Lo que el viento se llevó (91 page)

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Authors: Margaret Mitchell

Tags: #Drama, Romántico

—La señora Elsing y Fanny duermen en el salón y Hugh en el desván —exclamó Pitty, que conocía los arreglos domésticos de sus amigos—. Hija mía, siento tener que decírtelo, pero... la señora Elsing los llama «invitados de pago». —Aquí la voz de la señorita Pitty se convirtió en un cuchicheo—. No son más que
huéspedes,
en el sentido vulgar de la palabra. ¡La señora Elsing tiene una casa de huéspedes! ¿No es eso horrible?

—Lo considero magnífico —contestó Scarlett con viveza—. ¡Ya quisiera yo tener huéspedes de pago en Tara, en vez de tenerlos gratuitos! Acaso no seríamos tan pobres ahora.

—Scarlett, ¿cómo puedes decir estas cosas? ¡Tu pobre madre se removería en su tumba al mero pensamiento de cobrar dinero por la hospitalidad de Tara! Por supuesto, la señora Elsing se vio literalmente forzada a hacerlo así, porque aunque probaron a defenderse cosiendo en casa y con los bordados de Fanny y el poco dinero que sacaba Hugh vendiendo leña a domicilio, les fue imposible cubrir gastos. ¡Y Hugh que se preparaba para ejercer de abogado! Es cosa de ponerse a llorar el ver lo que ahora tienen que hacer nuestros pobres muchachos.

Scarlett pensó en todas aquellas hileras de algodóneros bajo el deslumbrante sol de Tara y en cómo le dolían los riñones de tanto inclinarse. Recordó el contacto de los mangos del arado en sus manos, y pensó que Hugh Elsing no merecía compasión especial. ¡Qué pobre imbécil era la tía Pitty y, a pesar de toda la devastación ocurrida en derredor suyo, qué protegida había estado!

—Si no le gusta vender de casa en casa, ¿por qué no ejerce la abogacía? ¿O es que ya no se puede ejercer en Atlanta?

—¡Oh, sí! Se ejerce mucho. Casi todo el mundo pleitea con los demás, hoy en día. Como se ha quemado todo y no existen ya líneas de demarcación, nadie sabe exactamente en dónde principia y en dónde acaba su propiedad. Pero no se puede sacar dinero de los litigios judiciales porque nadie tiene dinero. Y por eso Hugh tiene que seguir de vendedor ambulante... ¡Oh, casi lo olvidaba! ¿No te lo escribí? Fanny Elsing se casa mañana por la noche y, por supuesto, debes asistir a la boda. La señora Elsing se alegrará mucho de verte cuando sepa que estás en la ciudad. Espero que habrás traído otros vestidos, además del que llevas. No es que éste no te vaya bien, pero... parece algo gastado. ¡Ah!, ¿tienes un vestido elegante? Me alegro, porque ésta va a ser la primera boda que valga la pena, después de la caída de la ciudad. Habrá pasteles, y vino, y baile después. No sé cómo pueden permitírselo los Elsing; son tan pobres...

—¿Con quién se casa Fanny? Creí que después de que Dallas Mac-Lure muriera en Gettysburg...

—Querida, no debes criticar a Fanny. Todo el mundo no es tan fiel a sus muertos como tú lo eres al pobre Charles. Espera. ¿Cómo se llama? Nunca puedo acordarme de los nombres... Tom no sé qué más. Conocí mucho a su madre, estudiamos juntas en el Instituto Lagrange. Era una Tomlinson y su padre se llamaba..., espera..., ¿Perkins, Parkins, Parkinson? Eso es. De Sparta. Muy buena familia, pero, sin embargo..., no debía decirlo, pero ¡no sé cómo Fanny pudo pensar en casarse con él!

—¿Es bebedor, o qué?

—No, por cierto. Su conducta es perfecta, pero, verás, fue herido, recibió una herida de granada y esto hace que sus piernas..., bueno, siento tener que emplear esta palabras, pero las piernas le han quedado «espatarradas». Eso le da una apariencia vulgar cuando camina, hace feo... No sé por qué Fanny se casa con él.

