Read Mirrorshades: Una antología cyberpunk Online
Authors: Bruce Sterling & Greg Bear & James Patrick Kelly & John Shirley & Lewis Shiner & Marc Laidlaw & Pat Cadigan & Paul di Filippo & Rudy Rucker & Tom Maddox & William Gibson & Mirrors
Tags: #Relato, Ciencia-Ficción
Al principio me ignoraron. Tenía suficiente elocuencia, pero su excitación era todavía demasiado grande. Por lo tanto, esperé un poco, comencé a hablar de nuevo y me gritaron para acallarme.
—¡Monstruo! —y me sacaron de allí.
Me deslicé por los escalones de piedra, encontré el estrecho agujero y me escondí allí, hundiendo mi pico entre las alas, preguntándome qué había salido mal. Sorprendentemente me llevó mucho tiempo darme cuenta de que, en mi caso, era menos el estigma de piedra que la fealdad de mi forma lo que había acabado con mi esfuerzo por el liderato.
Sin embargo, había abierto el camino para el Cristo de Piedra. Sin duda, me dije a mí mismo, ahora El podría ocupar su lugar. De modo que me deslicé a través del largo túnel hasta que llegué a la escondida cámara de iluminación amarillenta. Todo estaba tranquilo allí. Primero me encontré con el monstruo de piedra, que me miró suspicazmente con sus grises ojos relampagueando.
—Has vuelto —me dijo.
Abrumado por su mal humor, asentí sonriendo y le pedí que me llevara ante el Cristo.
—Duerme.
—Novedades importantes.
—¿Qué?
—Buenas nuevas.
—Entonces, dímelas.
—Sólo Él las puede escuchar.
Del otro lado del iluminado rincón, vino el Cristo, que parecía mucho más viejo ahora.
—¿De qué se trata? —preguntó.
—He preparado Vuestro camino —dije—. Simón, llamado Pedro, me dijo que yo era el heredero de su legado, y que debía precederos.
El Cristo de Piedra sacudió su cabeza.
—¿Crees que soy la fuente de donde manan todas las bendiciones? —asentí dubitativo—. ¿Qué has hecho allí fuera?
—Dejar que entre la luz —dije.
Sacudió su cabeza lentamente.
—Pareces una criatura lo suficientemente sabia. Sabes acerca de Mortdieu.
—Sí.
—Entonces deberías saber que si apenas tengo el poder suficiente para mantenerme a mí mismo, para sanarme, mucho menos para pastorear a los de ahí fuera —hizo un gesto perdido, más allá de las paredes—. Mi propia fuente se ha secado —dijo El con dolor—. Estoy viviendo de reservas, y no son muy abundantes.
—Quiere que te vayas y dejes de molestarnos —explicó el monstruo.
—Tienen la luz allí fuera —dijo el Cristo—. Jugarán con ella por un tiempo, se cansarán y volverán a lo que tenían antes. ¿Hay algún lugar para ti en todo eso?
Pensé brevemente.
—No lo hay —dije—. Soy demasiado feo.
—Tú, demasiado feo y Yo, demasiado famoso —dijo—. Tendría que salir entre ellos, anónimamente, y esto es ciertamente imposible. No, déjalos solos un rato. Me harán volver otra vez, quizás, o mejor todavía, olvídate de Mí. De nosotros. No tenemos lugar entre ellos —me quedé perplejo. Me senté de golpe sobre el suelo de piedra, y el Cristo me dio unos golpecitos en la cabeza, mientras se iba—. Vuelve a tu escondrijo, vive lo mejor que puedas —dijo—. Nuestro tiempo se ha acabado —me di la vuelta para marcharme. Cuando alcancé el agujero, oí detrás su voz, diciéndome—: ¿Juegas al bridge? Si lo haces, encuentra a otro. Necesitamos cuatro para la partida.
Escalé hasta la hendidura, por medio de los muros, y a lo largo de los arcos, hacia la fiesta. No sólo no iba a ser papa, ¡incluso tras ser elegido por el propio San Pedro!, sino que no podía convencer a alguien mucho más cualificado que yo para asumir el liderazgo.
