenerla? –preguntó Ayla.

–No. En realidad, no es fácil. No se trata de que sea muy difícil, pero, en efecto, se requiere cierta práctica –dijo Solandia–. La primera vez fue cuestión de suerte. Sin duda, todo estuvo en su justa medida. Después, seguí trabajando en el asunto, pero a veces todavía falla.

–¿Cómo lo haces? Seguramente has hallado ciertas fórmulas que son eficaces la mayoría de las veces.

–No es difícil explicarlo. Mezclo grasa derretida limpia; cualquier clase de grasa sirve, pero cada una cambia un poco el resultado. Prefiero sobre todo la grasa de mamut. Después, tomo una porción de cenizas de madera, las mezclo con agua caliente y dejo que se empapen un rato. Más tarde, las paso por un cedazo o un canasto con agujeros en el fondo. La mezcla de esa colada es fuerte. Comprobé que puede quemarte o lastimarte la piel. Tienes que lavarte inmediatamente. De todos modos, tienes que agitar esa mezcla fuerte en la grasa. Con un poco de suerte, el resultado es una espuma suave, que limpia todo, incluso el cuero.

–Pero no siempre tienes suerte –dijo Verdegia.

–No. Muchas cosas pueden salir mal. A veces revuelves y revuelves, y no se mezcla. Cuando sucede eso, calentar un poco la mezcla puede facilitar las cosas. En otras ocasiones, los ingredientes se disgregan y puede resultar una capa demasiado fuerte y otra demasiado grasienta. Otras veces, forma grumos que no terminan de mezclarse. En ciertos casos, obtener un resultado satisfactorio es más difícil que en otros, pero el producto no es malo. Sea como fuere, tiende a endurecerse a medida que pasa el tiempo.

–Pero a veces consigues lo que quieres, como la primera vez –insistió Ayla.

–Una cosa que aprendí es que tanto la grasa como el líquido de las cenizas deben tener más o menos la misma temperatura que la piel de tu muñeca –dijo Solandia–. Cuando te salpicas un poco, no debes sentirla fría o caliente. El líquido del fresno es más difícil, porque es fuerte y puede quemar un poco; en ese caso, tienes que lavarte inmediatamente con agua fría. Si quema demasiado, sabes que necesitas agregar más agua. Generalmente no quema en exceso, pero no quisiera que me tocase los ojos. Puede arder incluso si te acercas demasiado a los vapores.

–¡Y puede oler mal! –destacó Madenia.

–Es cierto –dijo Solandia–. Puede oler. Por eso generalmente me acerco al centro de la caverna para mezclarlo, a pesar de que tengo aquí todo lo necesario para la mezcla.

–¡Madre! ¡Madre! ¡Ven enseguida!

Neladia, la segunda hija de Solandia, entró deprisa y después volvió a salir corriendo.

–¿Qué sucede? ¿Le ha pasado algo al niño? –preguntó la mujer, abalanzándose en pos de su hija. Todos los demás la siguieron y salieron a la boca de la caverna.

–¡Mira! –dijo Dosalia. Todos miraron hacia fuera–. ¡El niño está caminando!

Era Micheri, de pie al lado del lobo, colgado del pelaje del animal, con una amplia sonrisa de satisfacción, dando pasos inseguros mientras Lobo se adelantaba lentamente y con mucho cuidado. Todos sonrieron aliviados y también complacidos.

–¿Este lobo sonríe? –preguntó Solandia–. Yo diría que sí. Parece tan complacido consigo mismo que sonríe.

–Yo pienso lo mismo –dijo Ayla–. A menudo he pensado que podía sonreír.

–No es sólo con fines ceremoniales, Ayla –decía Losaduna–. A menudo usamos las aguas calientes sólo para bañarnos. Si quieres que Jondalar las use para relajarse, no tenemos nada que oponer. Las Aguas Sagradas de la Madre son como Sus restantes dones para Sus hijos. Su destino es ser usadas, aprovechadas y apreciadas. Del mismo modo que es necesario apreciar esta infusión que has preparado –agregó, sosteniendo en alto la taza.

Casi todos los habitantes de la caverna, es decir, los que no habían salido de caza, estaban sentados alrededor de un hogar, en el sector central abierto de la caverna. La mayor parte de las comidas eran muy informales, salvo en las ocasiones especiales. A veces, la gente comía por separado, en grupos familiares, y otras lo hacía con los demás. En estas ocasiones, los que habían permanecido en la caverna habían esperado para consumir juntos una comida de mediodía; la razón principal era que todos estaban interesados en los visitantes. La comida consistía en una sustanciosa sopa de carne magra y seca de ciervo, enriquecida con grasa de mamut, que la convertía en un plato nutritivo y bastante satisfactorio. Todos estaban concluyendo la comida con la infusión que Ayla había preparado y todos habían comentado que tenía muy buen sabor.

