Read Las llanuras del tránsito Online
Authors: Jean M. Auel
–¡Oh! Lo siento mucho. Deseaba que conociera a Thonolia. Estoy segura de que es la hija de su espíritu.
–Yo también estoy seguro. Se parece mucho a mi hermana, y ambos nacieron en el mismo hogar. Ojalá mi madre pudiera verla, pero creo que, de todos modos, le encantará saber que queda algo de Thonolan en este mundo, que queda un hijo de su espíritu –dijo Jondalar.
–Pero no has regresado solo –indicó.
–No, no ha regresado solo –confirmó Laduni–, y espera a conocer a algunos de sus restantes compañeros de viaje. No te lo vas a creer.
–Además, has llegado en el momento más oportuno. Mañana celebraremos un Festival de la Madre –dijo Laronia.
Los habitantes de la Caverna de las Sagradas Fuentes de Aguas Calientes esperaban con mucho entusiasmo el Festival para Honrar a la Madre. En medio del invierno, cuando la vida generalmente era más gris y aburrida, Ayla y Jondalar habían llegado y habían provocado la suficiente conmoción como para mantener estimulada durante mucho tiempo a la caverna; y contando con las inevitables anécdotas que serían el resultado de la visita, el interés se mantendría durante varios años. En el momento en que aparecieron cabalgando sobre el lomo de los caballos y seguidos por el Lobo que amaba a los niños, todos se habían formulado muchísimos interrogantes. Podían contar interesantísimas historias acerca de su viaje, y eran portadores de ideas nuevas y sugestivas; traían consigo artefactos fascinantes como los lanzavenablos y los pasahílos, y se los mostraban a todos.
Ahora todos hablaban acerca de cierta magia que la mujer les revelaría durante la ceremonia; era algo relacionado con el fuego, semejante a las piedras para quemar que ellos usaban. Losaduna había mencionado el asunto mientras tomaban la comida de la tarde. Los visitantes habían prometido ofrecer una demostración del lanzavenablos en el campo que se extendía frente a la caverna, con el propósito de que todos pudiesen apreciar sus posibilidades; Ayla se proponía demostrar lo que podía hacerse con una honda. Pero ni siquiera las exhibiciones prometidas avivaban la curiosidad de la gente tanto como el misterio relacionado con el fuego.
Ayla descubrió que ser constantemente el centro de la atención podía resultar tan agotador, aunque de un modo distinto, como viajar constantemente. A lo largo de la tarde la gente la había acribillado a preguntas y pedido su opinión y sus ideas con relación a temas acerca de los cuales carecía de conocimientos. Cuando el sol comenzó a ponerse, estaba fatigada y no deseaba continuar hablando. Poco después de oscurecer, se retiró de la reunión alrededor del fuego, en el sector central de la caverna, para ir a acostarse. Lobo la acompañó y Jondalar la siguió poco después, dejando a la caverna en libertad de chismorrear y hacer conjeturas en ausencia de los dos viajeros.
En el lugar para dormir que les habían asignado en un sector del espacio ceremonial y de vivienda de Losaduna, realizaron algunos preparativos con vistas al día siguiente; después se deslizaron bajo las pieles. Jondalar la abrazó y contempló la posibilidad de esbozar los gestos iniciales que a los ojos de Ayla eran la «señal» que él emitía cuando deseaba que ambos se unieran; pero Ayla parecía nerviosa e irritable, y él, por su parte, deseaba ahorrar fuerzas. Uno nunca sabía lo que podía esperarle en un Festival de la Madre; Losaduna había sugerido que podía ser un acierto moderarse y esperar para honrar a la Madre hasta que pasara el rito especial que habían proyectado.
Jondalar había hablado con El Que Servía a la Madre acerca de sus inquietudes respecto de su capacidad para tener hijos nacidos en su propio hogar y sobre la posibilidad de que la Gran Madre considerase que su espíritu era aceptable para crear una nueva vida. Habían llegado a la conclusión de que era conveniente un rito privado antes del festival para solicitar directamente la ayuda de la Madre.
