Las llanuras del tránsito (120 page)

El silencio que reinó en la caverna después de terminar la invocación comunitaria era profundo. Entonces, un niño muy pequeño lloró y pareció que aquel llanto era absolutamente oportuno.

Losaduna retrocedió y pareció hundirse en las sombras. Después, Solandia se puso en pie, tomó un canasto que había cerca del Hogar Ceremonial y derramó cenizas y tierra sobre las llamas del hogar redondo, sofocando el fuego ceremonial y hundiendo toda la escena en una semioscuridad. Hubo algunas exclamaciones de sorpresa de la gente y todos inclinaron hacia delante el cuerpo, expectantes. La única luz provenía de la pequeña lámpara de aceite que ardía en el nicho, de modo que las figuras móviles de la Madre parecieron agrandarse, hasta que pareció llenaban todo el espacio. Aunque el fuego nunca había sido apagado anteriormente de ese modo, el efecto no pasó inadvertido para Losaduna.

Los dos visitantes y la gente que vivía en el Hogar Ceremonial habían practicado antes, y cada uno sabía lo que tenía que hacer. Cuando todos se tranquilizaron, Ayla atravesó la zona que quedaba en sombras en dirección a un hogar distinto. Se había decidido que las posibilidades de la piedra del fuego se demostrarían de un modo más ventajoso y con un efecto más dramático si Ayla encendía un fuego nuevo en un hogar apagado con la mayor rapidez posible después de sofocado el fuego ceremonial. Una yesca de combustión rápida, formada por musgos secos, había sido depositada en el segundo hogar; al lado había astillas y algunos trozos más grandes de madera para quemar. Después se agregaría el carbón pardo para mantener alimentado el fuego.

Mientras practicaban, habían descubierto que el viento ayudaba a avivar la chispa y que ese efecto lo producía sobre todo la corriente de aire que entraba cuando se abría la cortina de cuero del espacio ceremonial; Jondalar estaba de pie al lado de la cortina. Ayla se arrodilló, y sosteniendo la pirita de hierro en una mano y un pedazo de pedernal en la otra, chocó un objeto contra el otro, produciendo una chispa que pudo verse claramente en el área oscurecida. Golpeó de nuevo los dos objetos, sosteniéndolos en un ángulo un poco distinto, lo que determinó que la chispa obtenida incidiera sobre la yesca.

Ésa fue la señal para Jondalar, que abrió la cortina de la entrada. Al mismo tiempo que la corriente fría penetraba en la caverna, Ayla, inclinada sobre la chispa desnuda que aún brillaba entre el musgo seco, sopló suavemente. De pronto, el musgo se encendió y envolvió la yesca, provocando un coro de comentarios sorprendidos y excitados. Se agregaron astillas. En el refugio en sombras, la llama emitió un resplandor rojizo que iluminó las caras de todos y pareció más grande de lo que era realmente.

La gente comenzó a hablar, con expresiones rápidas y excitadas, que eran la expresión de su asombro; los comentarios aliviaron la tensión que Ayla había estado alimentando con la expectativa. En pocos momentos –a los componentes de la caverna les pareció que había sido algo casi instantáneo– se había encendido el fuego. Ayla oyó algunos comentarios.

–¿Cómo lo consiguió?

–¿Cómo es posible que alguien encienda fuego con tal rapidez?

Se prendió otro fuego con una astilla encendida en el Hogar Ceremonial; después El Que Servía a la Madre se situó entre los dos sectores de llamas luminosas y habló:

–Muchas personas que no lo han visto no creen que las piedras puedan arder, a menos que tengamos una para demostrarlo, pero las piedras que arden son el don de la Gran Madre Tierra a los losadunai. A nuestros visitantes también se les ha concedido un don, una piedra del fuego; una piedra que produce una chispa para encender el fuego cuando se la golpea con un pedazo de pedernal. Ayla y Jondalar están dispuestos a regalarnos un fragmento de la piedra del fuego, no sólo para usarla, sino también para que la reconozcamos en el caso de que encontremos alguna. A cambio, quieren que les suministremos alimentos suficientes y algunas otras cosas para cruzar el glaciar –dijo Losaduna.

