Memoria del fuego II (36 page)

Read Memoria del fuego II Online

Authors: Eduardo Galeano

Tags: #Histórico, Relato

El presidente McKinley promete ocuparse del caso.

(12)

1898 - Loma de San Juan
Teddy Roosevelt

Blandiendo el sombrero, galopa Teddy Roosevelt a la cabeza de sus rudos jinetes; y cuando baja de la colina de San Juan trae en la mano, estrujada, una bandera de España. Él se llevará toda la gloria de esta batalla que abre el camino hacia Santiago de Cuba. De los cubanos que también han peleado, ningún periodista hablará.

Teddy cree en la grandeza del destino imperial y en la fuerza de sus puños. Aprendió a boxear en Nueva York, para salvarse de las palizas y humillaciones que de niño sufría por ser enclenque, asmático y muy miope; y de adulto cruza guantes con los campeones, caza leones, enlaza toros, escribe libros y ruge discursos. En páginas y tribunas exalta las virtudes de las razas fuertes, nacidas para dominar, razas guerreras como la suya, y proclama que en nueve de cada diez casos no hay mejor indio que el indio muerto (y al décimo, dice, habría que mirarlo más de cerca). Voluntario de todas las guerras, adora las supremas cualidades del soldado que en la euforia de la batalla siente un lobo en el corazón, y desprecia a los generales sentimentaloides que se angustian por la pérdida de un par de miles de hombres.

Para liquidar en un rato la guerra de Cuba, Teddy ha propuesto que una escuadra norteamericana arrase Cádiz y Barcelona a cañonazos, pero España, extenuada de tanta guerra contra los cubanos, se rinde en menos de cuatro meses. Desde la loma de San Juan, el victorioso Teddy Roosevelt galopa a toda furia hacia la gobernación de Nueva York y hacia la presidencia de los Estados Unidos. Este fanático devoto de un Dios que prefiere la pólvora al incienso, hace una pausa y escribe:
Ningún triunfo pacífico es tan grandioso como el supremo triunfo de la guerra
.

Dentro de algunos años, recibirá el Premio Nobel de la Paz.

(114 y 161)

1898 - Costa de Puerto Rico
Esta fruta está cayendo

Ramón Emeterio Betances, larga blanca barba, ojos de melancolía, agoniza en París, en el exilio.

—No quiero la colonia —dice—. Ni con España, ni con Estados Unidos.

Mientras el patriarca de la independencia de Puerto Rico se asoma a la muerte, los soldados del general Miles entran cantando por las costas de Guánica. Con el fusil en bandolera y el cepillo de dientes atravesado en el sombrero, marchan los soldados ante la mirada impasible de los campesinos de la caña y del café.

Eugenio María de Hostos, que también quiso patria, contempla las colinas de Puerto Rico desde la cubierta de un barco y siente tristeza y vergüenza por verlas pasar de dueño a dueño.

(141 y 192)

1898 - Washington
El presidente McKinley explica que los Estados Unidos deben quedarse con las Islas Filipinas por orden directa de Dios

Yo caminaba por la Casa Blanca, noche tras noche, hasta medianoche; y no siento vergüenza al reconocer que más de una noche he caído de rodillas y he suplicado luz y guía al Dios todopoderoso. Y una noche, tarde, recibí Su orientación —no sé cómo, pero la recibí: primero, que no debemos devolver las Filipinas a España, lo que sería cobarde y deshonroso; segundo, que no debemos entregarlas a Francia ni a Alemania, nuestros rivales comerciales en el oriente, lo que sería indigno y mal negocio; tercero, que no debemos dejárselas a los filipinos, que no están preparados para auto-gobernarse y pronto sufrirían peor desorden y anarquía que en el tiempo de España; y cuarto, que no tenemos más alternativa que recoger a todos los filipinos y educarlos y elevarlos y civilizarlos y cristianizarlos, y por la gracia de Dios hacer todo lo que podamos por ellos, como prójimos por quienes Cristo también murió. Y entonces volví a la cama y dormí profundamente.

(168)

1899 - Nueva York
Mark Twain propone cambiar la bandera

Yo levanto mi lámpara junto a la puerta de oro
. La Estatua de la Libertad da la bienvenida a los incontables peregrinos, europeos que afluyen en busca de la Tierra Prometida, mientras se^ anuncia que el centro del mundo ha demorado milenios en desplazarse desde el Éufrates hasta el Támesis y se encuentra ahora en el río Hudson.

En plena euforia imperial, los Estados Unidos celebran la conquista de las islas de Hawaii, Samoa y las Filipinas, Cuba, Puerto Rico y alguna islita que se llama, elocuente, de los Ladrones. Ya son lagos norteamericanos el océano Pacífico y el mar de las Antillas, y está naciendo la United Fruit Company; pero el novelista Mark Twain, viejo aguafiestas, propone cambiar la bandera nacional: que sean negras, dice, las barras blancas, y que unas calaveras con tibias cruzadas sustituyan a las estrellas.

