Pobres de nosotros si nos sorprenden preparándoles alguna jugada. En varias ocasiones tratamos de independizarnos. Y el castigo aplicado fue tan desproporcionado al delito, y nos descubrieron en forma tan oportuna, que desde hace diez mil años no intentamos ninguna rebelión. Por eso evitamos entrar en contacto con la Tierra. Únicamente habríamos podido darles un consejo: que abandonaran sus ambiciones por penetrar los misterios del universo. ¿Y qué habría sucedido? Nos habrían hecho preguntas imposibles de contestar. Para convencerlos, hubiéramos tenido que mostrarles Cronn. Y eso está prohibido por los Altísimos. Además se corría el riesgo a que Ellos se interesaran por la raza humana a través de nosotros. Por alguna razón les atraen los seres de forma humana.
Estamos perfectamente controlados. Entre los cronnios hay un gran porcentaje que les son leales.
No significa que esos cronnios sean nuestros enemigos. Pero los Altísimos nos han impuesto una serie de obligaciones que debemos acatar a riesgo de ser exterminados. Por ejemplo, los únicos que pueden dirigir Cronn, los únicos que tienen acceso a las cámaras de dirección del sistema, son los Técnicos. O sea, nuestra raza está obligada a sacrificar periódicamente un buen número de personas para que ingresen a ese Cuerpo. Es una verdadera casta de cronnios, especialmente seleccionada desde su niñez, de mutuo acuerdo con los Altísimos. Se les somete a una misteriosa intervención quirúrgica —imprescindible para sobrevivir en las cámaras de dirección— efectuada solamente por Técnicos, y que los convierte en verdaderos autómatas. Quedan entregados a los Altísimos, dedicados por completo a su tarea de conducir Cronn y vigilarnos. Pasan a integrar el sistema de espionaje de los Altísimos. Por otra parte, los Técnicos son de vital importancia. Son los únicos que conocen la manera de comunicarse con los Altísimos, mediante complejas claves e instrumentos. Y si algún día los Altísimos, por cualquiera razón, perdieran contacto con nosotros, solamente los Técnicos serían capaces de manejar Cronn. Ellos son quienes abren los accesos a la Cáscara y conocen nuestros itinerarios. Quienes ingresan a ese cuerpo poseen un método propio e independiente de control. Máquinas especiales los recuentan periódicamente, y si falta uno solo, se cierran las salidas de inmediato, hasta que se explique la desaparición. Nadie trata directamente con los Técnicos. Son seres extraños, inaccesibles. Su mismo aspecto —pálidos, de raro mirar— inspira una temerosa desconfianza. En la práctica son policías. No como los de la Tierra, que vigilan a los hombres. Los Técnicos son los guardianes de Cronn, los vigoleros
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de los Altísimos.
¿Por qué los Altísimos no nos han transformado a todos en Técnicos, para asegurarse así nuestra lealtad? Es la única limitación que les conocemos. La operación deja a los Técnicos inhabilitados para el desempeño de la mayoría de nuestras actividades intelectuales normales. No sirven para funciones creadoras: solamente son útiles para manejar Cronn en su parte mecánica. Por suerte nuestro pequeño y complicado organismo les ha impedido descubrir un método para convertirnos a todos en algo semejante a los Técnicos, sin sus limitaciones, aunque nunca han tenido, hasta la fecha, mayores problemas en hacerse obedecer. Algunos creen que los Altísimos nos prefieren rebeldes, pues así les somos de mayor utilidad.
Cronn es la cárcel más perfecta que haya sido inventada. Se encuentra materialmente atestada de alarmas y dispositivos que ponen de inmediato en guardia a los Altísimos. Es posible que todos los sistemas de seguridad actúen por sí mismos, sin intervención directa de los Altísimos. Quizá Ellos no se preocupan de los problemas «locales», excepto de su constante preocupación por los Técnicos.
