—¿Podré volver? ¡Por Dios, sea franco!
—No. No podrá volver. Por desgracia, nos dimos cuenta demasiado tarde del engaño de X. Usted ya estaba en Cronn. Le parecerá raro que con todos los medios de identificación que poseemos nos haya sucedido. Pero sucedió. Estamos a cien años-luz de la Tierra. Y la luz recorre trescientos mil kilómetros por segundo. Vamos rumbo al corazón de la Vía Láctea.
No. No habrá regreso. No hay caminos de regreso. Seré otro resorte. Y adelante. Sigan. Uno, dos, tres. Perfectísimo. Sin desviarse del camino.
—¿Y la verdadera historia de X.?
—La que usted conoce, con una nueva variante: huyó de otro mundo. Y por ese mismo hecho nos fue necesario imaginar un proceso de adaptación. Usted sufrió el trauma interplanetario. Fue el primer indicio del hecho que usted no era el verdadero X. Estuvo un mes entero en la clínica.
Treinta días durante los cuales debimos mantenerlo en un estado hipnótico, inyectándole alimentos y drogas.
Las estrellas que tachonan el cielo brillan como brasas. Verdes, escarlatas, anaranjadas, azules.
Tan próximas y materiales que podría percibirse su calor. No hay atmósfera que intercepte la visibilidad. Estamos en el vacío.
En medio de su deambular por las estrellas, Cronn llegó al Sol. Los astrónomos habían estudiado sus planetas, y descubierto, antes de rebasar la órbita de Plutón, que la Tierra albergaba una raza idéntica a la cronnia en muchos aspectos. Hallar dos razas iguales en el universo constituye una casualidad. Los cronnios, que en el curso de su historia exploraron cien mil soles provistos de planetas, jamás encontraron seres tan parecidos a ellos. De ahí su interés en conocer a los hombres.
La Tierra es un mundo indefenso. Cualquier viajero interestelar puede imponerse de todo cuanto le interese saber respecto a ella, con el solo recurso de captar e interpretar sus emisiones electromagnéticas. Incluso, aprender por estos medios todos los idiomas terrestres y conocer la totalidad de sus costumbres. Sin delatarse. Así procedieron los cronnios.
Cronn se instaló frente a la Tierra, pero con el Sol de por medio. Durante un año fue el Antiktron.
Allí se mantuvo agazapado, girando en derredor del Sol en el mismo período de la Tierra y recorriendo su misma órbita. Dadas sus condiciones de propia movilidad evitaba las libraciones. De este modo, nadie en la Tierra lo pudo descubrir. Además, las ondas de radar son absorbidas por la Cáscara. Es decir, no se reflejan. Debido a su color negro, es un pésimo reflector de la luz, aún directamente iluminado. Su albedo es insignificante, muy inferior al de Plutón, el planeta más opaco del Sistema Solar. En la práctica es invisible.
Los cronnios instalaron en la Luna su base de operaciones, e iniciaron las expediciones a la Tierra. Pero sin entrar en contacto con los seres humanos más civilizados. Aterrizaron en regiones desiertas; trabaron relaciones con algunas tribus perdidas en el Amazonas; conocieron los continentes polares, y, una vez que se formaron una exacta idea de la idiosincrasia del hombre, de sus inquietudes, de la crisis social y sicológica que atraviesa el siglo XX, seleccionaron un grupo de cronnios que ya hablaban varios idiomas terrestres, para que se mezclaran con sus habitantes y los estudiaran más de cerca.
X. integraba la tripulación de la astronave que comandaba L. ¿Quién podía imaginar que un cronnio prefiriera la precaria situación del hombre a la seguridad de Cronn? Pero había uno. X. llegó a la Tierra. Todos los cronnios llevaban cédulas de identidad, pasaportes, en fin, los antecedentes indispensables para ingresar en la comunidad terrestre sin peligro de ser descubiertos. La astronave de L. aterrizó en Polonia. Tres días después, X. desaparecía. Había preparado cuidadosamente su fuga: llevaba consigo reactivos, antirreactivos —de uso exclusivo de las patrullas de exploración, que los emplean para no ser descubiertos cuando llegan a otros mundos—; con sus conocimientos estaba capacitado para hacer rápida fortuna. Un tuerto en el país de los ciegos.
