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Authors: Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

Los ingenieros de Mundo Anillo (23 page)

—Sí. Sabemos sacar electricidad del caudal de un río. Dicen que antes de la caída de los Ingenieros, la electricidad bajaba del cielo en cantidades ilimitadas.

Lo cual venía a ser bastante exacto. En las pantallas de sombra había células de energía solar, que era retransmitida a unos colectores en la superficie del Mundo Anillo. Como era natural, los colectores empleaban cable superconductor, y como era lógico, por eso fallaron.

—Bien, pues cuando un hilo muy fino penetra en el punto exacto de mi cerebro… que es lo que yo hice… y se hace pasar una corriente de muy poca intensidad, los nervios registran una sensación de placer.

—¿Cómo cuál?

—Como emborracharse, pero sin resaca ni mareos. Como el rishathra, o como copular de verdad, pero sin necesidad de amar a nadie sino a sí mismo, y sin detenerse nunca. Pero yo me detuve y lo dejé.

—¿Por qué?

—Un alienígena se apoderó de mi fuente de electricidad. Pretendía darme órdenes. Pero incluso antes de eso, yo vivía avergonzado.

—Los Ingenieros de las Ciudades jamás se metieron alambres en el cerebro. Lo habríamos descubierto cuando exploramos las ruinas. ¿Dónde se practica esa costumbre? —preguntó ella, apartándose con repugnancia.

Era su pecado, el que más lamentaba después: no saber tener la boca cerrada.

—Lo siento —dijo.

—Dijiste que con unas tiras de esa tela se podría… ¿Qué es esa tela?

—Conduce corrientes eléctricas y campos magnéticos sin ninguna disipación. La llamamos superconductora.

—Sí, eso fue lo que les falló a los Ingenieros. Los… superconductores se corrompieron. Tu tela se pudrirá también, ¿no? ¿Cuánto dura?

—Es de otra calidad.

Ella le gritó:

—¿Y cómo sabes tú eso, Luis Wu?

—El Inferior nos lo dijo. El Inferior es un alienígena que nos ha traído aquí en contra de nuestra voluntad. Nos privó de medios para regresar a nuestras casas.

—Ese Inferior, ¿os hizo esclavos suyos?

—Lo ha intentado. Pero los humanos y los kzinti no valemos para esclavos.

—¿Se puede confiar en su palabra?

Luis hizo una mueca.

—No. Y él se llevó la tela y el alambre superconductor cuando huyó de su mundo. No tendría tiempo para fabricarlos; por consiguiente, debió averiguar dónde se almacenaban. Como otra cosa que llevó consigo: los discos transportadores. Era preciso que los tuviese a mano. Apenas había acabado de decirlo, supo que pasaba algo malo; pero tardó unos instantes en darse cuenta de lo que era.

La traductora se había interrumpido.

Luego habló con otra voz totalmente distinta.

—¿Te parece prudente contarle todas esas cosas, Luis?

—En parte, ya las había adivinado, y estaba a punto de culparme a mí de la Caída de las Ciudades. Deja en paz mi traductora.

—¿Debo tolerarte una sospecha tan vil? ¿Crees que mi raza sería capaz de semejante malicia?

—¿Sospecha? ¡Cerdo!

Vala se incorporó, mirándole con ojos desencajados al ver que despotricaba a solas en una lengua extraña. No podía oír la voz del Inferior en los auriculares de Luis. Éste continuó:

—Te echaron de tu cargo de Inferior, y echaste a correr. Robaste cuanto te fue posible y pusiste pies en polvorosa. Discos transportadores, y tela y alambre superconductor, y una nave completa. Nada, ¡tonterías! Lo de los discos fue fácil, ya que los fabricáis a millones. Pero, ¿dónde tenías la tela superconductora, como si estuviera esperándote? ¡Y tú sabías que la del Mundo Anillo estaba podrida!

—¿Por qué me haces eso, Luis?