Si el uno por ciento de la población abandonase Cronn —en el caso que pudiésemos burlar a los Técnicos—, funcionaría una multitud de ingeniosos y eficientes sistemas de exterminio, ocultos en las cortezas de las esferas o quizá dónde. En cosa de minutos, toda la raza cronnia puede ser aniquilada sin dejar rastros de ella. Y las Nodrizas se encargan de repoblar el planeta. Construimos las Nodrizas bajo sus indicaciones, una vez que les proporcionamos todos nuestros conocimientos sobre genética. Cuando estuvieron funcionando introdujeron mutaciones en nuestras mujeres para impedirles la procreación. Es la única incapacidad fisiológica de las cronnias: dar a luz un niño.
Como una raza estéril no es capaz de colonizar otros mundos, se aseguraron así nuestra permanencia en Cronn. Tampoco podemos llevar a las Nodrizas con nosotros: necesitan de una instalación compleja y voluminosa. Si intervenimos en ellas, automáticamente lo comunican a la Mente artificial, la cual, a su vez, la transmite a la Central —el planeta interior—, y ésta a los Altísimos.
Con las Nodrizas pueden eliminarnos cuando se les antoje, en la seguridad que el sistema será repoblado en la siguiente generación. Porque los Técnicos se encargan de extraer células germinales de los hombres y mujeres de Cronn para mantener siempre bien abastecidas a las Nodrizas. La mutación atrofió a las cronnias. Y la atrofia se hizo hereditaria. Pero pueden producir óvulos.
Tampoco existen planos de las Nodrizas a nuestro alcance. Aquellos que las construyeron desaparecieron sin revelar el secreto. Jamás lo habrían hecho, por lo demás.
También las máquinas de control o censoras y las de identificación fueron construidas por los Técnicos, previa orden de los Altísimos. Con el tiempo, para nuestra raza se ha convertido en una necesidad imperiosa evitar cualquier intento de insubordinación, por razones de supervivencia. A eso se deben todos los sistemas de control individual que existen en los dieciséis planetas. Instinto de conservación, nada más. La raza cronnia entera fue destruida diecisiete veces en un millón de años. ¿Cómo? Envenenando la atmósfera, provocando fríos o calores, mediante ondas letales que emulsionan los tejidos, con ruidos que enloquecían. También hay castigos menores o de advertencia —cuando los delitos no revisten mucha gravedad—, que pueden consistir en un oscurecimiento del sistema o en un aumento o disminución de la temperatura. Una vez nos dejaron a la voluntad de unos monstruos —las vistas proyectadas en el Ojo—, y para deshacernos de ellos nos vimos obligados a provocar la explosión de su sol. Consecuencia de una maniobra de los Altísimos.
Paralizaron Cronn. No funcionaron los dispositivos que cierran las salidas. Y esos seres metálicos nos dañaron un telescopio. Antes de destruirles su estrella habríamos preferido huir. Pero no pudimos hacerlo. En algunas ocasiones los Altísimos nos ponen en aprietos así. Para eso tienen una fértil imaginación, plenamente demostrada por lo demás al crear Cronn, el que además de prisión y laboratorio, es una sala de torturas científicamente proyectada. Una obra maestra, superior a cualquiera realización de la naturaleza. Basta ver cómo han aprovechado el espacio en un mundo de treinta y tres mil kilómetros de diámetro. Al lado de Cronn, la Tierra es algo anticuado, primitivo.
Un planeta en bruto. Además, nadie sabe lo que pueden hacer las fuerzas subterráneas: apenas es habitable en la superficie. En Cronn todo tiene significado: el mismo hecho que los diferentes planetas giren en sentido contrario alrededor de un eje común. ¿Por qué? No lo sabemos. La Cáscara es un aislante absoluto frente a nuestra ciencia. Sus moléculas poseen la propiedad de contraerse, haciendo desaparecer los espacios interatómicos y dejando así las chimeneas que permiten llegar a la superficie externa. Los mismos anillos: se supone que son estabilizadores del sistema. Pero además se cree que hacen el papel de conductores de energía y de enigmáticas ondas, pues sus cruces coinciden a través de todas las esferas. El eje del planeta central —la Gran Mente— también coincide con los cruces. ¿Otro de esos extraños conductores huecos? Hay buenas razones para suponerlo, aunque sus paredes son impenetrables. El hecho es que mediante esos curiosos dispositivos, los Altísimos dirigen Cronn por control remoto. Se estima que no utilizan sistemas electrónicos. La Gran Mente transmite sus conclusiones a la Cáscara. De allí las recogen los Altísimos.
