Porque la cultura se sedimenta y pasa a transformarse en un légamo común a todos los seres.
Avanzamos por una ancha galería. Al fondo, a través de un alto vano, la luminosidad verde. A. me oprime la mano. Una solemne expresión en su rostro.
En el centro del Museo hay un enorme anfiteatro, débilmente alumbrado.
Oscuridad. Sensación de inmaterialidad absoluta. Un suave ulular. A. está junto a mí, pero distante. Cesa el ruido. Vuelve la luz. Un foco que se agranda veloz. Una gigantesca pupila que se abre. Floto a través de una inmensa galería cilíndrica. Anillos de luz, dispuestos alrededor de las paredes del tubo. Al fondo se abre otra compuerta con el mismo movimiento pupilar. Silencio. Una segunda galería. Algo muy bien resguardado espera tras las compuertas. No percibo la presencia de A. Pero la siento a mi lado. Cinco galerías. La rara somnolencia.
—Las Nodrizas, las Madres de Cronn —susurra una voz en mi oído. ¿Es A.? Es una voz que despierta lejanos ecos. Triste, solemne. Con un tono maternal. Aquieta y confunde.
Un cielo tachonado de soles. Es la primera impresión. De soles soñolientos, cansados de alumbrar. Pero se trata de una colosal caverna iluminada por una claridad crepuscular. Emana de un techo elevadísimo, perforado por una multitud de círculos luminosos, colocados uno al lado del otro en una sucesión interminable. Fichas nacaradas esparcidas contra un paño negro.
Abajo hay una ciudad radial, formada de miles de simétricas construcciones blancas, altas como rascacielos, sin ventanas, que se yerguen en el silencio como una visión brumosa. En la techumbre y paredes de los edificios se distinguen luces. Una atmósfera de clínica, recargada de antisépticos, parece emanar del paisaje. La inmensa colmena se ve desierta. Ni hombres ni vehículos circulan por sus avenidas. Las solitarias calles, delineadas con hileras de focos multicolores, van a converger a una construcción central, maciza y similar a un hemisferio.
El fantasma de un vagido. Quiero salir del sopor. Trato de revolverme. De nuevo la voz suave, profunda:
—De aquí, de estas colmenas, nacemos. El cronnio no nace en medio de los dolores del parto. No ha sido engendrado por nuestras hembras: las cronnias son estériles.
El vagido parece transformarse en una risa ahogada. Un siniestro susurro que se desvanece lento.
—Una atrofia hereditaria impide que las cronnias den a luz un niño. La Colectividad ha burlado a la naturaleza. Ha conseguido la absoluta libertad del cronnio para que pueda dedicar todas sus energías a engrandecer Cronn.
Cada una de las Nodrizas —las construcciones blancas— contiene mecanismos de alta precisión, capaces de reproducir el nacimiento con mayor seguridad que la hembra más apta. Nace así un producto de probada robustez y capacidad. No hay hijos de madres famélicas o padres degenerados.
La Central: una majestuosa cúpula blanca, rodeada de un alero que le da el aspecto de un yelmo.
Una reja, bajo la visera, se ilumina de rojo cada cierto tiempo, como el pestañeo de un ojo ciclópeo.
La voz se metaliza. Se endurece. La Máquina que grita su técnica insuperable:
—¡La Central! Aquí hay un almácigo de células generativas cronnias, abastecido periódicamente con células extraídas de cronnios y cronnias seleccionados. Porque no somos androides. La atrofia no impide que las hembras produzcan óvulos: sólo evita que conciban hijos. Por un proceso físico-químico las células son enviadas desde la Central a las Nodrizas, para producir seres de ambos sexos a voluntad. En un medio especialmente favorable, se repite el acto de la fecundación. Luego: el embarazo y el alumbramiento. En el recinto de las Nodrizas no interviene la mano del cronnio.
La parte superior de una Nodriza. Una luz roja, que se sucede a lo largo de las avenidas.
Durante ciento ochenta días el embrión se desarrolla en un ambiente superior al vientre de una mujer en óptimo estado de salud. Desde la Central una Mente artificial controla las diversas fases del embarazo: da a cada una de las máquinas el tiempo preciso para cada ser, de acuerdo con sus características de resistencia y adaptación. Y la Nodriza informa a la Mente. Esta compara, calcula y saca conclusiones en milésimas de segundo, que transmite de inmediato a la Nodriza. Son responsabilidades exclusivas de la Mente la eugenesia y la eutanasia. Si el ser producido es inapto, la Máquina lo hace morir en su vientre, antes de producirse el alumbramiento. La Mente vigila la evolución de los embriones, lleva una cuidadosa estadística de todo su desarrollo biológico, y en cuanto aparece un progreso visible, algún factor capaz de determinar un mejoramiento de la especie, gradúa automáticamente a las Nodrizas para que las próximas camadas contengan ese factor. Las ajusta a los seres más evolucionados desechando los anteriores.
