—Ya veo que quizá sí. Se hará lo que solicitas. Acompáñanos, Mar Korssil, y no permitas que seamos molestados. Deja el arma donde está.
Subieron por una escalera automática de caracol, que no funcionaba. Luis contó catorce vueltas, equivalentes a otros tantos pisos. Se preguntó si se habría equivocado en lo de la edad de Laliskareerlyar; la mujer de la raza de los Ingenieros subía los escalones con soltura y aún le sobraba aliento para conversar. Pero tenía arrugas en las manos y en la cara, que parecían como desgastadas.
Costaba acostumbrarse a tal aspecto, pensó Luis, aunque intelectualmente uno supiese lo que era: las marcas de la edad, y la herencia de su antepasado, el protector de Pak.
Subieron alumbrándose con la linterna láser de Luis. Las puertas se abrían y asomaban moradores curiosos, pero Mar Korssil les ordenó que desaparecieran. La mayoría era de la raza de los Ingenieros, pero los había también de otras especies.
Aquellos criados habían servido a la familia Lyar durante muchas generaciones, explicó Laliskareerlyar. La familia de vigilantes nocturnos Mar había sido de policías al servicio de un juez Lyar. Los cocineros eran del Pueblo de la Máquina y llevaban casi el mismo tiempo a su servicio. Los criados y los amos Ingenieros de las Ciudades se consideraban como miembros de una sola familia, unida por periódicos rishathra y por tradicionales lazos de lealtad. En conjunto, el edificio Lyar alojaba unas mil personas, la mitad de las cuales eran Ingenieros unidos por vínculos de parentesco.
A medio camino, Luis se detuvo a mirar por una ventana. ¿Una ventana, en una escalera de caracol que ocupaba el centro de un edificio? Era un holograma, una vista tomada desde uno de los muros marginales y que mostraba un amplio panorama de parte del Anillo. Se trataba de uno de los últimos objetos de valor de los Lyar, como le explicó Laliskareerlyar con orgullo y melancolía. Otros muchos habían sido vendidos, a lo largo de cientos de falans, para pagar las facturas del agua.
Luis también estuvo muy hablador. Desconfiaba, y estaba furioso y cansado, pero al mismo tiempo sentía una atracción inexplicable hacia la anciana de la raza de los Ingenieros. Ella conocía la existencia de otros planetas. No ponía en duda la veracidad de Luis. Sabía escuchar. Se parecía tanto a Halrloprillalar que, sin darse cuenta, Luis se puso a hablar de ella: de cómo la antigua prostituta inmortal de las naves había vivido como una diosa medio enloquecida hasta que llegó Luis Wu con su abigarrada tripulación; de cómo ella los ayudó, y luego abandonó al lado de ellos su civilización arruinada, y de cómo murió.
Laliskareeriyar preguntó:
—¿Por eso no mataste a Mar Korssil?
La Cazadora Nocturna le miró con sus ojazos azules.
—Tal vez —rió Luis.
Luego les contó lo de su victoria sobre la plaga de los girasoles. Con ello rozaba un tema peligroso, pues no le parecía conveniente decirle a Laliskareerlyar que el mundo iba a precipitarse contra su sol.
—Me gustaría salir de este mundo sabiendo que no hice daño a nadie. Tengo más de esa tela enterrada cerca de aquí…, ¡nej! Ahora se me ocurre que no sé cómo ir a por ella.
Habían llegado al punto más alto de la espiral. Luis jadeaba, Mar Korssil descorrió el cerrojo de una puerta. Aún quedaban más escalones al otro lado. Laliskareerlyar preguntó:
—¿Eres noctívago?
—¿Qué? No.
—Será mejor esperar a que se haga de día. Ve y tráenos desayuno, Mar Korssil. Que venga Whil con sus herramientas. Luego puedes irte a dormir.
Mientras Mar Korssil enfilaba escalera abajo, obediente, la anciana se sentó, con las piernas cruzadas, sobre una alfombra antigua.
—Supongo que será preciso trabajar fuera —dijo—. No entiendo por qué has corrido ese riesgo. ¿Para qué? ¿En busca de conocimientos? ¿Qué conocimientos?
Resultaba difícil mentirle, pero el Inferior podía hallarse a la escucha.
—¿Sabes algo de una máquina que servía para convertir una clase de materia en otra? ¿El aire en barro, el plomo en oro?
Ella se mostró interesada.
—Se dice que los antiguos magos sabían convertir el vidrio en diamantes. Pero ésos son cuentos de niños.
Y eso fue todo.
—¿Qué me dices de un Centro de Mantenimiento para este mundo? ¿Hay alguna leyenda al respecto, de donde pueda deducirse dónde estaba?
Le miró con asombro.
—¿Cómo si el mundo no fuese sino un objeto artificial, una ciudad como ésta a gran escala?
Luis rió.
—A muy gran escala. A una escala enorme, ¿no?
—No.
—¿Y sobre una droga de la inmortalidad? Sé que eso es realidad. Halrloprillalar la usaba.
—Por supuesto era realidad. No ha quedado nada en la ciudad, ni en ningún otro lugar que yo sepa. Es una historia favorita de los… —la traductora usó un término en Intermundial—, …timadores.