Está oscuro. Se endereza L. con gran agilidad. Parte rumbo al magnetón, que fulge suavemente en las tinieblas. La idea de encontrarnos en el interior de una máquina me produce una mezcla de terror supersticioso y embobamiento.
¡Cómo se las arreglaron para liquidar nuestra raza luego de nuestro último intento por independizarnos hace cien siglos! Las nuevas generaciones surgidas de las Nodrizas padecían de una alergia por los cronnios existentes. Se entabló una guerra sin cuartel, y los nuevos cronnios asesinaron hasta el último de los antiguos. Una guerra civil, pero no por nobles causas, sino para liquidar a entes dañinos. Acto seguido, y a medida que los primitivos cronnios morían, se les iba a depositar en la Cáscara, la cual quedó cubierta por un par de años de millones de muertos. Por instrucción de los Altísimos. De allí desaparecieron. Se supone que la corteza, con sus propiedades antigravitacionales, los expulsó al espacio. Treinta mil millones de cadáveres lanzados al vacío. Una verdadera galaxia. Jamás se volvió a saber nada de ellos.
Emprendemos vuelo en medio de la noche.
—En los comienzos de nuestra civilización, cuando dudábamos de la existencia de Dios, cuando nos creíamos los reyes de la creación, desafiamos al Creador a que nos demostrara su poder, a pesar que aún no comprendíamos qué era el Universo. Nuestra insolencia fue castigada. ¿Cómo? Y apareció la superraza.
—¿Y ese pueblo de titanes?
La fosforescencia del piso da a L. un aspecto extraño.
—No existió aquí, por lo menos. Fue una historia inventada para explicarle algunas de nuestras rarezas. A eso se deben también ciertos vacíos en mis explicaciones. Todo lo han hecho los Altísimos. Exceptuando, desde luego, las ciudades, estas aeronaves. No sabemos cómo han reaccionado con la creación de los Máximos y Mínimos. Hasta ahora nada han dicho. A veces, son muy lentos en tomar sus decisiones. Pueden transcurrir siglos sin hacer nada. Pero de improviso hablan. Hemos tratado de engañarlos, disfrazando el objetivo que perseguíamos. A su vez, los Técnicos dieron autorización. Si nuestros argumentos les han convencido, nada nos harán. De lo contrario… Tengo el presentimiento que ellos conocen la verdadera finalidad. Quizá desde el comienzo. Y si no se opusieron fue porque estaban seguros de nuestro fracaso. Pero eso no obsta para que nos apliquen algún correctivo.
Vamos, de nuevo, rumbo a la Cáscara. La noche se vuelve más y más densa. La voz de L. llega lejana:
—Y yo pertenezco a la antirraza.
En el cielo gira, a través de las tinieblas, la Mente Artificial, con sus cinco mil kilómetros de diámetro y su eje máximo.
Soy un vigía. Ha transcurrido ya una semana desde que L. descorriera el secreto de Cronn y la existencia de los Altísimos. El porqué de la enigmática actitud de L. se ha aclarado un tanto. Hay cosas que aún no son del todo comprensibles: sin ir más lejos, la historia de X.
Es angustioso pensar que Cronn sea un presidio equipado con perfeccionados dispositivos de vigilancia y exterminio. ¿Podrán los cronnios liberarse algún día? Parece difícil. Su única esperanza: el dominio de las percepciones extrasensoriales. Pero para ello requieren siglos de estudios ininterrumpidos. Paradójica situación: los cronnios con todos sus adelantos podrían vivir con buena salud quizá indefinidamente. Pero los Altísimos, a través de las Máquinas, sólo les conceden un siglo de vida sana y productiva. Nada más. Todos sus problemas solucionados, hasta el de la superpoblación. Cronn está calculado para proveer subsistencia a doce billones de seres, o sea, a la población de cuatro mil Tierras. Nunca ha sido copada dicha capacidad. Diecisiete exterminios. Y a empezar de nuevo.
