Read Las trompetas de Jericó Online
Authors: Nicholas Wilcox
Churchill asintió.
—Esto que me dice tiene cierto sentido. Aunque me parece que Himmler creó su Orden Negra para compensar su complejo de inferioridad respecto al ejército regular.
—Puede ser cierto, señor, pero eso no invalida el sentido religioso. Los hombres de la Orden Negra son, en su formación, monjes guerreros de la nueva religión aria del superhombre.
Churchill bebió su último sorbo de té y depositó la taza delicadamente sobre la bandeja. Después se enjugó los labios con la pequeña servilleta y dijo:
—El SIS y algunos ministros del gabinete son partidarios de abrir un frente esotérico para combatir a los nazis con las armas en las que ellos creen. Y yo, mucho me temo, empiezo a darles la razón. Tengo que reconocer que el astrólogo que nos recomendó usted para anticipar los movimientos de Hitler está dando resultado. No obstante, convendrá conmigo en que resulta difícil de creer que Hitler, un pintor fracasado, y Himmler, un criador de pollos, se hayan inventado una religión.
—Los nazis aspiran a fundar una nueva civilización que sustituya a la cristiana, señor, una civilización basada en la
Weltanschaung
mágica, bajo el signo de la esvástica. Créame que tengo motivos para afirmarlo. Llevo años estudiando el pensamiento del grupo Thule, que inspiró la ideología nazi.
—¿El grupo Thule? Sea más explícito, por favor.
—La
Thule Gesellschaft
o grupo Thule era, en su origen, una secta ocultista que fundó el barón Von Sebottendorf en 1918. En realidad era una escisión de la Orden de los Germanos
(Germanenorden)
, fundada en 1912, un grupo racista y antisemita cuyos postulantes tenían que demostrar pureza de sangre. El nombre Thule alude a una supuesta isla desaparecida en los mares del norte, cerca de Groenlandia o del Labrador, el continente hiperbóreo, el hogar de los arios, una especie de paraíso terrenal. Es el mito clásico de la Edad Dorada aplicado al germanismo y al racismo ario. Los nazis creen que los supervivientes de Thule emigraron al desierto de Gobi y que desde allí expandieron el tronco ario de la humanidad. El grupo Thule es un producto del ocultismo decimonónico, un cóctel de teosofía, de predicaciones del mago Gurdjieff, de magia neopagana, de aparato oriental y charlatanería hindú. Asociado a Thule está el legado del Santo Grial y otros objetos mágicos que aspiran a recuperar.
—¿El Santo Grial? ¿No es la copa en la que consagró Cristo?
—Lo es en la versión cristianizada del mito, pero el mito es más antiguo y tiene formas paganas específicamente célticas, como copa de abundancia. Los nazis lo consideran un talismán ario, símbolo de la sangre superior. Hitler cree que el cristianismo modificó el mito para añadirle detalles decadentes como el perdón, la debilidad y la absolución. De hecho, los nazis creen que Cristo era un campeón de la raza aria y que san Pablo mixtificó su doctrina para movilizar el hampa y crear una religión de esclavos.
—¿Y el grupo Thule qué pretende?
—El grupo Thule es lo que en términos científicos denominaríamos una secta maniquea. Para sus adeptos, la humanidad se divide en dos pueblos: el ario superior y el semita inferior, que representan respectivamente los dos principios universales que luchan por la dominación del mundo: el bien y el mal. La religión que propugnan los nazis es la de la raza y la sangre pura aria, el Volk, el pueblo germano que debe cumplir con su destino de raza superior.
—Que consiste en pastorear a los pueblos inferiores...
—En efecto. Pretenden sustituir el cristianismo, que es una religión de origen semita, propia de esclavos, por una especie de religión aria reconstruida. Por eso están investigando en las fuentes de la mitología aria que son, por un lado, la Thule hiperbórea y, por el otro, la tradición indotibetana.
—¿De qué me habla? ¿Qué tiene que ver el Tibet en este asunto?
—Los nazis creen que, cuando Thule fue destruido por un cataclismo, los arios que la habitaban se refugiaron en el Turquestán, el Pamir, el desierto de Gobi y el Tibet.
—¿Es posible?
—Sí, señor. Y creen que los actuales germanos proceden de aquellos arios. Están convencidos de que las más antiguas tradiciones y misterios arios se han conservado en el Tibet como una orden secreta, llamada del Dragón Verde, que mantiene las enseñanzas iniciáticas de los Setenta y Dos Superiores Desconocidos. Ésta era la ideología de una sociedad secreta llamada
Vril
o Logia Luminosa que se fundó en Alemania a principios de siglo. El
Vril
es una palabra india que designa una reserva de energía síquica que el hombre tiene, aunque solamente utiliza una mínima parte de ella. El objeto de la sociedad es despertar ese
Vril
en sus miembros, de tal modo que sus facultades crezcan hasta convertirlos en semi-dioses. El principal profeta de la sociedad fue Karl Haushofer, un estudioso de Oriente, del budismo y de la India. En 1918, Haushofer vivía en Munich y simpatizaba con las organizaciones racistas de la ciudad. Fue uno de los primeros miembros del primitivo partido nazi, el de Drexler. En 1926 consiguió fondos para enviar una expedición científica al Tibet; la expedición se repitió en 1936, bajo el mando de un tal Ernst Schaeffer.