El resto de la aventura me era conocido. Un solo detalle ignoraba: que X. me había inyectado una dosis de su reactivo. Como las Máquinas fuera de determinados límites pierden el control sobre los cronnios, éstos se inyectan substancias que permiten al capitán de las astronaves detectarlos con aparatos de corto alcance.
X., sabedor del hecho que en cuanto desapareciera sería perseguido, extremó sus precauciones.
Al verse acorralado —con la personalidad de Fernando Mendes, y ya en contacto conmigo— me inyectó una dosis de su identificador. Fue su toque maestro. Con ello los cronnios no podían seguir dudando. ¿Por qué —una vez que descubrieron la sustitución— no volvieron en su búsqueda? Los Técnicos de Cronn fijan sus itinerarios. Y dentro de la mecánica de los campos magnéticos existen períodos críticos, los cuales se producen cada determinados lapsos, y que es indispensable aprovechar al iniciar un viaje. Si bien es cierto que Cronn puede desplazarse con toda facilidad por el espacio, no es práctico manejarlo como una astronave. Habría sido ridículo regresar en busca de un hombre, cuya sustitución fue descubierta cuando se hallaba en plena travesía interestelar, muy lejos de la Tierra. X., que conocía el plazo fijado por los Técnicos para permanecer en el Sistema Solar, se limitó a eludir a los cronnios por ese período. Sabía que, una vez iniciado el viaje, estaba a salvo.
En medio de todas estas revelaciones A. reaparece.
—Uno de los consejos que le di fue, precisamente, que le ocultara la realidad cronnia como otro planeta. Todavía no era conveniente que usted lo supiera.
—¿Y no temió que me enterara por otros medios?
—¿Cómo? Para empezar, yo seguía cada uno de sus pasos. Y la afortunada intervención de A. hizo el resto. Por otra parte, era difícil que un cronnio cualquiera le hubiese dicho por propia iniciativa que Cronn era un sistema planetario de esferas concéntricas. Habría tenido que preguntárselo usted. Y eso no lo habría hecho por razones obvias.
Durante el viaje a Dnak la cronnia me dijo que ignoraba los planes que L. y D. podían tener sobre mí. Este detalle me confirma que A. procedió de buena fe.
Todo se explica. Menos la actitud de los cronnios frente a los hombres. ¿Por qué no entraron en contacto directo con ellos? ¿Por qué esa actitud sigilosa? Y al pensar que con el progreso alcanzado por Cronn en el campo científico habrían llevado siglos de adelanto a la Tierra —más aún al considerar la crítica etapa porque atraviesa: a punto de comenzar una guerra atómica— su actitud se tornaba incomprensible. ¿Qué perdía Cronn?
El problema es complejo, dicen los cronnios. ¿Quién garantiza que la ayuda que un planeta preste a otro más atrasado sea de verdad efectiva para su desenvolvimiento? La existencia de un mundo transcurre en la eternidad y en el infinito, y sus destinos se hallan regidos por factores que escapan a la razón. No se trata de aliviarlos por un año o por un siglo o por un milenio. La cuestión de la convivencia interplanetaria difiere de la de los pueblos entre sí. Aunque dentro de la misma Tierra se producen situaciones similares en los casos en que un país adelantado presta ayuda a una nación subdesarrollada. Muchas veces los problemas que les crean son mayores que los que pretendían solucionarles.
