Los límites de la Fundación (56 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

Gendibal sabía que la muchacha no había comprendido nada de lo sucedido, pero era consciente de que él había solucionado el asunto a su conveniencia y rebosaba orgullo. Acarició la uniformidad de su mente y sintió el calor de ese orgullo.

—No habría podido hacerlo sin ti, Novi —dijo—. Gracias a ti supe que la Primera Fundación… los pasajeros de la nave grande.

—Sí, maestro, sé a quiénes te refieres.

—Gracias a ti, supe que tenían un escudo, junto con débiles poderes mentales. Por el efecto sobre tu mente, pude conocer las características de ambas cosas con gran exactitud. Supe el modo de traspasar una y desviar la otra con la máxima eficiencia:

Novi declaró con cierta vacilación:

—No entiendo bien lo que dices, maestro, pero habría hecho mucho más para ayudar, si hubiese podido.

—Lo sé, Novi. Pero lo que hiciste fue suficiente. Es asombroso lo peligrosos que podrían haber sido. Pero cogidos ahora, antes de que su escudo o su campo estuvieran más perfeccionados, podían ser atajados. La alcaldesa regresa ahora a Términus, olvidados el escudo y el campo, satisfecha de haber obtenido un tratado comercial con Sayshell que lo convertirá en una parte de la Confederación. No niego que queda mucho por hacer para desmantelar el trabajo que han realizado respecto al escudo y al campo, algo en relación a lo cual hemos sido muy negligentes, pero se hará.

Meditó unos momentos y prosiguió en voz más baja:

—Dimos por hechas demasiadas cosas acerca de la Primera Fundación. Tenemos que someterles a una estrecha vigilancia. Tenemos que unir a la Galaxia de algún modo. Tenemos que utilizar la mentálica para fomentar una mayor colaboración de conciencia. Eso encajaría en el Plan. Estoy convencido de ello y me encargaré de hacerlo.

Novi dijo con ansiedad:

—¿Maestro?

Gendibal sonrió de pronto.

—Lo siento. Estoy hablando conmigo mismo. Novi, ¿te acuerdas de Rufirant?

—¿Ese campesino de cabeza hueca que te atacó? Yo diría que sí.

—Estoy convencido de que los agentes de la Primera Fundación, armados con escudos personales, lo dispusieron así, junto con todas las demás anomalías que nos han sobrevenido. ¡Y pensar que no me di cuenta de una cosa como ésta! Pero, bueno, supongo que ese mito de un mundo misterioso, esa superstición sayshelliana relativa a Gaia, me hizo pasar por alto la Primera Fundación. También en esto tu mente me resultó muy útil. Me ayudó a determinar que la fuente del campo mentálico era la nave de guerra y nada más.

Se frotó las manos.

—¿Maestro? —dijo Novi tímidamente.

—¿Sí, Novi?

—¿ No te recompensarán por lo que has hecho?

—Por supuesto. Shandess se retirará y yo seré primer orador. Entonces tendré la oportunidad de hacer que seamos un factor activo en la revolución de la Galaxia.

—¿Primer orador?

—Sí, Novi. Seré el sabio más importante y poderoso de todos.

—¿El más importante? —Parecía desconsolada.

—¿Por qué pones esta cara, Novi? ¿No quieres que me recompensen?

—Sí, maestro, claro que quiero. Pero si tú eres el sabio más importante de todos, no querrás u una hameniana cerca de ti. No sería correcto.

—¿Eso crees? ¿Quién va a impedírmelo? —Sintió una oleada de afecto por ella—. Novi, tú permanecerás conmigo dondequiera que esté y sea lo que sea. ¿Crees que me arriesgaría a tratar con los lobos que tenemos de vez en cuando en la Mesa sin que tu mente me dijera, incluso antes de saberlo ellos mismos, cuáles podrían ser sus emociones? Tienes una mente tan inocente, tan uniforme… Además… —pareció sobresaltarse ante una súbita revelación—. Además de esto, me… me gusta tenerte conmigo y me propongo conservarte a mi lado. Es decir, si tú quieres.

