Pero entonces, un gruñido la sobresaltó hasta el punto que no pudo evitar que un pequeño chillido se escapase de sus pulmones. Alba se dio la vuelta dejando caer el ramillete de vinagretas al suelo, y allí, a apenas veinte metros, mirándole con pequeños ojos negros y los dientes expuestos se encontraba un fenomenal mastín español. Era enorme, un colosal macho adulto de noventa kilos y cabeza grande pero proporcionada. Su pelaje era de un color marrón claro aunque estaba cubierto de lo que parecía ser barro y todo tipo de suciedad. Alrededor de los ojos tenía dos manchas oscuras como un extraño antifaz, lo que habría resultado gracioso de no ser por la dentadura amarillenta y terrible que mostraba levantando los dos belfos.
El gruñido resonaba constante a medio tono, abriéndose paso en su cabeza como un bulldozer.
Alba se llevó ambas manos al pecho, cosa que solía hacer cuando tenía miedo. Tenía los ojos fijos en la mirada amenazante del mastín y la piscina inmunda y hedionda se había escapado de su cabeza. Por eso daba pasos hacia atrás, retrocediendo, intentando poner distancia entre ella y el animal, acercándose peligrosamente al borde de la piscina.
El mastín sacudió la enorme cabeza; percibía el olor cálido, fétido y acre que le llegaba, como bofetadas, desde la niña. Era el olor del miedo, liberado al aire limpio de la mañana en una explosión de feromonas, como una lluvia de esporas expelidas por una planta exótica en plena jungla. Hacía tanto tiempo que no percibía esos olores, los muertos no olían a nada, no como los AMOS que había tenido en tiempos, por eso se mantenía lejos de ellos. Se había ocultado, corrido, alimentado de mil cosas y bebido de toda clase de charcos inmundos, pero nunca había vuelto a ver un AMO. En su cabeza, pensamientos esenciales se encendían y apagaban como un cuadro de luces demasiado básico; pocas permutaciones, respuestas rápidas. Así era siempre al menos, pero ahora se encontraba confuso. ¿Era un AMO lo que tenía delante o era algo que se pudiera COMER? ¿era algo que debiera EVITAR?
Alba sentía un pánico frío y horrible, como si un estilete con una hoja de hielo se hubiera hundido en su alma. Desde
Aquella Noche
se había sentido razonablemente segura, porque en su mente ella les había
visto
a su hermano y a ella tomando sopa en su escondite y sabía que ese hecho ocurriría, como todas las otras visiones que había tenido desde pequeña; ergo, ningún muerto viviente podría dar con ellos hasta que esa escena sucediera. Pero sucedió, finalmente ocurrió la noche anterior, y Alba quiso decírselo a su hermano pero él no le había hecho caso, y ella detestaba eso, así que no se lo dijo. Se había enfadado como una
Niña Tonta,
pensaba, y ahora iba a pagarlo. Ese perro se la iba a comer.
Atormentada por esa idea, Alba retrocedió un par de pasos más... y entonces se sintió caer hacia atrás. Fue como si hubieran tirado del mundo bajo sus pies como si fuera una alfombra, y ella se hubiese encontrado mirando el cielo de repente, y entonces... un fuerte estrépito y una sensación de intensa sorpresa... frío, ¿mojado? Involuntariamente abrió la boca y aspiró fuerte, una reacción normal a la inesperada situación en la que se veía envuelta, y una bocanada de agua la invadió. Inundó su esófago, sus pulmones, y Alba, extendiendo mucho los brazos, empezó a luchar para no hundirse mientras se esforzaba por toser y expulsar todo esa agua ponzoñosa de regusto insufrible.
Sorprendida y superada por la situación la niña ya no pensaba en el perro, o en Bob El Ahogado, sino en sobrevivir. Pero en el fondo de la piscina, el viejo Bob recibía el estímulo sonoro del chapoteo y también las suaves ondas producto del movimiento. Su cerebro se desperezaba lentamente, como el viejo motor de un coche que carraspea por la mañana tras una nevada.
