Más allá del planeta silencioso (12 page)

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Authors: C. S. Lewis

Tags: #Ciencia Ficción, Relato, otros

—Así que todos somos
jnakrapunti
—dijo Jyoi—. Es lo que he deseado toda la vida.

En ese instante, Ransom quedó ensordecido por un poderoso estruendo, un estruendo totalmente familiar, lo último que esperaba oír. Era un sonido terrestre, humano y civilizado, incluso europeo. Era el estallido de un rifle inglés, y, a sus pies, Jyoi se esforzaba por levantarse y jadeaba. Mientras lo hacía, apareció sangre sobre la blanca hierba. Ransom se dejó caer de rodillas junto a él. El enorme cuerpo del jross era demasiado pesado para poder darle la vuelta solo. Wjin lo ayudó.

—¿Jyoi, puedes oírme? —dijo Ransom acercando la cara a la redonda cabeza de foca—. Jyoi, esto ha sucedido por mí. Te han herido los otros
jombra
, los dos torcidos que me trajeron a Malacandra. Pueden lanzar la muerte a mucha distancia con un aparato que han construido. Tendría que habértelo dicho. Somos todos una raza torcida. Hemos llegado aquí para traer el mal a Malacandra. Somos
jnau
sólo a medias… Jyoi…

No podía expresar lo que quería decir. No conocía las palabras para «perdona» o «vergüenza» o «culpa», ni siquiera las palabras para decir «lo lamento». Sólo pudo mirar con fijeza y hundido en su culpa sin voz, el rostro contorsionado de Jyoi. Pero el jross parecía entender, trataba de decir algo, y Ransom acercó el oído a la boca que se esforzaba por hablar. Los ojos de Jyoi iban poniéndose opacos y estaban fijos en los suyos, pero, incluso en un momento como ése, la expresión de un jross no le era perfectamente inteligible.


Jon… Jomm…
—murmuró y, luego, al fin—:
Jombre jnakrapunt
.

Después una contorsión le recorrió todo el cuerpo, un borbotón de sangre y saliva le brotó de la boca; los brazos de Ransom cedieron bajo el súbito peso muerto de la cabeza que caía hacia atrás, y el rostro de Jyoi se volvió tan extraño y animal como en el primer encuentro. Los ojos vidriosos y la piel sucia, que se iba poniendo rígida lentamente, eran como los de cualquier animal muerto encontrado en un bosque de la Tierra.

Ransom resistió el impulso infantil de insultar a Weston y Devine. En vez de eso, alzó los ojos para encontrar los de Wjin, que estaba agachado (los jrossa no se arrodillan) al otro lado del cadáver.

—Estoy en las manos de tu pueblo, Wjin —dijo—. Pueden hacer lo que quieran conmigo. Pero si son sensatos, me matarán y, por supuesto, matarán a los otros dos.

—Uno no mata a un
jnau
—dijo Wjin—. Sólo Oyarsa lo hace. Pero ¿dónde están esos otros?

Ransom miró a su alrededor. El promontorio era terreno descubierto, pero el espeso bosque llegaba hasta donde el promontorio se unía a tierra firme, a menos de doscientos metros de distancia.

—En algún lugar del bosque —dijo—. Agáchate, Wjin, aquí donde el terreno es más bajo. Pueden volver a tirar con su aparato.

Tuvo cierta dificultad para lograr que Wjin hiciera lo que le sugería. Cuando los dos estuvieron cuerpo a tierra, con los pies casi en el agua, el jross volvió a hablar.

—¿Por qué lo mataron? —preguntó.

—No sabían que era
jnau
—dijo Ransom—. Ya les expliqué que en nuestro mundo hay una sola clase de
jnau
. Deben de haber creído que era un animal. Si pensaron eso, pueden haberlo matado por placer o por miedo o… —vaciló— porque tienen hambre. Pero debo decirte la verdad, Wjin. Matarían incluso un
jnau
, sabiendo que es
jnau
, si pensaran que su muerte les resulta útil.

Se produjo un breve silencio.