–Cuando regresen, quizá usemos el estanque. Creo que a él le agradaría un baño caliente y yo desearía compartirlo con Jondalar –dijo Ayla.

–Será mejor que le adviertas, Losaduna –dijo una mujer, con una sonrisa de complicidad. La habían presentado diciendo que era la compañera de Laduni.

–¿Que me advierta de qué, Laronia? –preguntó Ayla.

–A veces uno tiene que elegir entre los dones de la Madre.

–¿Qué quieres decir?

–Significa que las Aguas Sagradas pueden relajar demasiado –dijo Solandia.

–Todavía no entiendo –insistió Ayla, frunciendo el entrecejo. Sabía que todos estaban hablando del tema y que en todo aquello había implícito cierto ingrediente de picardía.

–Si llevas a Jondalar a tomar un baño caliente, debilitará la fuerza de su virilidad –dijo Verdegia, más directa que los otros–, y es posible que pase un par de horas antes de que pueda recuperar toda su fuerza. De modo que no esperes demasiado de él después de un baño, por lo menos inmediatamente. Algunos hombres no se sumergen en las Aguas Sagradas de la Madre precisamente por esa razón. Temen que su virilidad se agote en las Aguas Sagradas y nunca la recuperen.

–¿Es eso posible? –preguntó Ayla, mirando a Losaduna.

–No lo he visto nunca, ni he oído que eso suceda –dijo el hombre–. En todo caso, yo diría que es cierto lo contrario. Al cabo de un tiempo, un hombre se muestra más interesado; pero creo que eso es así porque está relajado y experimenta una sensación de bienestar.

–En efecto, me sentí muy bien después del baño caliente y dormí profundamente, pero creo que en eso influyó algo más que el agua –dijo Ayla–. ¿Quizá la taza de hierbas?

El hombre sonrió.

–Eso fue un rito importante. En una ceremonia siempre hay otras cosas.

–Bien, estoy dispuesta a volver a las Aguas Sagradas, pero creo que esperaré a Jondalar. ¿Creéis que los cazadores volverán pronto?

–Estoy segura de que así será –dijo Laronia–. Laduni sabe que es necesario hacer ciertas cosas antes del Festival de la Madre que celebraremos mañana. No creo que hubieran debido salir hoy, pero él deseaba ver cómo funciona el arma que Jondalar usa para cazar a gran distancia. ¿Cómo lo llama?

–Es un lanzavenablos y funciona muy bien –respondió Ayla–, pero, como sucede con estas cosas, requiere práctica. Y hemos practicado mucho durante este viaje.

–¿Usas su lanzavenablos? –preguntó Madenia.

–Tengo el mío –dijo Ayla–. Siempre me gustó cazar.

–¿Por qué no has ido con ellos? –preguntó la joven.

–Porque deseaba aprender a fabricar esa sustancia que limpia. Y, además, necesito limpiar y reparar algunas prendas –dijo Ayla, poniéndose en pie y caminando hacia la tienda ceremonial. De pronto, se detuvo–. Yo también desearía mostraros algo –dijo–. ¿Alguien sabe lo que es un pasahílos? –Advirtió miradas desconcertadas y cabezas que negaban–. Si esperáis aquí un momento, traeré el mío y os lo mostraré.

Ayla regresó del espacio que ella ocupaba con sus instrumentos de costura y algunas prendas que deseaba arreglar. Cuando todos se reunieron alrededor para ver otra de las cosas sorprendentes traídas por los viajeros, eligió entre ellas un pequeño cilindro –provenía de la pata hueca y liviana de un pájaro– y de él retiró dos agujas de marfil. Entregó una a Solandia.

La mujer examinó muy atentamente aquella asta en miniatura y muy lustrosa. Por un extremo terminaba en una punta afilada, parecida a un punzón. El otro extremo era un poco más grueso, y por extraño que pareciera, tenía un orificio muy pequeño que pasaba de un lado a otro. Se quedó pensativa y de pronto tuvo una sospecha acerca de su aplicación.

–¿Has dicho que esto es un pasahílos? –dijo, entregándoselo a Laronia.

–Sí. Te mostraré cómo se usa –indicó Ayla, separando un delgado trozo de tendón de un manojo más espeso y fibroso. Humedeció el extremo y lo alisó de modo que formase una punta; después esperó a que se secara. El hilo de tendón se endureció levemente y mantuvo su forma. Lo pasó por el orificio del extremo de la minúscula asta de marfil y después lo dejó momentáneamente a un lado. Acto seguido, cogió un pequeño instrumento de pedernal que tenía una punta afilada y empezó a perforar orificios cerca de los bordes de una prenda cuyas puntadas se habían desprendido a lo largo de la costura; algunas incluso habían desgarrado el cuero. Los nuevos orificios estaban a muy corta distancia de los anteriores.

