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Authors: C. S. Lewis

Tags: #Ciencia Ficción, Relato, otros

Más allá del planeta silencioso (11 page)

—Sin duda Maleldil nos hizo así —decía—. ¿Cómo podría haber alimento suficiente si todos tuviéramos veinte hijos? ¿Y cómo podríamos soportar la vida y el paso del tiempo si siempre pretendiéramos que volviera un año o un día en especial… si no supiéramos que en una vida cada día llena la vida entera de expectativas y recuerdos y que éstos son ese día?

—Sin embargo Maleldil dejó entrar al
jnakra
—dijo Ransom, llevado inconscientemente a defender su propio mundo.

—Oh, pero eso es tan distinto. Ansío matar a ese
jnakra
tanto como él ansía matarme a mí. Espero que, cuando sus mandíbulas negras se cierren con un chasquido, mi barca sea la primera y yo el primero de mi barca, con la lanza recta preparada. Y si me mata, mi gente me llorará y mis hermanos desearán aún más matarlo. Pero no querrán que no haya
jnéraki
, ni yo tampoco. ¿Cómo puedo hacértelo entender si no entiendes a los poetas? El
jnakra
es nuestro enemigo, pero también nuestro amado. Sentimos en nuestros corazones su alegría cuando mira hacia abajo desde la Montaña de Agua del norte donde ha nacido, saltamos con él cuando brinca sobre las cascadas y cuando llega el invierno y el lago humea sobre nuestras cabezas, lo vemos con sus ojos y sabemos que ha llegado la época de sus correrías. Colgamos imágenes de él en nuestras casas y el símbolo de todos los jrossa es un
jnakra
. En él vive el espíritu del valle y nuestros hijos juegan a ser jnéraki apenas pueden chapotear en los bajíos.

—¿Y entonces él los mata?

—No ocurre a menudo. Los jrossa serían jrossa torcidos si lo dejaran acercarse tanto. Mucho antes de que haya bajado hasta ese punto salimos a buscarlo. No,
jombre
, la desgracia para un
jnau
no es la presencia de unas cuantas muertes desparramadas por el mundo. Un
jnau
torcido es lo que enturbia el mundo. Y también te digo esto: No creo que el bosque sería tan brillante, ni el agua tan cálida, ni el amor tan dulce, si no hubiera peligro en los lagos. Te contaré un día de mi vida que ayudó a formarme; días como ésos llegan sólo una vez, como el amor, o como servir a Oyarsa en Meldilorn. En ese entonces yo era joven, casi un cachorro, y subí lejos, muy lejos por el
jandramit
hasta la región donde las estrellas brillan al mediodía y el agua es fría. Trepé por una gran cascada. Pisé la orilla del estanque Balki, el lugar más reverenciado de todos los mundos. Sus paredes suben sin fin y hay imágenes enormes y sagradas esculpidas en ellas, de los antiguos tiempos. Allí está la cascada que llaman la Montaña de Agua. Gracias a que permanecí allí solo, Maleldil y yo, porque ni siquiera Oyarsa me envió una palabra de apoyo, mi corazón se hizo más fuerte, mi canción más profunda para el resto de mis días. Pero ¿crees que habría sido así si no hubiese sabido que en Balki habitan los jnéraki? Allí bebí la vida porque la muerte estaba en el estanque. Excepto otra, fue la mejor bebida.

—¿Cuál? —preguntó Ransom.

—La muerte misma el día en que la beba y vaya a unirme a Maleldil.

Poco después se pusieron en pie y siguieron con el trabajo. El sol bajaba mientras regresaban a través del bosque. A Ransom se le ocurrió una pregunta.

—Jyoi —dijo—, acabo de recordar que cuando te vi por primera vez y antes de que tú me vieras, ya estabas hablando. Por eso supe que eras
jnau
, de lo contrario te habría tomado por un animal y habría huido. Pero ¿con quién hablabas?

—Con un eldil.

—¿Qué es eso? No vi nada.

—¿En tu mundo no hay eldila,
jombre
? Debe de ser un lugar muy extraño.

—Pero ¿qué son?

—Provienen de Oyarsa… supongo que son una especie de
jnau
.

—Hoy, cuando veníamos, pasé junto a una chica que dijo estar hablando con un eldil, pero no pude ver nada.

—Mirándote a los ojos uno puede ver que son distintos de nosotros,
jombre
. Pero los eldila son difíciles de ver. No son como nosotros. La luz los atraviesa. Debes mirar en el momento y en el lugar indicados, y no tendrás éxito a menos que el eldil desee ser visto. A veces puedes confundirlos con un reflejo del sol o incluso con un movimiento de las hojas, pero cuando miras otra vez comprendes que era un eldil y que se ha ido. Pero no sé si tus ojos podrán verlos alguna vez. Los séroni lo sabrían.

13

A la mañana siguiente toda la aldea estaba en movimiento antes de que la luz del sol, visible ya sobre el
jarandra
, penetrara en el bosque. A la luz de las fogatas, Ransom vio la actividad incesante de los jrossa. Las hembras derramaban comida humeante de las toscas vasijas; Jnojra dirigía el acarreo de montones de arpones a los botes; Jyoi, en medio de un grupo de cazadores expertos, hablaba con demasiada rapidez y tecnicismos para que Ransom pudiera entenderlo; llegaban grupos de las aldeas vecinas, y los cachorros, chillando de excitación, corrían de aquí para allá entre los mayores.