—Oh, maestro —susurró Novi, y cuando él le pasó un brazo alrededor de la cintura, apoyó la cabeza en su hombro.

En lo más profundo, donde la mente superficial de Novi apenas podía reparar en ella, la esencia de Gaia perduraba y guiaba los acontecimientos, pero era esa máscara impenetrable lo que hacía posible la continuación de aquella gran labor.

Y esa máscara, la que pertenecía a la hameniana, era completamente feliz. Era tan feliz que Novi casi no lamentaba la distancia que le separaba de ella misma/ellos/todos, y se sintió satisfecha de ser, a partir de aquel momento, lo que aparentaba ser.

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Pelorat se frotó las manos y, con un entusiasmo cuidadosamente reprimido, comentó:

—¡Cuánto me alegro de estar otra vez en Gaia! —Umm —dijo Trevize, abstraído.

—¿Sabe qué me ha contado Bliss? La alcaldesa regresa a Términus con un tratado comercial con Sayshell. El orador de la Segunda Fundación regresa a Trántor convencido de que lo ha arreglado todo, y esa mujer, Novi, va con él para asegurarse de que inicie los cambios que originarán «Galaxia». Y ninguna de las dos Fundaciones sospecha siquiera que Gaia existe. Es realmente asombroso.

—Lo sé —contestó Trevize—. También a mi me lo han comunicado. Pero nosotros sabemos que Gaia existe y podemos hablar.

—Bliss no lo cree así. Dice que nadie nos creería, y que nosotros lo sabemos. Además, yo, por mi parte, no tengo intención de abandonar Gaia jamás.

Trevize salió de su abstracción. Levantó los ojos y preguntó:

—¿Qué?

—Voy a quedarme aquí. Verá, es increíble. Hace sólo unas semanas llevaba una vida solitaria en Términus, la misma vida que había llevado durante décadas, inmerso en mis archivos y mis pensamientos y sin otro sueño que ir hacia la muerte, cuando quiera que se produjera, todavía inmerso en mis archivos y pensamientos y llevando mi vida solitaria… vegetando gustosamente. Luego, de un modo repentino e inesperado, me convierto en viajero galáctico, me veo envuelto en una crisis galáctica, y… no se ría, Golan…, he encontrado a Bliss.

—No me río, Janov —dijo Trevize—, pero, ¿está seguro de que sabe lo que hace?

—Oh, sí. Este asunto de la Tierra ya no me parece importante. El hecho de que fuese el único mundo con una ecología variada y con vida inteligente ya ha sido explicado. Los «eternos», ya sabe.

—Sí, lo sé. ¿Y va a quedarse en Gaia?

—Sin ninguna duda. La Tierra es el pasado y estoy cansado del pasado. Gaia es el futuro.

—Usted no forma parte de Gaia, Janov. ¿O acaso cree que puede convertirse en parte de él?

—Bliss dice que puedo convertirme en una pequeña parte de él; intelectualmente, si no biológicamente. Ella me ayudará, por supuesto.

—Pero ya que ella es parte de él, ¿cómo encontrarán ustedes dos una vida común, un punto de vista común, un interés común…?

Estaban en el exterior y Trevize contempló seriamente la tranquila y fructífera isla, y en la lejanía el mar, y en el horizonte, purpurada por la distancia, otra isla; todo ello pacífico, civilizado, y una unidad.

—Janov, ella es un mundo; usted es un insignificante individuo. ¿Y si se cansa de usted? Es joven…

—Golan, ya he pensado en eso. No he pensado en nada más durante días y días. Cuento con que se canse de mí; no soy un idiota romántico. Pero lo que me dé hasta entonces será suficiente. Ya me ha dado bastante. He recibido más de ella de lo que soñaba que existía en la vida. Aunque no volviese a verla a partir de este momento, me sentiría satisfecho.

