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Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

Materia (32 page)

Holse lo miró un poco sorprendido.

–¿Sabéis, señor? ¡Yo pensé lo mismo! Pero al parecer las cumuloformas pueden controlar la altura con cierta exactitud y como el nivel está dispuesto con vientos que se dirigen en diferentes direcciones y a diferentes alturas, pueden guiarse casi tan bien como un pájaro, solo han de tener cuidado con la altura a la que están del suelo, bueno, del mar.

Ferbin palpó el borde de la simple sábana que cubría su desnudez.

–¿Todavía tenemos los documentos que nos dio Seltis?

–Aquí, señor –dijo Holse mientras se los sacaba de la túnica suelta que lucía.

Ferbin volvió a derrumbarse en la cama, agotado.

–¿Hay agua por aquí? Tengo sed.

–Creo que veréis que ese tubo de ahí os proporcionará la necesaria, señor.

Ferbin cogió un tubo transparente que colgaba y chupó hasta que se sació con un agua dulce de sabor agradable, después volvió a acostarse y miró a Holse.

–Bueno, Choubris Holse, todavía estás conmigo.

–Es obvio, señor.

–No has vuelto, aunque no cabe duda ya de que hemos dejado el reino de mi padre.

–Me lo pensé mejor, señor. Los caballeros de los lyges que intentaron detenernos en la torre no parecían demasiado entusiasmados con la idea de establecer la inocencia de alguien que solo se comporta como un fiel sirviente. Se me ocurrió que, para el actual régimen, vos quizás fuerais mucho más útil muerto, si veis a lo que me refiero, señor, y (puesto que ya os han declarado fenecido) quizá se haga algún esfuerzo para convertir esa afirmación incorrecta en realidad, solo que con efectos retroactivos, si ve por donde voy. No cabe duda de que el hecho de que estéis vivo contradice la versión oficial de los hechos y se me ocurre que el hecho de saberlo se parece un tanto a una enfermedad infecciosa, y mortal por si fuera poco. –Mientras Ferbin seguía pensando en todo aquello, Holse frunció el ceño, carraspeó y se envolvió mejor en su túnica–. Y también se me ocurrió, señor, que de algún modo me salvasteis la vida en esa torre, cuando ese aviadorcito del lyge estaba empeñado, me pareció a mí, en quitármela.

–¿Ah, sí? –preguntó Ferbin. Bueno, suponía que así había sido. Jamás le había salvado la vida a nadie. Darse cuenta de que lo había hecho era una sensación bastante agradable.

–Aunque no es que el hecho de permanecer con vos no haya sido lo que me metió en la dicha lamentable situación ya para empezar, que lo sepáis, señor –continuó Holse al ver aparecer en la cara pálida y un poco barbuda de Ferbin una expresión soñadora de satisfacción.

–Claro, claro –dijo Ferbin. Estaba pensando otra vez–. Me temo que pasarás un tiempo lejos de aquellos a quien quieres, mi querido Holse.

–Apenas han pasado tres semanas, señor. Es muy posible que todavía ni me hayan echado de menos. En cualquier caso, es mucho mejor que no me acerque hasta que se solucione el asunto. Además, si los funcionarios de palacio trabajan a su ritmo acostumbrado en estos temas, mi estipendio continuará pagándose durante un buen año largo o más.

–¿Y podrá cobrarlo tu mujer?

–Siempre lo ha hecho, señor. Para protegerlo a él y a mí del peligro de tomarme demasiadas libertades con esos placeres con los que un tipo podría encontrarse en esos establecimientos donde se bebe y se fuma, en salones de apuestas y demás.

Ferbin sonrió.

–Con todo, debes de echarla de menos, y a tus hijos. Tres, ¿no es así?

–Cuatro en el último recuento, señor.

–Volverás a verlos, mi buen Holse –dijo Ferbin, que se sentía próximo a las lágrimas, por extraño que fuera. Le sonrió otra vez a Holse y extendió una mano. Holse se la quedó mirando, confuso–. Mi buen criado, cógeme la mano. Ahora, además de amo y criado, somos amigos, y cuando regrese a reclamar lo que es mío por derecho, serás recompensado con toda generosidad.

Holse cogió la mano de Ferbin con torpeza.

–Vaya, eso es muy amable por vuestra parte, señor. Ahora mismo me conformaría con una copa de algo que no fuera agua y una pipa de hojas, con franqueza, pero es agradable tener algo que esperar con ilusión.

Ferbin sintió que se le cerraban los ojos casi por propia voluntad.

–Creo que necesito dormir un poco más –dijo, y ya estaba inconsciente casi antes de pronunciar la última palabra.

La cumuloforma llamada Versión Expandida Cinco, Zourd se metió flotando al socaire de la torre Vaw-yei, que tenía dos kilómetros de anchura, y empezó a alargarse. Al final extendió una única punta de salida hacia la superficie de una torre mucho más pequeña pero, no obstante, considerable, que sobresalía unos cincuenta metros del océano. Un gran oleaje, casi tan largo como el mundo era redondo, la bañaba, las olas se alzaban y caían como el latido de un inmenso corazón. En el horizonte se posaba una estrella fija baja que manchaba las nubes y las olas con un amanecer/atardecer imperecedero de tonos rojos y dorados.