Descubrió que daban por sentado su participación en la cacería. Iba a ir en el bote de Jyoi, con Jyoi y Wjin. Los dos jrossa se turnarían para remar, mientras que Ransom y el jross desocupado irían en la proa. Comprendía a los jrossa lo suficiente para saber que le ofrecían el puesto de honor y que tanto Jyoi como Wjin estaban atormentados por el temor a estar remando cuando apareciera el
jnakra
. Poco antes, en Inglaterra, nada le hubiera parecido más imposible a Ransom que aceptar el puesto de honor y peligro en un ataque contra un monstruo acuático desconocido pero seguramente mortífero. Incluso más tarde, cuando había huido la primera vez de los sorns o cuando se había acostado por la noche en el bosque, compadeciéndose de sí mismo, era difícil que hubiera podido hacer lo que pretendía hacer en ese momento. Porque su intención era clara: pasara lo que pasara, debía demostrar que la especie humana también era
jnau
. Era muy consciente de que semejantes decisiones podían verse a una luz muy distinta cuando llegaba el momento de actuar, pero sentía una seguridad poco común de que de un modo u otro iba a ser capaz de cumplirla. Era necesario y lo necesario siempre es posible. Quizás también había algo en el aire que respiraba, o en la sociedad de los jrossa, que comenzaba a operar un cambio en él.

El lago empezaba a reflejar los primeros rayos del sol cuando se encontró arrodillado junto a Wjin, como le habían indicado, en la proa del bote de Jyoi, con un montoncito de arpones entre las rodillas y uno en la mano derecha, resistiendo el movimiento del bote con el cuerpo mientras Jyoi remaba para llevarlos a su sitio. En la cacería participaban por lo menos cien botes. Estaban divididos en tres grupos. El grupo central, de lejos el más pequeño, iba a subir la corriente por la que habían bajado Jyoi y Ransom después de su primer encuentro. Para eso utilizaban embarcaciones más grandes que las que había visto Ransom hasta entonces, con ocho remos. El
jnakra
acostumbraba a flotar corriente abajo en los lugares donde podía hacerlo. Al encontrarse con las barcas, suponían que se iría a la izquierda o la derecha, hacia aguas más tranquilas. Por eso, mientras el grupo central subía batiendo la corriente, los botes livianos, remando con más velocidad, podían subir y bajar por las tranquilas aguas de las orillas, listos para recibir la presa en cuanto saliera de lo que podríamos llamar su «madriguera». En ese juego, la cantidad y la inteligencia estaban a favor de los jrossa; el
jnakra
contaba con la velocidad y también con la invisibilidad, porque podía nadar bajo el agua. Era casi invulnerable, salvo en la boca abierta. Si los dos cazadores del bote sobre el que se abalanzara disparaban mal, eso significaba por lo común el fin para ellos y su embarcación.

En los grupos de barcas livianas un cazador valeroso podía intentar dos cosas: mantenerse bien atrás y cerca de las embarcaciones largas, donde era más probable que apareciera el
jnakra
, o adelantarse todo lo posible con la esperanza de encontrar al
jnakra
yendo a toda velocidad y aún ignorante de la cacería, y obligarlo, mediante un arpón bien lanzado, a abandonar la corriente en ese momento y lugar. Así uno podía anticiparse a los batidores y matar al animal (si es que así terminaba el encuentro) por sus propios medios. Ése era el deseo de Jyoi y de Wjin, y casi —tanto lo habían contagiado— de Ransom. De modo que apenas las pesadas embarcaciones de los batidores habían comenzado su lento avance corriente arriba en medio de una pared de espuma, descubrió que su propio bote aceleraba hacia el norte a la máxima velocidad que Jyoi podía darle, pasando un bote tras otro y buscando aguas menos ocupadas. La velocidad era estimulante. En la fría mañana, el calor de la extensión azul por la que navegaban no era desagradable. Detrás de ellos se alzaban, rebotando contra las lejanas cimas rocosas que bordeaban el valle, las voces profundas como campanas de más de doscientos jrossa, más musicales que el ladrar de los mastines pero semejantes a él en el propósito y el tono. Despertaron en Ransom algo que había dormido durante mucho tiempo en su interior. En ese momento no le parecía imposible que incluso él pudiera ser el matador del
jnakra
, que la fama del
jombre-jnakra-punt
fuera transmitida a la posteridad de ese mundo que no conocía ningún otro hombre. Pero había tenido sueños parecidos anteriormente y sabía cómo terminaban. Impuso humildad al tumulto de sus emociones y volvió los ojos hacia el agua agitada de la corriente, que bordeaban sin adentrarse, y vigiló con atención.