—Tácticas comerciales. ¡Devuélveme la traductora!

Valavirgillin se puso en pie, apartó un poco el pote del fuego, removió su contenido, lo probó. Luego desapareció en dirección al vehículo y regresó con dos tazones de madera, que llenó con ayuda de un cucharón.

Luis aguardó, no muy tranquilo. El Inferior podía dejarle allí abandonado y desprovisto de traductora. Y a Luis no se le daban bien los idiomas.

—De acuerdo, Luis. No estaba previsto que sucediese así, y además ocurrió antes de mi mandato. Buscábamos una manera de extender nuestros territorios con un mínimo de riesgo. Los Exteriores nos vendieron la localización del Mundo Anillo.

Aquellos Exteriores eran unos seres fríos y frágiles que vagaban por la galaxia a bordo de naves sublumínicas. Traficaban en conocimientos. Era posible que conociesen el Mundo Anillo y que vendiesen esa información a los titerotes, pero…

—Espera un momento. Los titerotes temen los viajes por el espacio.

—Yo vencí ese temor. Si el Mundo Anillo resultaba habitable, valía la pena invertir la vida de un individuo en la exploración. Por lo que nos contaron los Exteriores y por lo que averiguamos mediante sondas automáticas y telescopios, el Mundo Anillo parecía ideal. Era preciso investigar.

—¿Una facción experimentalista?

—Desde luego. Sin embargo, no nos decidíamos a establecer contacto con una civilización tan poderosa. Analizamos los superconductores del Mundo Anillo mediante el espectrógrafo láser. Sintetizamos una bacteria que se alimentaba de ellos. Las sondas hicieron la siembra de la plaga de los superconductores por todo el Mundo Anillo. Todo eso lo habrás adivinado, ¿verdad?

—Hasta aquí, sí.

—Entonces nos presentaríamos nosotros con nuestras naves mercantes. Nuestros traficantes traerían la solución providencial. Al tiempo que hicieran aliados, se enterarían de cuanto nos interesaba saber.

Clara y melodiosa, la voz del titerote no traslucía ningún remordimiento, ni siquiera una mínima compunción.

Vala dejó los tazones en el suelo y se sentó frente a él, ocultando la cara en la oscuridad. Por lo que concernía a ella, la traductora había dejado de funcionar en el peor momento.

Luis dijo:

—¿Entonces los conservadores ganaron las elecciones, supongo?

—Inevitable. Una de las sondas localizó los reactores de corrección de posición. Sabíamos que el Mundo Anillo es inestable, por supuesto, pero confiábamos en que se hubiera solucionado de una manera más refinada. Cuando se publicaron las imágenes, cayó el gobierno. No tendríamos una oportunidad de regresar al Mundo Anillo, a menos que…

—¿Cuándo? ¿Cuándo sembrasteis la plaga?

—Hará unos mil ciento cuarenta años terrestres. Los conservadores gobernaron durante seiscientos años. Luego, la amenaza de los kzinti consiguió que recuperasen el poder los experimentalistas. En el momento que juzgué oportuno, envié a Nessus con su equipo. Si la estructura del Anillo había resistido durante mil cien años después de la caída de la cultura que se encargaba de su mantenimiento, valdría la pena investigarla. Pude enviar una misión comercial y exploradora, pero desgraciadamente…

Valavirgillin tenía el láser en el regazo y apuntaba a Luis Wu.

—… Desafortunadamente la estructura estaba dañada. Presentaba perforaciones debidas a los meteoritos y, estaba erosionada en muchos puntos hasta descubrir el scrith. Parece que ahora…

—¡Emergencia! ¡Emergencia! —dijo Luis Wu, procurando que no se le alterase la voz.

¿Cómo se las habría arreglado? Él la había visto con un tazón humeante en cada mano. ¿Era posible que se hubiera pegado la linterna láser a la espalda? En fin, por lo menos no le había disparado todavía.

