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Authors: Jorge Ibargüengoitia

Tags: #Narrativa

Las muertas (16 page)

Dice que se volvió como loca. Cruzó la calle esquivando los coches, le dio un codazo a un hombre gordo que le estorbaba el paso, corrió unos metros, llegó a la esquina, y se quedó allí parada, mirando en todas direcciones, sin encontrar el rastro del hombre que odiaba.

Dice que perdió el rumbo, que anduvo por las calles, que tuvo que preguntar el camino para regresar al hotel. En este extravío se le recrudecieron las ganas de vengarse.

—¿Cómo es posible que una ofensa tan terrible se quede sin castigo? No es justo.

Dice el capitán Bedoya que cuando regresó al hotel encontró a Serafina transformada. En vez de estar asomada en el balcón, como él esperaba, la vio, cuando abrió la puerta, sentada en una silla, en un rincón de la habitación casi a oscuras. Lo miraba. Era evidente que había estado esperándolo. Apenas había entrado él, ella dijo:

—Hay en mi vida algo que tú no sabes.

Es posible imaginar al capitán quitándose la chamarra, entrando en el cuarto de baño y orinando con la puerta abierta, mientras Serafina, de pie en el centro de la habitación describe, con voz transida por la emoción, la historia de sus relaciones con Simón Corona —de quien el capitán ignoraba la existencia—. Se oyen las palabras “burla”, “ingratitud”, “imperdonable”, etc., y termina diciendo:

—Para matar a ese hombre quería yo la pistola calibre .45 que tú me vendiste…

Lo que ocurre después es sorprendente: el capitán Bedoya, en vez de decirle a Serafina que está diciendo tonterías, que procure calmarse y olvidar el incidente, le da la razón y promete ayudarla a llevar a cabo la venganza.

Según parece, Serafina pasó el día siguiente caminando por las calles de Mezcala en busca de Simón Corona. No lo encontró —después se supo que Simón Corona no estuvo en esa ciudad en esos días, lo que Serafina vio en la calle fue una ilusión—. El capitán la convenció con trabajos de regresar a Concepción de Ruiz. Ella no olvidó ni el propósito que se había hecho, ni la promesa del capitán de ayudarla, por lo que unos días después, Serafina, el capitán, el Valiente Nicolás y el Escalera, emprendieron el viaje al Salto de la Tuxpana. (Véase el Capítulo 1).

(Durante el juicio, el capitán Bedoya sostuvo que el viaje al Salto de la Tuxpana tuvo por finalidad “darle un buen susto” a Simón Corona, no matarlo, como hubiera podido pensarse a juzgar por la cantidad de disparos con armas de calibres letales que Serafina y el Valiente Nicolás hicieron hacia el interior de la panadería. La declaración del Valiente concuerda con la del capitán: dijo ser gran tirador, que no hubiera tenido dificultad en atinarles a los dos que estaban echados en el piso, detrás del mostrador. Serafina, en cambio, a la pregunta del juez “¿cree usted que este hombre —Simón Corona— merecía la muerte por dejarla en una esquina esperándolo, cuando no tenía intenciones de regresar?”, contestó que sí y después confesó que al pararse en la puerta de la panadería, disparó contra los cuerpos, pero que la pistola calibre .45 “no la obedeció”).

16
LLEGA LA POLICÍA

1

—¿Sospecha usted de alguien que pueda ser el autor de este ataque? —preguntó el agente del Ministerio Público del Salto de la Tuxpana a Simón Corona, que estaba vendado y recostado en una cama del puesto de socorros.

Simón contestó sin titubear que de Serafina. Al pedirle el agente las señas de la presunta culpable, Simón dio la dirección de la casa del Molino, porque no sabía que existiera el Casino del Danzón. A partir de ese momento, la averiguación sigue rutas burocráticas, se convierte en papeles que se quedan días enteros en el cajón de un escritorio, que se multiplican, que regresan al punto de partida, que salen reexpedidos, que llegan a otra oficina, que se quedan otros días en el cajón de otro escritorio. En este caso no sabe uno de qué admirarse más, si de la tortuosidad o de la infalibilidad de la justicia. El trámite burocrático culmina cuando llega a las manos del inspector Teódulo Cueto, de la policía de Concepción de Ruiz, en forma de un papel que dice: «Sírvase poner a disposición de la Procuraduría del Estado de Mezcala a la señora Serafina Baladro Juárez, etc.».

Lo primero que hizo el inspector al recibir esta orden fue entrevistarse con el capitán Bedoya en la cantina del hotel Gómez. El inspector Cueto niega haber tenido esta entrevista. El capitán Bedoya, en cambio, describe lo que se dijo en ella de la manera siguiente:

Me dijo que me avisaba que le había llegado orden de aprehender a Serafina, por lo que era prudente que ella pusiera sobre aviso a su abogado. Yo le dije que no entendía por qué había orden de aprehensión contra Serafina ni menos por qué ella había de necesitar abogado. El inspector me dijo entonces que había ocurrido una balacera en el Salto de la Tuxpana y que el nombre de ella aparecía en las actas. Al oír esto yo contesté:

—Le juro a usted, inspector, como oficial del Ejército Mexicano y por el honor de mi santa madre, que Serafina no conoce a nadie en el Salto de la Tuxpana, ni ha estado en ese pueblo, ni sabe dónde está y es posible que ni se imagine que exista.

