Los Altísimos (26 page)

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Authors: Hugo Correa

Tags: #Ciencia Ficción

—¡Sector 517! Vaya a ver de qué se trata. Conecte la defensa automática. Por las sorpresas.

Imposible reprimir un escalofrío. Doy a Mh. las instrucciones del caso. ¡Primer turno de mi vida!

¡Maldito X.!

Tragando saliva abro el telecontrol, y me dirijo con el Máximo en demanda del intruso. La tacita reanuda su ir y venir sobre el plástico.

En ese momento, lo absurdo de mi situación se presenta con toda nitidez. ¿Por qué tengo que ayudar a L. y D. a burlar a los cronnios? ¿Hasta cuándo tendré que arriesgar mi vida por una causa que no es la mía? ¡No tengo por qué ayudar a nadie! Pero, ¿sería capaz de gritar mi verdadero nombre, decir que no soy X.?

A la izquierda el monte pierde altura a medida que vamos saliendo del valle. Es necesario rodear la puntilla, y entonces… Frente a frente. Una fría transpiración me empapa. Es la pantalla del espía, se balancea suave, muy suave.

N. ha enmudecido. Decidida la suerte del intruso, seguro que se alejó para recorrer su sector.

Estoy solo. Tengo la secreta esperanza que el coloso no se atreva a continuar su avance. Pero Mh., impertérrito, no se detiene. La tacita se estrella contra mi pie. Emerge el Máximo del vallecito, frente a la explanada: en su centro se bambolea el intruso. Parece movido por una fresca brisa. Nos separan tres kilómetros de él. En su extremo superior se divisa una pantalla que gira vertiginosa. El titán se lanza a la carga con decididos trancos. A través de las ventanillas los astros suben y bajan en un balanceo macabro. Los instrumentos lo miden, pesan y analizan. Lo único que desprendo de tanta actividad automática es que tiene cincuenta y cinco metros de alto. Sigue meciéndose sereno, sin detectar nuestra presencia. Veloz, hago una serie de comparaciones: voy en un coloso de doscientos metros, armado hasta los dientes, revestido con una indestructible armadura… Comparado con Mh., el intruso es un enano. El miedo se retira. El titán puede aplastarlo con un solo pie. Y yo asustado.

Galvanizado, me inclino sobre los mandos, y me dispongo al ataque.

—¿Qué tal? —Habla la Central.

—¡Ahí está! Se halla a mil metros.

—Lo tenemos enfocado. ¡No se descuide!

El trompo deja de girar y balancearse. Estoy a quinientos metros. Lo veo enderezarse. Se engrifa.

La pantalla superior interrumpe su rotación y me enfoca.

—¡Cuidado, 517! ¡Dispare!

Despavorido por el tono de la advertencia, intento accionar el disparador. Mi cabina sufre una violentísima vibración. Tirita durante cinco segundos por lo menos. Cesa un instante. Se me abomba la cabeza. El escalofrío penetra hasta mis tuétanos. Quiero gritar algo. Alargo la mano en busca del disparador. La vibración me derriba. Me instan a hacer fuego. Siento un agudo dolor en los huesos, y comienzo a perder el conocimiento. Antes de desmayarme alcanzo a divisar a través del ventanal una tempestad de llamas que apaga el fulgor de las estrellas. ¡El Máximo hace funcionar su artillería eléctrica! Exhalo un ahogado gemido y me sumerjo en la oscuridad. Distingo vagamente un objeto pequeño que llega raudo al lado de mi mejilla. Es frío, suave. La tacita reinicia sus correrías.

De nuevo una clínica. Me duele la cabeza. Al abrir los ojos, lo primero que veo es a L. Como la primera vez.

—¿Qué pasó?

Esboza su semisonrisa.

—Nada. Nada grave, en realidad. El autómata que dejaron los metalíferos alcanzó a disparar un haz de ondas vibratorias. Menos mal que el Máximo hizo fuego. Pronto podrá levantarse.

Como la primera vez.

—¿Y el autómata?

