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Authors: C. S. Lewis

Tags: #Ciencia Ficción, Relato, otros

Más allá del planeta silencioso (19 page)

En ese momento, la vociferación constante de Weston ante el rostro del jross produjo al fin el efecto que tanto había buscado. El robusto ser abrió los ojos y lo miró con placidez, un poco perplejo. Luego, advirtiendo poco a poco la incorrección en la que había caído, se alzó lentamente hasta quedar de pie, se inclinó con respeto hacia Oyarsa y, por último, salió de la reunión balanceándose como un pato, con el collar colgando sobre la oreja y el ojo derecho. Weston, con la boca aún abierta, siguió mirando a la figura en retirada hasta que se perdió entre los tallos del bosquecillo.

Oyarsa rompió el silencio.

—Ya hemos tenido bastante diversión y es hora de oír verdaderas respuestas a nuestras preguntas —dijo—. Algo anda mal en tu cabeza,
jnau
de Thulcandra. Hay demasiada sangre en ella. ¿Está presente Firikitekila?

—Aquí estoy, Oyarsa —dijo un pfifltriggi.

—¿Tienes en tus cisternas suficiente agua enfriada?

—Sí, Oyarsa.

—Entonces haz que lleven a este
jnau
grueso a la casa de huéspedes y que le metan la cabeza en agua fría. Mucha agua y muchas veces. Luego traedlo aquí. Entretanto, me ocuparé de mis jrossa muertos.

Weston no entendía con claridad lo que decía la voz (en realidad, estaba demasiado concentrado en averiguar de dónde surgía), pero el terror se apoderó de él cuando se vio agarrado por los fornidos brazos de los jrossa que lo rodeaban y llevado por la fuerza. Ransom le hubiera gritado de buena gana alguna frase de aliento, pero Weston gritaba con tal intensidad que no habría podido oírlo. Mezclaba palabras en inglés y malacándrico, y lo último que se oyó fue un grito ascendente:

—¡Pagarán por esto!
¡Puf, bang!
¡Ransom, por el amor de Dios…! ¡Ransom!, ¡Ransom!

—Y ahora vamos a honrar a mis
jnau
muertos —dijo Oyarsa cuando se restableció la calma.

Ante esas palabras, diez jrossa se agruparon alrededor de las angarillas fúnebres. Levantaron la cabeza y, sin que mediara ninguna señal, empezaron a cantar.

En sus relaciones con un nuevo arte para todo hombre llega un momento en que lo que antes no tenía sentido levanta por primera vez un extremo del telón que oculta su misterio y revela, en un estallido de deleite que no volverá a repetirse en el entendimiento posterior y mejor, un destello de sus posibilidades infinitas. Para Ransom había llegado ese momento en su comprensión del canto malacándrico. Ahora advertía por primera vez que sus ritmos se basaban en una sangre distinta a la nuestra, en un corazón que latía más rápido y en un calor interno más intenso. Gracias a su conocimiento de las criaturas y su amor por ellas comenzó, siempre en proporción minúscula, a oír con los oídos de ellas. Los primeros compases de la profunda canción funeraria despertaron en él una sensación de grandes masas moviéndose a velocidades visionarias, de gigantes danzando, de penas sempiternas eternamente consoladas, de algo que no sabía bien qué era pero siempre había conocido, que hicieron que su espíritu se inclinara como si las puertas del cielo se hubieran abierto ante él.

—Déjalo marchar —cantaban—. Déjalo marchar, deshacerse y no ser cuerpo. Déjalo caer, libéralo; déjalo caer, como una piedra soltada por unos dedos en un estanque en calma. Déjalo ir hacia abajo, hundirse, caer. Más allá de la superficie no hay divisiones, ni capas distintas en el agua que siempre cede hacia abajo; es un elemento indivisible, único. Que se vaya de viaje, ya no regresará. Ábrete, oh mundo colorido, sin peso, sin orillas. Tú eres segundo y mejor; este fue primero y débil. En otros tiempos, los mundos tenían calor adentro y engendraron vida, pero sólo plantas pálidas, plantas oscuras. Hoy podemos ver sus hijos creciendo apartados del sol, en los lugares tristes. Luego, el cielo hizo crecer otro fruto sobre los mundos: las trepadoras altas, los bosques rubios con mejillas de flores. Primero fueron las más oscuras, después las más brillantes. Primero fue la descendencia de los mundos, después la descendencia de los soles.

