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Authors: Jorge Ibargüengoitia

Tags: #Narrativa

Las muertas (17 page)

El inspector Teódulo Cueto, cuyo nombre aparece en el libro de Arcángela, en el capítulo “entregas” (ver Anexo 5), trató al principio de cumplir con su deber y al mismo tiempo de darles a las Baladro varias oportunidades para ponerse a salvo —entrevista al capitán Bedoya en la cantina del hotel Gómez, entra en el Casino cuando no hay nadie adentro, no efectúa la captura cuando encuentra a la mujer que tiene órdenes de aprehender—. Es posible que haya aceptado los diez mil pesos que le ofreció Arcángela, no por cerrar el caso indefinidamente, sino por darles a ellas dos días de delantera. Es posible también que el inspector haya cambiado de opinión en determinado punto de la investigación —cuando encontró en el corral la mano de Blanca, por ejemplo— y decidió apresurar la operación y efectuar la captura. Las Baladro hubieran necesitado otras veinticuatro horas para ponerse a salvo.

Hay que admitir que esta posibilidad no explica que el inspector haya descubierto el cadáver de Blanca en su segunda visita al Casino del Danzón, lo cual, parece, ocurrió por pura casualidad.

17
LA JUSTICIA DEL JUEZ PERALTA

1

Al quedar encargado de formar proceso contra «Serafina y Arcángela Baladro y otros», el juez Peralta tuvo como primer cuidado dividir a los diecinueve detenidos en dos grupos. Los que al hacer declaración preparatoria se quejaron de algún maltrato fueron considerados víctimas, los que no se quejaron de nada fueron considerados presuntos culpables.

El siguiente paso consistió en separar físicamente a las víctimas de los culpables. Las seis mujeres que quedaron en la primera categoría fueron sacadas de la celda en que estaban y llevadas a una habitación que se había preparado para ellas en el edificio de los juzgados, sin rejas y con vista al patio interior, en la que se habían puesto las camas que habían prestado varias familias cristianas. El juez concedió a estas mujeres permiso de salir a la calle, recordándoles la obligación que tenían de estar presentes durante los actos legales. Las eximió también de la obligación de comer la comida que hacía la esposa del celador —que según opinión generalizada era abominable— y un grupo de señores de Concepción de Ruiz, encabezados por el Presidente Municipal, reunieron el dinero que se necesitaba para pagar a una fondera del mercado que llevaba todos los días al edificio del juzgado almuerzo y comida para seis en una porta vianda. El público estaba preocupado por el estado de salud de estas mujeres, en cuyas declaraciones afirmaban no haber comido suficientemente en más de un año.

—Nomás espérense a que nuestros amigos influyentes sepan lo que están haciendo con nosotras y verán quién tiene la razón —dijo Arcángela cuando el actuario leyó las acusaciones que aparecían en las actas.

Dos días pasaron. Los amigos influyentes no aparecieron y las Baladro no pudieron comunicarse siquiera con el licenciado Rendón. Estaban sin defensor. Cuando se supo esto, tres mujeres que no se habían quejado de nada pidieron al juez que les permitiera agregar a sus declaraciones que cuando habían empezado a trabajar con las hermanas Baladro estaban engañadas respecto al oficio que iban a ejercer —dos de ellas llegaron a la casa del Molino creyendo que iban a ser criadas y la otra creyó que aquello era una fábrica de cerillos—, habían sido menores de edad, se habían quedado —diez, doce y quince años respectivamente— en contra de su voluntad y nunca recibieron pago por sus servicios.

El día que agregaron esto a sus declaraciones, las tres mujeres fueron sacadas de la celda y recibieron en adelante tratamiento de víctimas.

2

Al principio las Baladro se negaron a hacer ninguna declaración antes de consultar con su abogado. Como pasó el tiempo y el licenciado Rendón no apareció, ellas tuvieron que contestar sin consejo a un interrogatorio preliminar.