Fueron momentos en verdad angustiosos. Alba nadaba razonablemente bien, pero había tragado una buena cantidad de agua y el esfuerzo para poder respirar un poco volvía a sumergirla. Tras unos segundos de lucha cuando parecía que estaba ya recobrándose e iba a poder al menos flotar, sus ojos volvieron a llenarse de agua; las burbujas de aire se arremolinaban alrededor, escapando hacia la superficie. Algo tironeaba de ella.
Alba comenzó a flexionar y estirar ambas piernas, intentando desasirse de aquello que la tenía atenazada. Pero era demasiado pequeña como para poder hacer fuerza dentro del agua. El movimiento de sus piernas se asemejaba más al de una inofensiva ranita.
Alba miraba hacia arriba, burbujas, luz que se filtraba ondeante a través de varios centímetros de agua sucia. Sus pulmones explotaban, la niña se ahogaba.
Pero entonces hubo un nuevo revuelo de ruido y movimiento aunque el sonido le llegaba apagado y distante, como si lo escuchara a través de una almohada. Alba se sintió arrastrada en una y otra dirección, zarandeada. Tiraban de su pierna pero también de sus ropas. En algún momento, su cabeza volvió a asomar por encima de la superficie, y aunque su cara estaba cubierta de hojas negruzcas en descomposición, su boca se abrió cuan grande era, anhelante, para recibir una enorme bocanada de aire fresco. Después... otra vez el sonido líquido del agua cubriéndola.
Cuando por fin volvió a sentir el aire en el rostro, a Alba le quedaban pocas ganas de luchar. Tosió innumerables veces expulsando hilachos de saliva y agua. Con los ojos aún nublados por el agua se encontró a sí misma en la pequeña rampa que era salida de la piscina, en el otro extremo de la misma. Se preguntaba cómo había llegado allí cuando escuchó de nuevo el gruñido del perro, esta vez a su izquierda. Se volvió para mirar demasiado agotada como para sentir miedo esta vez, y allí estaba, gigantesco, mojado. Su olor intenso le llegaba mezclado con el hedor a putrefacción que se le había pegado.
Pero el perro no le miraba a ella, miraba a la piscina ladrando y levantando las patas delanteras. Alba miró sus ropas, como desgarradas, y entonces comprendió. El perro, el perro la había sacado.
¿Entonces qué...? Su cabeza le trajo el eco de días pasados.
... las normas, ¡correr va Contra Las Normas!
Alba se giró rápidamente hacia el agua en cuya superficie las hojas se estremecían como barcos en mitad de una tormenta. El perro había tirado de ella, pero Bob El Ahogado había sido arrastrado en el proceso al extremo poco profundo. Y allí estaba, con la mitad superior del cuerpo fuera del agua, la ropa hecha jirones y la piel hinchada y blanda, demasiado flaccida como para aguantar los rasgos faciales.
Abrió la boca y liberó un torrente de agua negruzca, llena de extraños corpúsculos.
Eso...
va... contra las Normas, niña, ¡contra las Normas!
Entre ladridos, Alba chilló todo lo que sus castigados pulmones dieron de sí.
Gabriel no podía dar crédito a lo que veía. Era un
cadáver.
Estaba tendido en el suelo, boca abajo, vestido con una especie de elegante chaqueta azul marino. Lo miraba ahora con la respiración contenida sabiendo que si era un
zombi,
probablemente cualquier ruido volvería a levantarlo. Lo estudió con detenimiento... la ropa, la suela de los zapatos, la cabeza, no había ningún charco de sangre debajo de él, no había marcas en el suelo, la ropa no estaba rasgada y sus manos estaban limpias. Era el tipo de cosas que había aprendido a observar en los
zombis.