Eso fue todo lo que pudo recordar y traducir Ransom más tarde. Cuando la canción terminó, Oyarsa dijo:

—Esparzamos los movimientos que eran sus cuerpos. Del mismo modo Maleldil esparcerá todos los mundos cuando el primero y débil se desgaste.

Hizo una señal a uno de los pfifltriggi, que se puso inmediatamente de pie y se acercó a los cadáveres. Los jrossa, cantando otra vez pero muy suavemente, retrocedieron más de diez pasos. El pfifltriggi tocó a cada uno de los tres muertos con un pequeño objeto que parecía ser de vidrio o cristal de roca y luego se apartó con uno de sus saltos de rana. Ransom cerró los ojos para protegerlos de una luz cegadora y sintió durante una fracción de segundo algo como un viento muy fuerte sobre la cara. Luego todo quedó una vez más en calma, y las tres angarillas fúnebres estaban vacías.

—¡Por Dios! Valdría la pena conocer ese truco en la Tierra —le dijo Devine a Ransom—. Soluciona el problema que tienen los asesinos para deshacerse del cadáver, ¿eh?

Pero Ransom, que pensaba en Jyoi, no contestó. Antes de que hablara, la atención de todos se vio atraída por el regreso del pobre Weston rodeado por sus guardias.

20

El jross que encabezaba el grupo era una criatura escrupulosa y comenzó a explicarse de inmediato con voz atribulada.

—Espero que hayamos hecho bien las cosas, Oyarsa —dijo—. Pero no sabemos. Le metimos la cabeza en agua fría siete veces, pero a la séptima vez algo cayó de ella. Pensábamos que era la parte superior de la cabeza, pero después vimos que era una especie de abrigo hecho con la piel de un animal. Luego algunos dijeron que habíamos cumplido con tu voluntad al zambullirlo siete veces y otros dijeron que no. Finalmente lo zambullimos siete veces más. Esperamos haber hecho lo correcto. La criatura hablaba mucho entre una zambullida y otra, sobre todo en las siete últimas, pero no pudimos entenderlo.

—Habéis hecho muy bien, Jnoo —dijo Oyarsa—. Apartaos para que pueda verlo, porque voy a hablarle.

Los guardias se apartaron. Bajo la influencia vigorizante del agua fría, la cara de Weston, generalmente pálida, estaba roja como un tomate maduro, y el pelo, que, como era natural, no se había cortado desde la llegada a Malacandra, se le pegaba a la frente en mechas rectas y lacias. Aún le chorreaba agua por la nariz y las orejas. La expresión (por desgracia desperdiciada ante un público que no conocía la fisonomía terrestre) era la de un hombre valiente que sufre por una gran causa y que está más dispuesto a enfrentarse y hasta a provocar lo peor que a evitarlo. Como explicación de su conducta, justo es recordar que, esa mañana, Weston ya había soportado todos los terrores de esperar un martirio y todo el anticlímax de catorce duchas frías obligatorias. Devine, que lo conocía bien, le gritó en inglés:

—Tranquilo, Weston. Estos demonios pueden dividir el átomo o algo parecido. Cuidado con lo que dices y no vayas a salir con tus estupideces habituales.

—¡Ajá! —dijo Weston—. ¿Así que tú también te has pasado al bando de los nativos?

