Los cazadores de mamuts (56 page)

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Authors: Jean M. Auel

Mamut sacudió la cabeza.

–Hojas que se mantienen verdes en invierno..., flores manchadas. No creo conocerla. Como no sea la que nosotros llamamos gualteria manchada...

Ayla asintió:

–¿Quieres conocer otras plantas? –preguntó.

–Sí, anda, descríbeme otra.

–Planta grande, más que Talut, casi árbol. Crece en tierras bajas cerca de ríos. Frutitas purpúreas, que están en planta también en invierno. Hojas tiernas buenas para comer, grandes y viejas son amargas, pueden descomponer. Raíz seca, en fomentos, buena para hinchazón y para dolor. Pongo frutitas secas en la infusión para tu artritis. ¿Conoces nombre?

–No, no creo. Pero mientras tú conozcas la planta, me basta. Tus remedios para la artritis me han hecho mucho bien. Eres diestra para atender a los ancianos.

–Creb era anciano. Era cojo y tenía dolores de artritis. Aprendí de Iza a cuidar. Después ayudaba a otros del Clan –Ayla hizo una pausa y levantó la vista de su preparación–. Creo Crozie también sufre dolores de vejez. Quiero ayudar. ¿Crees que se opone, Mamut?

–No le gusta admitir los achaques. En su juventud era una orgullosa belleza, pero creo que tienes razón. Podrías preguntarle, sobre todo si encuentras un modo sin herir su vanidad. Es lo único que le queda.

Ayla asintió. Cuando la preparación estuvo lista, Mamut se quitó la ropa.

–Cuando estás descansado, con fomentos –dijo Ayla–, tengo el polvo de una raíz para poner en brasas, así hueles. Te hará sudar y es buena para dolor. Después, antes de que duermes, esta noche, tengo enjuague nuevo para frotar articulaciones. Jugo de manzana y raíz caliente...

–¿Rábano silvestre? ¿Esa raíz que usa Nezzie para sazonar la comida?

–Creo que sí, con jugo de manzana y bouza de Talut. Te hará la piel caliente y por dentro también.

Mamut se echó a reír.

–¿Cómo conseguiste que Talut te dejara poner su bouza sobre la piel y no por dentro?

Ayla sonrió.

–Le gusta «medicina para después de la fiesta». Le prometí hacerlo siempre –explicó, mientras aplicaba un emplasto espeso, gomoso y caliente sobre las doloridas articulaciones del anciano.

Él se recostó cómodamente, con los ojos cerrados.

–Este brazo buen aspecto –comentó Ayla, mientras trabajaba en el brazo que había sufrido la fractura–. Creo se rompió feo.

–Fue una mala fractura –confirmó Mamut, abriendo otra vez los ojos. Echó un vistazo a Rydag, que escuchaba todo en silencio. Mamut no había hablado de aquella contingencia sino con Ayla. Hizo una pausa, pero asintió con decisión–. Es hora de que lo sepas, Rydag. Cuando era joven, durante un Viaje, caí por un acantilado y me rompí el brazo. Quedé aturdido; al fin llegué a un campamento de cabezas chatas, gente del Clan. Durante un tiempo viví con ellos.

–¡Por eso aprendes pronto los signos! –dijo Rydag con las manos y sonrió–. Te creía muy inteligente.

–Soy muy inteligente, jovencito –respondió Mamut, devolviéndole la sonrisa–, pero recordaba algunos y Ayla me los refrescó.

La sonrisa de Rydag se ensanchó. Exceptuando a Nezzie y a la familia del Hogar del León, Ayla y Mamut eran sus preferidos; les amaba como a nadie en el mundo, y nunca había sido tan feliz como desde la llegada de la joven. Por primera vez en su vida podía hablar, podía hacerse entender y hasta provocar sonrisas. Mientras observaba a Ayla, que seguía atendiendo a Mamut, él mismo reconoció su destreza. Cuando Mamut miró hacia él, le dijo por medio de gestos:

–Ayla es buena curandera.