Su mente funcionaba ahora tres veces más rápido de lo normal. No creía que fuese simplemente un cadáver, ya no los había. Todos se habían vuelto a levantar sin excepción y vagaban errantes por todas partes, como condenados a pasear sin destino por la superficie de la Tierra. No, Gabriel pensaba que era un
latente.
Quizá alguien que había muerto por causa natural, algún otro superviviente que con probabilidad solía ir a esa misma tienda a por suministros. ¿Acaso no le había parecido la última vez que había menos garrafas de agua de las que creía? Sí, eso debía ser... algún tipo al que le había dado un soponcio y la había palmado. Y allí, en la silenciosa soledad de la tienda, se había
desconectado
tan completamente que había caído al suelo.
Gabriel tragó saliva. Si quería el agua entre otras cosas, tendría que pasar por encima de él. Desde su posición no le veía la cara, vuelta hacia uno de los lados. ¿Y si sus ojos estaban abiertos? ¿Y si pasaba el pie por encima del cuerpo, lo apoyaba junto a su cabeza, y de repente una mano se abalanzaba sobre su tobillo y lo agarraba? ¿Qué sería lo siguiente? Gabriel se imaginó recibiendo una profunda dentellada en la pierna, y aunque en última instancia consiguiese escapar no estaba seguro de que con una herida semejante pudiese ir mucho más lejos. Así era como te pillaban. Probablemente, solo su grito de dolor ya atraería a muchos otros.
Había otra alternativa, una que revoloteaba como un ave de mal agüero por su mente, pero aunque intentaba apartarla se obcecaba insistentemente en regresar.
Podía destruirlo.
Podía acabar con él.
Su madre no le dejaba ver películas de
zombis,
pero Gabriel sabía que esas cosas morían de veras destruyendo su cabeza. Lo decían todos en el colegio, estaba en todos esos videojuegos, era
vox populi.
Y si todo lo demás era verdad, entonces apostaba a que eso también lo era. Hacerlo era otra cosa, el muchacho no se imaginaba en absoluto llevando a cabo semejante tarea pero la idea volvía a su cabeza con insistente morbosidad.
Gabriel notó entonces el sonido de su respiración, era demasiado fuerte, llenaba toda la habitación. Intentó controlarse, abrir la boca para respirar, lo
más
importante, volvió a repetirse, era no hacer ruido.
Después de unos instantes terminó de convencerse de que hacer de caza-vampiros no era lo suyo. Tenía que cruzar por encima, o la alternativa para obtener alimentos era caminar doscientos metros más hasta la tienda de abajo. Podían pasar sin las sopas, pero no sin el agua. Y, Jesús, allí sí que había
zombis,
cadáveres con las vísceras al aire y un montón de sangre por todas partes. Solo había ido una vez, y se impresionó tanto que se prometió a sí mismo que no volvería a menos que en la tienda de arriba sólo quedara polvo en los estantes para chupar.
De manera que Gabriel levantó despacio el pie para pasarlo por encima hasta el otro lado. No se veía la cara, pero sacaba la lengua como su madre cuando estaba concentrada en algo y aunque intentaba ser silencioso, su respiración volvía a ser agitada y fuerte otra vez.
* * *
Bob El Ahogado salía lentamente del agua. Uno de sus ojos era apenas una mucosa con forma de bulbo, una reminiscencia repugnante de lo que fue una vez. Sus cabellos caían hacia todos lados húmedos y desmañados, y su boca abierta revelaba un agujero inmundo, negro como una veta de carbón en una mina.
Alba seguía recuperándose de su experiencia, estaba mojada y su pequeño pecho subía y bajaba con una rapidez preocupante, pero no se veía con fuerzas para salir corriendo, permanecía tumbada en el suelo apoyada sobre sus codos y los pies aún en el agua, hipnotizada por la imagen terrible e irreal que representaba Bob El Ahogado. A su lado, el perro le ladraba con una violencia desmedida, ladridos roncos y amenazantes.