Intento sacudir la visión. Las Nodrizas, con sus vientres fecundos, crecen en la penumbra.
Aplastan con su perfecto funcionamiento. La Máquina. La Colectividad. Toda la ciudad parece estremecerse con su rítmico tictac. Uno, dos, tres.
Pasado un período de seis meses ocurre el alumbramiento, que se materializa en el traslado del niño a otro depósito de la misma Nodriza, perfectamente esterilizado. Allí la Máquina lo alimenta de acuerdo con un programa dietético preparado por la Mente, previa consulta a los laboratorios para cada caso en particular. Lo limpia, lo acuna, vigila su salud y desarrollo.
—El control de los cronnios comienza con la concepción. —La voz se torna amenazante—. La Nodriza transmite el hecho a la Mente, la cual lo fija en una memoria central, que puede ser consultado desde la superficie.
Las Máquinas llevan una ficha de vida de cada cronnio: allí anotan sus características antropológicas, fisiológicas y síquicas. Ellas los bautizan. Le inyectan los reactivos identificadores y de control, y no los abandonan hasta su muerte. Porque las Máquinas dan la vida y la muerte. Cada cronnio tiene un período de cien años de existencia sana y útil. Al terminar este lapso la Máquina lo hace morir dulcemente donde se encuentre. Porque los reactivos que hacen al cronnio emitir determinadas ondas permiten que la Máquina «sepa» dónde se encuentran sus hijos. Y ellas son las primeras en saber cuándo éstos fallecen por causas no naturales.
A los seis meses de edad el niño, encerrado en una cápsula, es enviado a las salas-cunas. En ese instante termina la labor de la Nodriza.
De nuevo la Central. Ahora en primer plano. La construcción abisma por su descomunal tamaño.
A pesar que en su interior se trabaja febrilmente seleccionando genes, clasificándolos, analizando nuevos alimentos de mayor poder nutritivo, el silencio mantiene su continuidad. Ni el más leve rumor de maquinarias o de cualquier estrépito revelador de actividad mecánica. En lugar de una maternidad saturada de llantos infantiles, una calma serena inunda el lugar.
Una nueva caverna, emplazada directamente debajo de la primera, pero mejor iluminada. Las construcciones no ofrecen la misma uniformidad en cuanto a dimensiones y diseños. Conservan la misma distribución radial, pero son en general de mayores proporciones que las Nodrizas.
—Las salas-cunas. El cronnio se desarrolla aquí hasta cumplir cinco años, bajo el exclusivo cuidado de las Máquinas.
A través de herméticos cristales desfilan salas donde se ve a los niños entregados a sus juegos.
Los más pequeños se hallan en cunas donde se les alimenta artificialmente. Todo con religiosa puntualidad. Brazos plásticos, con delicadas manos, dan vuelta a los chicos, asean sus cunas y sus cuerpos desnudos —el ambiente temperado torna innecesaria la ropa—, y les hacen efectuar ejercicios adecuados a su edad. Cada cuna es un completo laboratorio que periódicamente les toma la presión, los pesa y los ausculta, datos aquellos que de inmediato son transmitidos a la Central para su verificación y control. Cualquier llamado desusado es oído por la Mente a través de micrófonos ultrasensibles, y Ella subsana la anormalidad en fracciones de segundo.
En otra sala los niños aprenden a caminar. Reciben imágenes y paisajes del mundo exterior por intermedio de pantallas tridimensionales. Se les hace escuchar ruidos y percibir los olores de los objetos así representados. El niño cumple los cinco años, con un acabado conocimiento del mundo externo.
—Los cronnios han obtenido el ciclo lógico: hombre-máquina-hombre. Así como las máquinas jamás podrán superar a sus inventores en cuanto a labor creadora, así también el hombre nunca podrá aventajar la calidad, precisión e imparcialidad de sus mecanismos. Se ha conseguido de ellos algo único: su insuperable ayuda en la conservación de la especie. Si un día cualquiera una peste o una guerra destruyese la raza cronnia, las Nodrizas repoblarían nuestros planetas. Se encuentran lo suficientemente protegidas para eludir cualquiera catástrofe, por imprevista que sea. Por ese motivo se les ha instalado a cientos de kilómetros de profundidad. Basta con que los recintos escapen a la destrucción —en la práctica son inaccesibles— para que al cabo de una generación salgan nuevos cronnios más perfectos física e intelectualmente que sus antecesores. Los depósitos de células generativas se hallan bien abastecidos para que la raza esté en condiciones de renacer las veces que sea necesario.
Una tercera caverna, tan simétrica y espaciosa como las anteriores, aunque mejor iluminada. En medio de las construcciones se extienden parques, zonas verdes y plazas de juego. Aquí son trasladados los cronnios mayores de cinco años. En esta etapa transcurre el aprendizaje. Las Máquinas enseñan a leer y escribir; determinan las aptitudes, y de acuerdo con ellas, el cronnio se especializa. Las Máquinas les inculcan los principios de amor a la colectividad, y los deja aptos para ingresar en la vida cívica.