Ciertas etapas culturales deben alcanzarse a través de una evolución progresiva. La Tierra, con su actual grado de cultura, al verse de súbito dueña de una civilización tan avanzada como la cronnia, con entera libertad para usufructuar de ella, podría sufrir fatales trastornos. La mejor manera de obtener ventajas de un gran progreso es cuando éste se ha conseguido por sí mismo. De lo contrario no se sabe valorizar y menos emplear.
Enfocado el asunto desde otro ángulo, cada mundo tiene sus móviles, sus propósitos, sus inquietudes, sus finalidades. Dios, al crearlos, les ha infundido todos los medios que les permitirá encontrar sus derroteros. Todo ha sido sabiamente planeado, y, a medida que se evoluciona, se va comprendiendo cuál es Su sabiduría. Cronn tiene millones de años de evolución cultural, y algo sabe del universo. Si el hombre no es capaz de encontrar el paliativo a sus miserias en su planeta, difícilmente lo encontrará en los mundos vecinos.
—Usted lo comprenderá más adelante, cuando conozca mejor a los cronnios. Comprenderá por qué Cronn ha hecho bien al no intentar influir en la Tierra. En ella se dice que el hombre fue expulsado del paraíso terrenal por su «curiosidad». Pudiera ser que esa misma «curiosidad» por conocerlo todo le depare desagradables sorpresas en el futuro.
X. está vivo para las máquinas, aunque la distancia lo ha liberado de su control. Pero quien vaya a consultar su ficha sabrá que aún vive. De ahí que los cronnios se hayan visto forzados a mantener la sustitución. Según L. la actual falta de contacto de X. con las Máquinas no tiene mayor importancia: es explicable por el hecho que los exploradores, al anular temporalmente sus reactivos, suelen tornarse indetectables por variables períodos, aún después de haberse inyectado el correspondiente antirreactivo. ¿Y el Identificador? ¿Cómo podré burlarlo? Se buscará el medio de eludirlo, llegado el momento. No puedo reprimir un escalofrío.
El sol se ha puesto. A cien años-luz de distancia, por cierto. Diez mil metros más abajo, el abismo de la Cáscara, sin el más mínimo detalle visible. Sólo en lontananza se distinguen, vagamente, las cumbres de sus montes.
—Una vez me dijo que la noche y el día eran una consecuencia de la actividad solar, que acentuaba los fenómenos electromagnéticos…
—Fue una buena versión, ¿no?
Es un fenómeno de intermitencia magnética, explica. El calor provocado por la luz hace que la energía cambie de polarización y se apague. Un proceso automático. O sea, cada veinticinco horas hay un período de día y de noche total para todo el sistema. La campana anuncia cada veinticinco horas los períodos, al caer la noche.
Emprende vuelo el magnetón. Varias astronaves —puntos incandescentes que se destacan contra la Cáscara— recorren el tenebroso paisaje.
—Patrullaje de rutina —advierte L.—. Cuando nos aproximamos a los corazones de las galaxias se extrema la vigilancia: son, en general, zonas de intenso tránsito interestelar.
La evolución es más rápida en el centro de un grupo estelar que en su periferia. En esos lugares las civilizaciones —cuando existen— se desarrollan veloces y alcanzan pronto altos grados culturales y científicos. En cambio el Sol, situado en los suburbios de la Vía Láctea, se halla en condiciones de inferioridad. Es posible que sus planetas jamás alcancen determinadas etapas, que requieren las condiciones imperantes en dichas regiones.
Sí, X. Estás oyendo hablar de «intenso tránsito interestelar», de patrullajes de negros desiertos, de la ventaja de aquellos planetas que se encuentran en el corazón de las galaxias. Mala suerte la de la Tierra, que nació en los bajos fondos. Debajo de ti se extiende la coraza protectora de dieciséis mundos perfectamente protegidos.
—¿Hay observatorios o construcciones ahí abajo?
