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Authors: Michael Coleman

Tags: #Infantil, #Policíaco

Los bandidos de Internet (2 page)

Al cabo de un rato, Josh emitió un grito de dolor y se recostó en la silla.

—Me han pillado —se quejó—. ¡El oscuro destructor ha acabado conmigo!

—Vaya. —Tamsyn intentó consolarlo dándole una palmadita en el hombro—. No importa, Josh. Ya tendrás más suerte la próxima vez. ¿Ahora podemos hablar? ¿Me vas a escuchar?

Josh se giró en su silla y sonrió abiertamente. Era un muchacho corpulento para la edad que tenía y la sudadera le iba un poco pequeña. Su alegre rostro estaba coronado por una mata de pelo oscuro que Tamsyn sólo había visto peinada para beneficio del fotógrafo del instituto.

—Permiso concedido —sonrió—. Adelante.

—¿Has hecho los deberes de francés? —preguntó Tamsyn—. No entiendo ni una palabra.

—Para ti es como si fuera chino, ¿no? —bromeó Josh.

Tamsyn simuló mirarlo airadamente.

—Bueno, ¿los has hecho o no? —inquirió.

—Mais oui —respondió—. Sí.

—¿Cómo? —preguntó Tamsyn meneando la cabeza. No alcanzaba a comprender cómo se las arreglaba Josh para hacer los deberes porque, en clase, el francés parecía dársele tan mal como a ella—. Oh, no importa. Enséñamelos para no parecer una completa inútil cuando mademoiselle Pirri me pregunte algo.

—Ahora verás lo que voy a enseñarte —dijo Josh.

—¿Qué?

—Dónde encontrar el nuevo CDROM del departamento de Francés —rió Josh—. ¿Cómo te crees que lo he averiguado?

—Josh. Sólo quiero que me digas las respuestas, ¿de acuerdo?

—De acuerdo —respondió él—. Luego, ¿vale?

Incluso mientras hablaba con Tamsyn, Josh giraba poco a poco en su silla. En la pantalla que tenía delante habían aparecido las murallas de un castillo tridimensional con un recuadro en el que se leía:

Josh pulsó rápidamente la tecla S.

—¡Joooosh! —gruñó Tamsyn mientras el ordenador volvía a cobrar vida—. ¡Tenemos francés justo después del recreo!

—Pues ya nos veremos en el recreo —respondió Josh—. Quiero volver a probar ahora que ya tengo práctica.

Mientras el ordenador emitía su siniestra melodía de presentación, Josh se inclinó sobre el teclado. Tamsyn se levantó.

—Podrías jugar a eso en el recreo, ¿no?

El muchacho no respondió. Sus dedos pasaban de una tecla a otra sin pausa y sólo tenía ojos para las figuras brillantes de la pantalla.

Tamsyn echó la silla para atrás haciendo ruido a propósito. Recogió la mochila y abrió la puerta, pero Josh ni se inmutó.

«¡Juegos de ordenador!», pensó la muchacha enfadada. La única forma de captar la atención de Josh era clavándole una aguja o cortando la electricidad.

Cortando la electricidad...

Justo en el umbral de la puerta, vio el interruptor de la pared y no pudo evitarlo.

Con un movimiento rápido de los que le gustaban a Josh, apretó el interruptor. Salió disparada pasillo abajo desternillándose de risa.

Cuando oyó: «¡Tamsyn, me las pagarás!», ya se encontraba en las puertas dobles que conducían al exterior del edificio de Tecnología.

Instituto Abbey

Jueves, 16 de octubre, 14.50 horas

El señor Findlay les comunicó la noticia al final de la clase de diseño y tecnología, la última del día.

—Otra cosa antes de acabar —dijo, levantando la voz por encima del movimiento de pies nerviosos y el ruido de los libros cerrándose característico del final de todas las clases—. He pensado que tal vez os alegre saber que el instituto Abbey ya está conectado a las autopistas de la información.

—¿Se refiere a que el instituto tiene acceso a Internet? —saltó Josh inmediatamente.

El señor Findlay se quitó las gafas y empezó a limpiárselas con la corbata.

—Exactamente, Josh. ¿Has utilizado Internet alguna vez?