La voz adquiere un tono épico: canta la grandeza de la raza cronnia. Acerados matices de orgullo tremolan en el silencio. Un orador invisible e hierático que ensalza las grandezas del sistema político-social.
—El cronnio llega a los quince años, a una edad en que ya está completamente desarrollado, con todos los conocimientos necesarios para cumplir con la vida colectiva. Como todo su saber le ha sido enseñado por máquinas, infalibles e imparciales, no contrae complejos. Se han extirpado los lazos que acarrea la convivencia familiar, la rémora más pesada en el desenvolvimiento de una civilización. Se ha extinguido el mito de la madre, con toda su cadena de complejos, ya que es imposible sentirse unido por vínculos afectivos a una máquina.
—En Cronn no existen ni pueden existir las clases sociales, pues todos son hijos de la madre común: la Nodriza. Desde niños saben que están destinados a «gravitar en una órbita previamente trazada» dentro de su país, en la cual siempre son solícitamente cuidados y seguidos por las Máquinas, que nunca pierden su control. Ellas cuidan de su equilibrio emocional, de sus arranques instintivos, de todo cuanto pueda alterar su racionalidad. ¡Todos los cronnios trabajan por la grandeza de Cronn, ya que no existen otros objetivos dignos de sacrificio! No hay padres que respetar, ni hijos que educar, ni hogares que mantener. No hay parentescos que coarten las obligaciones colectivas. Hombres y mujeres son libres para desempeñar sus labores de producción dentro de las posibilidades de sus respectivos sexos. Libres para amarse y vivir con intensidad, sin prejuicios de ninguna especie.
Pienso que A. está cerca. No la veo. Cambia la visión. La somnolencia. Se aquieta mi temblor. La voz de la Máquina-madre. La voz que inyecta el conocimiento y que no deja hacer preguntas.
—Este Nodrizal tiene capacidad para cinco millones de seres, que a los quince años lo abandonan definitivamente.
Las centrales de identificación —construidas en la superficie de los planetas y directamente enlazadas al correspondiente Nodrizal— se yerguen en medio de los continentes, en lugares estratégicos. En ellas es posible averiguar de una ojeada cuál es la cantidad de personas que están por nacer o han nacido, o, al revés, el número de personas que han muerto, segundo a segundo. Se puede determinar exactamente en qué lugar de Cronn se encuentra una persona cualquiera, y, en caso de necesidad, reducirla a la impotencia con un golpe electromagnético dado desde la misma central. A su vez, las diversas centrales se hallan conectadas entre sí, de modo que también se puede averiguar en cualquier momento cuál es el número exacto de habitantes de Cronn. Las Máquinas suman automáticamente los nacimientos, restan los decesos y totalizan. Es decir: un censo automático.
Periódicamente las Máquinas presentan un balance de los nacimientos y defunciones ocurridos en Cronn en el mismo período, con lo cual se lleva un exacto control del ritmo de natalidad. Antes de esta ceremonia, que es de gran trascendencia, los cronnios acuden a su central de origen y enfrentan al Identificador. Es un laboratorio automático, que determina, luego de un completo análisis —se les miden a los cronnios hasta sus ondas telepáticas—, si el analizado es en realidad el mismo cuyos datos se encuentran registrados en la correspondiente ficha.
El museo a nuestras espaldas, es una mole color crema. La naturaleza. El pasto se hunde bajo mis pies. Una brisa cargada de perfumes. Los rasgos de la corteza van desapareciendo. El parpadeo crepuscular. Respiro a pleno pulmón. A. camina a mi lado en silencio.
—Ha llegado el momento de separarnos —dice de pronto en voz baja—. Te será fácil olvidarme.
I. te aguarda en Ernn.
—No —reacciono bruscamente—. No te vayas. No puedes dejarme ahora. Te necesito.
—Ya sabes lo que soy. No podría corresponderte como tu deseas. Por eso he evitado llegar a una mayor intimidad contigo. Somos distintos, nada más.
La visión de las Nodrizas erguidas en la penumbra.
—Algún día comprenderás todo esto. La Colectividad ha deseado que seamos libres. No pienses mal de mí.
Su rostro hermoso, cansado. Tras la supercivilización, la amargura. La hija de las Máquinas: ha renunciado a su papel natural.
—No pienso mal de nadie. Cada vez comprendo menos. ¡No entiendo nada de nada!
—No te compliques. Otro mundo, ¿ves? Esa es la única explicación. Ya tomarás el ritmo.
Caminamos lentamente por el prado. Macizos de plantas arbóreas: siluetas que se agitan sombrías. Es tarde. Las calles aéreas despiden luz. Aplastado. Las ciudades mecánicas y parlantes son, hasta cierto punto, comprensibles. Pero las Nodrizas. El presentimiento de algo siniestro.