Read Las llanuras del tránsito Online
Authors: Jean M. Auel
Pero el viento intenso y frío todavía dejaba sentir sus efectos y, por mucho que deseara la primavera, Jondalar deseaba todavía más que el invierno se prolongase un poco, hasta el momento mismo en que ellos completaran la travesía del glaciar que tenían por delante.
Después de la comida, Losaduna anunció que se ofrecería algo en el Gran Ceremonial. Ayla y Jondalar no sabían de qué se trataba, pero pronto se enteraron de que era una bebida que se servía caliente. El sabor era agradable y más o menos conocido. Ayla pensó que podía ser cierto tipo de jugo de frutas levemente fermentado, sazonado con hierbas. La sorprendió enterarse por Solandia de que era savia de alerce como ingrediente principal, y que el jugo de frutas era sólo un ingrediente más.
Según se comprobó, el gusto era engañoso. La bebida era más fuerte de lo que Ayla había creído, y cuando la joven preguntó, Solandia le reveló que las hierbas aportaban una parte considerable de su fuerza. Entonces Ayla comprendió que el gusto ya conocido provenía del ajenjo, una hierba muy potente que podía ser peligrosa si se la consumía en exceso o se la usaba con demasiada frecuencia. Había sido difícil apreciarlo a causa de la aspérula y otros sabores aromáticos de gusto agradable e intensamente perfumados. Se preguntó cuáles podían ser los restantes ingredientes, y eso la llevó a saborear y analizar más seriamente la bebida.
Preguntó a Solandia acerca de la potente hierba y mencionó sus posibles peligros. La mujer explicó que la planta, a la que denominaba absenta, se usaba poco, excepto en esa bebida, reservada exclusivamente para los Festivales de la Madre. Por la naturaleza sagrada del brebaje, Solandia solía mostrarse renuente a revelar los ingredientes específicos de la bebida, pero las preguntas de Ayla eran tan precisas y demostraban tanto conocimiento que en este caso Solandia no tuvo más remedio que contestar.
Ayla descubrió que la bebida no era en absoluto lo que parecía. Lo que al principio ella había creído que era una bebida sencilla, de gusto agradable, en realidad constituía una mezcla completa y potente, preparada especialmente para alentar la relajación, la espontaneidad y la cálida interacción que eran deseables durante el Festival para Honrar a la Madre.
Cuando la gente de la caverna comenzó a acercarse al hogar ceremonial, Ayla advirtió inicialmente una conciencia más vivaz como resultado de todo lo que había bebido; pero esa actitud pronto cedió su lugar a un sentimiento agradable, lánguido y cálido, que la indujo a olvidar sus preocupaciones analíticas. Advirtió que Jondalar y otros hablaban con Madenia; apartándose bruscamente de Solandia, enfiló hacia el grupo. Todos los hombres que estaban allí la vieron acercarse y se sintieron complacidos por lo que veían. Sonrió al aproximarse al grupo, y Jondalar percibió el intenso amor que esa sonrisa siempre despertaba. No sería fácil seguir las instrucciones de Losaduna y alentarla a realizar plenamente la experiencia del Festival de la Madre, incluso después de consumir la bebida relajante que El Que Servía a la Madre le había exhortado a tomar. Jondalar respiró hondo; después bebió el resto del líquido que quedaba en su copa.
Filonia, y sobre todo su compañero Doraldi, a quien ella había conocido antes, se contaban entre los que saludaron cálidamente a Ayla.
–Tu copa está vacía –dijo él; sacó un cucharón lleno de un cuenco de madera y lo vertió en la copa de Ayla.
