—¿Qué tal el conde Ulf? —preguntó Ragnar.
—Ya está demasiado viejo —dijo Rollo—. Además se ha vuelto a Cair Ligualid y allí se quiere quedar.
—¿Hay algún sajón que nos vaya a dejar tranquilos a los daneses? —preguntó Ragnar, y nadie contestó—. ¿Algún otro danés, entonces? —sugirió.
—¡Tiene que ser Guthred! —ladró Beocca como un perro.
Rollo dio un paso al frente, como si fuera a decir algo importante.
—Os seguiremos, señor —le dijo a Ragnar—, pues sois bueno, justo, generoso y fuerte —eso provocó enormes aplausos entre la multitud que se reunía junto al fuego.
—¡Esto es traición! —susurró Beocca.
—Callaos —le dije.
—Pero Alfredo nos dijo…
—Alfredo no está aquí —le dije—, y nosotros sí, así que callaos.
Ragnar contempló el fuego. Era un hombre muy atractivo, de rostro fuerte, abierto y alegre, pero en aquel momento parecía preocupado. Se me quedó mirando.
—Tú podrías ser rey —me dijo.
—Podría —coincidí.
—¡Estamos aquí para apoyar a Guthred! —ladró Beocca.
—Finan —le dije—, detrás de mí hay un cura bizco, cojo y con la mano tonta que me está irritando. Si vuelve a hablar, rebánale el pescuezo.
—¡Uhtred! —chilló Beocca.
—Esa única exclamación es lo que le permito —le dije a Finan—, pero la próxima vez que hable, envíalo con sus antepasados.
Finan sonrió y sacó la espada. Beocca se quedó callado.
—Podrías ser rey —me repitió Ragnar, y yo noté que los ojos oscuros de Brida estaban posados en mí.
—Mis antepasados eran reyes —dije—, y su sangre corre por mis venas. Es la sangre de Odín —mi padre, aunque cristiano, siempre se había sentido orgulloso de que nuestra familia descendiera del dios Odín.
—Y serías un buen rey —dijo Ragnar—. Es mejor que gobierne un sajón, y tú eres un sajón que ama a los daneses. Podrías ser el rey Uhtred de Northumbria, ¿por qué no? —Brida seguía observándome. Sabía que recordaba la noche en que el padre de Ragnar murió, cuando Kjartan y su tripulación masacró entre gritos a los hombres y mujeres que salían de la casa—. ¿Y bien? —me animó Ragnar.
Me sentía tentado. Debo confesar que me veía muy tentado. En su día mi familia habían sido reyes de Bernicia, y ahora el trono de Northumbria estaba libre. Con Ragnar a mi lado, podía estar seguro de recibir el apoyo danés, y los sajones harían lo que les dijeran. Ivarr se resistiría, por supuesto, como Kjartan y mi tío, pero eso no era nada nuevo, y lo cierto es que yo era mejor soldado que Guthred.
Con todo, sabía que mi destino no era ser rey. He conocido a muchos reyes, y sus vidas no son todo plata, fiestas y mujeres. Alfredo parecía agotado por sus obligaciones, aunque parte de ello se debía a su constante enfermedad y otra parte a su falta de habilidad para tomarse las obligaciones a la ligera. Con todo, Alfredo hacía bien en dedicarse tanto a su deber. Un rey tiene que gobernar, mantener el balance entre los grandes señores de su reino, debe eludir a los rivales, reunir un buen tesoro, mantener caminos, fortificaciones y ejércitos. Pensé en todo ello mientras Ragnar y Brida me miraban y Beocca contenía el aliento detrás de mí, y supe que no quería la responsabilidad. Quería la plata, los banquetes y las mujeres, pero podía tener todo eso sin trono.
—No es mi destino —contesté.
—Quizá no conozcas tu destino —sugirió Ragnar.
El humo se enroscó por el cielo frío, lleno de estrellas.
—Mi destino —le dije— es ser señor de Bebbanburg. Eso lo sé. Y sé que Northumbria no puede gobernarse desde Bebbanburg. Pero quizá sea el tuyo —le dije a Ragnar.
Sacudió la cabeza.
