Los ingenieros de Mundo Anillo (25 page)

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Authors: Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

Era necesario hallar una respuesta.

—Se me había ocurrido taladrar el fondo de uno de los Grandes Océanos —dijo—, justo en las fechas de mayor proximidad al sol. Para expulsar al espacio una masa de agua equivalente a varias veces la de la Tierra. La reacción haría que el Anillo retornase a la posición concéntrica, la correcta. ¿Me oyes, Inferior?

La voz exageradamente armoniosa de contralto intervino:

—No lo creo factible.

—Por supuesto, no lo es. En primer lugar, ¿cómo taparíamos luego el agujero? En segundo lugar, provocaríamos una oscilación del Anillo, una vibración de tal amplitud que acabaría con todos los seres vivientes y probablemente destruiría además la atmósfera. Pero seguiré pensándolo, Vala, seguiré pensándolo.

Ella emitió de nuevo aquella especie de gemido ahogado y meneó la cabeza con énfasis.

—¡Al menos, piensas en grande!

—¿Qué harían en una situación así los Ingenieros del Mundo Anillo? ¿Y si un enemigo hubiera destruido la mayor parte de los reactores de corrección? No creo que construyeran el Anillo sin prever esta clase de eventualidades. ¡Necesito averiguar más cosas acerca de ellos! ¡Ayúdame a entrar en la ciudad flotante, Vala!

18. La granja de las tinieblas

Empezaron a aparecer otros vehículos en dirección contraria: cajones con ventanas, todos con un cajón más pequeño en la parte trasera. La carretera se volvió más ancha y mejor cuidada, y las estaciones de servicio más frecuentes, construidas en la arquitectura cuadrática y pesada, peculiar del Pueblo de la Máquina. La circulación se hacía cada vez más densa y Vala tuvo que reducir la velocidad. Luis intuía la molestia de su presencia.

La carretera trepaba por una colina, al otro lado de la cual estaba la ciudad. Vala hizo de guía turística mientras se acercaban, entre una riada de vehículos.

Recodo del Río había empezado como una letanía de muelles en la orilla del anchuroso y pardo río Serpiente, lado del giro. Esta zona más antigua tenía ahora el aire de un suburbio venido a menos; la ciudad había saltado el río mediante varios puentes, y creció hasta que su perímetro adquirió la forma de un bollo al que hubieran dado un mordisco. Aquel trozo que faltaba era la zona de sombra de la ciudad flotante de los Ingenieros.

Estaban rodeados de cajones automóviles, y el aire apestaba a alcohol. La marcha era muy lenta, y aunque Luis procuraba hundirse en el asiento, los demás conductores tuvieron ocasión sobrada de contemplar el extraño aspecto del hombre venido de las estrellas.

Pero no lo hicieron. No se fijaban en Luis ni en los demás conductores; sólo hacían caso de los demás vehículos. Y así Vala pudo llegar hasta el centro de la ciudad.

Allí las casas se apelotonaban las unas contra las otras. De tres o cuatro pisos de altura, se estrechaban sin dejar apenas espacios intermedios, quitándose mutuamente la luz. Contrastaban sobremanera con ellas los edificios públicos, también bajos, pero macizos, de extensa planta y situados en terrenos espaciosos. Allí se competía en ocupación de solares, no en altura. ¡Qué mérito podía tener un rascacielos, cuando eran vecinos de una ciudad que flotaba en lo alto!

Vala le mostró la escuela de comercio, amplio y opulento complejo de edificios de piedra. Pasaron por delante de otro bloque y Vala hizo una seña hacia una calle transversal:

—Yo vivo allá, en aquella casa de piedra roja, ¿la ves?

—¿Serviría de algo que yo fuese allí?

Ella meneó la cabeza.

—Lo he pensado mucho. No. Mi padre jamás daría crédito a tus palabras. Cree que incluso las afirmaciones de los Ingenieros son mentiras, fanfarronadas, en su mayor parte. Yo también lo creía, pero después de todo lo que me has contado de esa… Halrloprillalar…

Luis rió.

—Ella sí era una mentirosa. Pero los de su raza fueron los amos del Mundo Anillo.

Salieron del Recodo del Río y continuaron hacia babor. Vala se apartó varios kilómetros antes de cruzar el último puente. Una vez lejos, a babor de la gran sombra, enfiló un camino casi invisible y se detuvo.

Salieron y pusieron manos a la obra, bajo un sol inclemente, sin hablar apenas. Luis utilizó el cinturón de vuelo para alzar un gran peñasco, y Valavirgillin cavó un hoyo. Allí fue a parar casi toda la porción de la valiosa tela negra propiedad de Luis. Luego taparon el hoyo y Luis lo cubrió con la roca.

Guardó el cinturón de vuelo en la mochila de Vala y se la cargó a la espalda. La mochila contenía además, su coraza de impacto, su chaleco, sus binoculares, el láser y la botella de néctar. Pesaba lo suyo. Luis se quitó la mochila y ajustó el cinturón para que aliviara un poco la carga. Colocó la caja de la traductora encima de los demás efectos y volvió a echarse la mochila a hombros.