–También a mí puedes darme un poco más –dijo Jondalar, con una voz exageradamente animosa. Losaduna advirtió la cordialidad forzada del hombre, pero no creyó que los otros prestasen demasiada atención. Sin embargo, había una persona que observó el cambio en Jondalar. Ayla le miró, percibió el movimiento de su mandíbula y comprendió que algo le molestaba. También tomó nota de la rápida observación de Losaduna. Supo que sucedía algo entre ellos, pero la bebida estaba provocando su efecto en Ayla, y ésta envió el asunto al fondo de su mente para pensar en ello más tarde. De pronto, un redoble de tambores resonó en el espacio cerrado.
–¡Comienza la danza! –gritó Filonia–. ¡Vamos, Jondalar! Te enseñaré los pasos.
Tomó de la mano a Jondalar y le condujo hacia el centro del lugar.
–Madenia, baila tú también –la exhortó Losaduna.
–Sí –dijo Jondalar–. Ven tú también. ¿Conoces los pasos?
Sonrió la joven y Ayla pensó que parecía que aflojaba la tensión.
Jondalar había estado conversando y prestando atención a Madenia a lo largo del día, y aunque se había mostrado tímida y reservada, tenía cabal conciencia de la presencia del hombre de elevada estatura. Cada vez que él la miraba con sus ojos premiosos, Madenia sentía que se le aceleraban los latidos del corazón. Cuando la cogió de la mano para llevarla a la pista de baile, ella experimentó una sucesión de escalofríos y temblores simultáneos, y no podría haber resistido aunque lo hubiese querido.
Filonia frunció el entrecejo un momento, pero después sonrió a la joven.
–Ambas podemos enseñarle los pasos –dijo, mientras se acercaba al lugar en que bailaban.
–Puedo mostrarte... –empezó a decir Doraldi a Ayla, en el momento mismo en que Laduni decía–: De buena gana... –Se sonrieron el uno al otro, tratando cada uno de ofrecer al otro la oportunidad de hablar.
La sonrisa de Ayla los abarcó a los dos.
–Quizá ambos podríais enseñarme los pasos.
Doraldi inclinó la cabeza para expresar su aprobación y Laduni le dedicó una sonrisa complacida; cada uno de los dos hombres tomó una mano de Ayla y la condujo al lugar en el que ya estaban reuniéndose los que deseaban bailar. Mientras se disponían en círculos, enseñaron a los visitantes algunos pasos esenciales; después todos se cogieron de la mano y sonó una flauta. Ayla se sobresaltó al oír el sonido. No había oído sonar una flauta desde que Manen había tocado ese instrumento en la Reunión de Verano de los mamutoi. ¿Había pasado menos de un año desde que ella se había alejado de la asamblea? Parecía mucho más tiempo y jamás volvería a verlos.
Parpadeó porque se le llenaron los ojos de lágrimas ante el pensamiento, mas como había comenzado la danza, no tuvo mucho tiempo para demorarse en dolorosas nostalgias. Al principio era fácil seguir el ritmo, pero a medida que avanzó la noche, se fue acelerando y haciendo más complejo. Ayla era sin duda el centro de atención. Todos los hombres la creían irresistible. Se agrupaban alrededor de ella, rivalizando por atraer su atención, lanzando indirectas y formulando incluso invitaciones lisas y llanas, mal disimuladas bajo la forma de bromas. Jondalar coqueteó amablemente con Madenia y de modo más evidente con Filonia, pero tomando nota de cuántos hombres rodeaban a Ayla.
La danza llegó a hacerse cada vez más complicada, con pasos intrincados y cambios de lugar, y Ayla danzó con todos. Se rio de sus bromas y de los comentarios lascivos, y la gente se apartaba para volver a llenar las copas, o las parejas se retiraban a rincones discretos. Laduni saltó al centro y ofreció una enérgica actuación solista. Hacia el final del número se le unió su compañera.
Ayla estaba sedienta y varias personas la acompañaron cuando fue a buscar otra copa. Advirtió que Doraldi caminaba a su lado.
–Yo también quisiera un poco de bebida –dijo Madenia.