—No —respondió el muchacho—, pero he leído mucho al respecto.

Tamsyn, que estaba sentada dos filas más atrás, arqueó las cejas.

¿Que había leído mucho al respecto?

—Se pueden enviar mensajes y cosas a cualquier persona que esté conectada. Y hay un montón de programas a la disposición de los usuarios —prosiguió Josh emocionado—. Un montón de cosas. Juegos y... bueno, ¡juegos y más juegos!

—Me parece que hay mucho más que juegos —sonrió el señor Findlay—. Pero no sabremos qué provecho puede sacarle el instituto hasta que veamos qué hay en Internet...

—Hasta que naveguemos por la Red —le interrumpió Josh—. Eso es lo que se dice cuando se comprueba qué hay en otros ordenadores.

El señor Findlay asintió.

—Claro, Josh. —Cogió un grueso manual de la mesa que había a su lado—. Así que necesito a un par de internautas aficionados... —inmediatamente se alzaron las manos de unos cuantos voluntarios—, que empleen una parte de su tiempo libre... —las manos bajaron igual de rápido que se habían alzado—, para conectarse a Internet y escribir un informe sobre su utilidad para el instituto.

En cuanto se oyeron las palabras «escribir» e «informe» bajaron otras tantas manos. No obstante, una de ellas había resistido todos los sucesivos abandonos y seguía alzada: la de Josh.

—Josh Alian, entonces —dijo el señor Findlay mirándolo—. Estoy seguro de que encontrarás mucho que decir sobre Internet.

—Seguro, señor —afirmó Josh. Estaba impaciente por empezar.

El señor Findlay seguía recorriendo el aula con la mirada.

—Pero me parece que tú sólo vas a encontrar ventajas, Josh. Y me gustaría que alguien se ocupara de las desventajas. Alguien que tal vez no esté tan entusiasmado. ¿Algún voluntario? —No se oyó ni una mosca durante unos segundos pero, lentamente, una mano se fue alzando.

»¡Tamsyn! —exclamó el señor Findlay—. Gracias por ofrecerte voluntaria. ¡Estoy convencido de que tú y Josh redactaréis un informe excelente!

2

Casa de Tamsyn

Martes, 21 de octubre, 19.45 horas

—¡Tamsyn! ¡Al teléfono!

Arriba en su habitación, Tamsyn escondió la cabeza y
David Copperfield
bajo la almohada. No sirvió de nada. Poco después, Nick, su hermano pequeño, abría la puerta de par en par.

—¿Estás sorda o qué? —le gritó con todas sus fuerzas—. El teléfono, es para ti.

—¿Quién es?

—Pues quién va a ser —dijo Nick—. Josh.

Tamsyn soltó un quejido. ¿Por qué lo había hecho? ¿Por qué?

Cuando el señor Findlay había pedido otro voluntario, le había parecido buena idea levantar la mano. Todavía estaba que trinaba por lo de Josh y había pensado que era la forma perfecta de demostrarle que los ordenadores servían para algo más que para jugar.

Pero el convencimiento le había durado poco. En cuanto sonó la campana y acabó la clase, ya se estaba arrepintiendo. Y cuando Josh la había acorralado en el exterior del edificio de Tecnología, le pareció una muy mala idea.

Su amigo le había enseñado el voluminoso manual que el señor Findlay le había prestado.

—¡Mira esto! Me alegro de no hacerlo solo. Bueno, ¿cuándo empezamos? ¿Qué te parece mañana, después de clase?

—¿Mañana? ¿Ya quieres empezar mañana?

—Sí. Sólo un par de horas.

—¿Un viernes? —exclamó—. Ni hablar, Josh. Los viernes hago todos los deberes y luego me pongo al corriente de todos los culebrones de la tele.

—¿Y qué me dices de hoy? —le había preguntado Josh el lunes.

Negativo.

—No puedo. Tengo entreno de hockey. No, hoy imposible.

—¿Entonces cuándo? ¿Mañana?

—Martes... martes... ¿qué hago los martes? —En aquel momento no se le había ocurrido nada, nada aparte de que estaba prácticamente segura de que tendría algo más interesante que hacer que sentarse junto a Josh mientras éste se dedicaba a buscar juegos de ordenador en Internet—. Puede ser —le dijo para que dejara de atosigarla—. Recuérdamelo mañana.

