Los Altísimos (19 page)

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Authors: Hugo Correa

Tags: #Ciencia Ficción

—¿Cuánto tarda en cerrarse? —Era lo único que me preocupaba.

—Media hora. Y una hora en abrirse.

—¿Y se contrae a lo largo de sus mil quinientos kilómetros?

—Totalmente.

—¿Podría suceder que una aeronave quedase atrapada en el conducto, por no alcanzar a subir o regresar?

—Por cierto. Es difícil, pues hoy día todo se halla bien controlado y sincronizado. Pero hace siglos…

Mil años antes, una astronave trató de huir de Cronn. El sistema se encontraba en las vecindades de una estrella rodeada de hermosos planetas. Un grupo de cronnios decidió escapar y colonizar uno de aquellos mundos. Tomaron una nave de gran capacidad, y emprendieron vuelo. Eran quinientos, entre hombres y mujeres. Recién comenzaba la ascensión de la segunda etapa del tubo, cuando fueron descubiertos. Los Técnicos hicieron funcionar los dispositivos.

El efecto fue notable. Muchos creyeron que los rebeldes habían logrado su objetivo. Por ninguna parte se encontraron los restos de la máquina. Incluso, se organizó una expedición para que los persiguiera en los vecinos planetas. Entonces apareció, a cuarenta kilómetros del cráter interior, en el centro de un arenal, una pértiga de miles de metros de longitud por un metro de diámetro.

—¿La Aguja que me mostró ayer?

—Exactamente. La Aguja de los Rebeldes. Estaba como ahora, enterrada sólidamente en tierra, un poco inclinada al este. Era todo lo que quedaba de la astronave.

Fue comprimida por todos lados, hasta adquirir esa forma extraña. Se alargó más de cuarenta veces su diámetro primitivo. Cuando el tubo volvió a abrirse horas más tarde, aquel dardo descendió con movimiento acelerado, y fue a surgir en la cara interna. El impulso adquirido lo hizo subir varias decenas de kilómetros más. Luego cayó en el desierto y se clavó profundamente en él. Nadie lo vio. Si hubiese caído al mar, jamás se habría conocido el destino de los fugitivos. Con toda probabilidad.

—¿Y los quinientos tripulantes? —Adivino la respuesta. Pero me es imposible evitar la pregunta.

—¿Por dónde iban a salir? Ahora es un monumento nacional. Un ejemplo para los audaces.

Imagínese la presión de estos billones y billones de toneladas.

—¿Hay más cráteres?

Existen, más o menos, veinte mil respiraderos. Dada la magnitud de Cronn, son como vasos capilares en su piel. Además hay otras cuatro mil chimeneas esparcidas por toda la superficie.

Corresponden a otros tantos observatorios astronómicos.

Un mundo de cuatro mil ojos.

XIX

Dentro de las paredes de cada esfera existe una infinidad de burbujas. Cavernas colosales, como las que sirven de refugio a las Nodrizas, y una red de túneles similares al aeródromo. La mayoría da la vuelta completa a la respectiva esfera. Casi todos iluminados. Además, hay una red de túneles auxiliares que conecta todo el sistema subterráneo entre sí.

Las principales experiencias científicas de Cronn se realizan bajo tierra, en la seguridad de tales refugios. Ahí se hallan las Nodrizas —accesibles únicamente a los Técnicos—, los telescopios y planetarios —éstos sólo en la corteza externa—, e inmensos laboratorios y fábricas. Servirían, asimismo, de cómodo escondite a la totalidad de la raza cronnia, en caso de invasión. Para un mundo como Cronn, que recorre las galaxias de arriba abajo, todas las medidas de seguridad son pocas.

Una caverna similar a la de las Nodrizas. Desde el techo, perforado por gigantescos focos, la luz se derrama sobre innumerables construcciones metálicas. Colosales torres forman un bosque de agresiva apariencia. Tensos cables y tuberías bifurcadas las conectan entre sí. Es una ciudad construida toda de acero. Llama la atención, como siempre, el trabajo de los titanes. Han recubierto con planchas de metal tanto las paredes como el techo de la gruta. Al mismo tiempo, la han dotado de luz. Una luz eterna, susceptible de apagarse en caso de necesidad.

Reina una intensa actividad. Entran y salen pesadas máquinas de las torres y edificios anejos. Las calles —cintas rodantes, radiales y circulares— les conducen a los aeródromos. De allí, segundo a segundo, despegan aeronaves hacia los túneles de salida. Simultáneamente, otras regresan desde diversos puntos de Cronn.

Nada en común tiene la ciudad con las Nodrizas, que se yerguen en un ambiente blanquecino.

Aquí, sin ser más intensa —sólo produce una claridad crepuscular—, la luz envuelve a los edificios acentuando sus oscuras formas. Las torres, en su mayoría cilíndricas, parecen tocar el techo.

Atrevidos puentes cruzan sobre las arterias entrelazando las construcciones. El aspecto de la urbe es sombrío. No hay nadie.