Durante un buen rato no pasó nada. Tomó conciencia de la rigidez de su postura y relajó deliberadamente los músculos. Poco después, Wjin se dirigió de mala gana a popa para remar y Jyoi se adelantó para reemplazarlo. Casi en el mismo momento en que hacían el cambio, Jyoi le dijo en voz baja, sin apartar los ojos de la corriente:

—Hay un eldil sobre el agua que viene hacia nosotros.

Ransom no vio nada, o nada que pudiera distinguirse del producto de su imaginación y del movimiento de la luz solar sobre el lago. Un momento después, Jyoi volvió a hablar, pero no a él.

—¿Qué ocurre, nacido en el cielo?

Lo que pasó a continuación fue la experiencia más asombrosa que había vivido nunca en Malacandra. Oyó la voz. Parecía brotar del aire, un metro por encima de su cabeza, y era casi una octava más alta que la del jross, más alta incluso que la suya. Se dio cuenta de que una ligera variación del oído hubiera hecho que el eldil fuera para él tan inaudible como invisible.

—Es el hombre que va contigo, Jyoi —dijo la voz—. No tendría que estar aquí. Tendría que estar yendo a ver a Oyarsa.
Jnau
torcidos de su propia especie de Thulcandra lo están siguiendo; debería ir a ver a Oyarsa. Si lo encuentran en cualquier otro sitio, habrá maldad.

—Él te oye, nacido en el cielo —dijo Jyoi—. ¿Y no tienes un mensaje para mi mujer? Tú sabes lo que ella desea oír.

—Tengo un mensaje para Jleri —dijo el eldil—. Pero tú no podrás transmitírselo. Iré yo ahora mismo. Sólo debéis dejar que el Hombre vaya a Oyarsa.

Hubo un momento de silencio.

—Se fue —dijo Wjin—. Y no podemos seguir participando en la cacería.

—Sí —dijo Jyoi con un suspiro—. Debemos desembarcar a
jombre
y enseñarle el camino hacia Meldilorn.

Ransom no estaba tan seguro de su coraje como de que una parte de sí mismo sentía un alivio instantáneo ante la idea de cualquier desviación de sus ocupaciones actuales. Pero otra parte lo conminaba a aferrarse a su hombría recién descubierta. Ahora o nunca, con esos compañeros o con nadie más, debía levantar en su memoria una hazaña en vez de otro sueño destruido. Obedeciendo a algo parecido a la conciencia, dijo:

—No, no. Tenemos tiempo para eso después de la cacería. Antes debemos matar al
jnakra
.

—Una vez que un eldil ha hablado… —comenzó Jyoi, cuando de pronto Wjin lanzó un grito poderoso (un «ladrido», lo habría llamado Ransom tres semanas antes) y señaló algo. Allí, a menos de cuatrocientos metros, había una huella espumosa, como de torpedo, y, en seguida, visible a través de una pared de espuma, captaron el destello metálico de los flancos del monstruo. Wjin remaba furiosamente. Jyoi lanzó el arma y falló. Cuando su primer arpón golpeó el agua, el segundo ya estaba en el aire. Esta vez tenía que haber tocado al
jnakra
. El animal giró saliendo de la corriente. Ransom vio el gran pozo negro de su boca abrirse y cerrarse dos veces con un chasquido de dientes de tiburón. Ahora él mismo había arrojado el arpón, apurado, excitado, con mano inexperta.

—¡Retrocede! —le gritó Jyoi a Wjin, que remaba empleando cada ápice de su enorme fuerza. Luego todo se volvió confuso. Ransom oyó que Wjin gritaba «¡A la costa!». Hubo un choque que lo lanzó casi en las fauces del
jnakra
, y en el mismo instante se encontró hundido en el agua hasta el pecho. Los dientes chasqueaban hacia él. Luego, mientras lanzaba un arpón tras otro dentro de la gran caverna del monstruo boqueante, vio que Jyoi trepaba increíblemente sobre el dorso del animal (sobre su hocico), se inclinaba hacia adelante y arrojaba las lanzas desde allí. El jross fue desalojado casi de inmediato y cayó salpicando a unos diez metros de distancia. Pero el
jnakra
estaba herido de muerte. Se revolcaba sobre el flanco, entregando en burbujas su negra vida. A su alrededor, el agua era oscura y maloliente.

Cuando Ransom recobró la calma estaban todos en la orilla, mojados, echando vapor, temblando por el ejercicio y abrazándose unos a otros. Ahora no le parecía extraño ser palmeado por un animal de piel mojada. El aliento de los jrossa, que a pesar de ser suave no era humano, no lo ofendía. Era uno entre ellos. Había superado la barrera que los jrossa, acostumbrados a más de una especie racional, quizás nunca habían sentido. Todos eran
jnau
. Habían luchado hombro con hombro contra el enemigo y la forma de sus cabezas ya no importaba. Y hasta él, Ransom, había pasado por la prueba sin deshonor; había crecido.

Estaban sobre un pequeño promontorio libre de vegetación alta, sobre el que habían encallado en la confusión de la lucha. Los restos del bote y el cadáver del monstruo se entremezclaban en el agua junto a ellos. No se oía el menor sonido de la partida de caza; cuando se habían encontrado con el
jnakra
estaban a casi un kilómetro y medio de distancia. Se sentaron los tres a recobrar el aliento.

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