Los ingenieros de Mundo Anillo (20 page)

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Authors: Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

—¿Curiosidad simiesca?

—Tal vez. Bastaría con describir un círculo alrededor para echar una ojeada.

Chmeee frenó el módulo con brusquedad, pasando casi enseguida a la caída libre. Tenía el pelo crecido, en forma de reluciente y decorativo abrigo color naranja, que era un recordatorio de la nueva juventud de Chmeee. Aquella segunda adolescencia no mejoraba su carácter. Cuatro guerras kzin-humanidad, más unos cuantos «incidentes»… Luis prefirió guardar silencio.

El módulo frenó y Luis esperó a dejar de sentirse aplastado por un peso tremendo para ponerse a ajustar las tomavistas exteriores. Enseguida se dio cuenta de lo que ocurría.

Un vehículo en forma de cajón estaba detenido a un lado de la torre inclinada. Tendría capacidad para una docena de pasajeros. Por su tamaño, el motor, situado en la parte trasera, habría bastado para elevar un vehículo espacial… pero aquella gente eran unos primitivos. Quién sabe lo que usarían para propulsar el vehículo. Lo señaló con el dedo y dijo:

—Quedamos en que bajaríamos cuando viéramos un vehículo aislado, ¿no?

—Cierto.

Chmeee aterrizó y mientras lo hacía, Luis se dedicó a estudiar la situación.

La torre se había clavado en un edificio más bien cúbico; atravesó el techo y tres plantas, y hasta posiblemente un sótano. La carcasa del edificio atravesado mantenía en pie la torre. De dos ventanas de ésta brotaban, a intervalos irregulares, nubecillas blancas de vapor o de humo. Delante de la entrada principal del edificio cúbico bailaban unas figuras humanas de piel clara… bailaban, o hacían carreras… y dos de ellas descansaban boca arriba en el suelo, aunque en posturas bastante incómodas…

Justo cuando un muro, el único que restaba en pie de un edificio derrumbado, se interpuso entre la escena y la visual de Luis, éste lo comprendió todo con claridad. Los de piel blanca intentaban llegar a la entrada cruzando una calle cubierta de cascotes, y desde la torre, alguien disparaba contra ellos.

Parecía lógico.

—¿Sabes algo sobre armas lanzaderas de proyectiles?

—Si admitimos que utilizan propelentes químicos, un arma portátil no penetra la coraza de impacto. Entraremos en la torre con los cinturones de vuelo. Lleva pistola de rayos paralizantes. No conviene que matemos a nuestros futuros aliados.

Cuando salieron era noche cerrada, y el cielo estaba encapotado, pero aún así clareaba el albedo del Arco y la ciudad flotante era un puñado de luminarias más apiñadas a babor. No tenían pérdida.

Luis Wu no se sentía cómodo. La coraza de impacto era demasiado rígida; el casco le tapaba la mayor parte del rostro. Los correajes del cinturón de vuelo, aunque acolchados, le dificultaban la respiración, e iba con los pies colgando. Pero, puesto que de todos modos nunca más volvería a sentirse como durante la hora de adicción al cable, se resignó. Al menos podía considerarse relativamente seguro.

Estaba flotando en el cielo y usaba unos binoculares con intensificador de luz.

Los atacantes no parecían demasiado temibles. Iban casi desnudos y no portaban armas. Tenían el pelo plateado y la piel muy blanca; eran esbeltos y bien parecidos. Incluso los hombres resultaban de caras lampiñas y de miembros más gráciles que robustos.

Se mantenían a cubierto en las zonas oscuras o detrás de las ruinas de los edificios derrumbados; sólo de vez en cuando, uno o dos se atrevían a salir corriendo en zigzag hacia el gran portal. Luis contó a veinte, once de ellos mujeres. Otros cinco yacían muertos en medio de la calle. Era posible que algunos hubiesen logrado entrar en el edificio.