—Las chicas solteras tienen que casarse con alguien.

—No veo por qué —dijo Pitty, altanera—. Yo nunca me sentí obligada a hacerlo.

—¡Querida tía, no me refería a usted! ¡Todo el mundo sabe cuántos admiradores tenía usted, y aun ahora...! El mismo juez Carlton le ponía a usted ojos de carnero hasta que yo...

—¡Oh, cállate, Scarlett! ¡Ese tonto! —exclamó la tía Pitty, riendo complacida—. Después de todo, Fanny era tan popular que podía haber encontrado mejor partido, y no creo que ella esté enamorada de ese Tom... como se llame... No creo que se haya consolado de la muerte de Dallas MacLure, pero no es como tú, querida. Tú has sido fiel a la memoria del pobre Charles, aunque hubieras podido volverte a casar una docena de veces. Melly y yo nos hemos maravillado muchas veces de tu lealtad a su memoria, cuando todo el mundo decía que eras una coqueta sin corazón.

Scarlett no hizo caso de tal confidencia indelicada y, con destreza, fue pasando de un conocido a otro, pero, entretanto, ardía de impaciencia por llevar la conversación hacia Rhett. No convenía que ella preguntase directamente acerca de él nada más llegar. Ello podía llevar a la vieja a pensar en cosas que valía más no tocar. Sobraba tiempo para despertar las sospechas de Pitty si Rhett rehusaba casarse con ella.

La tía Pitty continuó charlando a su gusto, feliz como un chiquillo al tener quien la escuchase. Las cosas en Atlanta habían llegado a los peores extremos, con todas las maldades que según decía ella cometían los republicanos. Lo peor de todo eran las ideas que metían en la cabeza de los pobres negros.

—Querida, ¡quieren dejar a los negros que voten! ¿Has oído jamás algo más absurdo? Aunque no sé, porque ahora que me acuerdo, el tío Peter tiene mucho más sentido común que ningún republicano que yo conozca y modales mucho mejores; pero, por supuesto, el tío Peter está demasiado bien educado para querer votar. Mas el proyecto ha trastornado a los negros. ¡Y algunos se han vuelto tan insolentes...! No hay seguridad en las calles en cuanto anochece, y aun en pleno día empujan a las señoras de las aceras y las obligan a caminar por el barro. Y si algún caballero se atreve a protestar lo detienen y... ¿te dije, querida, que el capitán Butler está en la cárcel? —¿Rhett Butler?

Aun a pesar de tan mala noticia. Scarlett agradeció que su tía le hubiese evitado el tener que sacar ese nombre a colación.

—¡El mismo! —La excitación coloreó las mejillas de Pitty, que se había incorporado—. Y a estas horas está preso por matar a un negro, y pueden ahorcarlo. ¡Imagínate, el capitán Butler en la horca!

Por un instante, Scarlett se quedó sin respiración, y no pudo hacer más que mirar con asombro a tía Pitty, que se sentía a todas luces halagada por el efecto que causaban sus noticias.

—No lo han probado todavía, pero alguien mató a ese negro que había insultado a una mujer blanca. Y los yanquis están muy apurados porque han matado recientemente a muchos negros insolentes. No tienen pruebas contra el capitán Butler, pero quieren que alguien sirva de ejemplo, dice el doctor Meade. Dice también que si los yanquis lo cuelgan será la primera buena obra que hayan hecho, pero, vamos, no sé... ¡Y pensar que el capitán Butler estuvo aquí pocos días antes y me trajo como regalo la codorniz más gorda que he visto en mi vida, y preguntó por ti, y dijo que temía haberte ofendido la noche del sitio, y que acaso tú no quisieses perdonárselo nunca...! —¿Cuánto tiempo estará en la cárcel?