Después de perforar los orificios para la nueva costura, Ayla se dispuso a demostrar la utilidad del nuevo implemento. Pasó la punta de la aguja de marfil por los orificios del cuero, y aferrando el pequeño instrumento, tiró para arrastrar el hilo, lo que concluyó con un elegante gesto.

–¡Ah! –La gente que estaba sentada cerca, y sobre todo las mujeres, emitieron un suspiro colectivo–. ¡Mirad eso!, no necesitó tirar del hilo, lo pasó directamente. ¿Puedo probarlo?

Ayla pasó la prenda a las mujeres y les permitió experimentar, al mismo tiempo que se lo explicaba y se lo mostraba, comentándoles cómo había concebido la idea y de qué modo todos los miembros del Campamento del León la habían ayudado a darle forma y eficacia.

–Éste es un punzón muy bueno –comentó Solandia, que estaba examinándolo de cerca.

–Lo fabricó Wymez, del Campamento del León. Él también fabricó el punzón para perforar el orificio por donde pasa el hilo –dijo Ayla.

–Sin duda es muy difícil fabricar este instrumento –dijo Losaduna.

–Jondalar afirma que Wymez es el único tallador de pedernal a quien él ha conocido tan bueno como Dalanar, y quizá un poco mejor.

–Es un gran elogio viniendo de él –añadió Losaduna–. Todos saben que Dalanar es el gran maestro del trabajo de la piedra. Su habilidad es conocida incluso en este lado del glaciar, entre los losadunai.

–Pero Wymez es también un maestro.

Todos se volvieron sorprendidos al oír la voz que acababa de hablar; vieron a Jondalar, a Laduni y a varios más que entraban en la caverna, trayendo un íbice que acababan de cazar.

–¡Habéis tenido suerte! –dijo Verdegia–. Y si nadie se opone, quisiera la piel. Estaba necesitando un poco de lana de íbice para reparar la ropa de cama destinada a la Ceremonia Matrimonial de Madenia. –Verdegia deseaba formular su petición antes que nadie.

–¡Madre! –dijo Madenia, avergonzada–. ¿Cómo puedes hablar de una Ceremonia Matrimonial?

–Madenia debe pasar por los Primeros Ritos antes de pensar en una Ceremonia Matrimonial –dijo Losaduna.

–Por lo que a mí respecta, puede llevarse la piel –dijo Laronia–, y no me importa para qué la va a usar.

Laronia sabía que había cierta dosis de avaricia en la solicitud de Verdegia. No era frecuente que lograran cazar a la esquiva cabra salvaje; su lana escaseaba y, por eso mismo, era valiosa, sobre todo a finales del invierno, después de toda una estación durante la cual había aumentado su espesor y densidad, pero antes de que la muda de primavera le confiriese un aspecto deslucido.

–Tampoco a mí me interesa. Verdegia puede quedarse con la piel –dijo Solandia–. La carne fresca de íbice será, en cambio, bienvenida, no importa quién se quede con la piel, y será especialmente agradable consumirla en el Festival de la Madre.

Otros varios asintieron y nadie se opuso. Verdegia sonrió y trató de no exteriorizar su satisfacción. Al adelantarse a formular su petición, se había asegurado la posesión de la valiosa piel, que era precisamente lo que deseaba.

–La carne fresca de íbice será más sabrosa con las cebollas secas que he traído, y, además, también tengo arándanos.

De nuevo todos volvieron la mirada hacia la entrada de la caverna. Ayla vio a una joven, a quien no conocía, con un niño en brazos; llevaba de la mano a una niña pequeña y la seguía un joven.

–¡Filonia! –dijeron a coro varias personas.

Laronia y Laduni corrieron hacia ella, acompañados por el resto de la caverna. Sin duda, la joven no era allí una extraña. Después de festivos abrazos de salutación, Laronia se encargó del niño y Laduni alzó en brazos a la pequeña, que había corrido hacia él, y la sentó sobre sus hombros. La niña miró a todos con una sonrisa complacida.

Jondalar estaba al lado de Ayla, sonriendo ante la feliz escena.

–¡Esta niña podría ser mi hermana! –dijo.

–Filonia, mira quién está aquí –dijo Laduni, acercando a la joven.

–¿Jondalar? ¿Eres tú? –preguntó, mirándole con emocionada sorpresa–. No creí que regresaras jamás. ¿Dónde está Thonolan? ¡Es alguien a quien desearía ver!

–Lo siento, Filonia. Ahora camina por el otro mundo –dijo Jondalar.

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