—Mi padre, y el suyo, y el suyo antes que él, eran todos vikingos. Navegábamos a cualquier lugar que nos proporcionara riqueza. Nos enriquecíamos. Reíamos, bebíamos cerveza, teníamos plata y batalla. Si fuera rey tendría que proteger lo que tengo de los hombres que me lo quisieran quitar. En lugar de ser un vikingo sería pastor. Quiero ser libre. He sido rehén demasiado tiempo, y quiero mi libertad. Quiero mis velas al viento y mis espadas al sol. No quiero tener montones de obligaciones —había estado pensando lo mismo que yo, aunque lo dijo de manera harto más elocuente. De repente sonrió, como si se hubiera descargado un peso—. Quiero ser más rico que ningún rey —declaró a sus hombres—, y os haré a todos ricos conmigo.
—;Y quién va a ser rey? —preguntó Rollo.
—Guthred —contestó Ragnar.
—Alabado sea el señor —dijo Beocca.
—Callaos —susurré.
Los hombres de Ragnar no estaban contentos con aquella elección. Rollo, escuálido, barbado y leal, habló por ellos.
—Guthred favorece a los cristianos —dijo—. Es más sajón que danés. Nos obligará a todos a adorar a ese dios ese clavado.
—Hará lo que se le diga —repuse con firmeza—, y lo primero que le diremos es que ningún danés pagará un diezmo a la iglesia. Será rey como lo era Egberto, obedecerá los deseos de los daneses —Beocca soltaba espumarajos, pero no le hice caso—. Lo que importa —proseguí—, es el danés que le dé órdenes. ¿Quién va a ser, Ivarr, Kjartan o Ragnar?
—¡Ragnar! —gritaron los hombres.
—Y mi deseo —Ragnar se había acercado más a la hoguera de modo que las llamas lo iluminaban y le hacían parecer más grande y fuerte—, mi deseo —repitió— es ver a Kjartan derrotado. Si Ivarr derrota a Guthred, Kjartan se volverá más fuerte, y Kjartan es mi enemigo. Es nuestro enemigo. Existe una deuda de sangre entre su familia y la mía, y voy a saldarla ahora. Marcharemos en ayuda de Guthred, pero si Guthred no nos ayuda a tomar Dunholm, os juro que mataré a Guthred y a toda su gente y me haré con el trono. Pero prefiero alzarme sobre la sangre de Kjartan que ser rey de la tierra entera. Mi pelea no es con Guthred. No es con los sajones. No es con los cristianos. Mi pelea es con Kjartan el Cruel.
—Y en Dunholm —dije—, hay un tesoro de plata digno de los dioses.
—Así que encontraremos a Guthred —anunció Ragnar—, ¡y lucharemos por él!
Un momento antes, la gente quería que Ragnar los condujera contra Guthred, pero ahora se regocijaban con la noticia de que iban a luchar por el rey. Allí había setenta guerreros, no demasiados, pero se contaban entre los mejores de Northumbria, que golpearon sus espadas contra sus escudos y gritaron el nombre de Ragnar.
—Ya podéis hablar —le dije a Beocca.
Pero no tenía nada que decir.
Y al alba siguiente, bajo el cielo claro, cabalgamos en busca de Guthred.
Y de Gisela.
Éramos setenta y seis guerreros, incluidos Steapa y yo. Todos íbamos montados y armados, poseíamos malla o buen cuero y cascos. Dos veintenas de sirvientes en caballos más pequeños transportaban los escudos y conducían los caballos de repuesto, pero no eran guerreros y no los contábamos entre los setenta y seis. Hubo un tiempo en que Ragnar podía convocar a más de doscientos guerreros, pero muchos habían perecido en Ethandun y otros se habían buscado otros señores en los largos meses que Ragnar estuvo retenido como rehén, aunque setenta y seis seguía siendo un buen número.
—Y son hombres formidables —me dijo orgulloso.
Cabalgábamos bajo su estandarte del ala de águila. Era un ala de águila auténtica, clavada en lo alto de un asta, y su casco estaba decorado con dos más de esas alas.