—Nadie lo sabe. Es posible que lo ahorquen y es posible que no puedan probar nada después de todo. No obstante, no parece preocuparles mucho a los yanquis si las personas son culpables o no, siempre que puedan ahorcar a alguien. Están tan inquietos... —Pitty bajó aquí la voz misteriosamente— con el Ku Klux Klan. ¿Tenéis el Klan allí, en vuestro condado? Estoy segura de que sí, querida, y de que Ashley nada os dice a vosotras. Los miembros del Klan tienen la consigna de no decir nada. Van a caballo por la noche, vestidos de fantasmas, y hacen inopinadas visitas a los yanquis recién venidos que roban dinero y a los negros que se muestran demasiado insolentes. A veces no hacen más que asustarles y advertirles que deben marcharse de Atlanta; pero cuando no se comportan bien, les dan una tunda y —cuchicheó Pitty—, a veces, los matan y los dejan en donde puedan ser encontrados fácilmente, con la tarjeta del Ku Klux Klan sobre el cadáver... Y los yanquis están furiosos, y quieren hacer un escarmiento con alguien... Pero Hugh Elsing me dijo que no creía que ahorcaran al capitán Butler, porque los yanquis creen que él sabe dónde está el dinero, aunque no quiere decirlo. Están tratando de obligarle a que lo diga. —¿El dinero?

—¿No lo sabías? ¿No te lo escribí? Querida, ¡has estado tan enterrada en Tara...! La ciudad se quedó realmente asombrada cuando el capitán Butler regresó aquí con un magnífico coche y un buen caballo y con los bolsillos repletos de dinero, mientras todos los demás no sabíamos de dónde saldría la comida del día siguiente. Todo el mundo se puso rabioso al ver que un especulador que siempre decía pestes de la Confederación tuviese tanto cuando nadie tenía nada. Todos estaban intrigados por saber cómo se las compuso para salvar su dinero, pero nadie tuvo valor para preguntárselo... excepto yo. Y él se rió y me dijo: «De ningún modo honrado; puede usted estar segura de ello.» Ya sabes lo difícil que es lograr que hable en serio. —Debió de ganar el dinero con el bloqueo...

—Desde luego, hijita, al menos parte de él. Pero no fue más que una gota de agua en comparación con lo que hoy posee realmente. Todo el mundo, incluso los yanquis, creen que tiene millones en oro, pertenecientes a la Confederación, escondidos en alguna parte. —¿Millones... en oro?

—Dime, hijita, ¿adonde fue a parar todo el oro de la Confederación? Alguien lo tiene y el capitán Butler debe de ser uno de ellos. Los yanquis pensaron que el presidente Davis lo tenía al salir de Richmond, pero cuando capturaron al pobre hombre vieron que apenas tenía un céntimo. No había dinero en el Tesoro cuando terminó la guerra, y todo el mundo cree que alguno de los que burlaban el bloqueo lo guarda y se calla.

—¡Millones... en oro! Pero ¿cómo?

—¿No llevó el capitán Butler millones de balas de algodón a Inglaterra y a Nassau para venderlas en nombre del Gobierno confederado? —preguntó tía Pitty triunfalmente—. No solamente algodón suyo, sino del Gobierno también. Y ya sabes qué precios alcanzó el algodón en Inglaterra durante la guerra. ¡El precio que se quería pedir! Él era un agente libre que trabajaba para el Gobierno y se suponía que había de vender el algodón y con su importe comprar cañones y municiones y traérnoslos. Bueno, cuando el bloqueo se estrechó, no podía ya traer las armas y de todos modos no pudo haber gastado en ellas ni la centésima parte del dinero del algodón, y quedaron por lo tanto millones de dólares en los bancos ingleses, puestos allí por esos agentes y por el capitán Butler, en espera de que el bloqueo perdiera intensidad. Y nadie me dirá que lo pusieron a nombre de la Confederación. Lo pusieron a nombre suyo, y allí está... Todo el mundo ha venido hablando de ello desde la rendición y criticando a los agentes muy severamente, y, cuando los yanquis detuvieron al capitán Butler por haber matado al negro, debían de estar enterados del rumor, porque han querido forzarle a que diga dónde está el dinero. ¿No ves que todos los fondos confederados pertenecen ahora a los yanquis... o por lo menos así lo creen los yanquis? Pero el capitán Butler dice que él no sabe nada... El doctor Meade asegura que debieran ahorcarlo de todos modos, aunque la horca es cosa demasiado buena para un ladrón y un sinvergüenza como ése... Pero, querida, ¡tienes una cara tan extraña! ¿Te sientes mareada? ¿Te he trastornado hablándote así? Ya sé que era un admirador tuyo, pero tenía entendido que todo se había acabado hacía tiempo. Personalmente, no me gusta mucho porque es un pillastre...