El jefe de los sindicatos obreros, Samuel Gompers, exige que se reconozca la independencia de Cuba y denuncia a quienes arrojan la libertad a los perros a la hora de elegir entre la libertad y la ganancia. Para los grandes diarios, en cambio, son unos ingratos los cubanos que quieren la independencia. Cuba es tierra ocupada. La bandera de los Estados Unidos, sin barras negras ni calaveras, flamea en lugar de la bandera de España. Las fuerzas invasoras se han duplicado en un año. En las escuelas se enseña inglés; y los nuevos libros de historia hablan de Washington y Jefferson y no mencionan a Maceo ni a Martí. Ya no hay esclavitud; pero en los cafés de La Habana aparecen letreros que advierten:
Sólo para blancos
. El mercado se abre sin condiciones a los capitales ansiosos de azúcar y tabaco.

(114 y 224)

1899 - Roma
Calamity Jane

Dicen que duerme con sus revólveres colgados de un barrote de la cama y que todavía supera a los hombres en el póker, el trago y la blasfemia. A muchos ha tumbado, dicen, de un gancho a la mandíbula, desde los tiempos en que dicen que peleó junto al general Custer en Wyoming y matando indios protegió a los mineros en las Montañas Negras de los sioux. Dicen que dicen que cabalgó un toro en la calle principal de Rapid City y que asaltó trenes y que en Fort Laramie enamoró al bello
sheriff
Wild Bill Hickok, y que él le dio una hija y un caballo, Satán, que se arrodillaba para ayudarla a desmontar. Siempre vistió pantalones, dicen, y a menudo los desvistió, y no hubo en los
saloons
mujer más generosa ni más descarada en el amor y la mentira. Dicen. Quizás nunca estuvo. Quizás no está, esta noche, en la arena del Show del Salvaje Oeste, y el viejo Buffalo Bill nos está engañando con otro de sus trucos. Si no fuera por los aplausos del público, ni la propia Calamity Jane estaría segura de que ella es esta mujer de cuarenta y cuatro años, grandota y sin gracia, que echa a volar un sombrero Stetson y lo convierte en colador.

(169)

El imperio naciente exhibe sus músculos

En ceremonia de mucha pompa, Buffalo Bill recibe un reloj de oro, coronado de diamantes, de manos del rey de Italia.

El Show del Salvaje Oeste recorre Europa. La conquista del Oeste ha terminado y la conquista del mundo ha comenzado. Buffalo Bill tiene a sus órdenes un ejército multinacional de quinientos hombres. No sólo los vaqueros trabajan en su circo: también auténticos lanceros del príncipe de Gales, cazadores de la guardia republicana francesa, coraceros del emperador de Alemania, cosacos rusos, jinetes árabes, charros mexicanos y gauchos del río de la Plata. Soldados del Quinto de Caballería representan su papel de vencedores y los indios vencidos, arrancados de las reservaciones, hacen de comparsas repitiendo sus derrotas sobre la arena del escenario. Un rebaño de búfalos, raras piezas de museo, agrega realismo a los uniformes azules y los cascos de plumas. Los
rudos jinetes
de Teddy Roosevelt dramatizan para el público su reciente conquista de Cuba y pelotones de cubanos, hawaianos y filipinos rinden humillado homenaje a la bandera victoriosa.

El programa del espectáculo explica la conquista del Oeste con palabras de Darwin:
Es la inevitable ley de la supervivencia del más apto
. En términos de epopeya, Buffalo Bill exalta las virtudes cívicas y militares de su nación, que ha hecho la digestión de medio México y varias islas y entra ahora al siglo veinte pisando mundo a paso de gran potencia.

(157)

1899 - Saint Louis
Lejos

De las bocas brota fuego y de las galeras, conejos; del cuerno encantado nacen caballitos de cristal. Un carro aplasta a una mujer tendida, que se levanta de un salto; otra danza con una espada clavada en el vientre. Un oso enorme obedece complicadas órdenes dictadas en inglés.

Invitan a Gerónimo a entrar en una casita de cuatro ventanas. De pronto la casita se mueve y sube por los aires. Espantado, Gerónimo se asoma: allá abajo las gentes tienen tamaño de hormigas. Los guardianes ríen. Le dan unos vidrios de mirar, como aquellos que él arrancaba a los oficiales caídos en batalla. A través de los vidrios, se acerca lo lejano. Gerónimo apunta al sol y la violenta luz le lastima los ojos. Los guardianes ríen; y como ellos ríen, él ríe también.

Gerónimo, prisionero de guerra de los Estados Unidos, es una de las atracciones de la feria de Saint Louis. Las multitudes acuden a contemplar a la fiera domesticada. El jefe de los apaches de Arizona vende arcos y flechas, y por unos centavos posa para fotos o dibuja como puede las letras de su nombre.

(24)

1899 - Río de Janeiro
El arte de curar matando

Manos brujas juegan con el precio del café y el Brasil no tiene cómo pagar al London and River Plate Bank ni a otros muy impacientes acreedores.