Pero Josh no había podido recordárselo porque no había tenido la oportunidad de acercarse a ella. Tamsyn se había escabullido de las clases a propósito en cuanto sonaba la campana y había pasado un montón de tiempo en el lavabo de chicas. Estaba acabando las últimas cien páginas de
David Copperfield
y eso era precisamente lo que pensaba hacer el martes por la tarde: acabar de leerlo para ver qué pasaba con el malvado Uriah Heep.

—Nick —susurró Tamsyn—, dile que no estoy en casa. Dile que me he ido a clase de piano.

—Oh, no puedo decirle eso —dijo su hermano por encima de su hombro—. No tenemos piano.

—Pues entonces dile... No sé —vaciló Tamsyn—, dile que tengo la peste bubónica. Dile que se me acaban de llevar en una camilla. ¡Dile lo que quieras!

Echó una mirada a un ejemplar de
Historia de dos ciudades
, otra novela de Dickens, que yacía en su mesita de noche. La verdad es que tampoco le apetecía jugar la noche siguiente.

Nick bajó las escaleras. Ella le oyó susurrar algo al teléfono. Poco después volvía a estar en su habitación.

—Le he dicho una cosa —afirmó.

—Bien hecho —respondió ella—. ¿Qué le has dicho?

—Que estabas aquí, que no tardarías mucho y que no colgara por nada del mundo.

—¡Eres un sapo imbécil! —le gritó Tamsyn.

—Croac, croac —respondió él—. Ahora muévete.

Tamsyn exhaló un suspiro y bajó las escaleras rápidamente.
Historia de dos ciudades
tendría que esperar.

—Hola, Josh —dijo alegremente—. ¿Mañana después de clase? De acuerdo.

Instituto Abbey

Miércoles, 22 de octubre, 15.30 horas

Josh señaló la luminosa pantalla del ordenador.

—Esto es lo que se ve cuando estás conectado a Internet —le informó—. Imagínate que es como la carta de un restaurante. Lo único que tienes que hacer es escoger lo que quieres hacer.

Tamsyn recorrió la lista con\]a mirada.

—¿Y si no quieres hacer nada? —preguntó.

—Pues entonces eliges ARCHIVO y SALIR —dijo Josh—. Y luego vas directa al señor Findlay y le dices que has cambiado de idea, que no lo quieres hacer y que me dejas hacerlo todo a mí...

—¡Ni lo sueñes, Josh! Venga, vamos allá —exclamó ella levantando las manos—. ¿Qué quieres que escoja? ¿ENTRETENIMIENTO?

Josh movió la cabeza y señaló la parte inferior de la pantalla.

—Correo electrónico —respondió—. Vamos a intentar enviar algunos mensajes.

Tamsyn hizo clic en la palabra CORREO que Josh estaba señalando.

Apareció otra pantalla.

Eh, ¿adonde vas? —preguntó Tamsyn cuando Josh se levantó y se colocó delante de otro ordenador situado en el otro extremo del aula.

Josh giró el monitor en dirección a Tamsyn para que ésta lo viera. En la pantalla de su ordenador se veía exactamente lo mismo.

—Éste lo he preparado hace un rato —sonrió—. También está conectado a Internet. —Empezó a teclear.

—¿Y ahora qué haces? —preguntó ella, levantándose.

—Espérate ahí, ya lo verás. —Josh siguió escribiendo y acabó haciendo un gesto con las manos. Al final movió el ratón e hizo clic con el botón izquierdo—. Ya está —dijo dirigiéndose a Tamsyn—. ¿Ha cambiado algo en tu pantalla?

—Nada —respondió, mirándola.

Pero en cuanto hubo pronunciado esas palabras, la pantalla cambió al tiempo que emitía un pitido. En el extremo inferior derecho aparecía un mensaje:

CORREO: 1 MENSAJE EN ESPERA

Tamsyn lo leyó en voz alta. Josh se levantó y se acercó a ella.

—Bien, ahora haz clic en el botón ABRIR —dijo de pie detrás de su amiga—. Ya sabes, como si abrieras el buzón.

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