—No lo creo —dijo Trevize con suavidad—. Me parece que es un idiota romántico y, cuidado, no querría que fuese de otra manera. Janov, no hace mucho que nos conocemos, pero hemos estado juntos cada minuto de varias semanas y… lo siento si le parece una tontería, pero le he tomado mucho afecto.

—Y yo a usted, Golan —dijo Pelorat.

—Y no quiero que nadie le hiera. Debo hablar con Bliss.

—No, Por favor. Le ruego que no lo haga. La reprenderá.

—No la reprenderé. No es una cuestión totalmente relacionada con usted, y quiero hablar a solas con ella. Por favor, Janov, no quiero hacerlo a espaldas suyas, de modo que deme su consentimiento para que hable con ella y aclare unas cuantas cosas. Si me siento satisfecho, le daré mis sinceras felicitaciones y buenos deseos…, y pase lo que pase, siempre guardaré silencio.

Pelorat meneó la cabeza.

—Lo estropeará todo.

—Le prometo que no. Le ruego…

—Bueno… Pero tendrá cuidado, mi querido amigo, ¿verdad?

—Le doy mi palabra de honor.

91

Bliss manifestó:

—Pel dice que quiere verme.

Trevize contestó:

—Si.

Estaban bajo techo, en el pequeño apartamento que le habían asignado.

Bliss se sentó con gracia, cruzó las piernas, y lo miró sagazmente, luminosos sus hermosos ojos marrones y brillante su largo cabello oscuro.

—Usted tiene mala opinión de mí, ¿verdad? La ha tenido desde el principio —dijo.

Trevize permaneció en pie y contestó:

—Usted ve las mentes y su contenido. Sabe lo que pienso de usted y por qué.

Bliss meneó la cabeza con lentitud.

—Su mente es intocable para Gaia. Usted lo sabe. Necesitábamos su decisión y tenía que ser la decisión de una mente clara e intacta. Cuando apresamos su nave, les coloqué dentro de un campo tranquilizante, pero eso era esencial. El pánico o la ira le habrían dañado, y quizá le habrían vuelto inútil para un momento crucial. Y eso fue todo. Jamás podría ir más allá y no lo he hecho, de modo que no sé lo que está pensando.

Trevize objetó:

—Ya he tomado la decisión que debía tomar. Decidí a favor de Gaia y «Galaxia». Así, pues, ¿a qué viene hablar de una mente clara e intacta? Ya tiene lo que quería y ahora puede hacer conmigo todo lo que desee.

—De ningún modo, Trev. Quizá necesitemos otras decisiones en el futuro. Sigue siendo lo que es y, mientras viva, será un extraordinario recurso de la Galaxia. Sin duda hay otros como usted en la Galaxia, y otros como usted aparecerán en el futuro, pero por ahora sabemos de usted…, y sólo de usted. Aún no podemos tocarle.

Trevize reflexionó.

—Usted es Gaia y no quiero hablar con Gaia.

Quiero hablar con usted como individuo, si es que eso significa algo.

—Significa algo. Estamos muy lejos de constituir una fusión común. Puedo desligarme de Gaia durante un rato.

—Si —dijo Trevize—. Creo que puede. ¿Lo ha hecho ahora?

—Lo he hecho.

—Pues, en primer lugar, permítame decirle que ha sido muy hábil. Tal vez no entró en mi mente para influir en mi decisión, pero sin duda entró en la de Janov con este objetivo, ¿no es cierto?

—¿Cree que lo hice?

—Creo que lo hizo. En el momento crucial, Pelorat me recordó su propia visión de la Galaxia como un ser vivo y eso me indujo a tomar la decisión en aquel momento. El pensamiento pudo ser de él, pero la mente que lo provocó fue la de usted, ¿verdad?