Había un olor penetrante en el aire. La superficie circular de la torre estaba salpicada de algas y esqueletos de peces blanqueados por el sol.

Ferbin y Holse salieron por un agujero que había aparecido en un lado de la burbuja más baja que habían ocupado los últimos días. Los esperaba en el centro de la torre un trozo elevado como el que les había dado refugio en el Octavo. Ferbin se dio la vuelta.

–¡Adiós y gracias! –le gritó Ferbin a la nube y oyó el mismo coro extraño de susurros.

–Adiós.

Después, la nube pareció recogerse y extenderse, grandes olas ondeantes de nube que comenzaban a coger el viento en los bordes del socaire de la torre y levantaban y alejaban a aquella extraña y enorme pero a la vez leve criatura. Los dos hombres se quedaron allí y la observaron irse, fascinados, hasta que sonó un timbre en la puerta abierta del trozo elevado de la torre de acceso.

–Será mejor que no perdamos el carruaje –dijo Holse.

Entraron en la cámara, que los bajó hacia la base de la cercana torre. Allí los esperaba una ascensonave, al otro extremo de la gran sala y las resplandecientes y múltiples puertas. La parte que podían ver era una simple esfera de unos veinte metros de diámetro y con un tejado transparente. Se cerraron las puertas y un oct lejano les dijo a través de una pantalla que su documentación estaba en regla sin que Ferbin tuviera siquiera que sacarla del bolsillo y blandiría.

Los dos hombres miraron a través del techo, una inmensa negrura entreverada de luces diminutas y surcada de vigas pálidas y tubos que describían una complicada serie de espirales que rodeaban y atravesaban lo que parecía el espacio infinito.

Holse lanzó un silbido.

–Pues eso no lo vi la última vez.

La ascensonave se alejó con suavidad y empezó a acelerar y subir hacia la oscuridad. Las luces fluyeron sin ruido alrededor de amo y criado hasta que los dos se marearon y tuvieron que apartar los ojos. Encontraron una parte seca en el suelo, que seguía en su mayor parte húmedo, y se sentaron allí. Se dedicaron a hablar muy de vez en cuando y a mirar mucho al techo durante la hora aproximada que duró el viaje, hasta que la ascensonave frenó y se detuvo. Después continuó subiendo muy poco a poco, atravesó más puertas enormes (algunas se deslizaban, otras rodaban, otras parecían apartarse del centro en todas direcciones a la vez) hasta llegar a otro nivel de aquel cilindro colosal. La ascensonave volvió a acelerar y subió a toda velocidad por el tubo de oscuridad salpicado de luces y aquella especie de tubería parpadeante.

Los dos hombres estiraron las piernas. Ferbin ejercitó el hombro que había recibido el disparo, no estaba más que un poco rígido. Holse le preguntó a una pantalla que había en la pared si podía oírlo y se vio recompensado con un discurso informativo en una versión bastante excéntrica del sarlo que Holse solo se dio cuenta de que estaba grabado cuando intentó hacerle unas preguntas. En ese momento estaban pasando por el tercer nivel, que estaba a oscuras. No había tierra alguna, solo terreno baldío, solo Primo, carecía incluso de agua, atmósfera y hasta estrellas interiores. El siguiente nivel también era un vacío, pero tenía estrellas y había unas cosas llamadas asoleados que vivían allí y al parecer se limitaban a quedarse tirados por donde fuera, absorbiendo la luz como los árboles. El último nivel antes de la superficie volvía a ser un vacío y era un criadero de velas de simiente, fuera lo que fuera o quienes fueran.

La ascensonave frenó por última vez. Amo y criado observaron las últimas luces que desaparecían por el costado de la nave. Golpes secos, chapoteos y suspiros anunciaron una especie de conclusión antes de que la puerta se abriera rodando hacia un lado. Bajaron por un pasillo amplio, alto pero sin ningún adorno y después tomaron un ascensor redondo que había al otro extremo y que subió con múltiples vacilaciones. Tras bajarse atravesaron otro gran pasillo de lo que parecía una arenisca muy fina e iluminada por dentro. Series enteras de puertas gigantescas se abrieron delante de ellos y se cerraron tras su paso.

–Les gustan las puertas, ¿eh, señor? –comentó Holse.

Un único oct con una membrana reluciente los esperaba entre dos juegos de puertas.

–Saludos –dijo. Extendió un miembro que sostenía un pequeño aparato que dio un pitido. Después extendió otro miembro–. Documentos, si amables. Autoridad de administrador de torre Vaw-yei Tagratark.

Ferbin se irguió en toda su altura.

–Nos gustaría ver al gran zamerín narisceno.

–Documentos oct siguen siendo oct. Entregar a llegada a superficie.

–¿Esto es la superficie? –preguntó Ferbin mirando a su alrededor–. Pues no lo parece.

–¡Es superficie! –exclamó el oct.

–Demostradlo de camino a ver al gran zamerín –dijo Ferbin mientras se daba unos golpecitos en el bolsillo en el que tenía los sobres–. Entonces tendréis vuestros documentos.