–Las curanderas del Clan son muy hábiles, Rydag. De ellas aprendió Ayla. Nadie podría haberme compuesto mejor el brazo. La piel estaba desprendida, llena de tierra, y la carne perforada por el hueso parecía un trozo de asado. Aquella mujer, Uba, la limpió y la puso en su sitio. Ni siquiera tuve inflamación, pus y fiebre. Cuando el brazo se curó pude usarlo perfectamente, y sólo en estos últimos años me duele de vez en cuando. Ayla aprendió de la nieta de esa mujer. Me dijeron que se la consideraba la mejor.

–Sí. Iza era la mejor, como madre y abuela –concluyó Ayla. No había prestado atención al silencioso diálogo entre el niño y el anciano–. Sabía todo lo que madre sabía. Tenía recuerdos de madre y de abuela.

Ayla acercó a la cama de Mamut algunas piedras del hogar, cogió varias brasas con dos palos y las puso sobre las piedras, luego esparció sobre ellas el polvo de una raíz. Mientas ceñía los cobertores alrededor de Mamut, para conservar el calor, él se incorporó sobre un codo para mirarla, pensativo.

–Los miembros del Clan son diferentes de los demás de una manera que la gente no llega a comprender. No se trata de que no hablen o de que hablen por otros medios. Es que la manera misma de pensar es distinta. Si Uba, la mujer que me cuidaba, era la abuela de tu Iza, y ella aprendió de los recuerdos de su madre y de su abuela, ¿cómo aprendiste tú, Ayla? Tú no tienes los recuerdos del Clan –Mamut notó en ella un rubor azorado y percibió una leve exclamación de sorpresa. Luego, la muchacha bajó la vista–. ¿O sí los tienes?

Ayla volvió a mirarle y a bajar los ojos.

–No, no tengo recuerdos del Clan –dijo.

–¿Pero...?

–¿Qué quiere decir «pero»? –inquirió ella, con expresión cautelosa, casi asustada. Y volvió a bajar la vista.

–No tienes los recuerdo del Clan, pero... algo tienes, ¿verdad? ¿Algo que te viene del Clan?

Ayla mantuvo la cabeza inclinada. ¿Cómo era posible que él lo supiera, si ella nunca se lo había dicho a nadie, ni siquiera a Jondalar? Apenas si lo admitía para sus adentros, pero después de aquello no había vuelto a ser la misma. A veces le venían las cosas...

–¿Tiene algo que ver con tu destreza de Mujer Que Cura? –preguntó Mamut.

Ella levantó la vista y sacudió la cabeza.

–No –respondió, suplicándole con la mirada que la creyera–. Iza me enseña. Yo era muy joven, no todavía como Rugie cuando ella empieza. Iza sabía yo no tenía recuerdos, pero me hace recordar, me hacer decir y decir hasta que no olvido. Es muy paciente. Algunos dicen inútil enseñar: demasiado estúpida, no puede retener. Ella dice no, sólo diferente. No quiero ser diferente. Necesario retener. Digo para mí, de nuevo y de nuevo, hasta cuando Iza no me enseña. Aprendo a recordar, a mi modo. Necesario aprender rápido para no crean estúpida.

Rydag tenía los ojos muy abiertos y redondos. Comprendía como nadie lo que ella había sentido, pero no conocía a nadie que hubiera sentido lo mismo, y no lo esperaba en alguien como Ayla.

Mamut la miraba con asombro.

–Entonces memorizaste los «recuerdos» que Iza heredó del Clan. Es toda una hazaña. Datan de generaciones y generaciones atrás, ¿no?

Rydag escuchaba ahora con suma atención, percibiendo que iba a aprender algo muy importante para él.

–Sí –dijo Ayla–, pero no aprendí todos los recuerdos. Iza no podía enseñarme todo lo que sabía. Dijo no sabe cuánto sabe, pero enseña a aprender, a experimentar, probar con cuidado. Así, cuando soy más vieja, dijo yo soy su hija, curandera de su estirpe. Yo pregunto: ¿Cómo puedo reclamar su estirpe? No soy verdadera hija. Ni siquiera soy Clan, no tengo recuerdos. Ella dice tengo otra cosa, tan buena como recuerdos; quizá mejor. Iza creía yo nacía con estirpe de curanderas de los Otros, la mejor estirpe, como la suya era la mejor. Por eso soy curandera de su estirpe. Dijo algún día yo seré la mejor.