–Lo siento –contestó Losaduna, poniendo la mano sobre la copa de Madenia–. Querida, todavía no has tenido tus ritos de los Primeros Placeres. Tendrás que tomar otra bebida.
Madenia frunció el ceño y comenzó a protestar; después fue a buscar una taza de la inocua bebida que ella había estado consumiendo.
Losaduna no deseaba concederle ninguno de los privilegios de la feminidad mientras no pasara por la ceremonia que se la confería; por otra parte, estaba haciendo todo lo posible para inducirla a aceptar el importante rito. Al mismo tiempo, explicaba a todos que, a pesar de su terrible experiencia, se encontraba purificada, devuelta a su estado anterior y que, por tanto, debía someterse a las mismas restricciones y ser tratada con el mismo cuidado y la misma atención especiales que se dispensaban a otra joven cualquiera que se encontrase a un paso de la condición de mujer. Losaduna creía que era el único modo en que podría recobrarse totalmente del criminal ataque y la violación múltiple que había sufrido.
Ayla y Doraldi fueron los últimos que continuaron bebiendo, y como todos los demás desaparecían en una dirección o en otra, ahora quedaron solos. Doraldi se volvió hacia ella.
–Ayla, eres una mujer muy hermosa –dijo.
Cuando estaba creciendo, siempre había sido la mujer alta y fea, y siempre que Jondalar le había dicho que era hermosa, Ayla pensaba que procedía así porque la amaba. No se creía hermosa y el comentario de Doraldi la sorprendió.
–No –dijo riendo–. ¡No soy hermosa!
La observación de Ayla desconcertó a Doraldi. No era lo que él había esperado oír.
–Pero..., pero sí, lo eres –le dijo.
Doraldi había estado tratando de interesarla toda la velada, y aunque la conversación de Ayla era cordial y cálida y parecía evidente que le agrada la danza y se movía con una sensualidad natural que alentaba los esfuerzos del hombre, éste no había podido encender la chispa que le permitiría llegar más lejos. Sabía que no era un hombre sin atractivos, y esa noche era el Festival de la Madre, pero, al parecer, no llegaba el momento en que pudiera manifestar sus deseos. Finalmente, decidió lanzar un ataque más directo.
–Ayla –dijo, deslizando el brazo alrededor de la cintura de la joven. Sintió que ella tensaba el cuerpo un momento, pero Doraldi persistió y se inclinó para rozarle la oreja–. Sí, eres una mujer hermosa –murmuró.
Ayla se volvió para mirarle, pero, en lugar de inclinarse hacia él en una actitud aquiescente, se echó hacia atrás. Doraldi le rodeó la cintura con el otro brazo, para acercarla. Ella trató de apartarse y apoyó las manos en los hombros de Doraldi y le miró a los ojos.
Ayla no había comprendido cabalmente el significado del Festival de la Madre. Había creído que era sólo una reunión cálida y cordial, a pesar de que se había hablado de «honrar» a la Madre, y ella sabía lo que eso significaba generalmente. Cuando vio que algunas parejas, y a veces tres o más personas, se retiraban a los lugares más oscuros, alrededor de los tabiques de cuero, comenzó a comprender mejor, pero sólo cuando miró a Doraldi y percibió su deseo, supo finalmente lo que le esperaba.
Él la atrajo y se inclinó hacia delante para besarla. Ayla experimentó cierta calidez hacia él y reaccionó con cierto sentimiento. La mano de Doraldi buscó el seno de Ayla y después trató de deslizarla bajo la túnica. Él era atractivo, la sensación no era desagradable y Ayla se sentía relajada y dispuesta a mostrarse complaciente; pero necesitaba tiempo para pensar. Era difícil resistir y su mente no pensaba con claridad; de pronto, oyó sonidos rítmicos.
–Volvamos con los bailarines –dijo Ayla.
–¿Por qué? De todos modos, ya no son muchos los que bailan.
–Deseo ejecutar una danza mamutoi –dijo Ayla. Doraldi aceptó. Ella había respondido y él podía esperar un poco más.