—¿Dice ese cuento de dónde procedía?
Una joven, de la raza de los Ingenieros, apareció jadeante por el último tramo de escalera, portando un tazón grande y de fondo plano. De súbito, Luis olvidó su temor al envenenamiento. Eran una especie de gachas de avena medio frías, y comieron metiendo las manos en el recipiente.
—La droga de la juventud viene de la dirección del giro —dijo la vieja—, pero no sé si de muy lejos. ¿Son ésos los tesoros de sabiduría que buscabas?
—Uno de los muchos, pero sería uno de los más importantes.
Sin duda tendrían árbol de la Vida en aquel Centro de Mantenimiento, pensó Luis, preguntándose cómo lo utilizarían. Ningún humano hubiera deseado convertirse en un protector, seguramente, pero tal vez algún homínido sí… En fin, aquellos enigmas podían esperar.
Whil era un humanoide robusto, de facciones simiescas, vestido de una tela cuyos colores prístinos había devorado el tiempo, y que ahora parecía el arco iris de un dios loco. No era muy hablador. Tenía los brazos cortos y gruesos, y parecía poseer una fuerza descomunal. Precedidos por él, subieron el último tramo de escalera, con las herramientas, y salieron al exterior.
Se vieron al comienzo de una pasarela, en la cúspide truncada del doble cono. El camino tendría sólo medio metro de ancho, y a Luis se le cortó la respiración. Estropeado definitivamente su cinturón volador, tenía motivos para temer la altura. El viento le azotaba con fuerza y hacía ondear la túnica de Whil como una bandera multicolor.
Laliskareerlyar preguntó:
—¿Qué? ¿Puedes arreglarlo?
—No desde aquí, pero la maquinaria debe de estar debajo.
Y así era, pero no resultaba fácil llegar hasta ella. La canalización del registro era apenas más ancha que el mismo Luis Wu. Whil le precedió a rastras, abriendo mirillas según se le iba ordenando.
El registro era de forma tórica y rodeaba la maquinaria que, a su vez, rodeaba el colector. Entendió que el agua debía de precipitar en el colector, bien fuese por condensación, ¿o quizá porque disponían de algún procedimiento más avanzado?
La maquinaria oculta detrás del registro era complicada y totalmente desconocida para Luis Wu. Estaba perfectamente limpia, excepto…, ¡ah, sí! Luis se acercó para ver mejor, conteniendo la respiración. Un hilillo de polvo había caído sobre los aparatos. Luis procuró adivinar su situación originaria. Esperaba que el resto funcionase todavía.
Retrocedió y pidió prestados a Whil unos guantes fuertes y unos alicates de punta fina. Arrancó una tira delgada de la pieza de tela negra que guardaba en el bolsillo y la retorció para formar un cable, que enrolló alrededor de dos bornes.
No ocurrió nada perceptible. Siguió explorando el círculo detrás de Whil. En total encontró seis pistas de polvo, y montó seis cordones de superconductor en los lugares que estimó más oportunos.
Salió del conducto y dijo:
—Desde luego, es posible que la fuente de alimentación haya dejado de funcionar desde hace mucho tiempo.
—Vamos a verlo —dijo la vieja.
Y todos salieron otra vez al exterior.
La superficie pulida del colector apareció cubierta de rocío. Luis se arrodilló y lo tocó. Era humedad. El agua estaba caliente y las gotitas ya se fundían y empezaban a deslizarse hacia las tuberías. Luis hizo un gesto de asentimiento con la cabeza, pensativo. Otra buena acción que iba a carecer de importancia transcurridos unos quince falans.
Justo debajo del diámetro máximo del edificio Lyar, se encontraba lo que parecía una combinación entre sala de audiencias y dormitorio. Una gran cama circular con dosel y cortina, sofás y sillones alrededor de mesas grandes o pequeñas, una falsa ventana en la parte que daba a la granja de las tinieblas, y un bar abierto que ofrecía una gran variedad de bebidas. Pero tal variedad había desaparecido. Laliskareerlyar sirvió de un jarro de cristal en un vaso con dos asas, tomó un sorbo y se lo ofreció luego a Luis.
Él preguntó:
—¿Se celebran audiencias aquí?
—En cierto sentido. Son reuniones de familia —sonrió ella.
¿Orgías? Era muy probable, en el supuesto de que fuese el rishathra lo que mantenía unida a la familia Lyar. Una familia venida a menos. Luis tomó un sorbo y notó el sabor a néctar con alcohol. Aquello de compartir las copas y los platos… ¿sería por temor al envenenamiento? Sin embargo, ella lo hacía con toda naturalidad. Y no existían las enfermedades en el Mundo Anillo.
—Lo que hiciste por nosotros va a mejorar nuestro prestigio y nuestro patrimonio —dijo Laliskareerlyar— pregunta.
—Necesito llegar hasta la Biblioteca, entrar en ella, y persuadir a los que gobiernan aquello para que pongan a mi disposición todos sus conocimientos.
—Eso costaría muy caro.
—Pero ¿no es imposible? Bien.
Ella sonrió.