–Ya se lo he prometido –dijo Laduni–. Jondalar tiene sobre mí una promesa de futuro, y eso es lo que me pidió..., aunque no se trata de una petición grave. De todos modos, les habríamos suministrado alimentos y provisiones.

Hubo un coro de voces que manifestaron su acuerdo.

Jondalar sabía que los losadunai les habrían proporcionado alimentos, del mismo modo que Ayla y él habrían regalado una piedra del fuego a la caverna, pero no quería que más tarde lamentaran haberles cedido suministros y alimentos que podían provocar una situación de escasez si la primavera y la nueva estación de la abundancia llegaban tarde. Deseaba que sintieran que estaban haciendo una transacción ventajosa y también deseaba algo más. Se puso en pie.

–Hemos dado a Losaduna una piedra de fuego, que todos pueden usar –dijo–, pero en mi petición hay más de lo que parece. Necesitamos más alimentos y suministros de los que necesitamos para nosotros mismos. No viajamos solos. Nuestros acompañantes son dos caballos y un lobo, y necesitamos ayuda para atravesar el hielo con ellos. Necesitaremos alimentos para nosotros y para ellos; pero, lo que es incluso más importante, necesitaremos agua. Si se tratara sólo de Ayla y de mí, podríamos llevar un saco de agua lleno de nieve y hielo bajo nuestras túnicas, cerca de la piel, y así obtendríamos agua suficiente para nosotros, y quizá para Lobo; pero los caballos beben mucha agua. Por ese sistema no podemos derretir suficiente líquido. Os diré la verdad; necesitamos hallar el modo de transportar o derretir agua suficiente para atravesar todos el glaciar.

Hubo un coro de voces cargadas de sugerencias e ideas, pero Laduni las acalló.

–Pensemos en el asunto y reunámonos mañana con nuestras sugerencias. Esta noche es el festival.

Jondalar y Ayla ya habían suministrado motivos más que suficientes de agradable excitación y de misterio para animar los meses invernales generalmente sombríos de la caverna y habían suministrado un buen número de anécdotas que luego podrían relatar en las Reuniones de Verano. Ahora venía a sumarse el regalo de la piedra del fuego y, como complemento, el desafío de resolver un problema muy especial, un fascinante enigma práctico y teórico que proporcionaría a todos la oportunidad de poner a contribución su capacidad mental. Los viajeros contarían con una ayuda bien dispuesta y entusiasta.

Madenia había acudido al Hogar Ceremonial para ver la demostración con la prueba del fuego, y Jondalar mal podía ignorar que la joven había estado observándole muy atentamente. Él le había sonreído varias veces, a lo que Madenia había respondido sonrojándose y desviando la mirada. Jondalar se acercó a ella cuando la asamblea estaba disolviéndose y abandonando el Hogar Ceremonial.

–Hola, Madenia –dijo–. ¿Qué te pareció la piedra del fuego?

Era consciente de la atracción que a menudo ejercía sobre las jóvenes tímidas. Antes de los Primeros Ritos, las jóvenes no sabían qué podían esperar y se mostraban un poco temerosas, sobre todo en el caso de que se hubiese pedido al propio Jondalar que las iniciara en el don de los placeres de la Madre. A Jondalar siempre le había agradado revelarles el don durante los Primeros Ritos y lo cierto es que tenía una capacidad especial para ello; ésa era precisamente la razón por la cual le solicitaban con tanta frecuencia. El temor de Madenia se asentaba sobre buenos fundamentos; no eran las inquietudes amorfas de la mayoría de las jóvenes y a Jondalar le había parecido que era un desafío aún más importante lograr que llegase a conocer la alegría más que el sufrimiento.