Es uno de los laboratorios atómicos de Cronn.

El Átomo. Durante siglos los cronnios estudiaron la manera de agrandar y reducir el átomo.

¿Cómo? Con un método que permitiera adicionar energía a sus partículas, en el primer caso. Para reducirlo, a la inversa, se trataba de sustraerle energía. Las leyes generales del equilibrio harían el resto. Es decir, automáticamente el átomo se expandiría, aumentando su magnitud general en proporción. Considerándolo como la unidad mínima de materia para fines prácticos, las consecuencias de un invento así serían infinitas. Por ejemplo, permitiría construir cualquier cosa, aún las mayores máquinas, a escala reducida, para ampliarlas luego a conveniencia. El hombre logra sus obras más perfectas cuando las construye a una escala que le permita trabajar con comodidad.

Pues bien: eso es lo que se ha conseguido en estos laboratorios, después de infinitas experiencias.

Aquí están los ampliadores y reductores. No es necesario agrandar directamente los objetos muy voluminosos. Basta ampliar sus piezas para después armarlos. Como ciertos artefactos requieren de una resistencia especial, se agrandan directamente: las naves interplanetarias, sin ir más lejos, y los magnetones, que se construyen de un tamaño no superior al de una naranja.

Mediante tales técnicas, la mayoría de las fábricas sólo producen miniaturas. Se economiza mano de obra, trabajo y materia prima. Pero se requiere mucha energía. Como Cronn la obtiene del cosmos en cantidades ilimitadas, no hay problema. Además, una materia constituida por superátomos, posee nuevas propiedades. Para empezar, una resistencia miles de veces superior a la original. Aumentando la energía de protones, electrones y demás partículas, crece el poder de cohesión de las moléculas. O sea, se obtiene la supermateria. Metales indestructibles para seres comunes, aunque posean las herramientas más perfeccionadas. La supermateria es irremplazable para la fabricación de astronaves: son las únicas sustancias que se prestan para la utilización de los propulsores magnéticos. Se simplifica el transporte: en un solo magnetón se pueden llevar centenares de objetos a los ampliadores.

Y así como la ciencia cronnia ha obtenido átomos de un diámetro cien veces superior al original, ha conseguido reducirlos a la centésima parte de su tamaño. Un metro cúbico de cualquier sustancia es susceptible de convertirse en un centímetro cúbico. No es lo mismo la reducción del átomo que la compresión de la materia. Esta última consiste en eliminar los espacios interatómicos por presión.

También se achican los objetos con este proceso, pero conservan su peso. Es el caso de las estrellas denominadas «enanas blancas». Allí la materia ha sido comprimida hasta el extremo que un centímetro cúbico pesa miles de toneladas. Lo obtenido por la ciencia cronnia es una nueva forma de materia, como sucede con la ampliación del átomo. Es una materia muy tenue, dotada, asimismo, de especiales propiedades.

Pero no todo ha sido éxito en estas experiencias. Si bien es cierto que pueden agrandarse y achicarse los átomos, es imposible devolverles su tamaño original una vez sometidos al tratamiento.

¿Por qué? Simplemente porque los nuevos átomos comienzan a actuar, instantáneamente, en otra escala. En otras dimensiones, donde principios y leyes desconocidos los rigen. Leyes y principios que, para comprenderlos, sería necesario trasladarse a dichas dimensiones. Cosa irrealizable para los cronnios. Allí toda su ciencia ha fracasado.

Pero, ¿por qué se habla de fracaso? ¿No han sido un éxito las experiencias en su aspecto práctico? Sí, en lo tocante a la materia inanimada. El problema de las distintas escalas se presentó al aplicar tales métodos a los seres vivos. Es decir, a sus células germinales. ¿Fue quizá monstruoso realizar estos experimentos? No: se trataba de una imperiosa necesidad. Cronn, destinado a recorrer los caminos más remotos, debe incrementar su poder con todos los medios a su alcance. Cualquier día Cronn puede toparse con enemigos capaces de poner en peligro su civilización. Quienes vigilan la Cáscara conocen las acechanzas que aguardan a un vagabundo del espacio. Los planetas subordinados a una estrella nada deben temer, excepto a la casualidad. Menos un planeta como la Tierra, situado en las afueras de la galaxia. Hay billones de mundos más interesantes que conquistar.

A Cronn no le interesa dominar otros mundos. Pero debe precaverse de ser conquistado.