–¿Sabes lo que quiso decir? ¿Sabes el don que posees? –preguntó Mamut.

–Sí, creo. Cuando alguien está enfermo, yo veo enfermedad. Miro ojos, color de cara, olor de aliento. Pienso. A veces sé mirando, nada más; otras veces sé qué pregunta hacer. Después hago medicina para ayudar. No siempre misma medicina. A veces medicina nueva, como bouza para la artritis.

–Tu Iza puede haber tenido razón. Las mejores curanderas tienen ese don –dijo Mamut. De pronto se le ocurrió una idea–. He notado una diferencia entre tú y los curanderos que conozco, Ayla. Tú usas plantas medicinales y otros tratamientos para curar. Los curanderos mamutoi convocan también la asistencia de los espíritus.

–No sé mundo de espíritus. En Clan sólo mog-ures saben. Cuando Iza necesita ayuda de espíritus, llama Creb.

Mamut miró intensamente a los ojos de la joven,

–Ayla, ¿te gustaría tener la ayuda del mundo de los espíritus?

–Sí, pero no tengo mog-ur que llamar.

–No hace falta que llames a nadie. Puedes ser tu propio mog-ur.

–¿Yo? ¿Mog-ur? Pero soy mujer. Una mujer de Clan no puede ser mog-ur –exclamó Ayla, espantada por la sugerencia.

–Pero tú no eres una Mujer del Clan. Eres Ayla de los Mamutoi. Eres hija del Hogar del Mamut. Los mejores curanderos Mamutoi conocen a los espíritus. Eres buena Mujer Que Cura, Ayla, pero ¿cómo puedes ser la mejor sin la ayuda del mundo de los espíritus?

Ayla sintió un gran nudo de ansiedad agarrado a su estómago. Era una curandera, una buena curandera; Iza había asegurado que llegaría a ser la mejor. Mamut decía ahora que no se podía ser la mejor sin la ayuda de los espíritus, y sin duda tenía razón. Iza siempre pedía ayuda a Creb, ¿no?

–Pero no conozco mundo de espíritus, Mamut –dijo, desesperada y al borde del pánico.

Mamut se inclinó hacia ella, percibiendo que el momento era el adecuado y extrajo de alguna fuente de su interior el poder de coerción.

–Sí lo conoces –dijo autoritario–. ¿Verdad, Ayla?

Los ojos de la muchacha se dilataron de miedo.

–¡No quiero conocer mundo de espíritus! –exclamó.

–Sólo temes ese mundo porque no lo comprendes. Yo puedo ayudarte a comprenderlo. Puedo ayudarte a utilizarlo. Naciste para el Hogar del Mamut, para los misterios de la Madre; no importa dónde hayas nacido ni a dónde vayas. No puedes hacer nada: te ves atraída por ese mundo, te busca. No puedes huir, pero con adiestramiento y comprensión lo dominarás. Puedes hacer que los misterios obren por ti, Ayla. No puedes luchar contra tu destino, y tu destino es Servir a la Madre.

–¡Soy curandera! Éste es mi destino.

–Sí, tu destino es ser Mujer Que Cura. Pero eso es ya Servir a la Madre. Y algún día puedes ser llamada a servirla de otra manera. Necesitas estar preparada. Ayla, quieres ser la mejor de las curanderas, ¿verdad? Hasta tú sabes que algunas enfermedades no se curan sólo con medicinas y tratamientos. ¿Cómo curas a alguien que ya no desea vivir? ¿Qué medicina proporciona a alguien la voluntad de recuperarse de un accidente grave? Cuando alguien muere, ¿qué tratamiento dar a los que quedan atrás?

Ayla inclinó la cabeza. Si alguien hubiera sabido qué hacer por ella a la muerte de Iza, tal vez ella no habría perdido su leche, no habría tenido que entregar a su hijo a otras mujeres que podían darle de mamar. ¿Sabría qué hacer si ocurría lo mismo a alguien que estuviera bajo su cuidado? ¿Acaso el conocer el mundo de los espíritus la ayudaría a hallar una solución?