—Demasiado caro. Las relaciones entre los edificios son complejas. Los Diez controlan la circulación de turistas…
—¿Los Diez qué?
—Los diez edificios más grandes, Luhiwu, los más poderosos de entre nosotros. Nueve de ellos todavía tienen luz y condensadores de agua. Juntos construyeron el puente hasta la Colina del Cielo. Bien, pues ellos dirigen el negocio turístico, y abonan alquileres a los edificios inferiores que se avienen a prestar hospitalidad a los invitados del exterior, por el uso de las plazas públicas, y unos honorarios especiales por los actos que se celebran en edificios privados. Son ellos quienes cierran todos los acuerdos con las demás especies, como en el caso del agua que el Pueblo de la Máquina bombea para nosotros. Pagamos alquileres a los Diez por el agua y por concesiones especiales. Tu caso sería una concesión extraordinaria…, aunque a veces pagamos a la Biblioteca una matrícula de educación general.
—¿La Biblioteca es uno de los Diez?
—Sí. Mira, Luhiwu, nosotros no tenemos tanto dinero. ¿Existe alguna posibilidad de que pudieras prestar un buen servicio a la Biblioteca? A lo mejor tus investigaciones podrían servirles de ayuda a ellos.
—Es posible.
—A cambio de un servicio prestado creo que descontarían algo de la matrícula, o incluso de lo pagadero, quizá. Pero nosotros no tenemos nada de eso. ¿Les venderías tu arma portátil o la máquina que habla por ti?
—Me parece que eso no me gustaría. Pero tal vez quieran que les arregle el condensador de agua.
—Voy a enterarme de lo que piden por dejarte entrar en el edificio Orlry.
—No lo dirás en serio.
—Sí. Tendrán que asignarte una escolta para evitar que te lleves las armas. Pagarás un billete para ver las antigüedades, y mas si quieres asistir a una demostración. Si llegas a ver sus instalaciones de mantenimiento podrás descubrir algún punto débil. Lo preguntaré. —Y poniéndose en pie, agregó—: ¿Quieres que practiquemos rishathra?
Hasta cierto punto Luis esperaba esa pregunta, y no fue el extraño aspecto de la vieja lo que motivó su titubeo. Era el miedo a quitarse su armadura y sus artefactos. Recordó el antiguo chiste del rey que medita, sentado en su trono: Estoy paranoico. Pero, ¿lo estoy bastante?
¡Y sin embargo, estaba cayéndose de sueño! No tendría más remedio sino confiar en los Lyar.
—De acuerdo —dijo, y empezó a quitarse la coraza.
La edad había tratado de una manera extraña a Laliskareerlyar. Luis conocía la literatura antigua, piezas teatrales y novelas anteriores al descubrimiento de los elixires. La vejez era como una enfermedad incapacitante…, pero aquella mujer no estaba incapacitada. Le colgaba la piel y sus miembros no eran tan flexibles como los de Luis, pero ponían un interés sin límites en el acto del amor y en la novedad del cuerpo y los reflejos de Luis.
Tardó mucho en poder conciliar el sueño, tras declinar explicaciones sobre el disco de plástico instalado debajo de su cabello. Pensó que ojalá ella no se lo hubiera recordado. El Inferior tenía un contactor en buen estado de funcionamiento… y se aborreció a sí mismo cuando se sorprendió deseándolo.
Le despertaron poco antes del anochecer. La cama dio dos sacudidas, y él parpadeó y se dio la vuelta. Al hacerlo se vio en compañía de Laliskareerlyar y de otro hombre, un Ingeniero marcado también por los estragos de la edad.
Laliskareerlyar se lo presentó bajo el nombre de Fortaralisplyar, su compañero oficial y el anfitrión de Luis. Después de unas palabras de agradecimiento por haber reparado la antigua maquinaria del edificio, pasaron a la cena, que ya estaba servida en una de las mesas, y Luis fue invitado a compartirla: era una gran sopera llena de estofado, demasiado soso para el gusto de Luis. Pero comió.
—Orlry nos exige más de lo que tenemos —le explicó mientras tanto Fortaralisplyar—. Hemos comprado a nombre de usted el derecho a entrar en tres edificios vecinos nuestros. Si consigue arreglar aunque sólo sea uno de los condensadores, podremos hacer que entre en el edificio Orlry. ¿Le parece satisfactorio?
—Excelente. Lo que necesito son máquinas que no hayan funcionado desde hace mil cien años, y que nadie haya intentado intervenir.
—Mi compañera me lo ha contado.
Al anochecer, Luis les dejó que siguieran durmiendo; le habían invitado a participar, y sobraba sitio en la gran cama redonda, pero Luis estaba descansado y necesitaba otra actividad.
El edificio era como una enorme tumba. Desde los pisos superiores, Luis buscó señales de actividad en el laberinto de puentes, sin ver otra cosa sino, de vez en cuando, algún Cazador Nocturno de grandes ojos. Hizo cálculos. Si los Ingenieros dormían diez horas seguidas de cada treinta, ello vendría a coincidir con el período de oscuridad. Se preguntó si dormirían también en los edificios iluminados.