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Authors: Kim Stanley Robinson

Marte Azul (51 page)

Los planeadores de catapulta eran muy peligrosos. La gente que volaba con ellos era la más alborotada del grupo de aviadores: buscadores de emociones fuertes que se lanzaban desde el borde del acantilado con una feroz descarga de adrenalina, cuyos gritos hacían crepitar los intercomunicadores; al fin y al cabo, a pesar de los arneses que los sujetaban y la capacidad voladora de los planeadores, saltaban al abismo.

¡No era extraño que sus gritos fueran tan sobrecogedores!

Nirgal tomó el tren suburbano para visitar la pista, oscuramente atraído por sus actividades. Toda esa gente libre en el cielo... Lo reconocieron, por supuesto, estrechó manos y aceptó numerosas invitaciones a volar, pero a los pilotos de los planeadores de catapulta les contestó riendo que primero probaría con los pequeños dirigibles. Había uno de dos plazas amarrado allí, un poco más grande que el resto, y una tal Mónica lo invitó a volar, llenó de combustible los depósitos del aparato y acomodó a Nirgal a su lado. Subieron por el mástil de lanzamiento y se soltaron con una sacudida a los vientos descendentes de la tarde sobre la ciudad, que parecía una pequeña tienda henchida de verde en el extremo noroeste del entramado de cañones que marcaban la pendiente de Tharsis.

¡Volaban sobre Noctis Labyrinthus! El viento aullaba sobre el tenso material transparente del dirigible y los hacía botar arriba y abajo al tiempo que rotaban horizontalmente, como a la deriva. Pero Monica se echó a reír y empezó a manipular los mandos que tenía delante, y muy pronto se encontraron volando hacia el sur a través del laberinto, sobre cañones cuyas intersecciones formaban equis irregulares. Sobrevolaron el Caos de Compton y la tierra desgarrada de las Puertas Ilirias, donde descendía sobre la cabecera del glaciar de Marineris.

—Los reactores de este aparato tienen más potencia de la necesaria —le informó Monica por los auriculares—. Puedes alcanzar unos doscientos cincuenta kilómetros por hora, aunque no creo que te gustara probarlo. Los reactores también contrarrestan el impulso del dirigible y permiten el descenso. Anda, prueba tú. Éste es el acelerador del reactor izquierdo y éste el del derecho, y aquí están los estabilizadores. Con los reactores te las apañarás fácilmente, pero los estabilizadores requieren algo de práctica.

Nirgal tenía delante su propio panel de mandos. Pulsó los aceleradores. El dirigible viró a la derecha y después a la izquierda.

—¡Uau! —exclamó.

—El vuelo está supervisado por un ordenador, de manera que si pulsas una maniobra desastrosa, él se niega a ejecutarla.

—¿Cuántas horas de vuelo se necesitan para aprender a pilotarlo?

—Ya lo estás haciendo, ¿no? —dijo ella y rió—. No, en serio, se necesitan unas cien horas, y depende de lo que entiendas por aprender. Hay una etapa que llamamos meseta de la muerte, entre las cien y las mil horas, cuando los pilotos se relajan, sin ser aún buenos de verdad, y se meten en problemas. Pero por lo general sólo ocurre con los planeadores de catapulta. Con éstos, en cambio, las horas de simulador son como las de vuelo real, así que puedes incluirlas y cuando estés aquí arriba te conectarán aunque oficialmente no hayas cumplido el tiempo de vuelo mínimo.

—¡Interesante!

Y lo era. El gigantesco laberinto de cañones debajo de ellos, las súbitas subidas y bajadas cuando el viento los embestía, el estridente aullido del viento sobre la góndola.

—¡Es como convertirse en un pájaro!

—Exactamente.

Y una parte de él supo que aquello le iría bien. El corazón se contenta con una cosa u otra.