—¿Y qué se les ha perdido en el Tibet?
—Intentan descubrir los orígenes de la raza nórdica, indogermánica, y, al propio tiempo, los poderes secretos que esta raza poseía, la concentración y la clarividencia, o sea, el
Vril
propiamente dicho.
Churchill se tomó unos segundos para asimilar lo que había oído. Dio una chupada al cigarro y comentó:
—¡Sorprendente! Prosiga, por favor.
—Como consecuencia de estas dos expediciones existen dos colonias de tibetanos en Alemania, una en Berlín y otra en Munich. Antes disfrutaban de una serie de prebendas oficiales, pero ahora creo que están bastante olvidados, desde la derrota de Stalingrado.
—¿Por qué?
—Hitler esperaba mucho de su magia contra los inferiores pueblos soviéticos.
Churchill no pudo reprimir una sonrisa.
—Me he permitido traer la ficha de Schaeffer que figura en el SIS —continuó Stein, tomando de su carpeta una cartulina con una fotografía tamaño carnet cosida en el ángulo superior derecho—: Este etnólogo fue discípulo del orientalista Robert Beich-Steiner en la Universidad de Viena, ha escalado en el partido gracias a su hermana Otti, que es amiga de Hitler y frecuente invitada en el Nido del Águila. Regresó del Tibet en 1939, se trajo una piedra cubierta de signos arcanos y desde entonces figura permanentemente en el Estado Mayor de Hitler y traza horóscopos de las operaciones. —Devolvió la ficha a la carpeta—. En cuanto al
Vril
o Logia Luminosa, está ahora en manos de Himmler, que la ha incorporado al
Ahnenerbe.
—¿Qué es el
Ahnenerbe?
—Es un instituto para la investigación de los antepasados que fundó un tal Friedrich Hielscher a título particular, pero en 1935 Himmler le dio carácter oficial y lo incorporó a la Orden Negra de las SS, otorgando a sus dirigentes rango de oficiales de Estado Mayor. Sus fines son: investigar la localización, el espíritu, los actos, la herencia indogermana y transmitir al pueblo los resultados de esas investigaciones. Desde hace años, Haushofer, Hess y Hielscher han encomendado al
Ahnenerbe
la investigación de los textos rúnicos. Pretenden recuperar para la raza aria los poderes mágicos de los que hablan las crónicas. —Tomó una nueva ficha de la carpeta y la depositó ante Churchill. Señaló la fotografía pegada en la cartulina—: Éste es el coronel SS Wolfram Sievers, administrador general del
Ahnenerbe.
Bajo su mando hay una serie de comités científicos de investigación que abarcan las más distintas materias: físicos, historiadores, arqueólogos, matemáticos... Algunas secciones están dirigidas por el profesor Wurst, un especialista en la Biblia y textos sagrados antiguos. De ahí debe de haber partido la idea de usar el Arca de la Alianza como arma de guerra.
Churchill asintió. Dio una chupada al puro y exhaló el humo lentamente.
—O sea, toda la organización racional alemana al servicio de lo irracional.
—Me temo que así es.
Alemania
El tren personal de Hitler abandonó Berlín poco después de medianoche y llegó a Munich al amanecer. El Führer gozaba de un humor estable. La víspera había almorzado con Eva Braun y Frau Troost en Osteria y había inaugurado una exposición de cuadros y esculturas que exaltaban la raza aria. Desde la estación, Hitler y su séquito se trasladaron en una larga columna de Mercedes negros hasta el Berghof, el Nido del Águila, la residencia alpina del Führer, sobre una montaña con vistas a los profundos valles y al pintoresco pueblecito de Berchtesgaden. Desde la ventana del salón se disfrutaba de una vista panorámica de las montañas. Hitler y Eva Braun, cogidos de la mano, contemplaron las últimas nieves y ella comentó con tristeza que eran más bellas a la luz de la luna.
—Todo es más bello a la luz de la luna —murmuró Hitler. Ella le apretó la mano creyendo que Adolf le hacía un cumplido romántico. En realidad, el Führer estaba pensando en el destino de Alemania, machacada casi a diario por los bombardeos aliados; en los espectros de Stalingrado, donde los rusos le habían aniquilado a trescientos mil hombres; en todo el esfuerzo de la guerra. La contienda no marchaba como él había previsto. En el último mes, los angloamericanos habían arrojado ocho mil toneladas de bombas sobre las ciudades alemanas. Hacía meses que Alemania perdía territorios en el frente del Este, se había replegado de África y los submarinos sufrían un tremendo desgaste en el Atlántico. Alemania apenas atacaba. Se estaba atrincherando, acosada por todos los frentes, y los aliados preparaban el asalto a la fortaleza europea. Las armas secretas, unos ingenios tremendamente destructivos en cuyo diseño tenía trabajando a una legión de ingenieros y científicos, eran una esperanza, pero quizá llegarían demasiado tarde.
