Las muertas (5 page)

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Authors: Jorge Ibargüengoitia

Tags: #Narrativa

5
HISTORIA DE LAS CASAS

1

Dice la señora Eulalia Baladro de Pinto:

Los periódicos dijeron que el negocio de mis hermanas lo heredaron de mi padre, que mi padre fue famoso en Guatáparo por sus costumbres disolutas, y que murió de un balazo que le dieron los federales. Puras mentiras. Mi padre fue un hombre honrado, comerciante, nunca puso los pies en una casa de mala nota y no vivió en Guatáparo sino en San Mateo el Grande, en donde nacimos sus tres hijas y en donde todavía hay personas que lo recuerdan con admiración y respeto. Nunca tuvo pleitos con nadie y menos que nadie con los federales. Murió en San Mateo, en el año 47, de un dolor que le vino, confesado y comulgado, sin saber, por fortuna, que mis hermanas anduvieran metidas en una vida que a él no le hubiera parecido bien.

Mi hermana Arcángela llegó a ser dueña de un antro de vicio sin querer. Ella era prestamista, uno de los deudores no le pagó a tiempo y ella tuvo que quedarse con las propiedades, entre las que había una cantinita que estaba en las calles de Gómez Farías, en Pedrones. Durante meses anduvo buscándole administrador sin encontrar ninguno que saliera honrado, por lo que no le quedó más remedio que regentearla ella misma. Le fue tan bien que a la vuelta de dos años abrió la casa del Molino, que llegó a ser famosa en Pedrones.

Años más tarde, gracias a la amistad que tuvo con un político del Estado de Mezcala, le dieron licencia de abrir un negocio en San Pedro de las Corrientes. En esa ocasión fue a visitarme y me dijo:

—Voy a radicarme en San Pedro, ¿no te interesaría encargarte de un changarro que tengo en la calle del Molino?

Yo estaba casada con Teófilo y nada me faltaba entonces, pero quise saber qué clase de changarro era para ver si podía atenderlo sin faltar a mis obligaciones domésticas. Hasta ese día supe a qué se dedicaba mi hermana. Apenas podía creerlo.

—Primero muerta —le dije— que administrar un lugar de ésos.

Arcángela tomó a mal esta respuesta y durante años estuvimos distanciadas. Al ver que yo me negaba fue con el ofrecimiento a mi hermana Serafina, porque a pesar de sus defectos siempre ha tenido la idea de que los negocios deben quedar en la familia. Serafina aceptó porque era joven, inexperta, acababa de tener una desilusión amorosa y trabajaba de hilandera en la fábrica La Aurora. Ella se quedó al frente de la casa del Molino y Arcángela se fue a vivir en San Pedro de las Corrientes en donde abrió el México Lindo, que iba a ser el cabaret más famoso de esa ciudad.

Durante muchos años pareció que Dios las socorría. Mientras mi marido y yo perdimos todo lo que teníamos tres veces, trabajando honradamente, mis hermanas se volvieron ricas viviendo de la inmoralidad.

Dice Arcángela Baladro:

El negocio de la prostitución es muy sencillo, lo único que se necesita para que salga bien es tener mucho orden.

A las ocho de la noche bajan las muchachas de los cuartos y pasan delante de mí para que yo vea que están limpias, arregladas y peinadas. Se sientan en las mesas del cabaret. El encargado de la cantina tiene la caja en ceros. Se conecta la sinfonola y se abre la cortina de acero. Empiezan a llegar los clientes. Unos ya conocen el lugar y van derecho a la mujer que les gusta y la invitan a sentarse con ellos en una mesa, otros andan destanteados o son retraídos y prefieren llegar a la barra y tomarse una copa o dos antes de decidirse. Si yo veo que pasa un rato y ellos siguen tomando en la barra, les mando alguna de las muchachas que están desocupadas a que los invite. La mayoría de los hombres se va con la primera que los invita a una mesa. En mis casas está prohibido que las muchachas beban en la barra. A veces llega un señor que prefiere esperar que se desocupe alguna de las muchachas que están trabajando en los cuartos: mientras pague lo que se toma, que espere en la barra todo el tiempo que quiera. A veces llegan varios hombres que se sientan en una mesa y prefieren platicar entre ellos, sin que ninguna muchacha los acompañe. Lo mismo: mientras paguen, que hagan lo que quieran. Lo que no permito es que alguien —suelen ser estudiantes los que tienen esta costumbre—, saque a una muchacha y baile con ella pieza tras pieza y se vaya en la madrugada sin haber gastado un peso. Para evitar esto, la sinfonola está arreglada y entre pieza y pieza hay un descanso y tiempo para tomarse una copa. Cuando se acaba una pieza, todo el mundo a las mesas. Está prohibido pasar a bailar de la barra o de la puerta, está prohibido que las muchachas cobren por bailar, está prohibido sentarse en una mesa sin consumir. Al servir una tanda el mesero tiene obligación de entregar al cliente la nota del consumo y a la muchacha su ficha. Al terminar su visita el cliente tiene obligación de pagar la cuenta, con buen modo y dinero en efectivo.