—Silencio —dijo Oyarsa—. Grueso
jnau
, no me has contado nada de ti, así que te lo contaré yo. En tu propio mundo has conseguido una gran sabiduría sobre los cuerpos y gracias a eso has podido construir una nave para cruzar el cielo, pero en todos los demás aspectos tienes la mente de un animal. Cuando llegaste por primera vez, hice que fueran a buscarte con el único propósito de rendirte honores. La oscuridad de tu propia mente te llenó de temor, porque creíste que quería hacerte mal; te comportaste como se comporta un animal con otro que no es de su especie y atrapaste a este Ransom. Ibas a entregarlo al mal que temías. Hoy, al verlo aquí, para salvar tu propia vida, me lo habrías entregado por segunda vez, creyendo que aún quería herirte. Así es como tratas a tus semejantes. Y sé lo que pretendes hacerle a mi gente. Ya has matado a algunos. Y has venido a matar a todos. Para ti no significa nada que un ser sea
jnau
o no. Al principio pensé que era porque sólo te importaba que tuvieran o no un cuerpo como el tuyo, pero Ransom lo tiene y lo habrías matado con la misma ligereza que a cualquiera de mis
jnau
. No sabía que el Torcido había llegado a tanto en tu mundo y aún no lo comprendo. Si me pertenecieras, te descorporizaría ahora mismo. No pienses estupideces. Por mi intermedio, Maleldil hace cosas más grandes que ésa y puedo descomponerte incluso en los límites del aire de tu propio mundo. Pero aún no he decidido hacerlo. Te toca hablar a ti. Quiero ver si en tu mente hay algo más que miedo, muerte y deseo.

Weston se volvió hacia Ransom.

—Veo que has elegido la crisis más grave de la historia de la humanidad para traicionarla —dijo. Luego se dirigió a la voz.

—Sé que tú matarnos —declaró—. Mí no tener miedo. Otros venir, apoderarse de tu mundo…

Pero Devine se había puesto de pie de un salto y lo interrumpió.

—No, no, Oyarsa —gritó—. No escucharlo. El ser muy tonto, tener sueños. Nosotros ser gente muy pequeña, sólo querer bonita sangre solar. Tú darnos mucha sangre solar, nosotros volver al cielo, tú no vernos más. Asunto concluido, ¿entiendes?

—Silencio —dijo Oyarsa. Hubo un cambio casi imperceptible en la luz desde la que brotaba la voz, y Devine se contrajo y cayó al suelo. Cuando volvió a sentarse, estaba pálido y jadeante.

—Sigue hablando —le dijo Oyarsa a Weston.

—Mí no… no… —empezó Weston en malacándrico y luego se detuvo—. No puedo decir lo que quiero en ese maldito idioma —dijo en inglés.

—Háblale a Ransom y él lo traducirá a nuestra lengua —dijo Oyarsa.

Weston aceptó la proposición inmediatamente. Creía que había llegado la hora de su muerte y estaba decidido a declarar lo único (aparte de su ciencia) que tenía por decir. Carraspeó, adoptó una actitud casi dramática y comenzó: —Puedo parecerte un vulgar ladrón, pero sobre mis hombros descansa el destino de la raza humana. Tu vida tribal, con esas armas de la edad de piedra y las cabañas en forma de colmena, los primitivos botecitos y la estructura social elemental, no puede compararse con nuestra civilización: con nuestra ciencia, medicina y leyes, ejércitos, arquitectura, comercio y sistema de transportes que se apodera con rapidez del espacio y el tiempo. El derecho que tenemos para eliminarlos es el derecho de la vida superior sobre la inferior. La vida…

—Un momento —dijo Ransom en inglés—. Eso es lo máximo que puedo manejar de un solo tirón.