Ayla permaneció despierta mucho después de oír la respiración más pesada del hombre que estaba a su lado en el suelo; se sentía fatigada, pero no conseguía dormir. Cambiaba de posición con frecuencia, evitando molestar a Jondalar con sus movimientos inquietos. Aunque dormitaba, no lograba conciliar el sueño profundo y sus pensamientos adoptaban formas extrañas mientras vacilaba entre las imágenes de la vigilia y los sueños caprichosos...
El prado mostraba su verdor reciente, con los lujuriosos brotes nuevos de la primavera, realzados por los diferentes matices de las flores coloridas. A lo lejos, el frente de color blanco marfil de una pared de roca, perforada por cavernas y surcada por hilos negros que se elevaban y rodeaban los salientes de los grandes riscos, casi relucía bañado por la luz que se derramaba desde el cielo azul alto y diáfano. La luz del sol reflejada relucía desde el río y corría a lo largo de la base, acercándose a veces y otras alejándose, y en general dibujando los contornos de la muralla sin seguirlos exactamente.
En un punto medio del campo que se extendía formando un terreno llano, lejos del río, un hombre estaba de pie y la miraba. Era un hombre del clan. De pronto, se volvió y caminó hacia el risco, apoyado en un báculo y arrastrando un pie, aunque avanzaba a buen paso. A pesar de que el hombre no dijo ni sugirió una palabra, Ayla sabía que deseaba que le siguiese. Caminó deprisa en pos del hombre, y cuando estuvieron a la par, él la miró con su único ojo bueno. Era un ojo de líquido marrón oscuro, colmado de compasión y poder. Ella sabía que su capa de piel de oso cubría el muñón de un brazo que le habían amputado a la altura del codo cuando era niño. Su abuela, una hechicera de mucha reputación, había cortado el miembro inútil y paralizado cuando sobrevino la gangrena, después de ser destrozado por un oso de las cavernas. Creb había perdido el ojo en el mismo episodio.
Cuando se aproximaron a la muralla de roca, ella vio una extraña formación cerca de la cumbre del risco saliente. Un peñasco alargado, más o menos chato, en forma de columna, más oscuro que el entorno cremoso de piedra caliza que lo sustentaba, se inclinaba sobre el borde, como si se hubiese detenido en ese sitio en el momento mismo de comenzar a desplomarse. La piedra no sólo producía la impresión de que se caería de un momento a otro, lo cual la inquietaba, sino que ella sabía al respecto algo que era importante; algo que debía recordar, algo que ella había hecho, o debía hacer, o no debía hacer.
Cerró los ojos, tratando de recordar. Vio la oscuridad, una oscuridad espesa, aterciopelada y palpable, tan absolutamente desprovista de luz como sólo puede hallarse en una caverna que se interna en la montaña. Un tenue parpadeo apareció en la distancia; ella avanzó a tientas en un estrecho pasaje, en dirección a la luz. Cuando se aproximó, vio a Creb con otros mog-ures, y de pronto experimentó un intenso temor. No deseaba ese recuerdo y se apresuró a abrir los ojos.
Y se encontró en la orilla del pequeño río que seguía su curso serpenteante a lo largo de la base de la muralla. Miró más allá del agua y vio que Creb ascendía por un sendero, en dirección a la formación de piedra que estaba a punto de caer. Ayla se había retrasado y ahora no sabía cómo cruzar el río para alcanzarle. Le llamó: «Creb, lo siento. No fue mi intención seguirte hasta el interior de la caverna».
Él se volvió y repitió las señas, dando a entender que había mucha urgencia. «Deprisa», dijo con señas desde el lado opuesto del río, que ahora era más ancho, más profundo, y estaba cubierto de hielo. «¡No esperes más! ¡Deprisa!».
El hielo se extendía y alejaba a Creb. «¡Espérame! ¡Creb, no me dejes aquí!», exclamó Ayla.