Llevaba unos pantalones cortos de Vala, atados con una cuerda a modo de cinturón. Le quedaban demasiado anchos. Su rostro depilado podía pasar por ser una característica de su raza. En su persona no quedaba nada que denunciase al viajero interestelar, excepto, tal vez, el auricular de la traductora. Tendría que correr ese riesgo.

Apenas veía por dónde andaba. La claridad diurna era deslumbradora; las sombras, en cambio, excesivamente densas y negras.

Pasaron directamente del día a la noche. Vala daba muestras de conocer el camino a la perfección. Luis la siguió pisándole los talones, hasta que sus ojos se acostumbraron y pudo empezar a distinguir el sendero en medio de los cultivos.

Los hongos eran de todos los tamaños, desde los que parecían botones hasta los que alcanzaban la estatura del propio Luis, con tallos tan gruesos como su cintura. Unos tenían forma de seta y otros no tenían forma alguna. Flotaba en el aire un olor nauseabundo. Los huecos entre los edificios flotantes arrojaban haces rectilíneos de luz solar tan brillante que parecían columnas macizas.

Unos hongos amarillos esponjosos formaban macizos sobre caballones de mugre gris. Otros se erguían como lanzas medievales, color blanco moteado de rojo. Un tronco muerto aparecía recubierto de anaranjado, de amarillo y de negro.

La gente era casi tan variada como las setas. A un lado se veían unos Corredores manejando la sierra doble para cortar un gran hongo elíptico de rayas anaranjadas. Más allá, unos humanoides bajitos, de cara ancha y grandes manos, llenaban cestas de botones blancos, que eran transportadas por gigantes herbívoros. Vala comentó, bajando la voz a un susurro:

—Muchas razas prefieren contratarse por grupos, para evitar el trauma cultural. Los tenemos en barracones separados.

A otro lado, un grupo numeroso repartía el estiércol y los desperdicios fermentados, como Luis no tardó en advertir por el olfato. ¿No eran de la misma raza que Vala? Sí, en efecto, eran del Pueblo de la Máquina, pero dos de ellos se mantenían aparte y vigilaban, armados.

—¿Quiénes son ésos? ¿Prisioneros?

—Son reos de delitos menores, que sirven a la sociedad por espacio de veinte a cincuenta falans en este…

Y se interrumpió al ver que uno de los guardianes se acercaba.

Saludó a Vala.

—Éste no es lugar para usted, señora. Sería usted un rehén demasiado provechoso para esos acarreadores de mierda.

Vala respondió en tono de gran fatiga:

—Tengo una avería en el coche. Debo ir a la escuela y dar parte de lo ocurrido. ¿Me permiten que cruce por la granja de las tinieblas? Los mataron a todos. Todos muertos por los vampiros. Debo avisar. ¡Por favor!

El guardián titubeó.

—Puede pasar, pero voy a ponerle una escolta. Silbó una breve melodía y luego se volvió hacia Luis.

—¿Y tú?

Vala respondió por él:

—Lo he alquilado para que lleve mi equipaje.

El guardián dijo, hablando muy despacio y subrayando la pronunciación:

—Tú. Ve con la mujer hasta donde ella quiera, pero sin salir de la granja. Luego volverás a tu trabajo. ¿Qué estabas haciendo?

Sin la traductora, Luis estaba mudo. Se acordó de su láser, guardado en la mochila. Con un gesto al azar, señaló un hongo de bordes morados y luego, un poco más allá, un macizo de hongos parecidos.

—Bien.

El guardián miró por encima del hombro de Luis y exclamó:

—¡Eh!

Por el olor, Luis supo quiénes eran antes de volverse. Aguardó con docilidad, mientras el vigilante daba instrucciones a una pareja de humanoides chacales:

—La señora y su porteador irán hasta el otro lado de la granja. Que nadie les haga daño.

Caminaron en fila india por entre los sembrados, hacia el centro de la granja de las tinieblas. El chacal macho iba delante y la hembra cerraba la marcha. El olor a podrido era cada vez más insoportable. Por todas partes acarreaban cargas de abono.

¡Sangre y nej! ¿Cómo se las arreglaría para librarse de los chacales?

Luis se volvió. La mujer chacal le sonrió. A ella, por supuesto, no le afectaba el hedor. Sus dientes eran triángulos de buen tamaño, perfectamente dispuestos para descarnar las piezas, y sus orejas puntiagudas estaban erguidas en señal de atención. Como su compañero, llevaba un saco a hombros y nada más; de todos modos, tenían el cuerpo cubierto de pelo casi por entero.

Salieron a un claro. Más allá del mismo se veía un pozo inmenso, cubierto de niebla que no dejaba ver la orilla de enfrente. Un tubo arrojaba sus aguas negras al pozo. Luis siguió el tubo con la mirada hasta perderlo en la oscuridad del cielo.

La mujer chacal le habló al oído, con no poco sobresalto por parte de Luis. Usaba el idioma del Pueblo de la Máquina.

—¿Qué diría el rey de los gigantes si supiera que Luis y Wu eran la misma persona?

Luis se quedó de una pieza.