—He soñado con esto —me dijo mientras nos dirigíamos al este—. He soñado que cabalgaba hacia la guerra. Todo el tiempo que fui rehén no deseaba otra cosa. No hay nada en la vida que se parezca a eso, Uhtred, ¡nada!
—¿Las mujeres? —pregunté.
—¡Las mujeres y la guerra! —exclamó—, ¡las mujeres y la guerra! —Vitoreó de alegría y su semental agachó las orejas y dio unos cuantos pasos altos como si compartiera la felicidad de su amo. Encabezábamos la columna, aunque Ragnar había enviado a una docena de hombres montados en ponis ligeros para explorar el terreno por delante de nosotros. Los doce hombres se hacían señales entre ellos y a Ragnar, y hablaban con pastores, escuchaban los rumores y olían el viento. Eran como perros en busca de un rastro, y el que buscaban era el de Guthred, que esperábamos encontrar en dirección al oeste, hacia Cumbraland, pero, a medida que avanzaba la mañana, los exploradores seguían tirando hacia el este. Avanzábamos lentamente, lo que frustraba al padre Beocca; antes de que pudiéramos coger velocidad, debíamos averiguar hacia dónde nos dirigíamos. Al final, los exploradores parecían estar seguros de que el rastro conducía al este, espolearon a los ponis, y les seguimos.
—Guthred intenta regresar a Eoferwic —supuso Ragnar.
—Es demasiado tarde para eso —le dije.
—O le ha entrado el pánico —sugirió Ragnar alegremente—, y no sabe qué está haciendo.
—Eso suena más probable.
Brida y otras veinte mujeres cabalgaron con nosotros. Brida vestía armadura de cuero, y llevaba una capa negra sujeta al cuello con un broche de plata y azabache. Llevaba el pelo recogido a lo alto, sujeto con una cinta negra, y de su costado colgaba una espada larga. Se había convertido en una mujer elegante que poseía un aire de autoridad y eso, creo, ofendía al padre Beocca, que la había conocido desde que era niña. Había sido criada cristiana, pero había escapado a la fe y a Beocca eso le disgustaba, aunque creo que lo perturbaba aún más su belleza.
—Es una hechicera —me dijo entre dientes.
—Si es hechicera —le contesté—, mejor tenerla de nuestro lado.
—Dios nos castigará —avisó.
—Éste no es el país de vuestro dios —le dije—. Ésta es la tierra de Thor.
Se persignó para protegerse del mal de mis palabras.
—¿Y qué hacías anoche? —me preguntó indignado—. ¿Cómo puedes siquiera pensar en ser rey?
—Pues muy fácil —le contesté—. Desciendo de reyes. A diferencia de vos, padre. Descendéis de pastores de cerdos, ¿no?
No me hizo caso.
—El rey es el elegido del Señor —insistió—. El rey es elegido por Dios y por todos los santos. San Cutberto entregó Northumbria a Guthred, ¿cómo puedes pensar siquiera en sustituirlo? ¿Cómo se te ocurre?
—Ah, pues entonces nos damos la vuelta y volvemos a casa —le dije.
—¿Darnos la vuelta y volvernos a casa? —Beocca estaba horrorizado—. ¿Por qué?
—Porque si Cutberto lo ha elegido —le dije—, Cutberto podrá defenderlo. Guthred no nos necesita. Que se enfrente a la batalla con su santo muerto. Aunque a lo mejor ya lo ha hecho —añadí—. ¿Habéis pensado en ello?
—¿Pensado en qué?
—En que a lo mejor Guthred ya ha sido derrotado. Podría estar muerto, o cargando las cadenas de Kjartan.
—Que Dios nos guarde —dijo Beocca, persignándose de nuevo.
—No ha sucedido —le aseguré.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque a estas alturas habríamos empezado a encontrar fugitivos —le dije, aunque no podía estar seguro de eso. Quizá Guthred estuviera peleando en aquel mismo instante, pero tenía el presentimiento de que seguía vivo y no estaba muy lejos. Es difícil describir ese presentimiento. Es un instinto, tan difícil de interpretar como el mensaje de un dios en la muda de plumas de un carrizo, pero había aprendido a confiar en ese presentimiento.