Los defensores ya no disparaban. Quizá se habían quedado sin municiones. Usaban dos ventanas de la cara de la torre que quedaba mirando hacia abajo, a unos seis pisos de altura. Todas las ventanas de la torre estaban rotas.

Se acercó al voluminoso bulto flotante que era Chmeee:

—Pasemos al otro lado, con las luces a baja intensidad y la apertura al máximo. Entraré yo primero, porque soy humano, ¿entendido?

—Entendido —dijo Chmeee.

Los cinturones se elevaban por la repulsión frente al scrith, lo mismo que el módulo, y llevaban además unos pequeños propulsores a la espalda, para el desplazamiento horizontal. Luis voló alrededor del edificio, volviéndose para ver si Chmeee le seguía, y entró flotando por una de las ventanas, confiando en no haberse equivocado de piso.

Éste constaba de un solo recinto, y estaba abandonado. El olor le cosquilleó la nariz y tuvo ganas de estornudar. Había muebles de tela, semipodridos, y una larga mesa de cristal hecha añicos. Al fondo de la pendiente debida a la inclinación del suelo, un bulto informe resultó ser una mochila con sus correajes para los hombros. Habían pasado por allí. Y el olor…

—Cordita —dijo Chmeee—. Propelentes químicos. Si disparan contra nosotros, cúbrete los ojos con la visera.

Se acercó a una puerta, y tras tomar apoyo en una pared, la forzó sin mayor dificultad. Eran unos lavabos y tampoco había nadie.

Otra puerta más grande colgaba de sus goznes debido a la inclinación. Con la paralizadora en una mano y el láser en la otra, Luis se acercó, excitado por la proximidad del peligro.

Al otro lado de la puerta de madera ricamente tallada, una gran escalera de caracol descendía hacia la oscuridad. Luis alumbró hasta donde la espiral del pasamanos y la base del edificio se hundían en un caos de ruinas. La luz reveló un arma provista de culata y para uso a dos manos, una caja de la que se derramaban numerosos pequeños cilindros dorados; un poco más abajo, otra arma, así como una guerrera con tirantes y otras prendas esparcidas por los escalones. Al fondo, una forma humana acurrucada. Era un hombre desnudo, más musculoso y de piel más oscura que los atacantes.

La excitación se le hacía a Luis casi incontenible. ¿Sería, pues, aquello lo que había estado buscando? No el contactor ni la corriente, sino el peligro de la vida para demostrarse su valía. Luis ajustó el cinturón flotador y saltó por encima de la barandilla.

Cayó poco a poco. Lo único humano que se veía en la escalera eran los objetos abandonados: ropas anónimas, armas, botas, otra mochila. Luis siguió bajando hasta que creyó haber llegado al piso que buscaba. Mediante un rápido reajuste de su cinturón, pasó al vuelo una puerta en busca de un olor radicalmente distinto del que Chmeee había llamado cordita.

Estaba fuera de la torre y le faltó poco para estrellarse contra una pared, ya que todavía se hallaba dentro del edificio cuadrado y hundido por la caída del otro. Había perdido la lámpara láser; aumentó la ganancia de sus binoculares intensificadores de luz y se volvió hacia la derecha, donde se divisaba claridad.

Cerca de la entrada principal yacía una mujer, muerta: era una de las atacantes. Un charco de sangre se había formado alrededor de la herida que tenía en el pecho, causada por un proyectil. Luis sintió una gran tristeza al verla…, y al mismo tiempo un deseo impaciente, al que reaccionó pasando al vuelo sobre ella y saliendo al exterior.

El albedo del Arco, aumentado por el intensificador, resplandecía incluso a través de la capa de nubes. Encontró a los atacantes, y a los defensores también. Unos y otros habían formado parejas, cuerpos pálidos y esbeltos con otros más oscuros y que a lo mejor aún llevaban puesta alguna prenda, una bota, una gorra o una camisa desabrochada. Copulaban con tanta furia que no hicieron caso del hombre volante.