Supongo que es el sino del estudiante eterno volver al maestro cuando todo falla.
Volví al gigante de cobre. Estaba perdido en sus meditaciones. Alrededor de sus pies, había pedazos de papel diseminados con dibujos detallados de partes de la catedral. Esperé pacientemente hasta que me vio. Se volvió hacia mí, la barbilla apoyada en una mano, y me miró.
—¿Por qué esa tristeza?
Sacudí la cabeza. Sólo él podía leer mis rasgos y percibir mi humor.
—¿Seguiste mi consejo allí abajo? He escuchado un estruendo.
—Mea máxima culpa
—dije.
—¿Y...?
Lentamente, dubitativo, desgrané mi relato, concluyendo con la negativa del Cristo de Piedra. El gigante escuchó atentamente, sin interrumpirme. Cuando acabé, se levantó sobrepasándome y señaló con su regla a través de un ventanal abierto.
—¿Ves aquello de allí? —preguntó y trazó un arco con la regla, más allá de los bosques de la isla, hacia el lejano horizonte verde. Contesté que sí y esperé a que continuara. Pareció perderse de nuevo en sus cavilaciones—. Hubo un tiempo en el que allí, donde ahora crecen los árboles, había una ciudad —dijo— los artistas venían por millares y las rameras y los filósofos y los académicos. Y cuando Dios murió, todos esos académicos y rameras y artistas no pudieron preservar el tejido del mundo. ¿Cómo esperas que nosotros tengamos éxito?
—¿Nosotros?
¿No deberían las esperanzas determinar si uno ha de obrar o no? —dije—. ¿No es así?
El gigante sonrió y me dio unos golpecitos en la cabeza con la regla.
—Quizás nos ha sido revelada una señal, y simplemente hemos de aprender cómo interpretarla correctamente.
Sonreí para mostrar mi confusión.
—Quizás Mortdieu es realmente una señal de que hemos abandonado la guardería. Debemos buscar nuestros alimentos, rehacer el mundo sin ayuda. ¿Qué te parece?
Me encontraba demasiado agotado para juzgar el valor de lo que decía, pero no sé de ninguna ocasión en la que el gigante estuviera errado.
—De acuerdo. Lo concedo. ¿Entonces?
—El Cristo de Piedra dice que su energía está agotándose. Si Dios nos libera de los viejos caminos, no podemos esperar que Su Hijo nos siga dando de mamar, ¿no es así?
—No...
Se agachó cerca de mí, su cara radiante.
—Me he preguntado quién lo podría sustituir realmente. Es obvio que ambos no podemos hacerlo. Por tanto, pequeño, ¿cuál es la siguiente elección?
—¿La mía? —pregunté humildemente. El gigante me miró misericordiosamente.
—No —dijo tras un momento—. Yo soy la siguiente elección. ¡Hemos madurado! —ejecutó un pequeño baile, dejándome con el pico completamente abierto, y agarró las puntas de mis medias alas y me levantó—. Ponte derecho. Cuéntame más.
—¿Sobre qué?
—Dime qué pasa ahí abajo, y cuéntame todo lo que sepas.
—Intento comprender a qué te refieres —protesté temblando.
—¡Tardo como la piedra! —y riéndose, se dobló sobre mí. Luego la risa desapareció e intentó parecer serio—. Es una grave responsabilidad. Todos nosotros debemos recrear ahora el mundo. Todos nosotros debemos coordinar nuestros pensamientos, nuestros sueños. El caos no lo hará. ¡Qué oportunidad para convertirnos en los arquitectos de un universo entero! —agitó la regla hacia el techo—. ¡Construir los propios cielos! El mundo del pasado era un lugar de aprendizaje, lleno de reglas duras y restrictivas. Ahora se nos ha dicho que estamos preparados para dejarlo atrás y para ir hacia algo más maduro. ¿Te enseñé algo de las reglas de la arquitectura, quiero decir, de la estética? ¿La necesidad de la armonía, de la interacción, de la utilidad, de la belleza?