A partir de aquel día pasó muchas horas en los simuladores de vuelo de la ciudad y varias veces a la semana se reunía con Mónica o alguno de sus amigos y tomaba otra lección de vuelo en el acantilado. No era un asunto complicado y pronto pensó que podía intentar un vuelo sin compañía. Le aconsejaron que fuera paciente y él siguió entrenándose. En los simuladores era como estar en el aire; si los probabas haciendo algo insensato, el asiento se inclinaba y botaba de manera muy convincente. Más de una vez le contaron la historia de alguien que había metido el ultraligero en una espiral tan lamentable que el asiento se había soltado de sus monturas y se había estrellado contra la pared de cristal que había delante; el piloto había acabado con un brazo roto y varios espectadores habían resultado heridos.

Nirgal evitaba esos y otros errores. Asistía a las reuniones de Marte Primero en el ayuntamiento casi todas las mañanas y volaba todas las tardes. Con el paso de los días descubrió que temía las sesiones matinales; sólo deseaba volar. Por mucho que dijeran, él no había fundado Marte Libre. Fuera lo que fuese lo que había estado haciendo durante esos años, desde luego no era política, no como aquélla al menos. Tal vez había existido un pequeño componente político, pero en general se había limitado a vivir su vida y a intercambiar impresiones con la gente del demimonde y de las ciudades abiertas a propósito de cómo podían conservar ciertas libertades y placeres. De acuerdo, había sido política, todo lo era; pero en realidad no le interesaba lo mas mínimo la política. O tal vez fuera el gobierno.

Particularmente poco atractivo si lo dominaban Jackie y sus cohortes. Ésa era otra clase de política. Desde el primer momento había advertido que en el círculo íntimo de Jackie su regreso no había sido bien acogido. Había estado ausente casi un año marciano, y durante ese tiempo gente nueva había saltado a la palestra, catapultados por la revolución. Para ellos Nirgal representaba una amenaza para el liderazgo de Jackie y para la influencia de ellos sobre Jackie. Se oponían a él con firmeza aunque de manera sutil. Durante un tiempo había sido el líder de los nativos, la figura carismática de la tribu indígena (hijo de Hiroko y Coyote, progenitores con una potente carga mítica), sobre el que era difícil prevalecer. Pero ese tiempo había pasado. Ahora era Jackie quien llevaba la batuta, y podía enfrentar a Nirgal con su propio linaje mítico; además de sus orígenes comunes en Zigoto, descendía de John Boone y también la respaldaba (parcialmente) el culto minoico de Dorsa Brevia. Por no mencionar el poder directo que tenía sobre él en su intensa dinámica particular. Pero los consejeros de Jackie no se percataban de todo esto. Para ellos él era una fuerza amenazante, en absoluto debilitada por su enfermedad terrana, una amenaza continua para su reina nativa.

Por eso participaba en las reuniones matinales tratando de no hacer caso de sus mezquinas maniobras, tratando de concentrarse en los problemas del planeta que se presentaban a su consideración, muchos de ellos relacionados con disputas medioambientales. Muchas ciudades deseaban quitar la tienda cuando la presión atmosférica lo permitiera, y casi ninguna de ellas consideraba que aquél fuera un asunto en el que los tribunales medioambientales tuvieran voz ni voto. Algunas zonas eran lo suficientemente áridas para que el agua fuese un tema crucial, y las solicitudes de asignaciones de agua llegaban a raudales; al final parecía que el nivel del mar del Norte descendería un kilómetro si se enviaba el agua necesaria a las sedientas ciudades del sur. Ésta y otras mil cuestiones ponían a prueba el alcance de las disposiciones constitucionales que trataban de compaginar la autonomía local con los intereses globales; los debates no acabarían nunca.