Pero una de las mujeres no tenía pareja. Cuando Luis detuvo su vuelo, ella alzó el brazo y le agarró por el tobillo, sin insistencia y sin temor. Tenía el cabello plateado y era muy blanca, y las finas facciones de su cara eran de una belleza indescriptible.

Luis desconectó el cinturón de vuelo y se dejó caer al lado de ella, para tomarla en sus brazos. Las manos de la mujer se pasearon, interrogantes, sobre sus extrañas vestiduras. Luis dejó caer la paralizadora, se quitó el chaleco y el cinturón de vuelo, la coraza de impacto, el mono, con los dedos entorpecidos por la precipitación. La poseyó sin contemplaciones. Su ardor pudo más que cualquier consideración para con ella, pero la impaciencia de ella era por lo menos igual que la suya.

No se daba cuenta de nada, excepto de él mismo y de aquella mujer. Por supuesto, no advirtió que Chmeee estaba junto a ellos, y sólo tuvo tiempo para un breve sobresalto cuando el kzin machacó la cabeza de su nueva amante con su láser. Luego, la garra peluda del alienígena se hundió en la melena plateada y tiró de ella hacia atrás, forzándola a apartar sus colmillos de la garganta de Luis Wu.

15. El Pueblo de la Máquina

El viento llenó de polvo las narices de Luis Wu y le azotó la cara con sus propios cabellos. Luis se los apartó del rostro y abrió los ojos. Quedó cegado por el resplandor. Sus manos, explorando a tientas, hallaron un esparadrapo de plástico en su cuello y unos binoculares que le tapaban los ojos. Se los quitó.

Rodó por el suelo lejos de la mujer y se sentó.

Amanecía, es decir, que se acercaba cada vez más la divisoria entre el mundo oscuro y el iluminado. A Luis le dolían todos los músculos, como si le hubieran dado una paliza, pero paradójicamente se sentía la mar de bien. Durante demasiados años había usado el sexo sólo en raras ocasiones, y aun entonces, para disimular, ya que como es sabido, a los cabletas no les interesan esas cosas. Pero la noche pasada había ejercido con toda su alma.

¿La mujer? Era como de la estatura de Luis y tirando a bonita, sin ser nada extraordinario. De pecho, normal, ni plana ni exageradamente desarrollada. Llevaba el pelo negro recogido en una larga trenza, y una desconcertante barba en forma de collar que enmarcaba la mandíbula. Dormía con el sopor pesado del agotamiento, y bien justificado, por cierto. Por parte de ambos, como ahora empezaba a recordar Luis, aunque no conseguía dar hilación a sus recuerdos.

Había hecho el amor…, o mejor dicho, había perdido la cabeza con aquella mujer pálida y esbelta de los labios rojos. Ver su propia sangre en la boca de ella, sentir la mordedura en el cuello, apenas le había producido sino una tremenda sensación de pérdida. Luis había gritado cuando Chmeee le torció la cabeza a la mujer hasta romperle el cuello. Y quiso luchar con él cuando el kzin le arrancó de sobre la muerta, cargando con él debajo del brazo. Y aún rabiaba y peleaba cuando Chmeee sacó del chaleco de Luis el equipo de primeros auxilios, le puso el esparadrapo en el cuello y volvió a guardar el equipo.

Luego Chmeee los mató a todos, exterminó a toda la tribu de mujeres y hombres bellos y de cabellos plateados. A todos les atravesó la cabeza con la aguja brillante color rubí de su láser, manejado con infalible puntería. Luis recordó que había intentado impedírselo y se había visto rodando por el suelo lleno de cascotes. Entonces se había puesto en pie, y al reparar en algo que se movía se había acercado a ella, la mujer de pelo oscuro, la única defensora que había quedado con vida. Y cayeron el uno en brazos del otro.