—Te oigo —dijo el Inferior.

—¿Puedes desactivar los láseres con el telemando?

—Puedo hacer algo todavía mejor: conseguir que estalle y mate al que lo sostiene.

—¿No podrías limitarte a desconectarlo?

—No.

—Pues entonces, devuelve la función a la traductora, ¡nej! ¡Pronto! Probando…

La máquina repitió la última palabra en el idioma del Pueblo de la Máquina. Vala contestó enseguida:

—¿Con qué o con quién hablabas?

—Con el Inferior, el ser que nos trajo aquí. Entiendo que nadie ha intentado atacarme todavía, ¿no?

Ella titubeó antes de responder:

—En efecto.

—Entonces nuestra tregua todavía está en vigor, y yo todavía estoy reuniendo datos para tratar de salvar este mundo. ¿Te he dado algún motivo para dudar de ello?

La noche era cálida, pero Luis se sentía demasiado desnudo. El láser permaneció inactivo, y Vala preguntó:

—¿Fue la raza del Inferior quien causó la Caída de las Ciudades?

—Sí.

—Rompe la negociación —le ordenó Vala.

—Él tiene la mayoría de nuestro instrumental de recogida de datos.

Vala lo pensó otra vez, y Luis guardó silencio. A sus espaldas, dos pares de ojos relucientes les espiaban. Luis se preguntó cuánto llegarían a escuchar los chacales con sus agudos oídos, y cuánto de lo que escuchaban entenderían.

—Usadlos, pues. Pero quiero oír todo lo que diga él —dijo Vala—. Ni siquiera sé cómo es su voz. Podría tratarse de otra imaginación tuya.

—¿Lo oyes, Inferior?

—Lo oigo.

En los auriculares, Luis oía las palabras en Intermundial, pero el cajetín colgado delante de su garganta hablaba en el idioma de la raza de Valavirgillin. No estaba mal.

—He escuchado lo que prometiste a la mujer. Si consigues encontrar el modo de estabilizar esta estructura, hazlo.

—Seguro, y vosotros aprovecharéis el terreno.

—Si llegaras a estabilizar el Mundo Anillo con ayuda de mis medios, tengo derecho a exigir reconocimiento y la recompensa que quiera pedir.

Valavirgillin bufó con desprecio y reprimió una réplica. Luis se apresuró a responder:

—Tendrás el reconocimiento merecido.

—Ha sido mi gobierno, bajo mi dirección, el que ha tratado de llevar ayuda al Mundo Anillo mil cien años después de que se hiciera el daño. Vosotros seréis mis testigos.

—Lo seré, con ciertas reservas. —Luis hablaba a beneficio de Vala, y luego, volviéndose hacia ella, agregó—: Según nuestro pacto, ese objeto que tienes en las manos es de mi propiedad.

Ella le arrojó el láser, y él lo guardó aparte, al tiempo que caía sobre él el cansancio, o la sensación de alivio, o la de hambre. Faltaba tiempo.

—Cuéntanos cómo son los reactores de corrección de la posición.

—Son reactores Bussard montados sobre bridas en los muros de los bordes, a intervalos uniformes y a distancia de cinco millones de kilómetros los unos de los otros. Por tanto, deben hallarse doscientos sistemas en cada muro. Al funcionar, deben concentrar el viento solar en un radio de unos seis a ocho mil kilómetros, comprimiéndolo electromagnéticamente hasta desencadenar la fusión, y devolviéndolo en la dirección opuesta, a la manera de los cohetes, para frenar.

—Hemos visto algunos en funcionamiento. Vala dice que funcionan veintiuno, ¿verdad? —Ella asintió con la cabeza—. Lo que supone un noventa y cinco por ciento inactivos. ¡Malo!

—Muy probable. Desde la última vez que hablamos, he revisado las holografías de cuarenta alojamientos, y todos estaban vacíos. ¿Os parece que calcule cuánto empuje dan los que funcionan?