Pero, ¿qué me importan a mí los cronnios? Soy hijo de la Tierra, aquel pequeño y primitivo planeta situado a dos o tres siglos-luz de aquí. He sido trasplantado a un sistema planetario artificial, a un miserable corpúsculo teledirigido, utilizado por sus constructores para hacer estudios en el microcosmo.
Contemplo con nostalgia el espacio poblado de estrellas que arde allá arriba. Deberé, mal que me pese, compartir la suerte de Cronn. Nada de espectables situaciones en Chile: una voz rara aquí en la Cáscara, cuando la menciono en alta voz. Moriré como vigía, como heredero forzado de X., es decir, de Mendes.
En siete días de intensivos estudios L. me ha considerado apto para desempeñarme en el nuevo oficio. La mayoría de mis actuales conocimientos me ha sido inyectada mediante máquinas similares a aquella que me enseñara el idioma. Aún tengo mucho que aprender. Altas matemáticas, sin ir más lejos. Sobre todo, aquellas sutiles fórmulas que me permitan comprender por qué transcurridos apenas un par de meses de hallarme en Cronn, en la Tierra ya han pasado cientos de años. Ello se debe, tengo entendido, a que el tiempo transcurre lentamente para los cuerpos que se desplazan a grandes velocidades. El caso de Cronn: desde que se alejó del Sol ha sobrepasado la velocidad de la luz en dos ocasiones. Si no le he dado trascendencia al asunto se debe a que el «dejar hacer» se ha convertido en un factor predominante de mi personalidad. En la práctica, poco es lo que importa ya. Siento, sí, una vaga curiosidad por saber qué me ocurrirá con el transcurso del tiempo. En una palabra: hasta cuándo seré capaz de mantener la farsa del hecho que soy X.
Resulta entonces que, en la actualidad, todas aquellas personas que conociera en la Tierra han muerto: mi familia, mi madre, mis escasos amigos. Esto, que en la Tierra habría sido incapaz de tolerar, aquí en Cronn me parece natural. Mi estado de ánimo se reafirmó al confesarme L. que jamás podría regresar.
Ahora estoy en la Cáscara. Mi primer turno de vigía. Me ha correspondido el sector que comprende el cráter 517 y sus derredores: una extensión de miles de kilómetros cuadrados. Soy, por lo tanto, el vigía 517, lo mismo que X. Me encuentro en la coronilla de Mh., el Máximo, en una amplia cabina instalada sobre su casco. Vivo en una especie de simbiosis con el coloso, y tengo a mi cargo la labor directiva de la vigilancia. Debo conducirlo en los momentos de apuro. En buenas cuentas, soy el intermediario entre la Central de Vigías, comandada por un Técnico, y el Máximo.
La vigilancia de la Cáscara es muy compleja. Constantes patrullas aéreas surcan el espacio a diversas velocidades y altitudes, quedando así la totalidad del territorio bajo observación ininterrumpida. Además, existen escuadrillas de desembarco que complementan la labor de los Máximos en caso de necesidad. Cuando Cronn viaja por zonas de mucho tráfico, disminuye el patrullaje aéreo. Entonces los Máximos adquieren toda su importancia. Acontece esto cada vez que los Ojos delatan algún cuerpo sospechoso moviéndose por las proximidades. Y cuando ese cuerpo se dirige al sistema, se determina a cuál sector pretende arribar. Entonces, se cierran los respiraderos y Ojos de la zona amagada, y los Máximos se aprestan a cumplir su cometido. No siempre entran en acción. Las más de las veces se limitan a aguardar que los intrusos emprendan la retirada, desalentados por la aridez del desierto negro. Si ello no ocurre en un tiempo prudencial, atacan.