De estos pensamientos lúgubres lo sacaron los alegres rabotazos de su perra loba
Blondi.
Hitler y Eva juguetearon con la perra hasta que Frau Mittelstrasser, el ama de llaves, anunció que el desayuno estaba servido. Eva estaba a dieta y sólo tomó zumo de naranja y fruta, pero el Führer desayunó, con excelente apetito, tostadas de pan de centeno, mantequilla bávara, miel italiana y café. El café parecía del cargamento que, una vez al año, traía un submarino desde Turquía.
Sobre la mesa, su ayuda de cámara le había dejado un informe con las últimas noticias internacionales. Durante la segunda taza de café le echó un vistazo. Había una fotografía de Churchill en un recorte de prensa americana.
—No comprendo cómo puede andar por el mundo con esas ridículas blusas de seda, haciendo el payaso —comentó el Führer—. Yo, en cuanto termine la guerra, colgaré el uniforme. Hasta entonces viviré con él como el fraile en su hábito. Después quiero dedicarme sólo a empresas civiles, no quiero ver a un soldado. Mis dos secretarias mecanografiarán mis memorias.
En ese momento entró un secretario con un teléfono.
—El
Reichsführer
Himmler por la línea privada,
mein
Führer —le susurró al oído.
—Estaba esperando esa llamada —se excusó Hitler ante sus invitados. Ellos lo disculparon con una sonrisa y fingieron enfrascarse en sus tostadas, mientras por el rabillo del ojo vigilaban la expresión del Führer, que se puso serio y fue cambiando a la furia contenida mientras escuchaba las explicaciones de su ministro.
Malas noticias. La delegación SS enviada a España no había encontrado lo que buscaba. La única opción era poner a trabajar al maldito judío para que encontrara la palabra secreta por otros medios, pero el judío necesitaba los papeles de su padre, el rabino Moshé Gerlem, que habían sido quemados junto con el resto de su archivo, o los de un francés llamado Plantard, que, con un poco de suerte, quizá podían encontrarse en Francia. También necesitaba un lugar de operaciones favorable para hacer su magia, una sinagoga tranquila. «¿Dónde demonios vamos a encontrar eso?» —se había preguntado el
Reichsführer
Himmler: las sinagogas y los libros judíos de Alemania y de los países ocupados hacía tiempo que perecieron bajo las llamas. Sólo quedaba en pie la de París, que se había salvado porque el gobierno de la ciudad intercedió por ella, por tratarse de un edificio del siglo XVI.
El Führer lo pensó un momento antes de responder.
—Está bien, llevadlo a París. Es preferible que esas operaciones de magia judía no se celebren en suelo alemán.
Una hora después, la oficina berlinesa de Telefunken emitió un largo telegrama cifrado destinado a la embajada alemana en Madrid y otro al gobierno de ocupación en París, ordenándole que pusiera bajo jurisdicción alemana la sinagoga y la biblioteca del centro de estudios judíos de la rué Agen, y que los transfiriera a la central SS en París.
Los dos telegramas cifrados fueron captados por la estación inglesa de Meadows, en el canal de la Mancha, y transmitidos inmediatamente a Bletchley Park, desde donde, convenientemente descifrados, se abrieron camino hasta la mesa del primer ministro. Aquella misma noche, a la hora de la cena, Churchill estaba enterado.
—La Operación Jericó se traslada a la sinagoga de París.
Londres, octubre de 1943
Caminaba enfundada en una gabardina larga que impedía comprobar si tenía bonitas las piernas y un pañuelo en la cabeza le ocultaba el cabello, pero la estatura aventajada, la cadencia elástica del paso y el cinturón que le ceñía la cintura sugerían que bajo aquella envoltura invernal se ocultaba un hermoso cuerpo de mujer. Arthur Walhead, siguiéndola por la acera, pensó que aquella elegante manera de caminar, posando cada pie en una imaginaria línea recta, era más continental que británica. Quizá fuera una de las francesas que trabajaban en Regent Street, en el edificio de Francia Libre. Cuando alcanzaron la acera izquierda de Great George Street en dirección a Westminster, Arthur se despidió mentalmente de ella: «Bueno, bella desconocida, aquí me quedo. Lamento de veras no poder acompañarte más allá e incluso más allá aún».
El comandante Arthur Walhead se dirigía a una puerta protegida por un parapeto de sacos terreros, en el número 2 de la calle Great George, una de las entradas de las Salas Subterráneas de la Guerra, desde las que el Estado Mayor británico dirigía las operaciones. El centinela de la puerta se cuadró y miró al frente.