En mis casas las bebidas son legales. En veinte años nadie me ha podido reclamar con justicia que se le sirviera algo que no era lo que había pedido. Hasta a las muchachas se les sirve lo que piden. Que alguien pide ron, pues se abre una botella de ron y se sirve en los vasos lo que hay adentro.

El cabaret tiene dos puertas. Una da a la calle y la otra a la casa. Por la que da a la calle entra el que quiere y sale el que ya pagó. Cuando un cliente que está en una mesa con una muchacha siente que quiere pasar un rato con ella, le dice que lo lleve a su cuarto. Ella contesta que sí, porque está prohibido decir que no. El cliente paga la cuenta, los dos se levantan de la mesa y salen del cabaret por la puerta que da a la casa. Esta puerta abre a un corredor donde está la escalera. Al pie de la escalera está la mesita de la encargada de los cuartos. Ella es la que le dice al cliente cuánto es lo que tiene que pagar, porque no todas las muchachas cuestan lo mismo. El cliente entrega el dinero a la encargada de los cuartos y ésta le entrega a la muchacha una ficha y al cliente una toalla. El cliente y la muchacha suben por la escalera, llegan al cuarto de ella, y allí están el tiempo que el señor haya contratado. Cuando terminan bajan juntos por la escalera. Esto es importante, para que la encargada de los cuartos se dé cuenta de que el cliente no ha maltratado a la muchacha. Al llegar al corredor se separan. El cliente puede regresar al cabaret, si quiere, y si no, puede salir a la calle por la puerta de la casa. La muchacha regresa al cabaret y sigue trabajando. Una buena trabajadora puede ganar tres, cuatro y hasta diez fichas en una noche.

Testimonio de la empleada Herminia N:

Nací en el pueblo de Encarnación, Estado de Mezcala. Éramos muy pobres. Soy la tercera de ocho hermanos. Cuando tenía catorce años conseguí un trabajo de cuidar niños. Ganaba veinticuatro pesos al mes.

Una tarde llegó a mi casa una señora que se llamaba Soledad, que habló con mi mamá y se comprometió a conseguirme un trabajo de criada en Pedrones. Dijo que me darían comida, casa y doscientos pesos al mes. Mi mamá quiso que me fuera esa misma noche con la señora Soledad. En el camión iban otras dos muchachas que también iban a trabajar de criadas. Cuando llegamos a Pedrones dormimos en la casa de la señora Soledad y al día siguiente ella nos llevó a la casa de la señora Serafina. Desde que entré en esta casa me di cuenta de que no era una familia como las demás, porque en el corredor andaban varias mujeres en refajo. La señora Serafina me aceptó, pero no quiso a las otras dos muchachas que se fueron con la señora Soledad y no volví a verlas. La señora Serafina me llevó a un cuarto y me dijo:

—Éste va a ser tu cuarto. Aquí puedes tener tus cosas y estar tranquila.

Dicho esto se fue y me dejó sola en el cuarto. Yo estuve un rato muy largo allí sentada, sin atreverme a salir. En la tarde, la señora Serafina abrió la puerta. Yo me asusté, porque con ella venía un señor de bigotes.

—Este señor que ves aquí —me dijo la señora Serafina—, es muy amigo de la casa, se llama don Nazario. Quiere ver qué tan nuevecita estás.

(Sigue una descripción detallada de sus primeras experiencias, que fueron terribles. Dice que al principio sufrió mucho, pero que después se acostumbró y que llegó a gustarle ese género de vida. Dice que ganaba muchas fichas rojas y azules y que llegó a tener catorce vestidos. Se queja de que nunca le alcanzó lo que ganaba para pagar lo que Serafina le descontaba por concepto de alojamiento, comida, los vestidos que compraba y los doscientos pesos que Serafina enviaba a la madre cada mes —la declarante y su madre nunca se comunicaron por carta, por no saber ni la primera escribir ni la segunda leer—. Se queja también de que los doscientos pesos nunca los recibió su madre. Esto lo supo ocho años después, el día en que la encontró accidentalmente en un mercado. Dice que no quería ver a su familia porque creía que se avergonzarían de ella cuando supieran en lo que se había convertido).

Testimonio de Juana Cornejo, alias la Calavera:

Encontré a las señoras Baladro por casualidad. Yo vivía en un rancho y necesitaba dinero porque un hijo que yo tenía estaba enfermo. Fui a Pedrones a pedir trabajo y anduve de casa en casa tocando en las puertas, hasta que llegué a una que abrió la señora Arcángela. Ella me dijo: —Sí, aquí hay trabajo, pero no de criada. Si vienes a trabajar en esta casa será de puta—.

Yo acepté y ella me adelantó veinte pesos para las medicinas, que de nada sirvieron, porque mi hijo se murió a los pocos días. Yo me quedé con las señoras.

(Sigue una lista de los lugares en que trabajó. Cuenta cómo la señora Serafina la nombró encargada de los cuartos y las instrucciones que le dio: «que nadie se vaya sin pagar, si alguien alborota, llamas a Ticho» —el coime—. Dice que en los doce años que desempeñó este cargo no tuvo ninguna dificultad con las patronas. Termina así:)

Las señoras no tuvieron queja de mí ni yo la tengo de ellas, porque me dieron todo lo que me hacía falta, por eso digo que son mujeres legales y que si la policía nos trajo a la cárcel fue por mala suerte.