—No es amigo mío —dijo Scarlett haciendo un esfuerzo—. Tuve una disputa con él durante el sitio, después que usted se fuera a Macón. ¿Dónde... dónde está?

—En el cuartel de bomberos, cerca de la plaza. —¿En el cuartel de bomberos? La tía Pitty se echó a reír ruidosamente.

—Sí, en el cuartel de bomberos. Los yanquis lo emplean ahora como prisión militar. Están acampados en tiendas por todos los alrededores del Ayuntamiento, en la plaza, y el cuartel de bomberos está un poco más abajo, y allí tienen al capitán Butler. Y ayer, Scarlett, oí la cosa más cómica que puedas figurarte acerca del capitán. No recuerdo quién me lo contó. Sabes lo atildado que andaba siempre...; era muy elegante, realmente... Pues ahora no le permiten bañarse, y él todos los días insiste en que necesita un baño, y finalmente lo sacaron del cuartel y lo condujeron a la plaza, en donde hay un gran abrevadero para los caballos, en el que ya se había bañado todo el regimiento, en la misma agua. Y le dijeron que podía bañarse allí, y él dijo que no, que prefería su propia suciedad a la suciedad yanqui, y...

Scarlett escuchaba la alegre y charlatana voz, pero sin enterarse de las palabras que decía. En su mente no había más que dos ideas. Rhett tenía todavía más dinero del que ella esperaba, y estaba preso. El hecho de que se hallara en la cárcel y pudiera ser ahorcado podía alterar algo el aspecto de las cosas, incluso hacerlas más favorables. No le producía mucho efecto lo del posible ahorcamiento. Su necesidad de dinero era demasiado apremiante y desesperada para que ella se inquietase por la suerte de Butler. Además, casi compartía la opinión del doctor Meade de que la horca era demasiado buena para Rhett. Un hombre capaz de dejar a una mujer que huye, abandonada entre dos ejércitos en plena noche, sólo por ir a combatir por una causa que ya estaba perdida, merecía la horca... Si pudiese componérselas para casarse con Rhett en la misma cárcel, todos aquellos millones serían suyos y sólo suyos, en el caso de que a él lo matasen. Y, si el matrimonio no era posible, acaso pudiera conseguir de él un préstamo bajo la promesa de casarse con él cuando quedase en libertad, o prometiéndole... ¡oh, prometiéndole todo lo que él quisiese! Si lo ahorcaban, el ajuste de cuentas no tendría lugar jamás.

Por un momento, su imaginación se inflamó al pensar en quedarse viuda gracias a la amable intervención del Gobierno yanqui. ¡Millones en oro! Podría hacer reparaciones en Tara, alquilar peones y plantar muchas hectáreas de algodón. Y podría tener magníficos vestidos, comer tanto como se le antojase, y lo mismo Suellen y Carreen. Y Wade podría tomar cosas nutritivas para redondear sus demacradas mejillas, y tener ropas de abrigo, y una institutriz, y después ir a la universidad en lugar de crecer descalzo e ignorante como un labrador cualquiera. Un buen médico podría atender a su padre y en cuanto a Ashley... ¡qué no podría hacer por Ashley!

La tía Pittypat interrumpió su monólogo interior, al preguntar:

—¿Qué hay, Mamita?

Y Scarlett, retornando de sus ensueños, vio a Mamita de pie en el quicio de la puerta con las manos bajo el delantal y una mirada penetrante y alerta en sus ojos. Se preguntó cuánto tiempo llevaría la negra allí y cuánto habría podido escuchar y observar. Todo, probablemente, a juzgar por el fulgor de sus cansados ojos.

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