Cuando llegaron al centro del lugar, Ayla vio que Jondalar estaba allí. Bailaba con Madenia, sosteniéndole las manos y enseñándole un paso que había aprendido con los sharamudoi. Filonia, Losaduna, Solandia y unos pocos más batían palmas cerca de los bailarines. El flautista y el que marcaba los ritmos habían encontrado compañeras.
Ayla y Doraldi se unieron a los que batían palmas. Ella vio la mirada de Jondalar y pasó de batir palmas a golpearse los muslos, estilo mamutoi. Madenia se paró a mirar y después retrocedió, mientras Jondalar se unía a Ayla en un complicado ritmo de batir los muslos. Pronto comenzaron a moverse juntos, a separarse y a girar uno alrededor del otro, mirando al compañero por encima del hombro. Cuando estuvieron cara a cara, extendieron las manos para unirlas. En el momento en que percibió su mirada, Ayla vio únicamente a Jondalar. La calidez y la cordialidad generalizados que había sentido por Doraldi se perdieron en su abrumadora respuesta al deseo, la necesidad y el amor que se manifestaban en los ojos muy azules que en ese momento la contemplaban.
La correspondencia entre ellos era evidente para todos. Losaduna los observó atentamente un momento y después esbozó un gesto imperceptible de asentimiento. Era evidente que la Madre estaba manifestando Sus deseos. Doraldi se encogió de hombros y después sonrió a Filonia. Madenia abrió unos ojos muy grandes. Sabía que estaba viendo algo extraño y muy hermoso.
Cuando Ayla y Jondalar terminaron de bailar, estaban abrazados, indiferentes a todos los que se encontraban alrededor. Solandia empezó a aplaudir y pronto todos los que aún permanecían allí se unieron al aplauso. El sonido llegó finalmente a los dos viajeros. Se separaron, sintiéndose un tanto avergonzados.
–Creo que todavía quedan una copa o dos –dijo Solandia–. ¿Terminamos la bebida?
–¡Es una buena idea! –asintió Jondalar, con el brazo alrededor de Ayla. Ahora no quería dejarla escapar.
Doraldi tomó el ancho cuenco de madera para servir el resto de la bebida especial y miró a Filonia. Pensó que, en realidad, era muy afortunado: «Ella es una mujer hermosa y ha traído dos hijos a mi hogar. Sólo porque era el Festival de la Madre no significaba que tuviera que honrarla con una mujer que no era mi compañera».
Jondalar concluyó la bebida de un trago, levantó su copa y de pronto alzó en brazos a Ayla y la llevó al lecho de ambos. Ayla se sentía extrañamente aturdida, desbordante de alegría, casi como si hubiese evitado un destino ingrato, pero su alegría era mínima comparada con la de Jondalar. Él la había observado la noche entera, había visto cómo todos los hombres la deseaban y había intentado ofrecerle todas las oportunidades, según el consejo de Losaduna; estaba seguro de que ella habría terminado eligiendo a otro.
El propio Jondalar podría haber ido con otras muchas veces, pero no deseaba retirarse hasta que tuviese la certeza de que ella había salido. Por eso había permanecido con Madenia, consciente de que ella no estaba aún a disposición de los hombres. Le complacía atenderla, ver que se tranquilizaba cuando estaba cerca de él, apreciar los comienzos de la mujer que Madenia sería. Aunque no hubiese criticado a Filonia si se hubiese ido con otro, y, en efecto, tuvo muchas oportunidades, se alegraba de que permaneciera a su lado. Habría detestado sentirse solo si Ayla elegía a otro hombre. Hablaban de muchas cosas. Thonolan y sus viajes con Jondalar, los hijos que ella tenía, y especialmente Thonolia, y Doraldi, y cuánto le amaba ella, pero Jondalar no podía decidirse a hablar mucho de Ayla.