Jondalar la miró con sus ojos azules de sorprendente luminosidad y sintió deseos de permanecer allí el tiempo suficiente para poder participar en los ritos estivales de los losadunai. Deseaba sinceramente ayudar a Madenia a superar sus temores y, en verdad, se sentía atraído por ella, lo cual subrayaba la potencia integral de su encanto, su magnetismo meramente masculino. El hombre apuesto y sensible sonrió a la muchacha y ella sintió que casi se le cortaba el aliento.

Madenia nunca había sentido antes algo semejante. Todo su ser sintió una oleada cálida, casi un fuego, y experimentó el ansia abrumadora de tocarle y de conseguir que él la tocase; pero la joven no sabía muy bien cómo manejar ese tipo de sentimientos. Trató de sonreír; después, avergonzada, abrió mucho los ojos y contuvo una exclamación ante su propia audacia. Retrocedió y estuvo a punto de huir a su propia morada. Su madre vio que se alejaba y la siguió. Jondalar ya había advertido antes esa reacción de Madenia. No era extraño que las jóvenes tímidas respondiesen de ese modo a Jondalar; esa actitud las hacía aún más atractivas.

–¿Qué le has hecho a esa pobre niña, Jondalar?

Miró a la mujer que había hablado y le dirigió una sonrisa.

–No sé por qué lo pregunto. Recuerdo el tiempo en que esa mirada casi me destruyó. Pero tu hermano también tenía su encanto.

–Y logró que recibieras la bendición –dijo Jondalar–. Te encuentro muy bien, Filonia. Feliz.

–Sí, Thonolan me dejó un fragmento de su espíritu y me siento feliz. Tú también pareces feliz. ¿Dónde conociste a esa Ayla?

–Es una historia larga, pero te diré que me salvó la vida. Fue demasiado tarde para Thonolan.

–Oí decir que le mató un león de las cavernas. Lo siento mucho.

Jondalar asintió, y cerró los ojos con un inevitable gesto de dolor.

–¡Madre! –dijo una niña. Era Thonolia, que llegó cogida de la mano por la hija mayor de Solandia–. ¿Puedo comer en el hogar de Salia y jugar con el lobo? Como sabes, el lobo simpatiza con los niños.

Filonia miró a Jondalar con un gesto de aprensión.

–Lobo no la lastimará. Es cierto, simpatiza con los niños. Pregúntaselo a Solandia. Lo aprovecha para entretener a su hijo más pequeño –dijo Jondalar–. Lobo se crio con los niños y Ayla le enseñó. Tienes razón, es una mujer notable, sobre todo con los animales.

–Imagino que no hay inconveniente, Thonolia. No creo que este hombre te permita hacer nada que pueda hacerte daño. Es el hermano del hombre de quien tomaste el nombre.

Se produjo una ruidosa conmoción. Se volvieron para ver a qué obedecía y las niñas se alejaron corriendo.

–¿Cuándo habrá alguien que haga algo respecto a ese... a ese Charoli? ¿Cuánto debe esperar una madre? –se quejó Verdegia a Laduni–. Tal vez debamos convocar un Consejo de Madres si los hombres no pueden resolver el asunto. Estoy segura de que entenderán los sentimientos del corazón de una madre y juzgarán con suficiente rapidez.

Losaduna se había unido a Laduni para apoyarle. La convocatoria del Consejo de Madres generalmente era el último recurso. Podía tener graves consecuencias; era un expediente al que sólo se acudía cuando no se encontraba otro modo de resolver un problema.

–Verdegia, no nos precipitemos. El mensajero enviado para hablar con Tomasi debe regresar de un momento a otro. Ciertamente, puedes esperar un poco más. Además, Madenia está mucho mejor. ¿No lo crees así?

–No estoy tan segura. Ha venido a refugiarse en nuestro hogar y no quiere decirme qué le pasa. Dice que no es nada y que no debo preocuparme por eso. Pero ¿cómo puedo evitarlo? –dijo Verdegia.