Pregunta: ¿A qué atribuye usted la presencia de tres cadáveres en el corral de su casa?

Respuesta: No sabemos nada de eso. Quién sabe quién los habrá puesto allí.

O bien:

Pregunta: Varias mujeres empleadas se quejan de que ustedes estaban matándolas de hambre. Dicen que le daban de comer nomás una tortilla y cinco frijoles a cada una. ¿Qué responde usted a esto?

Respuesta: Es mentira. Les dábamos lo mismo que se come en todos lados. Hasta sopa de fideo.

Al cuarto día de la captura, los comentaristas de varios periódicos dijeron en sus artículos que las Baladro tenían influencias tan grandes en el Estado del Plan de Abajo que iba a ser imposible condenarlas. En respuesta de este rumor, el juez Peralta declaró un embargo provisional de todas las propiedades de las hermanas «con el objeto de proteger los medios de indemnización de las víctimas».

Arcángela sufrió un síncope cuando supo la noticia.

—¡Quieren quitarnos nuestras propiedades! —dijo cuando se recuperó.

Salió en los periódicos agarrada de las rejas, como si quisiera romperlas. «Debe seis muertes y nomás piensa en sus propiedades», dice el pie de foto.

En vista de que el defensor de las acusadas no daba señales de vida, el juez Peralta nombró al licenciado Gedeón Céspedes para que desempeñara este trabajo.

Después de consultar con sus defendidas, el licenciado fue entrevistado por periodistas.

—No me malinterpreten —dijo—. Defiendo a estas mujeres porque es mi obligación, ya que soy defensor de oficio. Pero no estoy de acuerdo con ellas. Al contrario, creo que merecen la pena de muerte, que desgraciadamente no existe en el Estado del Plan de Abajo.

3

«… que le tenían prohibido salir, que casi no le daban de comer y que en una ocasión, cuando ella y tres de sus compañeras hicieron algo que no les pareció a las señoras, las cuatro fueron encerradas en un cuarto en el que entró Serafina y dijo a la declarante: “toma este palito y pégale con él a aquéllas. Si veo que no les pegas fuerte, yo te pego a ti”. (Muestra los moretones)».

«… que vio cómo la señora Arcángela Baladro destapaba el bulto que estaba sobre la mesa. Era la carabina. La susodicha dijo entonces las siguientes palabras: “esta carabina te la dejo aquí para que te defiendas, en caso de que alguien se quiera llevar las vacas”».

«… que la misma señora Arcángela Baladro le dijo en otra ocasión: “aquí te dejo estas cuatro mujeres, cuídalas bien. Si ves que alguna se quiere ir, le suenas con la carabina que te di para que cuidaras las vacas”. Por eso dice el declarante que al disparar no hizo más que obedecer órdenes».

Sobre la culpabilidad del capitán Bedoya:

«Que estando la declarante con otras mujeres lavando ropa en los lavaderos vio entrar en el corral al capitán Bedoya que caminaba hacia la barda del fondo, desabrochándose la bragueta con intenciones de orinar, cuando de pronto se detuvo y se quedó mirando un bulto que estaba debajo del limonero. “¿Qué es esto?”, les preguntó a ellas y ellas contestaron, “es Blanca”, que el capitán se puso de mal humor y le dijo a la señora Serafina, “dile a Ticho que esta noche cargue a Blanca, la lleve a la orilla del pueblo y la deje en los basureros para que se la coman los perros”».

«… que vio al capitán Bedoya cortando varas de una mata que había en el corral y probándolas en la palma de su mano para ver cuál era la que golpeaba más recio…».

«… que cuando servía la mesa oyó que el capitán decía a la señora Serafina: “estas mujeres que viven aquí ya no sirven, tienen la carne muy floja. Para que alguien las quiera tienes primero que echarlas en mole y después servirlas en tacos”…».