De ahí nació la necesidad de crear superhombres. Por lo demás, habría sido difícil sustraerse a la tentación. Los métodos se aplicaron a células germinales humanas. ¿Qué resultó? Gigantes por una parte y pigmeos por la otra. Máximos y Mínimos. Colosos de doscientos metros de estatura y entes de dos centímetros. Un fracaso del cronnio, porque fue imposible establecer una comunicación inteligible con ellos. Sus espíritus latían en otras dimensiones, en otra escala: fueron inaccesibles para un ser normal. El cronnio no es un dios. Su ciencia es capaz de modificar la magnitud de los átomos de las células. Pero no así las partículas espirituales que van unidas a ellos. Nacieron titanes y pigmeos, pero algo les faltó, algo imposible de otorgarles. Algo cuya ausencia nadie previo. Y como resultado de esa falla, no se les pudo hacer comprender una serie de cosas fundamentales: los principios de la Colectividad; la colaboración con el cronnio para trabajar por la grandeza de su país; el afán de superación; ciertas inquietudes, etc. Porque la figura humana sólo es funcional dentro de determinados límites. Fuera de ellos, se torna inadecuada. Los cronnios pensaron que serían invencibles si conseguían crear una raza de titanes tan poderosa como la que construyó gran parte de Cronn. ¡Qué de ventajas habría representado el contar con su inteligencia superior al servicio del sistema!

—¿Y las calaveras del villorrio? Tenían forma humana.

Sí. Pero son los restos de veinte Máximos que perecieron hace treinta siglos en una guerra interplanetaria. De los primitivos titanes no han quedado vestigios, excepto su obra. Pero poco en común tenían con el cronnio, en cuanto a conformación y figura.

—¿El autómata que vimos en la Cáscara? ¿Vive aún?

—Sí. —L. parece envejecido. Desde que me mostró la Cáscara se ha humanizado—. Los Máximos son inmortales. Y se reproducen.

—¿Y continúan fabricándolos?

—No. Fue una experiencia que se efectuó hace cinco mil años. En vista del fracaso, no insistimos.

Pero los Máximos, por estar constituidos de supermateria, no fallecen de muerte natural. Como la gravedad de Cronn es baja para ellos, sus poderes físicos son ilimitados. A su escala, la materia y la energía se confunden. Tienen extraordinariamente desarrolladas sus percepciones extrasensoriales.

Por desgracia, el cronnio no las puede aprovechar. Sus inquietudes constituyen un enigma. Para comunicarse con ellos se necesitan complejos transformadores de ondas telepáticas. Nunca dicen nada sobre ellos mismos. La mayoría de sus órganos se les han atrofiado. Se alimentan de energía que absorben por osmosis. Son verdaderos autómatas. Un milagro de la cibernética, que podría enorgullecer a sus creadores. Piensan, sienten, raciocinan y comunican sus impresiones: las que estiman convenientes. Pero de no necesitar a los cronnios para vivir, hace mucho tiempo que los habrían abandonado. Requieren de grandes presiones, de una atmósfera líquida y densa. Los cronnios, con toda su ciencia, habrían sido incapaces de construirles un mundo adecuado.

Únicamente los han podido dotar de trajes herméticos —verdaderas corazas— que les permite subsistir y realizar algunas actividades. También se les han habilitado cavernas donde pueden despojarse temporalmente de sus vestiduras. Son indolentes, silenciosos y, afortunadamente, pacíficos. Los cronnios, como seres prácticos, han conseguido hacer un pacto con ellos: les proporcionan los medios de subsistencia, y los Máximos, en retribución, ayudan a vigilar la Cáscara.

Son ciento treinta y cinco mil. Cada uno tiene una superficie determinada bajo su control. Para efectuar estas labores deben ir con un cronnio, que va instalado en el casco de su traje espacial. Es la única manera de obtener una labor efectiva de ellos. Poseen ciertas fibras humanas. Si bien no se inmutan con nada, se preocupan para que el cronnio que les acompaña no corra riesgos. Tratan de defenderlo en caso de peligro. En la Cáscara viven a sus anchas. Gozan con el espectáculo del cielo estrellado. Toleran la vida de los planetas interiores solamente por breves lapsos. En todo caso, su colaboración es útil: son los verdaderos vigías de Cronn.

—¿Cómo?

—Ellos son los vigías. También se da este nombre a los cronnios que montan guardia junto a ellos.

—¿Y yo?

—Ese será su papel. Usted tendrá a su cargo el sector 517, que vigila Mh.

—¿Mh.? ¿El otro que conoce el secreto? ¿Es un Máximo?

—Sí: hay cosas que adivinan. Cuando regresábamos con usted, Mh. estaba de guardia en el cráter 517. Dijo, brevemente, que necesitaba hablar conmigo. Tuve que acceder, pues de lo contrario no nos habría dejado pasar. Me dijo que conocía la treta…

—¿La treta? ¿Qué treta?

L., en un santiamén, prepara sus defensas. Es algo notable. Por desgracia, todo es muy rápido.

Una oportunidad perdida.

—Los Máximos hablan en enigmas —explica L., hermético el rostro—. En ese instante no comprendí qué quiso decirme. Por lo demás, se negó a darme mayores explicaciones. Pero supo que usted no era X. Sin verlo. Adivinó que en la astronave venía un terrestre. Eso fue todo.

L. ha reparado la fisura. Abandonamos la sala de proyecciones, situada en la torre central, y partimos en busca del magnetón. L. aún no lo ha dicho todo. Desde el balcón, la ciudad se extiende atestada de cables, luces, tuberías, raros receptáculos y depósitos globulares empotrados en el suelo.

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