–Yo podría decirte qué le pasa –dijo por lo bajo Filonia–, pero no estoy segura de que Verdegia lo entienda. De todos modos, tiene razón. Hay que hacer algo respecto de Charoli. Todas las cavernas están hablando de él.

–¿Qué puede hacerse? –preguntó Ayla, uniéndose a las otras dos.

–No lo sé –dijo Filonia, sonriendo a la mujer. Ayla había venido para ver al hijo de Filonia y era evidente que el niño le agradaba–. Pero creo que el plan de Laduni es bueno. Piensa que todas las cavernas deben cooperar para encontrar y traer aquí a esos jóvenes. Le gustaría que los miembros de esa banda se separasen unos de otros y se apartasen de la influencia de Charoli.

–Sí, parece una buena idea –dijo Jondalar.

–El problema es la caverna de Charoli y si Tomasi, que está emparentado con la madre de Charoli, estaría dispuesto a cooperar en esto –dijo Filonia.

–Sabremos a qué atenernos cuando regrese el mensajero, pero puedo comprender lo que Verdegia siente. Si algo semejante le sucediera a Thonolia...

Meneó la cabeza, porque no pudo seguir hablando.

–Creo que la mayoría de la gente comprende lo que Madenia y su madre sienten –dijo Jondalar–. En general, la gente es decente, pero una mala persona puede provocar muchas dificultades a todo el mundo.

Ayla recordaba a Attaroa y estaba pensando lo mismo.

–¡Alguien viene! ¡Alguien viene!

Larogi y varios de sus amigos entraron corriendo en la caverna para proclamar a gritos la noticia; Ayla se preguntó qué habrían estado haciendo fuera, en medio del frío y la oscuridad. Pocos momentos después aparecieron, seguidos por un hombre de mediana edad.

–¡Rendoli! Tu llegada no podía ser más oportuna –dijo Laduni, con evidente alivio–. Dame la alforja y toma algo caliente. Has llegado a tiempo para participar en el Festival de la Madre.

–Es el mensajero que Laduni envió a Tomasi –dijo Filonia, sorprendida de verle.

–Bien, ¿qué ha dicho? –preguntó Verdegia.

–Verdegia –dijo Losaduna–, permite que este hombre descanse y recupere el aliento. ¡Acaba de llegar!

–Está bien –aceptó Rendoli, mientras dejaba la alforja y aceptaba de Solandia una taza de infusión caliente–. La banda de Charoli atacó la caverna que está cerca del desierto en el que se ocultan. Robaron comida y armas, y casi matan a la persona que intentó detenerlos. La mujer todavía está malherida y es probable que no se recobre. Todas las cavernas están furiosas. Cuando se enteraron del asunto de Madenia, fue la gota que desbordó el vaso. A pesar de su parentesco con la madre de Charoli, Tomasi está dispuesto a aunar fuerzas con las restantes cavernas para perseguir a esos jóvenes y detenerlos. Tomasi solicitó una asamblea con la mayor cantidad posible de cavernas. Por eso he tardado tanto en regresar. Esperé que se celebrara la asamblea. La mayor parte de las cavernas cercanas enviaron a varias personas. Tuve que adoptar decisiones en nombre de nuestra gente.

–Estoy seguro de que fueron decisiones acertadas –dijo Laduni–. Me alegro de que hayas estado allí. ¿Qué opinaron de mi sugerencia?

–Ya la han aceptado, Laduni. Cada caverna enviará exploradores para rastrearlos, y algunos ya han partido. Una vez que encuentren a la banda de Charoli, la mayoría de los cazadores de cada caverna saldrá a perseguirlos y traerlos. Nadie desea continuar soportándolos. Tomasi quiere apresarlos antes de la Reunión de Verano. –El hombre se volvió para mirar a Verdegia–. Y desean que tú acudas para presentar los cargos y la demanda –dijo.

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