—Un poco —dije.
—Bien. No creo que construir un universo nuevo requiera mejores reglas. Sin duda necesitaremos experimentar y quizás uno o más de nuestros geniales chapiteles se caerá. Pero ¡ahora trabajamos para nosotros mismos, para nuestra propia gloria, y para mayor gloria del Dios que nos creó! ¿No es así, mi feo amigo?
Como muchas otras historias, la mía debe comenzar con lo pequeño, con lo visto de cerca, y abrirse luego hacia lo más grande. Pero a diferencia de otros historiadores, no dispongo del lujo del tiempo. Desde luego que mi historia no ha concluido aún.
Pronto, legiones de Viollet-le-Duc comenzarán su campaña. Muchos han sido formados bastante bien, rescatados del fondo, llevados a lo alto, instruidos como yo lo fui. Más tarde, comenzaremos a devolverlos, uno a uno.
Enseño de vez en cuando, escribo de vez en cuando, observo todo el tiempo.
El siguiente paso será el mayor. No tengo idea de cómo lo daremos.
Pero, como dice el gigante:
—Hace tiempo que el tejado se ha derrumbado. Ahora debemos levantarlo de nuevo, reforzarlo, reparar sus vigas —en ese momento sonríe a sus discípulos—. No sólo repararlo. ¡Reemplazarlo! Ahora nosotros somos las vigas. Carne y piedra se convierten en algo mucho más fuerte.
Ah, pero entonces, algún simple levanta la mano y pregunta:
—¿Qué pasa si nuestros brazos se cansan de sostener el cielo?
Nuestra labor, ya lo veis, no acabará pronto.
[1]
Ver nota 1 en «Rock on», de Pat Cadigan. (N. de los T.)
"Así se denomina a un subgénero de literatura fantástica que se desarrolla en una Edad Media alternativa. (N. de los T.)"
- Lewis Shiner -
Desde su primera publicación en 1977, Lewis Shiner ha escrito en un amplio abanico de todo tipo de relatos cortos: de misterio, de fantasía y de horror, así como de ciencia ficción. Pero la aparición en 1984 de su primera novela, Frontera, ha demostrado su importante papel en esta corriente de la ciencia ficción. Frontera combinaba la estructura clásica de la ciencia ficción dura con un inquietante retrato de la sociedad postindustrial de principios del siglo XXI. El desolador realismo y el tratamiento desmitificador de los iconos de la ciencia ficción provocaron muchos comentarios.
El trabajo de Shiner está marcado por una minuciosa investigación así como por una fría y meticulosa construcción. Su densa y vigorosa prosa muestra su conexión con la ficción de la novela negra, al tiempo que con autores como Elmore Leonard o Robert Stone, quienes casi se pueden clasificar como pertenecientes a la corriente general de la literatura.
Hijo de un antropólogo, Shiner tiene un excelente conocimiento acerca de extrañas formas de creencia como el Zen, la física cuántica y los arquetipos míticos. Aunque es capaz de atrevidos vuelos de fantasía, su último trabajo tiende hacia un realismo directo, antisentimental, y hacia una creciente preocupación por la geopolítica. La siguiente historia de Shiner, de 1984, combina imágenes míticas con una política tecnosocial, en una clásica mezcla ciberpunk.
Se hallaban a cuarenta pies, completamente a oscuras. Dentro del estrecho haz de su linterna de buceo. Campbell podía ver los pólipos coralinos alimentándose, sus rasgados bordes transformados en flores predadoras.
Si algo podía habernos salvado, pensó, debería haber sido esta semana.
La linterna de Beth osciló cuando se apartó de las espinas de color blanco pétalo de un erizo de mar. No llevaba más que una camiseta blanca sobre su bikini, a pesar de las advertencias de Campbell, y él podía ver la blancura del interior de sus muslos. Lo cual es lo máximo que he visto de su cuerpo, pensó..., ¿desde cuándo?, ¿cinco semanas?, ¿seis? No pudo recordar la última vez que hicieron el amor.