—Me pregunto si me han visto —dijo Ransom—. Me buscan a mí. Quizás si me entrego, se queden satisfechos y no entren en tu territorio. Pero ¿por qué no salen del bosque para ver lo que han matado?

—Está llegando nuestra gente —dijo Wjin, girando la cabeza.

Ransom miró hacia atrás y vio que el lago estaba negro de botes. Los demás cazadores estarían con ellos en pocos minutos.

—Tienen miedo de los jrossa —dijo Ransom—. Por eso no salen del bosque. Me entregaré a ellos, Wjin.

—No —dijo Wjin—. He estado pensando. Todo esto ha pasado por no obedecer al eldil. El dijo que deberías ir a ver a Oyarsa. Ya tendrías que estar en camino. Debes partir ahora mismo.

—Pero eso dejará aquí a los
jombra
torcidos. Pueden hacer más daño.

—No avanzarán sobre los jrossa. Dijiste que tienen miedo. Lo más probable es que nosotros vayamos sobre ellos. No temas… no nos verán ni nos oirán. Los llevaremos a Oyarsa. Pero tú debes ir ahora, como dijo el eldil.

—Tu gente pensará que escapé porque temía mirarlos a la cara después de la muerte de Jyoi.

—No se trata de pensar, sino de lo que dijo el eldil. Lo demás son cuentos infantiles. Ahora escucha y te enseñaré el camino.

El jross le explicó que a cinco días de viaje hacia el sur el
jandramit
se unía a otro
jandramit
, y subiendo tres días más por ese
jandramit
hacia el noroeste estaba Meldilorn, donde vivía Oyarsa. Pero había un atajo, un camino montañoso que atravesaba el
jarandra
entre los dos desfiladeros, que lo llevaría a Meldilorn en dos días. Debía entrar al bosque que había ante ellos y atravesarlo hasta llegar a la pared montañosa del
jandramit
, y seguir hacia el sur bordeando las montañas hasta llegar a un camino abierto entre ellas. Tenía que trepar por él y, en algún sitio más allá de la cima de las montañas, llegaría a la torre de Augray. Augray lo ayudaría. Wjin se daba cuenta de que Ransom podía encontrarse con los otros dos
jombra
en cuanto penetrara en el bosque.

—Si te atrapan, entonces será como tú dices, no se adentrarán en nuestra región. Pero es mejor que te encuentren de camino hacia Oyarsa que quedarte aquí. Y, cuando estés yendo hacia él, no creo que permita que los torcidos te detengan.

Ransom no estaba convencido en absoluto de que eso fuera lo mejor para él y los jrossa. Pero el estupor que le causaba la humillación por haber caído Jyoi le impedía resistirse. Sólo sentía ansiedad por hacer lo que ellos quisieran, molestarlos lo menos posible y sobre todo alejarse.

Era imposible saber lo que sentía Wjin, y Ransom reprimió con firmeza un impulso insistente, llorica, de renovar sus quejas y remordimientos, las autoinculpaciones que pudieran provocar palabras de perdón. Con su último aliento, Jyoi lo había llamado «matador-de-
jnakra
»; era un perdón generoso y debía contentarse con él. En cuanto dominó los detalles de su ruta, se despidió de Wjin y avanzó solo hacia el bosque.

14

Hasta que llegó al bosque, Ransom no pudo pensar en otra cosa que en un posible balazo del rifle de Weston o Devine. Creyó que lo más probable era que lo quisieran vivo y no muerto, y eso, unido a que sabía que un jross lo estaba observando, le permitió marchar con cierta compostura aparente. Incluso cuando ya se había adentrado en el bosque seguía sintiéndose en peligro. Los largos tallos sin ramas sólo servían de «refugio» si uno se alejaba lo suficiente del enemigo, y, en este caso, el enemigo podía estar muy cerca. Sintió un fuerte impulso de gritar a Devine y Weston que se entregaba, lo racionalizó pensando que quizás eso los alejaría de la región, ya que lo más probable era que lo llevaran hacia los sorns y dejaran tranquilos a los jrossa. Pero Ransom sabía un poco de psicología y había oído hablar del instinto irracional que siente un hombre perseguido por entregarse; en realidad, él mismo lo había experimentado en sueños. Ése era el tipo de truco que estaban tratando de jugarle sus nervios. De cualquier modo, de allí en adelante estaba decidido a obedecer a los jrossa o a los eldila. Sus esfuerzos por confiar en su propio juicio en Malacandra habían terminado hasta entonces en tragedia. Desafiando por anticipado cualquier cambio de ánimo, tomó la fuerte determinación de llevar a cabo fielmente el viaje hasta Meldilorn, si es que era posible hacerlo.