Pero Bob ni siquiera miraba al perro. Avanzaba con terquedad balanceándose sobre sus piernas a cada paso, con sus ojos blancuzcos fijos en la niña. Cada vez tenía más cuerpo fuera del agua y ganaba velocidad a ojos vista. El agua chorreaba de su cuerpo.
—No, por favor —dijo Alba con un hilo de voz intermitente. Hasta ese momento no había sido consciente de que tiritaba de una forma salvaje. Al fin y al cabo corría el mes de Febrero y el agua estaba tan fría como se puede imaginar.
Cuando Bob estuvo a solo unos pocos pasos alargando ya la mano para cogerla y llevársela a las tinieblas de la muerte que a él le había sido negada, el mastín saltó sobre su mano, la agarró con sus dientes y tironeó, girando la cabeza rápidamente. El hueso se quebró con un sonido mortecino, y la mano se desgarró con una sorprendente facilidad. Salió despedida medio metro y cayó en el agua.
El espectro retiró el muñón cercenado y alargó el otro brazo con sorprendente rapidez, pero el mastín se lanzó sobre él y lo derribó. Cayeron al agua trocados en una tormenta de brazos, piernas y la mastodóntica forma animal que era el perro. Por todas partes mordía, arrancaba, despedazaba, pero como quiera que el espectro seguía intentando levantarse, el mastín terminó por agarrarle del cuello con su tremenda dentellada. El cuello crujió con un sonido escalofriante, como si un millar de ramitas se troncharan a la vez, espina dorsal, músculos, tendones, carne... todo quedó fuera de lugar, pero Bob El Ahogado seguía moviéndose. Parecía que cada vez lo hacía con más rapidez y vehemencia, contagiado sin duda de la violencia del mastín y los gritos de Alba. La mano que aún le quedaba se clavaba ahora en el lomo del animal con una fuerza desproporcionada.
Dolorido, el mastín arremetió con más fuerza atacando el mismo punto que antes. Apretó los dientes e hizo crujir aún más el cuello de Bob. Tiró y zarandeó de nuevo, y la cabeza del espectro acabó separándose liberando un icor oscuro que tiñó el agua como la tinta de un calamar. La cabeza se sumergió poco a poco hasta desaparecer. Su cuerpo cayó fláccido como si lo hubieran desenchufado.
Alba reculó respirando con dificultad, tenía los labios azules y los ojos se le ponían en blanco si no se concentraba en mantenerse despierta. El mastín salió del agua visiblemente dolorido, y se tumbó cerca de ella, pero fuera del agua. También su lomo subía y bajaba con rapidez; respiraba con la boca abierta, y la lengua, grande y rosada, asomaba a un lado. Su aspecto, tan mojado y cansado como estaba era deplorable, pero al mirarle, Alba consiguió un primer atisbo de sonrisa.
Aquel perro enorme la había salvado.
* * *
En el Supermercado Inglés, Gabriel había podido pasar por encima del cadáver. Se acercaba ahora a la esquina donde estaban las garrafas de cinco litros y utilizaba la mochila para meter una dentro. En un pasillo adyacente localizó algunas de las cosas que quería llevarse y chocolatinas para Alba.
Ya casi había terminado cuando escuchó un ruido que parecía venir de algún lugar indeterminado. Era como un frufrú, como de ropa en fricción. Gabriel casi dejó caer la bolsa con los comestibles del sobresalto.
Dios mío, por favor, dios mío...
De repente, una oleada de pánico se apoderó de él. Su instinto científico y explorador que lo había dominado apenas veinte minutos antes había desaparecido. Estaba en un recinto cerrado con uno de
ellos
poniéndose en movimiento. Miró hacia el túnel de salida, eran solo diez o quince metros, después, la luz del sol llenaba la calle y la libertad. ¿Debería salir corriendo?