—Volatilizado.

—¿Y Mh.?

—Duerma. Descanse.

XXIX

Quince días de recuperación. En el sexto planeta. Viajando entre los continentes y anillos. Como base de operaciones: Det, ciudad del segundo anillo. Bajo el control de D.

L. había desaparecido del mapa. Por otra parte, la historia de mi antecesor sólo acudía esporádicamente a mi memoria. D. me dio expresas instrucciones respecto a la conducta que debería observar durante mi iniciación en la vida cronnia. Tenía que hablar poco, escuchar un mínimo, no aludir a mi pasado. Prohibido efectuar averiguaciones sobre las actividades anteriores de X. En una palabra: obligado a ser uno de los cien mil millones de cronnios que deambulaban por los dieciséis planetas y los veinticuatro anillos, sin interesarme mucho por la vida del prójimo. Con un itinerario previamente trazado.

Concluido el permiso médico regresé a la Cáscara. Mi existencia como vigía se regularizó desde esa fecha. Encastillado en el Máximo: luego, los descansos en el subterráneo, siempre en las vecindades de D. Sólo a él visitaba.

Cronn se encuentra de nuevo en las afueras de la Vía Láctea, en el extremo opuesto al Sistema Solar. Durante mi enfermedad pasamos por tres sistemas planetarios. De nuevo la nostalgia. Sentía por las noches otra vez la angustia, cumplida mi jornada junto a Mh., encerrado en mi departamento del campo aéreo. Cada vez más lejos del Sol. ¿Despertaría algún día de aquella pesadilla? Recurría entonces a los calmantes.

Pasó un mes desde mi reincorporación al Cuerpo de Vigías. Cronn continuaba desplazándose tranquilo. A veces caía uno que otro bólido que no nos alcanzó. A causa de la inexistente atmósfera de la Cáscara, los aerolitos se estrellaban en silencio, invisibles. Solían deshacerse contra el duro suelo, donde ni siquiera generaban cráteres: aquel desierto tenía propiedades elásticas. Los bólidos de gran tamaño o los formados por metales muy sólidos, rebotaban en la tierra, luego de deshacerse en mil pedazos. El terreno se hundía con el impacto, y, lentamente, tornaba a nivelarse al cabo de pocas horas. De manera progresiva me fui interesando en las diversas ramas propias de los vigías.

Fue lo único que logró entusiasmarme en forma seria.

Pasados los primeros treinta días de jornada recibimos orden de abandonar la Cáscara.

Cronn aceleraría para retirarse de la galaxia (mi galaxia). Para siempre. La operación iba a durar aproximadamente una semana. Nada se nos anticipó respecto a nuestro próximo destino. Por lo demás, aquello no constituye una rareza. No es costumbre de los Altísimos planear los derroteros de Cronn de acuerdo con sus subordinados. Con toda probabilidad, los Técnicos lo conocían.

Nerviosidad en el ambiente. En mi interior, maldije a L. y D. Al primero, por no dejarse ver. Al segundo, por su mutismo. Se nos prohibió abandonar la corteza. Terminó el viaje. Necesario es añadir que, a pesar de hallarnos casi junto a la Cáscara, nada o casi nada de cuanto ocurría en ella me fue posible notar. Digo «casi» porque en dos oportunidades escuché sordos ruidos, semejantes a truenos prolongados, seguidos por leves estremecimientos subterráneos. Aquellos fenómenos eran las únicas señales perceptibles de las tremendas fuerzas que agitaban la Cáscara. Tanto la aceleración como la desaceleración pasaron inadvertidas.

Con celeridad se extendió la noticia. Un rumor al comienzo. Cronn se había detenido en medio del espacio, lejos de todas las galaxias. Los Técnicos la confirmaron: estábamos a dos millones de años-luz de la estrella más próxima. En el más completo vacío, sin astros visibles a simple vista. Se supo en cuestión de segundos. Los vigías: sombríos. Se decía que Cronn había estado antes en esos lugares. Siglos atrás. Nadie sabía qué preparaban los Altísimos. Fue la primera vez que tuve una prueba irrecusable de su existencia.