—¿No puedes hablar sin tu cajita? No te preocupes. Estamos a tu servicio.

El hombre chacal hablaba con Valavirgillin, y ella hizo un gesto de asentimiento. Ambos se salieron del sendero. Luis y la mujer los siguieron, y todos fueron a ocultarse bajo el sombrero de un descomunal hongo blanco.

Vala estaba nerviosa; quizá le afectaba el hedor lo mismo que a Luis.

—Kyeref dice que esto es estiércol fresco. Dentro de un falan habrá fermentado, trasladarán el tubo y empezarán a llevarse el abono. Mientras tanto, no viene nadie por aquí.

Le quitó la mochila a Luis y esparció sus pertenencias. Él echó mano a la traductora (las orejas del hombre chacal se irguieron con rapidez cuando la mano de Luis se acercó a la linterna láser) y después de darle volumen preguntó:

—¿Qué es lo que sabe el Pueblo de la Noche?

—Mucho más de lo que nos figurábamos —dijo Vala.

Pero, aunque parecía deseosa de decir más, no se atrevió. El hombre contestó:

—El mundo está condenado a un cataclismo dentro de no muchos falans. Sólo Luis Wu puede salvarnos.

Sonrió, en un impresionante despliegue de blancos colmillos. Su aliento era como el de un basilisco.

—No sé si lo dices con sarcasmo —dijo Luis—. ¿Tenéis confianza en mí?

—Los acontecimientos insólitos pueden despertar en el alienado el don de profecía. Pero sabemos que tienes artefactos no conocidos en otros lugares, y que eres de una raza también desconocida. El mundo es muy grande y tampoco lo conocemos por completo. Y tu amigo peludo es de una raza más extraña aún.

—No has contestado a mi pregunta.

—¡Sálvanos! Nosotros no te lo impediremos.

El chacal dejó de sonreír, aunque no por eso llegaron a juntarse sus labios. (Se habría necesitado un esfuerzo deliberado para eso, con aquellos dientes)…

—Si eres un loco, ¿qué nos importa? Las actividades de las demás especies rara vez interfieren con las nuestras. A la hora postrera, todos nos pertenecen.

—Me pregunto si no seréis los verdaderos amos de este mundo —dijo Luis por diplomacia; pero enseguida se preguntó, intranquilo, si no sería más verdad de lo que él mismo pensaba.

La mujer contestó:

—Muchas razas pretenden ser dueñas del mundo, o de su parte de él. ¿Vamos a reivindicar para nosotros las copas de los árboles como el Pueblo Colgante, o las alturas sin aire del Pueblo de las montañas derramadas? ¿Y qué raza querría quedarse con nuestro dominio?

Se estaban burlando de él, seguro.

Luis dijo:

—En alguna parte de este mundo tiene que existir un Centro de Mantenimiento. ¿Sabéis dónde?

—Indudablemente tienes razón, pero no sabemos dónde puede encontrarse —dijo el hombre chacal.

—¿Qué sabéis de los muros de los bordes? ¿Y de los Grandes Océanos?

—Hay demasiados océanos. Ignoramos a cuál te refieres. Ha habido mucha actividad cerca de los muros antes de que apareciesen por primera vez las grandes llamas.

—¡No me digas! ¿Qué clase de actividad?

—Muchos aparatos elevadores levantaban máquinas incluso más arriba del nivel donde vive el Pueblo de la Montaña. Allí se reunían en gran número gentes de la raza de los Ingenieros de Ciudades y del Pueblo de la Montaña, junto con algunos de otras especies. Se ha trabajado en la misma coronación del mundo. Quizá tú puedas explicarnos qué significa todo eso.

Luis estaba asombrado.

—¡Nej y maldición! Ha debido de ser…

Sin duda volvían a montar los reactores que previamente habían saqueado. Pero no deseaba manifestarlo en voz alta. Demasiado poder y ambición, y demasiado cerca, seguramente, para los nervios de un titerote.

—Mucho corren los mensajes en boca de los comedores de carroña.

—Más corre la luz. ¿Afectan esas noticias a tus predicciones catastróficas?

—Temo que no —aun cuando existiera una brigada de reparación en algún lugar, apenas debían de quedarles reactores Bussard para volver a montarlos—. Pero, mientras funcionen las grandes llamas, es posible que nos queden más de los siete u ocho falans que yo había previsto.

—Es una buena noticia. ¿Qué vas a hacer ahora?

Por un instante, Luis se sintió tentado a dejar correr la ciudad flotante y asociarse con los chacales. Pero había viajado demasiado para eso, y además, los hombres chacales se encontraban en todas partes.

—Esperaré a que se haga de noche, y entonces subiré. Tu parte de la tela, Vala, está en el vehículo. Te agradecería que no se la enseñaras a nadie ni hables de mí a nadie hasta… dentro de un par de giros. Me parece qué con eso será suficiente. En cuanto a mi parte, puedes enviar a buscarla dentro de un falan si no he regresado para reclamarla. Para mí, me quedo con ésta.

Y se palmeó un bolsillo del chaleco, donde tenía como un metro cuadrado de la tela semiconductora; doblado, abultaba como un pañuelo poco más o menos.

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