Esa firme decisión le parecía muy acertada, ya que tenía graves presentimientos sobre el viaje. Sabía que el
jarandra
que debía cruzar era el lugar donde vivían los sorns. De hecho, estaba caminando por voluntad propia hacia la misma trampa que había tratado de evitar desde su llegada a Malacandra. (Ahí el primer cambio de ánimo trató de ganar partido. Ransom lo sofocó.) Y, aunque pasara entre los sorns y llegara a Meldilorn, ¿quién o qué podía ser Oyarsa? Wjin había observado ominosamente que Oyarsa no compartía la objeción de los jrossa a derramar la sangre de un
jnau
. Y, además, Oyarsa reinaba tanto sobre los sorns como sobre los jrossa y los pfifltriggi. Quizás era sencillamente el supremo-sorn. Y entonces apareció el segundo cambio de ánimo: los viejos miedos terrestres a algo extraño, de inteligencia fría, poder sobrehumano y crueldad sobrehumana, que entre los jrossa habían desaparecido por completo, trataron de reaparecer con intensidad. Pero siguió caminando con determinación. Él iba hacia Meldilorn. Se dijo que era imposible que los jrossa obedecieran a una criatura monstruosa o maligna. Le habían dicho (¿o no?; no estaba seguro del todo) que Oyarsa no era un sorn. ¿Era un dios Oyarsa? Quizás fuese el ídolo mismo al que iban a sacrificarlo los sorns. Pero, aunque los jrossa habían dicho cosas extrañas sobre él, negaron con claridad que fuera un dios. Según ellos, había un solo dios, Maleldil el Joven. Además era imposible imaginar a Jyoi y Jnojra adorando a un ídolo sanguinario. Desde luego, a menos que los jrossa estuvieran después de todo bajo el dominio de los sorns, superiores a sus amos en todas las cualidades que valoran los seres humanos, pero inferiores y dependientes en lo intelectual. Sería un mundo extraño pero no inconcebible; el heroísmo y la poesía en la base, la fría inteligencia científica más arriba y, en la cúspide, alguna superstición oscura que la inteligencia científica, una vez más impotente ante la revancha de las profundidades emocionales que había ignorado, no tenía la voluntad ni el poder necesarios para erradicar. Un fetiche… Ransom se contuvo. Sabía ya demasiado para hablar de ese modo. El y todos los de su clase habrían llamado superstición a los eldila si sólo hubieran oído su descripción, pero él había oído su voz. No, si Oyarsa era en algún sentido una persona, era una persona real.

Había caminado cerca de una hora y era casi mediodía. Hasta entonces no había tenido problemas con la dirección a seguir; se había limitado a ir colina arriba y estaba seguro de que tarde o temprano saldría del bosque y llegaría a la pared montañosa. Entretanto, se sentía notablemente bien, aunque con la mente muy castigada. La media luz purpúrea, silenciosa de los bosques se tendía a su alrededor como había sucedido en su primer día en Malacandra; sin embargo, todo lo demás había cambiado. Recordó esos momentos como una pesadilla y el estado de ánimo de ese entonces como una especie de enfermedad: todo era desaliento lloroso, sin analizar, autoalimentado y autodestructor. Ahora, a la luz clara de un deber aceptado, sentía miedo, es cierto, pero con una sobria sensación de confianza en sí mismo y en el mundo, y hasta un matiz de placer. Era la diferencia entre un hombre de tierra firme sobre un barco que se hunde y un jinete sobre un caballo desbocado: cualquiera de los dos puede morir, pero el jinete es tanto un sujeto activo como pasivo.