Se nos notificó, entonces, que deberíamos dirigirnos a la Cáscara. Que, «hasta nueva orden», no se harían turnos en los Máximos. Que podíamos tomar los magnetones y aprovechar aquellos días para practicar astrogación. Una vez más se abrieron los respiraderos, mas no así los Ojos. Este último hecho espesó aún más el ambiente con funestas premoniciones. Se recordaban antiguas historias. Yo mismo conocía una de ellas: la de la nova azul.

Con cinco tercos cronnios nos dirigimos a la superficie. No hablábamos, según costumbre.

Llegamos a la salida del 517, y me fue dado contemplar algo único: un cielo sin estrellas.

Difícilmente creo posible que exista un espectáculo más sombrío. Navegábamos bajo una negra bóveda, salpicada a lo lejos por breves motitas. Sólo una de ellas, de un tamaño similar al Sol, brillaba con regular intensidad. Era una galaxia de forma lenticular que, en esos instantes, se hallaba vecina al horizonte. Mirando con atención, conseguí distinguir otra: apenas refulgía. Y varias más se desplazaban en el espacio siguiendo sus eternos derroteros. Pero ni una sola estrella. Las estrellas, como los hombres, viven en colectividad, apretujadas en poblaciones, tal la Vía Láctea. Como los hombres, aborrecen la soledad. Me deprimió el ambiente. Tampoco mis compañeros se sentían a sus anchas.

—¡Bueno! —farfulló el instructor, luego de echar un rápido vistazo al cielo—. Intentaremos entrar en órbita libre.

Fue todo su comentario.

Pasaron los días sin que nada sucediera. Tampoco se produjeron cambios. Al tercer día, la Cáscara empezó a despedir radiaciones que provocaban interferencias en los teletransmisores y detectores. El fenómeno se agudizó. ¿Y qué decían los cronnios? Cada día más hoscos, más encerrados en sí mismos. Sabían que algo se avecinaba. Fue lo único que pude averiguar, Cronn se había detenido por completo. Continuaba girando sobre su eje con la regularidad de costumbre, pero sin avanzar ni retroceder. Esperaba algo. Coloso ciego, abandonado en el vacío, aguardando algún imprevisible acontecimiento. Ciego e indefenso. El radar mismo ya no funcionaba con la precisión de costumbre. Y las magníficas astronaves cronnias se tornaban difíciles de conducir, debido a las perturbaciones magnéticas. Algo preparaban los Altísimos. Y con toda calma.

Los Técnicos dieron órdenes para que la mayor parte posible de la población se trasladara a la Cáscara. Millares de personas, hombres y mujeres, surgían de los cráteres. Campamentos plásticos brotaban aquí y allá. En menos de una semana se esparcieron por toda la superficie. Las poblaciones se multiplicaban. Los cronnios obedecían las órdenes con un fatalismo deprimente, acudiendo en silencio al negro desierto.

Quince días. Cerca de mil millones de personas pernoctaban en la arrugada cara de Cronn.

Ciudades de cúpulas plásticas, de variados colores, moteaban la tétrica superficie. Y seguían acudiendo. Luego de dos semanas de permanencia en la Cáscara, quedaban libres para regresar a la seguridad de los planetas interiores. Nuevos contingentes llegaron en su reemplazo. Al cabo de una quincena, los colonos estaban autorizados para volver a sus tierras. ¿Por qué?

Un día —de más está explicar que siempre era de noche en la Cáscara— acababa de arribar, finalizado mi descanso reglamentario en el aeródromo. Mis actividades de vigía se desenvolvían normalmente. Cada cinco horas en la superficie, me correspondían veinte bajo tierra. Como todos, me sentía poseído de melancolía, que se acentuaba segundo a segundo. Sordo terror que apenas disimulaba. Muy próximo al 517 se había establecido uno de los campamentos. Aterrizó nuestra aeronave en sus inmediaciones. Hacia él nos dirigimos. Inconscientemente me separé del grupo.