–¡Ayla! ¡Ayla, despierta! De nuevo estás soñando –dijo Jondalar, moviéndola suavemente.
Ella abrió los ojos y experimentó una profunda sensación de pérdida y un temor extrañamente intenso. Vio las paredes cubiertas de cuero de la vivienda y un resplandor rojizo proveniente del hogar, y miró la silueta envuelta en sombras del hombre que estaba a su lado. Extendió la mano y le cogió.
–¡Jondalar, tenemos que darnos prisa! Tenemos que partir inmediatamente de aquí –pidió.
–Lo haremos –dijo–. Tan pronto como podamos. Pero mañana es el Festival de la Madre y después tendremos que decidir lo que necesitamos para cruzar el hielo.
–¡El hielo! –gritó Ayla–. ¡Tenemos que cruzar un río de hielo!
–Sí, lo sé –dijo Jondalar, sosteniéndola y tratando de calmarla–. Pero necesitamos planear cómo lo podremos hacer con los caballos y Lobo. Necesitaremos alimento y descubrir el modo de conseguir agua para todos. Allí arriba el hielo es una masa permanente sólida.
–Creb dijo que nos diéramos prisa. ¡Tenemos que partir!
–Ayla, en cuanto podamos. Te lo prometo, en cuanto podamos –dijo Jondalar, sintiendo una punzada de inquietud. Sí, necesitaban partir y atravesar el glaciar cuanto antes, pero no podían irse antes del Festival de la Madre.
Aunque contribuyó poco a entibiar el aire helado, el sol del final de la tarde se filtró a través de las ramas de los árboles, que descomponían los rayos, pero no impedían el paso de la luz cegadora que venía del oeste. Hacia el este, los picos de las montañas cubiertas de hielo, que reflejaban el globo brillante que se hundía entre impresionantes nubes, estaban envueltos en un suave resplandor rosado que parecía surgir del interior del hielo. La luz desaparecería pronto, pero Jondalar y Ayla estaban todavía en el campo, frente a la caverna, aunque el propio Jondalar observaba al mismo tiempo que los demás.
Ayla respiró hondo y contuvo el aire, pues no quería estropear su visión con la niebla vaporosa de su aliento mientras apuntaba cuidadosamente. Movió las dos piedras que tenía en la mano; después puso una en la honda, echó hacia atrás la mano que sostenía la piedra y disparó soltando un extremo. Después, partiendo del extremo que aún sostenía, deslizó deprisa la mano para recuperar el extremo suelto, puso la segunda piedra en la honda, echó otra vez la mano hacia atrás y disparó. Podía disparar dos piedras con más velocidad de la que nadie había conseguido jamás.
–¡Ah! ¡Mirad eso! –Las personas que habían estado de pie frente a la amplia entrada de la caverna durante las demostraciones con el lanzavenablos y la honda también respiraron hondo y dejaron escapar el aire que habían estado conteniendo, mientras hacían comentarios sorprendidos y ponderativos.
–Destrozó las dos bolas de nieve que están al fondo del campo.
–Pensé que era buena con el lanzavenablos, pero es incluso mejor con la honda.
–Dijo que se necesitaba práctica para aprender a arrojar bien las lanzas, pero ¿cuánta práctica ha necesitado para arrojar así las piedras? –dijo Larogi–. Creo que será más fácil aprender a usar el lanzavenablos.
La demostración había concluido, y mientras caía la noche, Laduni se detuvo frente a la gente y anunció que el festín estaba casi a punto.
–Será servido en el hogar central, pero primero Losaduna consagrará el Festival de la Madre del Hogar Ceremonial y Ayla hará otra demostración. Lo que os va a mostrar es realmente notable.