Es la hora del sacrificio
, anuncia el ministro de Hacienda, Joaquim Murtinho. El ministro cree en las leyes naturales de la economía, que por
selección natural
condenan a los débiles, o sea a los pobres, o sea a casi todos. ¿Que el Estado arranque el negocio del café de manos de los especuladores? Eso sería, se indigna Murtinho, una violación de las leyes naturales y un peligroso paso hacia el socialismo, espantosa peste que los obreros europeos están trayendo al Brasil: el socialismo, dice, niega la libertad y convierte al hombre en hormiga.

La industria nacional, cree Murtinho, no es
natural
. Por pequeña que sea, la industria nacional está restando mano de obra a las plantaciones y está encareciendo el precio de los brazos. Murtinho, ángel guardián del orden latifundista, se ocupará de que no paguen la crisis los dueños de hombres y tierras que han atravesado, intactos, la abolición de la esclavitud y la proclamación de la república. Para cumplir con los bancos ingleses y equilibrar las finanzas, el ministro quema en un horno cuanto billete encuentra, suprime cuanto servicio público tiene a mano y desencadena una lluvia de impuestos sobre el pobrerío.

Economista por vocación y médico de profesión, Murtinho realiza también interesantes experiencias en el campo de la fisiología. En su laboratorio extrae la masa encefálica de ratas y conejos y decapita ranas para estudiar las convulsiones del cuerpo, que sigue moviéndose como si tuviera cabeza.

(75)

1900 - Huanuni
Patiño

El jinete viene desde la desolación y por la desolación cabalga, atravesando vientos de hielo, a tranco lento sobre la desnudez del planeta. Lo sigue una mula cargada de piedras.

El jinete ha pasado mucho tiempo perforando rocas y abriendo cuevas a tiros de dinamita. Él nunca ha visto la mar, ni ha conocido siquiera la ciudad de La Paz, pero sospecha que el mundo está viviendo en plena era industrial y que la industria come minerales hasta ahora despreciados. No se ha metido montaña adentro en busca de plata, como tantos. Buscando estaño, como nadie, ha entrado hasta el fondo de la montaña, hasta el alma, y lo ha encontrado.

Simón Patiño, el jinete acribillado por el frío, el minero castigado por la soledad y por las deudas, llega al pueblo de Huanuni. En las alforjas de una mula, trae pedazos de la vena de estaño más rica del mundo. Estas piedras lo harán rey de Bolivia.

(132)

1900 - Ciudad de México
Posada

Ilustra coplas y noticias. Sus hojas se venden en los mercados y a las puertas de las iglesias y dondequiera que un cantador relate las profecías de Nostradamus, los espeluznantes detalles del descarrilamiento del tren de Temamatla, la última aparición de la Virgen de Guadalupe o la tragedia de la mujer que ha dado a luz cuatro lagartos en un barrio de esta ciudad.

Por obra de la mano mágica de José Guadalupe Posada, los
corridos
no dejarán nunca de correr ni los
sucedidos
de suceder. En sus imágenes continuarán por siempre afilados los cuchillos de los fieros y las lenguas de las comadres, seguirá el Diablo danzando y llameando, la Muerte riendo, el pulque mojando bigotes,
el desgraciado Eleuterio Mirafuentes aplastando con enorme pedruzco el cráneo del anciano autor de sus días
. Un grabado de Posada celebró este año la aparición del primer tranvía eléctrico en las calles de México. Otro grabado cuenta, ahora, que el tranvía ha chocado contra un cortejo fúnebre ante el cementerio y ha ocurrido un tremendo desparramo de esqueletos. Por un centavo se venden las copias, impresas en papel de estraza, con versos para quien sepa leer y llorar.

Su taller es un entrevero de rollos y recipientes y planchas de cinc y tacos de madera, todo amontonado en torno a la prensa y bajo una lluvia de papeles recién impresos y colgados a secar. Posada trabaja de la mañana a la noche, grabando maravillas:
dibujitos
, dice.

De cuando en cuando sale a la puerta a fumarse un cigarro de descanso, no sin antes cubrirse la cabeza con un bombín y la vasta barrica con un chaleco de paño oscuro.

Por la puerta del taller de Posada pasan a diario los profesores de la vecina Academia de Bellas Artes. Jamás se asoman ni saludan.

(263 y 357)

Porfirio Díaz

Creció a la sombra de Juárez. El hombre que mata llorando, lo llamaba Juárez:

—Llorando, llorando, me fusila en un descuido.

Porfirio Díaz lleva un cuarto de siglo mandando en México. Los biógrafos oficiales registran para la posteridad sus bostezos y sus apotegmas. No toman nota cuando dice:

Other books

Flesh 02 Skin by Kylie Scott
New Recruit by Em Petrova
The Love Knot by Elizabeth Chadwick
Sam in the Spotlight by Anne-Marie Conway