Aunque Nirgal no concedía un especial interés a estas disputas, le parecían sin embargo preferibles a la política que el partido ponía en práctica en Cairo. Había regresado de la Tierra sin ningún cargo oficial en el nuevo gobierno ni el viejo partido, y advertía que intentaban encontrar un sitio para él; unos querían endilgarle un cargo casi desprovisto de autoridad, y otros, los que le respaldaban (o mejor dicho, los oponentes de Jackie), deseaban darle poder real. Algunos amigos le aconsejaron que esperara y se postulara como senador en las próximas elecciones, otros mencionaron el consejo ejecutivo, otros, cargos en el partido, e incluso en el TMG. Todas esas funciones le parecían espantosas por una u otra razón, y cuando hablaba con Nadia por pantalla comprendía que representarían una dura carga; aunque ella trabajaba con ahínco, al parecer imperturbable, era evidente que el consejo ejecutivo le desagradaba sobremanera. Por tanto Nirgal se limitó a escuchar atentamente y con expresión impávida los consejos que recibía.

Jackie se guardó su opinión. En las reuniones donde se proponía que Nirgal fuese una suerte de ministro sin cartera, ella lo miraba con una expresión más vacía que la usual, por lo que Nirgal concluyó que a ella esa posibilidad le desagradaba profundamente. Jackie lo quería atrapado en algún cargo inferior, pero si Nirgal se quedaba al margen del sistema... Allí estaba ella, con el bebé en los brazos, que podía ser hijo suyo. Y Antar la miraba con la misma expresión que Nirgal, con el mismo pensamiento. También Dao se lo habría preguntado de haber estado vivo. Un espasmo de dolor sacudió a Nirgal al recordar a su medio hermano muerto, su torturador, su amigo... él y Dao habían estado peleándose desde que tenía memoria, pero a pesar de todo habían seguido siendo hermanos.

Aparentemente Jackie ya había olvidado a Dao, y también a Kasei. Como olvidaría a Nirgal si alguna vez lo mataban. Ella formaba parte del grupo que había ordenado el aplastamiento del asalto rojo a Sheffield, ella había abogado por una respuesta contundente. Tal vez se veía obligada a olvidar esas muertes.

La pequeña empezó a llorar. Era imposible encontrar ningún parecido en aquella cara regordeta. La boca era la de Jackie. Aparte de eso... El poder creado por el engendramiento anónimo era aterrador. Cierto que un hombre podía hacer lo mismo, obtener un huevo, desarrollarlo por ectogénesis, criar al niño solo. Seguramente empezaría a ocurrir, sobre todo si muchas mujeres seguían el ejemplo de Jackie. Un mundo sin padres. En fin, los amigos constituían la verdadera familia; pero de todas maneras se estremeció al recordar lo que Hiroko había hecho, lo que Jackie estaba haciendo.

Salía a volar para quitarse aquellos pensamientos de la cabeza. Una noche, después de un vuelo glorioso entre las nubes, estaba tomando una copa en el pub de la pista cuando la conversación tomó un nuevo rumbo y alguien mencionó el nombre de Hiroko.

—Oí decir que estaba en Elysium —dijo una mujer—, trabajando en una nueva comuna de comunas.

—¿Quién te lo dijo? —preguntó Nirgal, seguramente con algo de brusquedad.

Sorprendida, ella dijo:

—¿Recuerdas a los aviadores que estuvieron aquí la semana pasada, los que están dando la vuelta al mundo? Estuvieron en Elysium el mes pasado y dijeron que la habían visto. —Se encogió de hombros.— Eso es todo lo que sé. No hay modo de confirmarlo.

Nirgal se recostó en la silla. Siempre información de tercera mano. Algunas de las historias sin embargo se correspondían demasiado con la actitud de Hiroko para ser inventadas. Nirgal no sabía qué pensar. Pocos parecían creer que estuviera muerta. También decían haber visto a miembros de su grupo.

—Es que desean que ella esté aquí —dijo Jackie cuando Nirgal se lo mencionó al día siguiente.

—¿Acaso tú no lo deseas?

—Por supuesto —dijo, aunque él sabía que no era cierto—, pero eso no me lleva a inventar historias.