«… que no tiene la menor duda de que el capitán Bedoya era amasio de Serafina Baladro y de que a veces dormía con ella, ya que en varias ocasiones la declarante sirvió la mesa del comedor y vio cómo el susodicho capitán se quitaba el cinturón después de cenar…».

«… que todas las mañanas el capitán almorzaba un huevo que ellas, en la cocina, veían pasar…». Estas declaraciones y otras semejantes sirvieron de fundamento al juez Peralta para establecer en contra del capitán Bedoya el cargo de cómplice y director intelectual de los delitos acumulados. “burla”.

Cargos en contra de la Calavera:

«… que cuando llegaron al rancho Los Ángeles una mujer llamada Rosa N se puso muy enferma y que la declarante vio que la mujer que tiene por mal nombre Calavera, se acercaba a la enferma y le decía, “voy a hacerte un té de orégano”, que después fue al brasero y puso agua a hervir, a la que echó varios ingredientes que la declarante ignora qué fueron, que vio cómo la susodicha Calavera ponía el té en un jarro y se lo daba a beber a la enferma, la cual murió en pocas horas y fue enterrada en un agujero que hizo en el suelo el individuo apodado Ticho».

«… ella —la Calavera— podía salir a la calle y nosotras no, ella hacía la comida y nosotras no teníamos permiso ni de encender la lumbre…» «… ella —la Calavera— fue la que le dio a beber a Blanca la Coca cola que la mató…». No hay referencia en el expediente al intento que hicieron cuatro mujeres de enterrar viva a la Calavera en el excusado viejo. .

Cargos en contra del Escalera:

«… que cuando iban a ser trasladadas de San Pedro de las Corrientes a Concepción de Ruiz, la declarante y otra mujer quedaron sentadas junto al chofer apodado Escalera, quien abrió la portezuela del lado donde estaban ellas y dijo: “aquí cabe usted, capitán, siéntese”, y el capitán se sentó oprimiendo a las dos mujeres y haciéndolas sentir como que se sofocaban, que en esa ocasión la declarante dijo “siento que se me rompen los huesos” y que nadie le hizo caso…».

El párrafo anterior demuestra que el Escalera violó las leyes de tránsito del Estado del Plan de Abajo por dos conceptos: transportar pasaje en condiciones que ponen en peligro la salud, y transportar prostitutas en el territorio de un Estado en donde la prostitución está prohibida. La declaración de Simón Corona —capítulo 2— lo dejó sospechoso de haber transportado cadáveres.

Etcétera.

Al quinto día del juicio Aurora Bautista pidió al juez que le permitiera modificar su declaración de la siguiente manera: donde dice “hacían cuentas cada mes y de lo que ella ganaba le descontaban los gastos, pero durante el último año, ni hicieron cuentas ni le entregaron un centavo…”, que diga “hacían cuentas cada mes, pero nunca le entregaron un centavo…”.

Donde dice «cuando llegó a trabajar en la casa del Molino tenía diecinueve años», que diga  “no recuerda bien la edad que tenía, pero parece que eran dieciséis años“.

Pide además, dice el acta, agregar lo siguiente: «que ella vio a las hermanas Serafina y Arcángela Baladro empujar a dos mujeres que se cayeron de un balcón el día 14 de septiembre».

4

La primera noticia del caso de las hermanas Baladro apareció en la página 8 del
Sol de Abajo
, en una sección fija intitulada «Noticias de Concepción de Ruiz». Cuando se supo que los tres cadáveres encontrados eran de mujeres jóvenes y que el lugar donde se hallaron había sido burdel, la noticia pasó a la primera plana de todos los periódicos del país. Al tercer día, un público enorme y atento se enteró del descubrimiento de otros tres cadáveres en el rancho Los Ángeles.