—El pensamiento estaba en su mente, pero había muchos otros. Yo allané el camino ante su reminiscencia de la Galaxia viviente, y no ante sus demás pensamientos. Por lo tanto, ese pensamiento determinado salió con facilidad de su conciencia y le tradujo en palabras. Cuidado, yo no creé el pensamiento. Estaba allí —repuso Bliss.

—Sin embargo, eso supuso una transgresión indirecta de la total independencia de mi decisión, ¿verdad?

—Gaia lo consideró necesario.

—¿Ah, si? Bueno, quizá se sienta mejor, o más noble, si sabe que aunque el comentario de Janov me impulsó a tomar la decisión en aquel momento, creo que habría sido la misma aun cuando él no me hubiera dicho nada o hubiera intentado convencerme de que tomara una decisión distinta. Quiero que lo sepa.

—Me siento aliviada —dijo Bliss con indiferencia—. ¿Es ésta la razón por la que deseaba verme?

—No.

—¿Cuál es?

Ahora Trevize se sentó en una silla que había colocado frente a ella, de modo que sus rodillas casi se tocaban. Se inclinó hacia ella.

—Cuando nos aproximamos a Gaia, fue usted quien estaba en la estación espacial. Fue usted quien nos atrapó; fue usted quien vino a buscarnos; es usted quien ha permanecido con nosotros desde entonces… menos durante la comida con Dom, que no compartió con nosotros. En particular, fue usted quien estuvo con nosotros en el Estrella Lejana, cuando tomé la decisión. Siempre usted.

—Yo soy Gaia.

—Eso no lo explica. Un conejo es Gaia. Un guijarro es Gaia. Todo lo que hay en el planeta es Gaia, pero no todo es Gaia en el mismo grado. Algunos son más que otros. ¿Por qué usted?

—¿Por qué cree?

Trevize dio el salto y dijo:

—Porque no creo que usted sea Gaia. Creo que es más que Gaia.

Bliss hizo un sonido burlón con los labios.

Trevize se mantuvo firme.

—Cuando estaba tomando la decisión, la mujer que acompañaba al orador…

—El la llamó Novi.

—Pues bien, esa Novi dijo que Gaia fue encauzado por unos robots que ya no existen y que Gaia fue aleccionado para observar una versión de las Tres Leyes de la Robótica.

—Es totalmente cierto.

—¿Y los robots ya no existen?

—Es lo que Novi dijo.

—No es lo que Novi dijo. Recuerdo sus palabras exactas. Dijo: «Gaia fue formado hace miles de años con la ayuda de robots que, durante un corto período de tiempo, sirvieron a la especie humana y ahora ya no la sirven.»

—Y bien, Trev, ¿significa eso que ya no existen?

—No, significa que ya no sirven. ¿No es posible que, en cambio, gobiernen?

—¡Ridículo!,

—¿O supervisen? ¿Por qué estaba usted allí en el momento de la decisión? usted no parecía ser esencial. Era Novi quien llevaba el asunto y ella es Gaia. ¿Qué necesidad teníamos de usted? A menos que…

—¿Bueno? A menos que ¿qué?

—A menos que usted sea la supervisora cuyo papel consista en asegurarse de que Gaia no olvide las Tres Leyes. A menos que sea un robot, tan bien hecho que no puede distinguirse de un ser humano.

—Si no se me puede distinguir de un ser humano, ¿cómo es que usted cree poder hacerlo? —inquirió Bliss con una sombra de sarcasmo.

Trevize se echó hacia atrás.

—¿No me aseguran todos ustedes que tengo la facultad de estar seguro; de tomar decisiones, ver soluciones, llegar a las conclusiones correctas? No soy yo quien lo afirmo; es lo que ustedes dicen de mí. Pues bien, desde el momento en que la vi me sentí inquieto. Usted tenía algo raro. Sin duda soy tan susceptible al encanto femenino como el mismo Pelorat, o incluso más, y usted tiene el aspecto de una mujer atractiva. Sin embargo, ni por un momento sentí la más ligera atracción.

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