Rydag observaba la tensa escena, consciente de que, por el momento, se habían olvidado de él. Tenía miedo de moverse, de desviar la atención de Ayla y del anciano de algo muy importante, aunque no acababa de comprender de qué se trataba.

–¿Qué temes, Ayla? ¿Qué ocurrió para que te alejaras de este modo? Cuéntame –dijo Mamut, con voz cálida y persuasiva.

Ayla se levantó súbitamente y reunió las pieles para ajustarlas al cuerpo del viejo chamán.

–Hay que cubrir, mantener caliente para que fomentos ayuden –dijo, visiblemente perturbada.

Mamut se recostó, dejándole que completara el tratamiento sin más objeciones. Comprendía que necesitaba tiempo. Ayla comenzó a pasearse, nerviosa y agitada, con los ojos perdidos en el espacio o en alguna visión interior. De pronto giró en redondo para mirarle de frente.

–¡Yo no quería! –dijo.

–¿Qué cosa no querías? –preguntó Mamut.

–Entrar en cueva. Ver mog-ures.

–¿Cuándo entraste en la cueva, Ayla?

Mamut conocía las restricciones impuestas a las mujeres que participaban en los ritos del Clan. Ella debió de hacer algo que estaba prohibido: había roto algún tabú.

–En Reunión del Clan.

–¿Fuiste a una Reunión del Clan? Se organiza una cada siete años, ¿verdad?

Ayla asintió.

–¿Cuándo fue esa Reunión?

Tuvo que pensarlo; la concentración le despejó un poco la mente.

–Durc acababa de nacer entonces, en la primavera. En verano serán siete años. En verano hay Reunión del Clan. El Clan irá a Reunión, traerá Ura. Ura y Durc aparearán. ¡Pronto mi hijo hombre!

–¿Es verdad eso, Ayla? ¿Tendrá sólo siete años al aparearse? ¿Tu hijo será hombre a tan corta edad? –preguntó Mamut.

–No, no tanto. Tal vez tres, cuatro años más. Es como... Druwez. No hombre todavía. Pero madre de Ura pidió Durc para Ura. Ella también hija de espíritus mezclados. Ura vivirá con Brun y Ebra. Cuando Durc y Ura con edad suficiente, aparean.

Rydag miró a Ayla, incrédulo. No comprendía del todo, pero una cosa parecía segura: ¡ella tenía un hijo de espíritus mezclados, como él, que vivía con el Clan!

–¿Qué pasó en la Reunión del Clan, hace siete años, Ayla? –preguntó Mamut.

No quería dejar el tema, puesto que parecía tan cerca de conseguir la conformidad de Ayla para comenzar la iniciación, aunque ella había sacado a relucir algunos puntos enigmáticos. Estaba convencido de que adiestrarla era no sólo importante, sino esencial, para el bien de la propia muchacha.

Ayla cerró los ojos, con expresión dolorida.

–Iza está demasiado enferma para ir. Dice a Brun que yo soy curandera, Brun hace ceremonia. Ella me enseña a masticar raíz para hacer bebida para mog-ures. Dice sólo, no puede mostrar. Es demasiado... sagrado para hacer como práctica. Mog-ures, en Reunión del Clan, no me quieren, no soy del Clan. Pero nadie más sabe, sólo estirpe de Iza. Finalmente dicen sí. Iza me enseña no tragar jugo cuando masco, escupe en cuenco, pero no puedo. Trago un poco. Más tarde, turbada, entro en cueva, sigo fuegos, encuentro mog-ures. No me ven, pero Creb sabe.

Agitada otra vez, dio en pasearse.

–Está oscuro, como agujero hondo, y estoy cayendo –encogió los hombros y se frotó los brazos, como si tuviera frío–. Entonces viene Creb, como tú Mamut, pero... más. Él..., él..., él me lleva con él. –Guardó silencio, paseándose durante un rato. Por fin se detuvo y siguió hablando–. Más tarde, Creb está muy enojado y triste. Y yo soy... diferente. Nunca digo, pero a veces pienso vuelvo allá y estoy... asustada.

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