Cerca de una hora después de mediodía, salió bruscamente del bosque hacia la brillante luz del sol. Estaba a sólo veinte metros de las bases casi perpendiculares de las agujas montañosas, demasiado cerca para ver sus cumbres. En el lugar donde había desembocado, una especie de valle subía por la entrante entre dos montañas, un valle imposible de trepar que consistía en una única inclinación cóncava de piedra, al principio empinada como el techo de una casa y más arriba casi vertical. Hasta parecía inclinarse un poco hacia afuera en la cima, como una ola de roca en el preciso instante de romper. «Pero eso —pensó— debe de ser una ilusión óptica.» Se preguntó a qué le llamarían un camino los jrossa.

Empezó a abrirse paso hacia el sur a lo largo del terreno estrecho, desparejo, que corría entre el bosque y la montaña. Debía cruzar a cada momento grandes estribaciones e, incluso en un mundo liviano como ése, era un esfuerzo intensamente agotador. Media hora después llegó a un arroyo. Allí se adentró unos pocos pasos en el bosque, cortó una abundante provisión de hierba y se sentó a comer junto a la orilla del agua. Cuando terminó se llenó los bolsillos con lo que sobraba y siguió adelante.

Pronto empezó a sentirse ansioso por encontrar el camino que debía seguir, ya que si podía alcanzar de algún modo la cumbre, tenía que hacerlo a la luz del día, y se acercaba la caída de la tarde. Pero sus temores eran infundados. Cuando apareció resultó inconfundible. A la izquierda se abría una senda que entraba en el bosque —ahora debía de estar en algún sitio detrás de la aldea jross— y a la derecha vio el camino, un simple reborde y, en algunos sitios, un surco que penetraba de costado y hacia arriba en un valle parecido al que ya había visto. Le cortó la respiración: una escalera sin escalones, horriblemente estrecha, demencialmente empinada, que subía y subía desde donde estaba hasta convertirse en un hilo casi invisible sobre la pálida superficie verde de la roca. Pero no tenía tiempo de pararse a mirar. No era hábil en calcular alturas, pero estaba seguro de que la cima del camino estaba separada de él por una distancia comparable a la de los Alpes. Tardaría en alcanzarla por lo menos hasta el anochecer. Comenzó la ascensión de inmediato.

Semejante viaje habría sido imposible en la Tierra; el primer cuarto de hora habría llevado a un hombre del tamaño y edad de Ransom al agotamiento. Aquí se sintió al principio encantado por la facilidad de sus movimientos y luego tambaleante por la inclinación y la extensión de la pendiente que, aun bajo las condiciones malacándricas, pronto le hizo curvar la espalda y le causó dolor en el pecho y temblor en las rodillas. Pero eso no era lo peor. Ya empezaba a oír un zumbido en los oídos y notó que a pesar del esfuerzo no tenía sudor en la frente. El frío, que aumentaba a cada paso, parecía minar su vitalidad más intensamente que cualquier tipo de calor. Ya tenía los labios cortados; cuando jadeaba, el aliento salía en forma de vapor y se le habían dormido los dedos. Subía a través de un silencioso mundo ártico y ya había pasado de un invierno inglés a un invierno lapón. Eso lo asustó y decidió que debía descansar allí o no descansar; si lo hacía cien pasos más adelante se quedaría sentado para siempre. Se agachó sobre el camino durante unos minutos, golpeándose el cuerpo con los brazos. El paisaje era aterrador. El
jandramit
que había constituido su mundo durante tantas semanas era sólo una grieta púrpura hundida en medio de la chata desolación sin límites del
jarandra
, que ahora aparecía con claridad sobre la orilla opuesta, entre y por encima de los picos montañosos. Pero mucho antes de sentirse descansado supo que debía seguir o morir.

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