Luego, volviéndose hacia Oyarsa, empezó a traducir de la mejor manera posible. El proceso era difícil y el resultado, que sentía como bastante insatisfactorio, era semejante a lo siguiente:

—Entre nosotros, Oyarsa, hay una clase de
jnau
que se apodera de la comida y… las cosas de otros
jnau
mientras no están mirando. Dice que él no es un integrante ordinario de ese grupo. Dice que lo que hace ahora logrará que las cosas sean muy distintas para los de nuestra gente que aún no han nacido. Dice que, entre vosotros, los
jnau
de una misma familia viven juntos y que los jrossa tienen flechas como las que usábamos nosotros hace mucho tiempo y que vuestras cabañas son pequeñas y redondas y vuestros botes pequeños y livianos y parecidos a nuestros antiguos botes, y que vosotros tenéis un solo gobernante. Dice que entre nosotros es distinto. Dice que sabemos mucho. Dice que, cuando, en nuestro mundo, el cuerpo de una criatura viviente siente dolor y se pone débil, sabemos cómo detener el proceso. Dice que tenemos mucha gente torcida y los matamos o los encerramos en cabañas, que tenemos gente para solucionar las disputas entre los
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torcidos acerca de sus cabañas y sus parejas y sus cosas. Dice que tenemos muchas maneras de que un
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de una región mate a los de otra, y que algunos están disciplinados para hacerlo. Dice que construimos cabañas de piedra muy grandes y fuertes y otras cosas, como los pfifltriggi. Y dice que intercambiamos muchas cosas entre nosotros y podemos transportar pesos enormes a gran velocidad y a mucha distancia. Por todo eso, dice que si nuestra gente mata a toda tu gente, no sería un acto de
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torcidos.

Weston continuó nada más terminar Ransom.

—La vida es más importante que cualquier sistema moral; sus derechos son absolutos. No ha sido gracias a los tabúes tribales y a las máximas de un libro escolar que la vida ha proseguido su marcha incesante desde la ameba hasta el hombre y desde el hombre hasta la civilización.

—Dice —comenzó Ransom— que los seres vivientes son más fuertes que la cuestión de saber si un acto es torcido o bueno… No, no está bien expresado… Dice que es mejor estar vivo y torcido que muerto… No… dice, dice… No puedo decir en tu idioma lo que él dice, Oyarsa. Pero sigue diciendo que la única cosa buena es que haya muchos seres vivientes. Dice que hubo muchos animales antes del primer hombre y que los que surgían después eran mejores que los anteriores, pero dice que los animales no nacieron a causa de lo que los mayores comunican a los jóvenes sobre las acciones buenas o torcidas. Y dice que estos animales no sintieron la menor piedad.

—Ella… —comenzó Weston.

—Perdón —interrumpió Ransom—, pero he olvidado quién es ella.

—La vida, por supuesto —estalló Weston—. Ella ha derrumbado implacablemente todos los obstáculos y eliminado todos los fracasos y hoy, en su forma más elevada, el hombre civilizado, y en mí como su representante, empuja para dar ese salto interplanetario que quizás la sitúe para siempre fuera del alcance de la muerte.

—Dice —recapituló Ransom— que estos seres aprendieron a hacer muchas cosas difíciles, salvo las que no podían, y que los anteriores murieron y los otros seres no les tuvieron lástima. Y dice que ahora el mejor ser es la especie del hombre, que construye las grandes cabañas y transporta los pesos enormes y hace todas las cosas que te conté antes; él es uno de ellos y dice que si los otros supieran lo que está haciendo estarían de acuerdo. Dice que si pudiera mataros a todos vosotros y traer a nuestra gente a vivir en Malacandra, entonces ellos seguirían viviendo aquí cuando algo malo le ocurriera a nuestro mundo. Y si algo malo le ocurre a Malacandra, podrían ir y matar a todos los
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de otro mundo. Y luego de otro… y así nunca morirían.

—Es en nombre de la Vida misma que estoy dispuesto a clavar sin vacilaciones la bandera del hombre sobre la superficie de Malacandra; a seguir la marcha, paso a paso, eliminando donde fuera necesario a las formas inferiores de vida que encontremos, reclamando un planeta tras otro, un sistema tras otro, hasta que nuestra posteridad (sean cuales fueren la extraña forma y la mentalidad aún desconocida que adoptaran) pueble todas las partes habitables del universo.

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