—Ninguna. Nada que pueda delatar la existencia de seres vivientes a un hipotético invasor. Si una astronave aterrizara aquí no tardaría en emprender vuelo. En ninguna parte es posible encontrar un sitio más inhóspito. Son cerca de tres mil quinientos millones de kilómetros de esa sustancia.
En medio de la noche se distingue una figura humana que camina con rápidos pasos.
—Un autómata gigante. Un Máximo. Vigila la Cáscara en colaboración con las astronaves.
Tiene que ser inmenso. A pesar de la distancia es visible con nitidez. La falta de puntos de referencia impide valorizar su tamaño.
La espectral figura, que viste un traje fosforescente, desaparece de pronto, oculta por una colina.
A la luz de las estrellas se columbra una zona negra. Agudizando la vista se entrevé, también, un reborde circular de grandes proporciones.
—Uno de los accesos a Cronn.
Es un cráter con su correspondiente chimenea. Atraviesa la corteza de parte a parte —dos mil quinientos kilómetros de espesor— en sentido vertical. Mil quinientos kilómetros corresponden a la Cáscara en propiedad —la sustancia negra capaz de acumular energía cósmica—, y los mil restantes se componen de rocas metalíferas, común a las demás esferas. De ahí el nombre de Cáscara: una piel que envuelve el primer planeta.
—Cualquier astronave puede descender por ahí.
—Cuando se encuentra abierto, X.
—¿Me quiere decir que «eso» puede cerrarse?
—En forma hermética, con un movimiento contráctil o pupilar. Una vez cerrado, lo único visible es un monte de escasa altura, con un cráter ciego en la cumbre.
El nivel del reborde. Su altura es insignificante en comparación con su amplitud. Traspuesta la pestaña, el magnetón flota sobre el abismo. Algunas esferas emergen con un trazo de luz.
—¿Qué mecanismo lo cierra?
Otra obra de los titanes. Encontraron la manera de surgir a la superficie. Durante milenios los colosos no conocieron las estrellas. Podían viajar entre los planetas interiores. Pero una parte de la última esfera era impenetrable. La nada del universo cronnio. Una nada sólida, que resistía las herramientas y explosivos más poderosos. Pero un día descubrieron que ante ciertas ondas de alta frecuencia, la Cáscara se perforaba. Como un tubo que se hunde en el agua: las moléculas se repliegan, pero al sacar el tubo vuelven a unirse. Aumentando el poder de esos reflectores se consiguió al fin abrir los respiraderos. Y las estrellas saludaron a los titanes.
Las paredes de las chimeneas son perfectamente verticales. Atraviesan zonas de gravedad contrapuesta. Mil quinientos kilómetros más abajo —en el límite de la Cáscara con la roca— el conducto sube. En ese lugar los titanes instalaron el foco perforador. Ahí la gravedad es nula. La parte del tubo que desemboca en la cara interna de la esfera es rígida. Únicamente la que atraviesa la Cáscara es contráctil.
Pues bien: si se lanza un objeto desde el otro extremo del respiradero, cae con movimiento uniformemente acelerado hasta el límite. De ahí comienza a subir. Pero no alcanza a llegar al cráter, porque su velocidad se anula quinientos kilómetros abajo. De ese punto, vuelve a caer. Significa esto que, desde el interior del sistema, nada puede llegar a la superficie por su propio peso. Necesita de un propulsor mecánico.
En cambio, si soltáramos un objeto aquí, la velocidad alcanzada al llegar al punto neutro le permitiría recorrer los mil kilómetros restantes. Continuaría ascendiendo, teóricamente al menos, hasta quinientos kilómetros por encima del primer planeta. No sucedería eso porque la atmósfera, al bajar varios miles de metros por el tubo, frena y volatiliza cualquier objeto que se precipite desde afuera. Así ocurre con los meteoritos que por casualidad embocan en las chimeneas. Además, a lo largo de la primera sección de los accesos existen alarmas automáticas que delatan y destruyen cualquiera cosa de tamaño peligroso que caiga en su interior.