—¿Crees de verdad que todas son invenciones? Caramba, ¿quién haría algo así? No tiene sentido.

—Las acciones de la gente no siempre tienen sentido, Nirgal. Tienes que comprender eso. Alguien ve a una anciana japonesa en algún sitio y piensa: Caramba, se parece a Hiroko. Esa noche le dice a sus compañeros de habitación: Hoy me ha parecido ver a Hiroko, estaba en el mercado comprando ciruelas. Y al día siguiente el compañero de habitación va a la obra donde trabaja y dice: ¡Mi compañero de habitación vio ayer a Hiroko, comprando ciruelas!

Nirgal asintió. Seguramente era así, al menos en la mayor parte de los casos. En cuanto al resto...

—Mientras tanto, tienes que tomar una decisión a propósito de ese cargo en el tribunal medioambiental —dijo Jackie. Se trataba de un tribunal de provincia, por debajo del tribunal global—. Podemos arreglar las cosas para que Mem ocupe un cargo más influyente en el partido, o puedes ocuparlo tú si quieres, o ambos, supongo. Pero tenemos que saberlo.

—Sí, sí.

Entraron algunas personas que querían hablar con Jackie, y Nirgal se retiró a la ventana, cerca de la niñera y la pequeña. No le interesaba lo que estaban haciendo, nada de lo que hacían; era desagradable y abstracto, una manipulación continua de la gente desprovista de recompensas tangibles. Así es la política, diría Jackie. Y era evidente que a ella le gustaba, pero a Nirgal, no. Era extraño; había trabajado toda su vida para llegar a esa situación, y ahora la detestaba.

Podía aprender lo suficiente para desempeñarse en un cargo, pero tendría que vencer la hostilidad de quienes no deseaban su vuelta al partido y crear su propia base de poder, lo que significaría reunir un grupo que lo apoyara desde sus posiciones oficiales, hacerles favores y buscar sus favores, enfrentarlos entre sí, de manera que todos se plegaran a su voluntad para alcanzar una posición preeminente... Veía todos esos procesos en ese mismo momento, mientras Jackie se entrevistaba con diferentes consejeros, viendo de dónde podía sacar tajada, y luego persuadiéndolos para asegurarse su lealtad. Por supuesto, diría ella si Nirgal se lo mencionaba, así es la política. Si querían crear el nuevo mundo por el que tanto habían luchado tenían que actuar de aquella manera. No podían mostrarse demasiado escrupulosos, tenían que ser realistas, taparse las narices y obrar. En cierto modo era una actitud noble, pues era trabajo que debía hacerse.

Nirgal no podía decidir si aquellas justificaciones eran válidas o no.

¿Habían trabajado durante toda la vida contra la dominación terrana sólo para acabar en una versión local de lo mismo? ¿Podía la política ser otra cosa que política, práctica, cínica, chanchullera, fea?

No lo sabía. Se sentó en el banco de la ventana y miró el rostro dormido de la niña. En el otro extremo de la sala, Jackie intimidaba a los delegados de Marte Libre de Elysium. Ahora que Elysium era una isla rodeada por el mar septentrional, estaban más determinados que nunca a hacerse dueños de su destino, incluso poniendo límites a la inmigración para impedir que el macizo se desarrollara mucho más.

—Eso está muy bien —decía Jackie—, pero es una isla muy grande, casi un continente, rodeado de agua, lo que lo hace especialmente húmedo, con una costa de miles de kilómetros, numerosos lugares donde ubicar puertos, puertos pesqueros, sin duda. Comprendo su deseo de limitar el desarrollo, todos lo sentimos así, pero los chinos han expresado un particular interés en asentarse allí, ¿y qué se supone que tengo que decirles? ¿Que a los lugareños de Elysium no les gustan los chinos? ¿Que queremos su ayuda en tiempos de crisis pero no los queremos en el vecindario?

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