Cuando movió la luz creyó ver una forma en la oscuridad. Pensó: tiburón, y sintió inmediatamente un nudo en la garganta. De nuevo movió la linterna, hacia atrás, y entonces la vio.
Estaba paralizada dentro del círculo de luz, como cualquier animal salvaje. Su largo y liso pelo flotaba sobre sus hombros y se confundía con la oscuridad. La punta de sus desnudos pechos era elíptica y púrpura en el agua nocturna.
Sus piernas acababan en una cola verde y escamosa.
Campbell oyó su propia respiración en el respirador. Podía ver la amplitud de sus mejillas, la claridad de sus ojos, el temeroso temblor de sus branquias alrededor del cuello.
Entonces, dominado por una reacción refleja, sacó su No-konos y disparó. El fogonazo de la luz estroboscópica le provocó un susto de muerte. Se estremeció y, volviéndose con su cola extendida hacia él, desapareció.
Un súbito e inexplicable anhelo lo abrumó. Dejó caer la cámara y nadó tras ella, moviendo las piernas rápidamente y ayudándose con ambos brazos. Cuando alcanzaba el borde de un abismo de cien pies de fondo, movió la linterna en un arco que, finalmente, atrapó una última y breve visión de ella, bajando hacia el oeste. Luego se desvaneció.
Encontró a Beth en la superficie, temblando enfurecida.
—¿De quién puñetas fue la idea de dejarme allí así de sola? Pasé un miedo de muerte. Ya oíste lo que ha dicho el tío ése sobre los tiburones.
—Vi algo —dijo Campbell.
—Jo-di-da-men-te-bi-en —su línea de flotación bajó y Campbell vio cómo le alcanzaba una ola a la altura de la boca. Escupió y dijo—: ¿Lo viste de verdad o saliste corriendo enseguida?
—Infla tu chaleco —dijo Campbell sintiéndose aturdido y desolado— antes de que te ahogues —le dio la espalda y nadó hacia el bote.
Recién duchado, sentado fuera de la cabaña, a la luz de la luna, Campbell comenzó a dudar de sí mismo.
Beth ya estaba acurrucada, con un camisón de algodón, cerca de su lado de la cama. Se quedaría allí, Campbell lo sabía, como algunas veces, sin preocuparse de cerrar los ojos, hasta que él se durmiera. Habían sido sus ensoñaciones diurnas, recurrentes y obsesivas, las que les habían traído a esta isla. ¿Cómo podía saber que no había tenido una alucinación con una criatura, allí, en el arrecife?
Le dijo a Beth que tenían suerte de haber sido elegidos para aquellas vacaciones solicitadas meses antes. De hecho, sus fantasías habían arruinado su concentración en el trabajo tan claramente que la compañía le había ordenado o bien ir a la isla, o bien someterse a una batería completa de tests psicológicos.
Había estado más asustado de lo que estaba dispuesto a admitir. Las fantasías habían progresado desde una violencia suave, como estar rompiendo su pantalla de CTR, hasta la loca y siniestra imagen de él mismo, fuera de las ventanas cerradas de su oficina, simplemente flotando allí entre el smog blanquecino, a cuarenta pisos de altura y sin caerse.
Muy por encima suyo, Campbell podía distinguir el logotipo de la compañía, brillando como un monstruo de cromo y acero que hubiera sido arrancado recientemente de su estado larval.
Sacudió la cabeza. Obviamente necesitaba dormir. Sólo una buena noche de descanso, se dijo, y las cosas volverían a la normalidad.
De madrugada, Campbell salió en la barca de buceo mientras Beth dormía. Estaba distraído, de mal humor, y además le molestaban unas sombras en el borde del ojo.
El monitor de buceo se le acercó mientras se cambiaban de tanques y le preguntó:
—¿Estás preocupado por algo?