Durante años las Baladro tuvieron la idea de abrir un tercer negocio. Comprendían que tanto la casa del Molino como el México Lindo estaban en zonas indiscretas —es decir, rojas—, lo que hacía que cierta clase de clientes aprensivos no patrocinara estos establecimientos con la frecuencia que ellos —o las dueñas— hubieran querido, por el miedo que les daba que algún conocido los viera caminar en la madrugada por un barrio tan mal reputado. Ésta es la razón por la que Serafina consideró que Concepción de Ruiz era el pueblo adecuado para abrir el tercer negocio: está bien situado, a 20 kilómetros de Pedrones y a 23 de San Pedro de las Corrientes, y es tan pequeño y tan olvidado que es casi secreto.

Serafina Baladro relata así los inicios del Casino del Danzón:

«No habían pasado ocho días de que conocí Concepción de Ruiz, cuando Hermenegildo —el capitán Bedoya— fue a verme con la noticia de que acababa de encontrar un terreno que estaba que ni mandado hacer para construir un negocio. Veintidós metros de frente tenía, por ochenta y cinco de fondo. Era propiedad de dos ancianas que necesitaban venderlo para pagar lo que costaba internar a un hermano suyo en el manicomio que tenían en Pedrones las monjas del Divino Verbo. Treinta y tres mil pesos querían por su terreno».

«A mí me gustó la propiedad desde la primera vez que la vi, pero mi hermana, sin verlo, le puso peros, porque había dado por parecerle mal todo lo que recomendaba Hermenegildo».

«—Te lo presenté para que te vendiera una pistola, no para que fuera tu amante —me decía».

«Y yo le contestaba:»

«Tengo derecho a vivir mi vida, ¿o no?».

«El caso es que una tarde, Hermenegildo y yo la esperamos en la puerta del terreno, para enseñárselo, creyendo que no iba a gustarle. Llegó en el coche del Escalera, entre una nube de polvo. Antes de bajarse empezó a encontrarle defectos a la calle: había hoyancos; las bardas eran de adobe. Mientras esperábamos a que nos abrieran la puerta dijo que el número 85 era de mala suerte, por sumar 13».

«Pero apenas entró cambió de opinión. Le gustó el tamaño, las bardas, los dos árboles de aguacate, el limonero, la buganvilia y el precio».

«—Aquí —dijo al llegar a un rincón del corral— voy a hacer un gallinero».

Antes de tomar determinación, las Baladro consultaron al licenciado Canales —un señor que tenía un puesto importante en el gobierno del Estado— sobre las dificultades que podría haber para obtener licencia de operar un nuevo negocio. El les contestó que ninguna. Eran los primeros meses del régimen del Gobernador Cabañas, antes de que a nadie se le ocurriera que a éste iba a darle por perseguir la prostitución.

Serafina y Arcángela decidieron comprar. Pusieron dinero en partes iguales y la propiedad, al ser escriturada, quedó a nombre de las dos. Conviene advertir que el capitán Bedoya cobró comisión a los vendedores por conseguir clientes que pagaran tan caro, a las compradoras, por conseguir un terreno barato, se quedó con quinientos pesos de lo que ellas le entregaron al notario y con mil quinientos de lo que le dieron a él, Bedoya, para que repartiera entre los notables del municipio.

Esto ocurrió a mediados de febrero, el 28 las Baladro comisionaron a un arquitecto para que hiciera un proyecto «de un burdel como no ha habido otro en estos rumbos». Era un arquitecto que estaba en Pedrones de paso, procedente de Tijuana, en donde, según la fama, había construido varios burdeles. No le dijo a nadie que andaba huyendo de uno de sus clientes, que había quedado inconforme. Las Baladro le entregaron quinientos pesos.

El proyecto las dejó encantadas: quince cuartos con quince baños, un cabaret que figuraba el fondo del mar —levantaba uno los ojos y veía mantarrayas y tiburones colgando del techo—, dos salones reservados, uno estilo mozárabe, el otro, chinesco, y una alberca cubierta, que nadie pudo entender para qué servía, puesto que ninguna de las empleadas y casi ningún cliente sabían nadar.

Los quinientos pesos que le entregaron al arquitecto de anticipo fue todo lo que pagaron las Baladro por el proyecto, porque la noche del día en que se los entregó, el arquitecto se dio cuenta de que lo andaban siguiendo, y emprendió la huida. Sus perseguidores lo alcanzaron en Tehuacán, cuando orinaba en el mingitorio de un restaurante, y le dieron once balazos.

Las Baladro construyeron el edificio tal y como estaba en los planos, bajo la dirección de ellas mismas, el asesoramiento de un maestro de obras de confianza, el consejo de un joven que había decorado un salón de belleza en Pedrones, y la vigilancia del capitán Bedoya, «que era como de la familia», y que como la obra quedaba cerca del cuartel iba a revisarla todos los días, como si fuera el dueño.

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