Concepción de Ruiz se llenó de periodistas, fotógrafos y curiosos. Al hacer la reconstrucción de los hechos, el juez Peralta contó 119 personas que no tenían por qué estar presentes. El careo entre Serafina Baladro y Aurora Bautista —en el que ambas mujeres se insultaron y se llamaron mentirosas— se llevó a cabo ante las lentes de veintitrés cámaras. A petición de los fotógrafos de la prensa, las víctimas —nueve para esas fechas— posaron hincadas en la azotehuela con los brazos en cruz, sosteniendo piedras semejantes a las que había escogido el capitán Bedoya.

Los periodistas y el público en general hubieran querido encontrar más cadáveres. Este interés afectó la comprensión de la historia. Por ejemplo, la declaración de Simón Corona, en la que dice haber ayudado a las hermanas Baladro a transportar un cadáver a la sierra en 1960, dio origen a la idea de que durante muchos años las hermanas Baladro habían tenido por ocupación la de asesinar mujeres y arrojarlas a los lados de la carretera o enterrarlas en un rincón del corral. Las víctimas trataron de hacer memoria y en los periódicos aparecieron testimonios como éste: «recuerda a una mujer llamada Patricia que estuvo trabajando unos días en el México Lindo y que después desapareció sin que nadie volviera a tener noticias de ella»…, etc. Las autoridades de San Pedro de las Corrientes ordenaron que se levantara el piso del México Lindo, para ver si había cadáveres enterrados: no se encontró nada. En la redacción del
Sol de Abajo
se recibieron más de treinta cartas de madres de familia que habían perdido contacto con una o varias hijas, que tenían motivos para sospechar que estaban en casas de prostitución y pedían al director del periódico que les dijera si entre los cadáveres o entre las víctimas vivas había alguna que se pareciera a la foto adjunta.

El último intento de encontrar más cadáveres lo hizo el inspector Cueto. Sacó de la cárcel, con escolta, a cinco de los acusados: el capitán Bedoya, el Escalera, Teófilo Pinto, Ticho y el Valiente Nicolás y los llevó al Casino del Danzón. Los reunió en el cabaret y les entregó palas y picos. Les ordenó excavar en el centro de la pista, con la advertencia de que no iban a suspender el trabajo hasta que no encontraran un cadáver. (Su intención al dar esta orden, explicó el inspector a los periodistas, era hacer que alguno de los acusados confesara dónde había un cadáver, en vez de seguir escarbando indefinidamente en donde sabía que no había nada). Como ninguno de los acusados confesó, los cinco excavaron durante tres días enteros, primero en el cabaret —dejando el agujero que puede contemplarse hasta la fecha—, después en el corral y por último en el barbecho, en un lugar escogido arbitrariamente por el inspector Cueto.

5

El juez Peralta encontró que «Serafina y Arcángela Baladro y otros» eran culpables de los siguientes delitos: homicidio en primer grado, homicidio por irresponsabilidad, privación ilegal de la libertad, maltrato físico y moral, posesión ilegal de armas de fuego, portación ilegal de ídem, amenazas con ídem, corrupción de menores, lenocinio, privación de ingresos a un tercero, dolo, ocupación ilegal de una propiedad incautada, violación de las leyes de inhumación, violación de las leyes de tránsito federal y del Estado, y ocultación de bienes.

En consecuencia, el juez dictó sentencias: a Serafina y Arcángela Baladro, por ser responsables de los delitos acumulados, treinta y cinco años de cárcel; al capitán Bedoya, por ser cómplice y director intelectual de los ídem, veinticinco años de cárcel; a la Calavera, veinte años, por un homicidio en primer grado —el de Rosa N— y otro por irresponsabilidad —el de Blanca—; a Teófilo Pinto, veinte años, por dos homicidios en primer grado; a Eulalia, su esposa, quince años, por descolgar la carabina de la pared y entregársela a su marido; a Ticho, doce años, por violar las leyes de inhumación y por complicidad en los delitos acumulados; al Escalera, seis años, por violar las leyes de tránsito y por complicidad en los delitos, etc.

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