¿Por qué lo hizo? Y eso que Chmeee trataba de llamarle la atención… ¿verdad? Luis recordaba un rugido como el de un tigre en plena lucha.

—¡Feromonas! —había dicho— ¡y parecían tan inofensivos!

Luis se había incorporado para mirar a su alrededor, horrorizado. Estaba todo lleno de cadáveres: los de piel oscura, con la mordedura en el cuello; los de piel blanca, con la boca llena de sangre y la marca negra de una quemadura en sus cabelleras de plata.

A los defensores no les habían valido sus armas de fuego. Lo que tenían los vampiros era peor que un tasp. Lanzaban una nube superestimulante de feromonas, esas sustancias humanas que inducen a la disponibilidad sexual. Uno de los vampiros, o una pareja, debió de llegar hasta la torre. Y los defensores salieron corriendo, desprendiéndose de sus armas y de sus ropas, como el que sale de la trinchera para ir al encuentro de la muerte.

Pero una vez exterminados todos los vampiros, ¿por qué él y la mujer morena…?

El viento agitaba los cabellos de Luis. Claro. Los vampiros estaban muertos, pero él y la mujer se hallaban envueltos todavía en una nube de feromonas. Se habían unido con frenesí…

—Si no se hubiese levantado viento, ahora todavía estaríamos haciéndolo. Sí. Y ahora… ¿dónde nej he dejado… todo lo mío?

Encontró la coraza de impacto y el cinturón de vuelo. El mono estaba hecho jirones. ¿Y dónde quedaba el chaleco? Vio que la mujer abría los ojos, que se incorporaba bruscamente con el terror pintado en los ojos, cosa que Luis entendió bien. Le dijo:

—Necesito encontrar el chaleco, porque allí está la traductora. Espero que Chmeee no te espante antes de que yo consiga…

¡Chmeee! ¿Qué le habría parecido todo aquello a él? La manaza de Chmeee se apoderó del cráneo de Luis y tiró de él hacia atrás. Luis estaba pegado a la mujer con todo su cuerpo y toda su mente y empujaba, empujaba; pero tenía los ojos llenos de aquella cara anaranjada de fiera, y los oídos atronados de insultos. Aquello le desconcentraba…

Chmeee no aparecía por ninguna parte. Luis halló el chaleco bastante lejos, aferrado por la mano de un vampiro muerto. No pudo encontrar la paralizadora. Pero ahora empezaba a preocuparse de veras; algo muy feo emergía de sus recuerdos. Echó a correr hasta llegar adonde habían posado el módulo.

Un pedrusco que tres hombres juntos no habrían sido capaces de levantar sujetaba un generoso montón de tela superconductora negra. El regalo de despedida de Chmeee. El módulo había desaparecido.

Tendré que enfrentarme a esto tarde o temprano, pensó Luis. Conque, ¿por qué no hacerlo ahora mismo? Un viejo amigo le había enseñado este dicho para uso propio, a modo de conjuro para salir de los estados de conmoción o de pena. A veces le había servido.

Estaba sentado en lo que había sido la barandilla de un porche, aunque ahora sólo quedaba el porche, asomado a un solar lleno de arena. Se había puesto la coraza de impacto y el chaleco, con todos sus bolsillos. Pretendía defenderse con prendas de ropa frente a un mundo inmenso y solitario. No era pudor, sino miedo.

Con eso agotó sus energías, y ahora estaba sentado. Sus pensamientos erraban sin rumbo fijo. Pensó en un contactor que funcionaba, pero tan lejos de allí como la Tierra de su satélite, y en un aliado de dos cabezas que no se arriesgaría a aterrizar allí para nada, ni siquiera para salvar la vida a Luis Wu. Pensó en los Ingenieros del Mundo Anillo y en su ecología idealizada, que no había querido traer cosas como mosquitos o murciélagos vampiro. Sus labios se distendieron en un comienzo de sonrisa, y luego asumió una expresión de difunto, es decir, que se le quedó la cara sin expresión.

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