—Bien.

—Temo que no quedarán suficientes reactores montados para salvar la estructura.

—Sí…

—¿Es posible que los Ingenieros del Mundo Anillo instalaran otro sistema estabilizador independiente?

No era ésa la mentalidad de los protectores de Pak, que tendían a confiar demasiado en su capacidad de improvisación.

—No es fácil, pero seguiremos buscando. Estoy hambriento y fatigado, Inferior.

—¿Hay algo más de que hablar?

—Vigilemos los reactores de posición. Veamos cuántos funcionan y trataremos de estimar su empuje.

—Lo haré.

—Intenta establecer contacto con la ciudad flotante y diles…

—No puedo enviar ningún mensaje a través del muro, Luis. Naturalmente, puesto que estaba hecho de puro scrith.

—Pues desplaza la nave.

—No sería seguro.

—¿Y por medio de la sonda?

—La sonda orbital está demasiado lejos para emitir sobre frecuencias aleatorias. —Y con infinita reticencia, el Inferior agregó—: Puedo enviar mensajes con la segunda sonda. De todas maneras, debía enviarla al otro lado del muro para repostar.

—Sí. Que funcione como repetidor mientras pasa por encima del muro. Intenta comunicar con la ciudad flotante.

—Bastante me ha costado localizar tu traductora, Luis. He situado el módulo a casi veinticinco grados a contragiro de tu posición. ¿Por qué?

—Chmeee y yo hemos decidido dividir nuestra exploración. Yo me dirijo a la ciudad flotante. Él va encaminado hacia el Gran Océano.

No era prudente decir más.

—Chmeee no contesta a mis llamadas.

—Los kzinti no valen para esclavos. Estoy cansado, Inferior. Llámame dentro de doce horas.

Luis recogió del suelo su tazón y comió. Valavirgillin desconocía las especias. La carne y los bulbos hervidos no excitaban sus papilas gustativas, pero no le importó. Cuando el tazón quedó vacío lo lamió, aunque conservando la sensatez suficiente para no olvidar la píldora antialérgica.

Luego, se pusieron a dormir dentro del vehículo.

17. El sol moviente

La banqueta del vehículo era un mal sucedáneo de las placas sómnicas y además le transmitía las sacudidas. Luis aún estaba agotado. Volvió a dormirse y volvió a despertar sacudido varias veces…

La última fue Valavirgillin quien le sacudió por el hombro, diciendo con ligero sarcasmo:

—Tu sierva se atreve a interrumpir tu bien merecido descanso, Luis.

—¿Eh? ¡Ah, bueno! ¿Por qué?

—Hemos recorrido un buen trecho, pero nos hemos tropezado con bandidos de la raza de los Corredores. Uno de nosotros tendrá que hacer de ametrallador.

—¿No comen nada los del Pueblo de la Máquina, después de dormir?

Ella se sorprendió.

—No hay nada que comer. Lo siento. Nosotros sólo hacemos una comida y luego dormimos.

Luis se puso la coraza de impacto y el chaleco. Con ayuda de Vala, colocó una chapa metálica sobre la estufa y, puesto de pie sobre ella, Luis vio que llegaba a sacar la cabeza y los hombros por la ventana de ventilación practicada en el techo. Metiendo la cabeza dentro, preguntó:

—¿Cómo son los Corredores?

—De piernas más largas que las mías, pecho ancho, manos largas. A veces llevan armas de fuego, que nos roban a nosotros.

El vehículo reanudó la marcha.

Iban por un terreno montañoso, cubierto de vegetación achaparrada. A la luz del día el Arco era visible si uno se fijaba bien; de lo contrario se esfumaba en lo azul del cielo. A lo lejos, entre la neblina, Luis pudo divisar una ciudad que flotaba en el aire al modo de los cuentos de hadas.

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