El oct pareció pensarlo un momento.

–Seguir –dijo antes de girarse de repente y dirigirse a las siguientes puertas, que ya se estaban abriendo.

Las puertas revelaron una cámara amplia en cuyo lado contrario unas grandes ventanas elípticas se asomaban a un paisaje de extensos jardines, anchos lagos y montañas lejanas, rocosas y fabulosamente escarpadas. Criaturas, máquinas y cosas que podían ser uno u otro se movían por la inmensa explanada en un confuso tumulto de colores y sonidos.

–¿Ver? Es superficie –dijo el oct. Se volvió hacia ellos–. Documentos. Si amables.

–El gran zamerín, si sois tan amable vos también –dijo Ferbin.

–Otros esperan. Causan confluencia de ustedes/gran zamerín, posibilidad. O autorizados en lugar de. Adicional, explicación. Gran zamerín no presente. Fuera. Lejos. Documentos.

–¿A qué se refiere con que está fuera? –preguntó Ferbin.

–¿A qué se refiere con que otros esperan? –dijo Holse mirando a su alrededor y con la mano ya casi en el cuchillo.

13.
No lo intenten en casa

D
jan Seriy Anaplian había estado haciendo los deberes para familiarizarse otra vez con Sursamen y los mundos concha y para estudiar las varias especies implicadas. Había descubierto una imagen morthanveld que le gustaba: «Cuando en los bajíos alzamos la mirada y vemos el sol, este parece centrarse en nosotros, sus suaves rayos se extienden a nuestro alrededor como brazos» («o tentáculos», observaba la traducción) «que nos rodean francos y sinceros, con una fuerza celestial, rayos que cambian y palpitan juntos con el movimiento de cada ola y hacen del observador un foco indiscutible, que persuaden a los más influenciables de que ellos solos son el sujeto, y merecen, además, tan solitaria atención. Y sin embargo, todos los demás individuos, lejanos y cercanos, siempre que también puedan ver el sol, experimentarán exactamente el mismo efecto y, por tanto, del mismo modo quizá se convenzan con igual razón de que el sol brilla de la forma más especial y espléndida solo para ellos».

Se encontraba a bordo del Vehículo de Sistemas Medios
No lo intenten en casa
echando una partida de bataos con uno de los oficiales de la nave. El piquete rápido de clase Delincuente y antigua Unidad de Ofensiva General
Ocho descargas rápidas
había efectuado el enlace con el VSM de clase Estepa el día antes para dejarla antes de continuar su inescrutable rumbo. Hasta el momento nadie había dicho nada del polizón que se había convertido en parte de su equipaje, el misil cuchillo con cerebro de dron. A Anaplian se le ocurrían varias explicaciones pero decidió creer la más sencilla y benigna, que era que nadie lo había visto.

Era posible, sin embargo, que aquella partida de bataos fuera la excusa para mencionarlo. Humli Ghasartravhara, miembro de la junta de gobierno de la nave y en la lista de oficiales de enlace con los pasajeros, había entablado amistad con ella en el desayuno y le había sugerido la partida. Habían acordado jugar sin ayuda alguna, confiando que el otro no buscaría consejo a través de implantes o algún otro añadido y tampoco harían uso de ninguna droga glandular que pudiera ayudarlos.

Estaban sentados en unos troncos, en el claro frondoso de unos árboles tropel que había junto un pequeño arroyo en el parque de la cima de la nave. Un bormo de lomo negro yacía al otro lado del pequeño claro, como una capa desechada con patas que iba persiguiendo sin inmutarse cada trozo errante de sol que se iba moviendo a medida que la luz del navío dibujaba un lento arco por encima de sus cabezas. El bormo estaba roncando. Arriba, unos niños con arneses flotantes o suspendidos bajo globos chillaban y gritaban. Anaplian sintió algo en la cabeza y se palpó el pelo corto y oscuro con una mano, después la abrió con la palma hacia arriba y levantó la cabeza para intentar ver a los niños que flotaban por debajo de la cubierta intermedia.

–No se nos estarán meando encima, ¿verdad? –preguntó.

Humli Ghasartravhara también levantó la cabeza por un instante.

–Pistolas de agua –dijo y después volvió a concentrarse en la partida, que estaba perdiendo. Era un tipo más bien anciano y básicamente humano, con el cabello largo y blanco recogido en una cuidada cola de caballo. Tenía la cara y la parte superior del torso (que revelaban unos pantalones de cintura muy alta en un tono verde dañino para la vista) cubiertas por unos tatuajes abstractos con unos detalles exquisitos e intensos remolinos. Las líneas blancas amarillentas resplandecían en su piel muy morena, como venas de sol que se reflejaran en el agua.

–Una imagen interesante –dijo Ghasartravhara. Anaplian le había hablado del concepto morthanveld de la luz vista desde debajo del agua–. El entorno acuático. –Asintió–. Muy diferente pero con las mismas preocupaciones. Salir a la superficie. –Sonrió–. Que somos y no somos el foco de toda la realidad. Todo solipsismos.

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