Mientras la gente, todavía sorprendida, comenzaba a regresar a la caverna y se internaba hasta el fondo, lejos de la amplia entrada, Ayla vio que Madenia conversaba con algunos amigos y se alegró de comprobar que estaba sonriendo. Muchos habían comentado cuánto les complacía verla incorporarse a las actividades del grupo, aunque aún se advertía en ella una actitud tímida y retraída. Ayla no pudo evitar la idea de que las cosas eran muy distintas cuando la gente colaboraba. A diferencia de su propia experiencia, en la que todos habían pensado que Broud tenía derecho a forzarla cuando se le antojara y creían que Ayla era una mujer extraña porque se resistía y por eso la odiaba, Madenia contaba con el apoyo de su gente. Colaboraban con ella. Estaban encolerizados con quienes la habían forzado, comprendían que eso había sido una tortura y deseaban reparar el mal que le habían infligido.
Una vez que todos estuvieron instalados en el espacio cerrado del Hogar Ceremonial, El Que Servía a la Madre surgió de las sombras y permaneció en pie detrás de un hogar encendido, rodeado por un círculo de piedras redondas casi perfectamente iguales unas a otras. Tomó una pequeña vara con el extremo sumergido en brea, la acercó al fuego hasta que se encendió y después se volvió y caminó hasta la pared de piedra de la caverna.
Como su cuerpo impedía la visión, Ayla no pudo ver lo que estaba haciendo, pero, cuando una luz brillante le envolvió, la joven comprendió que había encendido algún tipo de fuego, probablemente una lámpara. Losaduna realizó algunos movimientos y comenzó a entonar una letanía conocida, la misma repetición de los diferentes nombres de la Madre que él había entonado durante el rito de purificación de Madenia. Estaba invocando el espíritu de la Madre.
Cuando se apartó de aquel lugar y se volvió hacia el grupo allí reunido, Ayla comprobó que el resplandor provenía de una lámpara de piedra que había encendido en un nicho excavado en la pared de la caverna. La lámpara proyectaba sombras móviles, más grandes que el objeto que las producía y que correspondía a un pequeño dunai; la luz destacaba la figura exquisitamente tallada de una mujer con generosos atributos maternales: pechos grandes y estómago redondeado; no estaba embarazada, pero presentaba abundantes reservas de tejido adiposo.
«Gran Madre Tierra, Antepasado Original y Creadora de Toda la Vida, Tus hijos han venido a manifestarte su aprecio y a agradecer todos Tus dones, grandes y pequeños, han venido a honrarte –canturreó Losaduna y los habitantes de la caverna se unieron a él–. Por las rocas y las piedras, los huesos de la tierra que da parte de su espíritu para nutrir el suelo, hemos venido a honrarte. Por el suelo que parte de su espíritu para nutrir a las plantas que crecen, hemos venido a honrarte. Por las plantas que crecen y ceden parte de su espíritu para nutrir a los animales, hemos venido a honrarte. Por los animales que dan parte de su espíritu para nutrir a los comedores de carne, hemos venido a honrarte. Y por todos los que ceden parte de su espíritu para alimentar, vestir y proteger a Tus hijos, hemos venido a honrarte.»
Todos conocían todas las palabras. Ayla advirtió que incluso Jondalar se había unido al resto, aunque decía las palabras en zelandoni. Ella comenzó pronto a repetir la parte de las «honras» y, aunque no conocía el resto, sabía que eran importantes. Tan pronto las oyó, comprendió que jamás podría olvidarlas.
«Por Tu grande y brillante hijo que ilumina el día y Tu bella y reluciente compañera que protege la noche, hemos venido a honrarte. Por Tus aguas que permiten la vida, colman los ríos y los mares y llueven desde los cielos, hemos venido a honrarte. Por Tu Don de la Vida y Tu bendición que recae sobre las mujeres y les permite crear vida como Tú haces, hemos venido a honrarte. Por los hombres, que fueron creados para ayudar a las mujeres a formar la nueva vida y de cuyo espíritu Tú te sirves para ayudar a las mujeres a crearla, hemos venido a honrarte. Y por Tu Don de los Placeres que los hombres y las mujeres obtienen cada uno del otro y que abren a una mujer de modo que pueda dar a luz, hemos venido a honrarte. Gran Madre Tierra, Tus hijos se reúnen esta noche para honrarte.»