El inspector me dijo que me agradecía mi sinceridad, que estaba seguro de que sobre la cabeza de Serafina no pesaba ningún delito. Sin embargo, iba a tener que aprehenderla. Yo entonces le di las gracias por haberme dado el pitazo. Él agregó que, de acuerdo con las instrucciones que tenía, su obligación era romper al día siguiente los sellos del Casino del Danzón y revisar el interior del local. Me dijo que tenía la seguridad de encontrar todo en orden. Yo le dije que no tuviera pendiente. Que todo estaba en orden. Dicho lo cual, nos despedimos.

Se despidieron y el capitán Bedoya se fue lo más pronto que pudo al Casino. La noticia, como es natural, causó consternación. Dice la Calavera que Arcángela recriminó a Serafina:

—Por egoísta, por buscar nomás tu venganza —parece que le dijo— nos hundiste.

Serafina contestó:

—¿Qué culpa tengo de haber nacido apasionada?

Hubo movilización y órdenes perentorias. Ticho hizo mezcla en el comedor y empezó a tapar el boquete. Fue llamado el Escalera. Se dieron órdenes a las mujeres de preparar las cobijas y los trastos para ir a pasar la noche en el rancho Los Ángeles. Serafina trató de comunicarse con el licenciado Rendón, quien en este punto desaparece de la historia. Las Baladro intentaron comunicarse con él en más de treinta ocasiones durante los siguientes quince días, sin conseguirlo. Hubo titubeos. Serafina propuso a su hermana, ante testigos:

—Vámonos a los Estados Unidos.

Pero se fueron al rancho. En la tarde, el Escalera hizo cuatro viajes en el coche. Las once mujeres que quedaban volvieron a estar reunidas. Pusieron petates en la troje y durmieron en ella, bajo la vigilancia de la Calavera, en armonía aparente. Hizo frío. En la mañana se descubrió que Rosa tenía calentura. La Calavera diagnosticó resfriado y para curarlo preparó té de orégano. Rosa lo bebió, pareció aliviarse y murió tres horas después. Ticho la enterró al pie del bordito, en una fosa que cavó precipitadamente, contigua a las otras dos.

2

Al día siguiente, 14 de enero, el inspector Cueto rompió los sellos de la casa en la calle Independencia y entró en ella acompañado de tres uniformados y un actuario. Parece que la recorrieron sin encontrar nada que les pareciera irregular. Quince minutos apenas estuvo la policía en el interior de la casa. En el acta que se levantó se pasó por alto la circunstancia de que las tortillas que había en la cocina no podían haber estado allí dos años.

Esa tarde, el inspector Cueto fue al rancho Los Ángeles. El agua del caño de riego había vuelto a trasminarse, el camino estaba lodoso, el coche se atascó. Mientras los tres policías y el actuario trataban de desatascarlo, el inspector caminó los doscientos metros que lo separaban de la casa. Arcángela y Serafina estaban en el portal, como esperándolo. Dice el inspector Cueto que antes de que él tuviera tiempo de darles las buenas tardes a las señoras, Arcángela le dijo:

—Le doy diez mil pesos por decir que no encuentra a mi hermana en ninguna parte.

No se sabe lo que el inspector contestó. (Las Baladro nunca dijeron ofrecerle dinero o habérselo entregado). Esa noche el inspector escribió un parte que mandó a la Jefatura en el que dice haber roto los sellos del Casino del Danzón, inspeccionado el interior y visitado el rancho Los Ángeles, «sin haber encontrado a la persona que se busca». El tono de este documento es definitivo. El que lo lee ignorando la historia podría suponer que allí terminó la pesquisa.

No fue así. Al día siguiente el inspector Cueto regresó al Casino del Danzón, acompañado, como en la ocasión anterior, por tres policías uniformados y un actuario.

(Conviene notar que los motivos que tuvo el inspector Cueto para regresar al Casino son tan oscuros como los que tuvo para advertirle al capitán Bedoya que estaba a punto de hacer una aprehensión cuando conversó con él en la cantina del hotel Gómez. La explicación que él ha dado de su actuación es la siguiente:

El tamaño de la suma que me ofrecía la señora Arcángela era tan grande que me hizo sospechar que lo que tenían las señoras Baladro en la conciencia era un delito más grave que la balacera en el Salto de la Tuxpana, en la que nadie había perdido la vida ni salido herido de gravedad. Por esto decidí regresar al Casino del Danzón y practicar una investigación más minuciosa).

En la segunda visita al Casino del Danzón el inspector Cueto y sus hombres recorrieron los cuartos, subieron y bajaron las escaleras, entraron y salieron del cabaret, pasaron por la cocina, examinaron la covacha y llegaron por fin al corral. Han de haber encontrado infinidad de rastros de que el lugar había estado habitado recientemente, pero no era lo que buscaban. En el corral, el inspector anduvo de un lado para otro.