Y mis instintos estaban en lo cierto, pues al final de la mañana uno de los exploradores llegó al galope por el páramo con las crines de su poni al viento. Giró bruscamente frente a un montículo de helechos, para decirle a Ragnar que había una numerosa banda de hombres y caballos en el valle del río Swale.
—Están en Cetreht, señor —dijo.
—¿En nuestro lado del río? —preguntó Ragnar.
—En nuestro lado, señor —repuso el explorador—, en el viejo fuerte. Atrapados allí.
—¿Atrapados?
—Hay otra banda de hombres fuera del fuerte, señor —dijo el explorador. No se había acercado lo suficiente para ver los estandartes, pero otros dos exploradores habían bajado al valle mientras el primero regresaba para traernos noticias de que Guthred se encontraba probablemente muy cerca.
Aceleramos el paso. Las nubes se desplazaban a toda prisa con el viento, y a mediodía llovió breve pero intensamente, y justo cuando amainó, regresaron los dos exploradores del valle. Habían bajado hasta los campos fuera del fuerte, y habían hablado con la banda de guerreros.
—Guthred está en el fuerte —informó uno.
—¿Y quién está fuera?
—Los hombres de Kjartan, señor —dijo sonriendo, pues sabía que si había hombres de Kjartan cerca, pronto habría pelea—. Son sesenta. Sólo sesenta.
—¿Están allí Kjartan o Sven?
—No, señor, ellos no están. Los comanda un hombre llamado Rolf.
—¿Has hablado con él?
—He hablado con él y he bebido de su cerveza, señor. Vigilan a Guthred. Se están asegurando de que no va a huir. Lo mantienen ahí hasta que llegue Ivarr del norte.
—¿Hasta que llegue Ivarr? ¿No Kjartan?
—Kjartan se queda en Dunholm, señor —repuso el hombre—, eso es lo que han dicho, y que Ivarr llegará del norte en cuanto organice la guarnición de Eoferwic.
—Hay sesenta hombres de Kjartan en el valle —gritó Ragnar a sus guerreros, y su mano se dirigió instintivamente hasta la empuñadura de
Rompecorazones.
Ésa era su espada, que tenía el mismo nombre que la de su padre para recordar su obligación de vengar la muerte de Ragnar
el Viejo
—.
¡Sesenta hombres que matar! —añadió, y después llamó a un criado para que le trajera su escudo. Volvió a mirar a los exploradores—. ¿Quién creen que sois?
—Le hemos dicho que estamos al servicio de Hakon, señor. Que los estábamos buscando.
Ragnar entregó unas monedas de plata a los hombres.
—Lo habéis hecho muy bien —le dijo—. Bueno, ¿y cuántos hombres tiene Guthred en el fuerte?
—Rolf dice que por lo menos cien, señor.
—¿Cien? ¿Y no ha intentado quitarse de encima a sesenta?
—No, señor.
—Menudo rey —comentó Ragnar burlón.
—Si se enfrenta a ellos —le dije—, al final del día tendrá menos de cincuenta.
—¿Y qué hace, entonces? —quiso saber Ragnar.
—Rezar, probablemente.
A Guthred, como supimos después, le había entrado el pánico. Frustrados sus esfuerzos por alcanzar Bebbanburg se había dirigido hacia el oeste, a Cumbraland, pensando que en un territorio familiar encontraría aliados, pero el temporal le impidió avanzar con rapidez, y siempre tenía jinetes enemigos a la vista, así que empezó a temer una emboscada en las altas colinas que tenía delante. De modo que cambió de idea y decidió regresar a Eoferwic, pero no había llegado más allá del fuerte romano que antaño guardara el cruce del Swale en Cetreht. Para entonces estaba desesperado. Algunos de sus lanceros habían desertado, en la convicción de que sólo les esperaba la muerte si se quedaban con el rey, así que Guthred había enviado mensajeros para convocar la ayuda de los señores cristianos de Northumbria, pero nosotros ya habíamos visto los cadáveres y sabíamos que ninguna ayuda llegaría. Estaba atrapado. Los sesenta hombres lo contendrían en Cetreht hasta que Ivarr llegara para rematarlo.