Ensimismado contemplaba la galaxia lenticular que, otra vez, se hallaba cercana al horizonte. De improviso tropecé con una escuadrilla de hombres que venía en sentido contrario.

Murmuré una excusa. Y vi de reojo, a través del vidrio azulino de una escafandra, un rostro. A dos metros de mí. Casi de inmediato lo reconocí. Sin embargo, quedó su nombre flotando confuso en mi cerebro antes de poderlo articular. El cronnio, que estoy seguro me identificó de una rápida ojeada, prosiguió su marcha. Se unió al grupo.

—¡L.! —grité sobresaltado—. ¡L., espere!

No podía oírme. Me precipité en su persecución. Se había alejado un buen trecho, y comenzaba a desaparecer tras una de las arrugas, cuando logré darle alcance.

—¡Qué tal! —me dice, deteniéndose. Ilumina su escafandra, y muestra así su anguloso rostro. Ni el asomo de una sonrisa contrae sus labios.

Los siete cronnios restantes, que no parecieron percatarse de mi intromisión, se desvanecieron en las sombras. Nos hallábamos solos.

—Está solitario esto, ¿no? ¡Esta noche va a ser!

—¿Qué?

Su rostro envejecía a ojos vista.

—Esta noche va a pasar. ¡Lo que tiene que pasar! Hablarán los Altísimos. —Añade, en tono socarrón—: ¡Por lo de los Máximos y Mínimos…!

—¿Esta noche? No entiendo.

Esboza la sonrisa.

—Ya lo entenderá. Cuando pase. Ahora, nadie sabe nada.

—Pero, ¿por qué usted supone…?

Creo oírle emitir un imperceptible suspiro.

—¡Presentimientos! Nada más. —Agrega rápido—: No se aparte de D. Le ayudará a burlar al Identificador. No es mala persona, a pesar que a usted no le agrada. Aquí no somos espontáneos y simpáticos como en la Tierra.

¿Sería una despedida?

—Y usted, ¿qué va a hacer?

—¡No lo sé! —Desvía la mirada al cielo. Parece concentrarse en la observación de una débil galaxia que se desplaza en el cenit—. Es grande esto, ¿no? Una vez pasamos por aquí…

Da la impresión de decidirse.

—Creo que podré decirle algo antes que nos separemos. ¡Esta noche van a ocurrir muchas cosas!

—¿Qué cosas, por ejemplo? ¿Por qué habla así?

—¡Ya le dije! ¡Presentimientos! Nunca me han engañado. Quería hablarle de su antecesor. —Al continuar, con extrema lentitud, sus ojos fulguran como en la clínica—: De todas las facetas de la aventura, hay una que no hemos analizado. ¡Que yo hubiese ayudado a X. a escaparse de aquí!

Se me seca la boca.

—¿Ve? ¡Podría ser la última verdad! La última y definitiva. X. habría escapado con mi ayuda.

Tal vez esa parte nadie la sepa. Los que conocen algo de la verdad creen que lo hizo a solas. ¡Habría sido difícil! En cambio, fraguando entre los dos la sustitución…

—Pero, ¿por qué?

—Es posible que hayamos sido amigos. —Su tono adquiere una leve ironía—: ¡Demasiada sensibilidad para un cronnio! Podría ser que haya ocurrido en Cronn una tragedia sentimental, de esas que tanto gustan en la Tierra. Dos hombres se enamoran de una misma mujer: ella muere, y la rivalidad entre ambos, secreta por lo demás, se transforma en una gran amistad…

—¿Es esa la verdadera historia? ¡Le exijo que no me mienta esta vez, L.!

Hace un gesto para calmarme.

—¡No se excite! Hay un solo hecho cierto y fatal: usted está en Cronn. Ahora, en vísperas de un grave acontecimiento, deseo darle una nueva posible versión de la historia, tan probable como las anteriores. Eso es todo. Andando el tiempo podrá desentrañar la verdad.

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