De pronto —dice—, me di cuenta de que los pies se me estaban hundiendo.

Mandó llamar a uno de los policías que lo acompañaban y le ordenó:

—Coge una pala y haz aquí un agujero. Quiero ver qué es lo que hay debajo.

Cuando la excavación llegó a un metro de profundidad apareció lo que quedaba de una mano de Blanca.

3

Después de este encuentro sensacional, se produce una interrupción de varias horas: el inspector Cueto pide refuerzos a Pedrones y espera a que lleguen antes de dar el siguiente paso. Pierde más tiempo después, tomando precauciones: grupo de tiradores al sur del rancho Los Ángeles para cortar la salida a la carretera; al norte, otro grupo de tiradores para proteger el avance, etc. El inspector es el primero en llegar a la casa. Lleva sombrero lejano, chaleco blindado y una pistola en la mano. La casa está vacía. Cuando la policía forzó la puerta de la troje, encontraron a la mayoría de las mujeres que estaban encerradas en ella quejándose de no haber probado bocado en veinticuatro horas.

Una de las cautivas —Aurora Bautista— dice haber oído a las Baladro decir la palabra «Nogales». Al oír esto, el capitán actúa por primera vez rápidamente. Ordena que las mujeres que están en la troje sean llevadas a la Inspección de Policía y él, con dos agentes, sube en su coche y conduciendo a toda velocidad va en dirección de Pedrones.

Llegan a la terminal de autobuses a tiempo de detener el que a esas horas sale rumbo a Nogales. El inspector Cueto lo aborda y se queda un momento parado en el pasillo, mirando a su alrededor. En los asientos 23 y 24 hay dos mujeres, en apariencia dormidas, que se han cubierto las caras con los rebozos. Son las hermanas Baladro.

4

Cuando las Baladro llegaron a la Inspección de Policía de Concepción de Ruiz fueron llevadas por un pasillo al que daba la oficina en donde estaban rindiendo declaración las mujeres que habían estado encerradas en la troje. Dicen que al verlas pasar custodiadas, varias de ellas se levantaron de la banca donde estaban sentadas, fueron a la puerta y desde allí les gritaron “viejas de porra”, "boconas”, etc. Estos insultos, que retumbaron en el pasillo, fueron los primeros que recibieron las hermanas Baladro de sus empleadas.

El capitán Bedoya había quedado en encontrarse con Serafina en Nogales —habían hecho cita en la terminal de camiones—. Ignorante de que las Baladro habían sido aprehendidas, durmió en el cuartel, se levantó temprano, pasó revista a la tropa, desayunó en el hotel Gómez y llegó al Banco Comercial del Plan de Abajo cuando apenas lo estaban abriendo.

El capitán estaba llenando una ficha para retirar los fondos que tenía en su cuenta de ahorros, cuando entraron en las oficinas los dos agentes que venían a aprehenderlo. Se acercaron a él y uno de ellos le dijo, en voz baja, para que no se dieran cuenta los empleados del banco de lo que estaba ocurriendo:

—Mi capitán, dése preso.

Dice el agente que al oír esto, el capitán Bedoya no parpadeó. Rompió la ficha, guardó la pluma y extendió los puños juntos, para que el otro se los esposara. Pero el agente no llevaba esposas consigo, por lo que los tres hombres salieron del banco agarrados del brazo, como si fueran amigos que les hubiera dado gusto encontrarse.

El Valiente Nicolás, que creía no tener ninguna culpa, fue apresado en el cuartel. El Escalera, que también se creía inocente, fue aprehendido dos días después, cuando estaba comentando el caso de las Baladro con otros choferes, sentado en el escalón del atrio de San Francisco. A Ticho nadie lo denunció y nadie lo había buscado. Él se entregó voluntariamente cuando supo que las Baladro estaban presas. Casi le costó trabajo que la policía lo dejara entrar en una celda. Eulalia y Teófilo Pinto hubieran podido escapar, porque la policía no tenía fotos de ellos, si no se les ocurre cruzar la frontera —querían «ponerse a salvo»—. Fueron aprehendidos en Tejas por viajar sin pasaporte y entregados a la policía mexicana, a la que le dieron sus verdaderos nombres.

La cárcel de Concepción de Ruiz, en donde generalmente no había más presos que los borrachos que eran soltados en la mañana después de barrer las calles, tuvo en su seno, por primera vez, diecinueve internados.

Unos días después fueron veinte: Simón Corona fue llevado a Concepción de Ruiz a declarar. Estuvo allí apenas un día, porque otro recluso, no se supo quién, le dio una puñalada —que no fue mortal— y Simón tuvo que ser trasladado de urgencia a un hospital.

5

El papel que desempeña el inspector Cueto en la aprehensión de las hermanas Baladro es una de las partes oscuras de esta historia. Puede explicarse tentativamente así:

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