Oda a un banquero

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Authors: Lindsey Davis

Tags: #Intriga, Histórico

 

Falco ve recompensada su dedicación a la literatura, pero lo que parecía un futuro brillante como escritor no tarda en torcerse y convertirse en una pesadilla. La súbita y misteriosa muerte de un escritor le obliga a introducirse en el peligroso mundo de las letras, lo que le llevará a descubrir los entresijos que se ocultan bajo el glamour. Pero debe enfrentarse además a varios problemas domésticos: su esposa Helena Justina se ha peleado con los constructores de su nueva casa, su padre está atravesando el peor momento de su vida, su hermana es acosada por Anácrites... demasiado para un hombre como Falco al que los acontecimientos acaban por sobrepasar.

Como tema de fondo, esta vez la autora, se adentra en el mundo editorial y, principalmente, en los escritores, agentes y editores.

Lindsey Davis

Oda a un banquero

La XII novela de Marco Didio Falco

ePUB v1.1

tagus
23.09.12

Título original:
Ode to a Banker

Lindsey Davis, 2000.

Traducción: Montse Batista

Diseño/retoque portada: Redna Azaug

Editor original: tagus (v1.0 a v1.1)

ePub base v2.0

Para Simón King

(otra de mis notas «Querido Simon»...). En

tu jubilación de Random House.

Con agradecimiento por tu amistad, paciencia y leal apoyo a Falco.

Y en recuerdo de la anguila ahumada.

DRAMATIS PERSONAE

VETERANOS EN LA ESCENA
M. Didio Falco/Dilio Braco/Ditrio Basto
un romano famoso.
Helena Justina
una heroína (una lectora fiel).
Madre (Junila Tácita)
una astuta depositaria.
Padre (Gémino)
un viejo cascado.
Maya Favonia (una hermana)
una buscadora de trabajo tardía; inconvenientemente enviudada.
Junia (otra hermana)
una hábil directora de personal.
Rutilio Gálico
un destacado escritorzuelo a ratos libres.
Anácrites
uno que trata de pasar inadvertido, con intereses varios.
A. Camilo Eliano
un aprendiz aristócrata mal equipado.
Numerosos niños, perros, embarazos y cachorros
LOS VIGILES
Petronio Longo
un suplente que busca pillar a alguien.
Fúsculo
un veterano siempre dispuesto.
Paso
un chico nuevo al que le gusta la aventura.
Sergio
el matón oficial.
EL MUNDO DE LAS ARTES
Aurelio Crísipo
un mecenas de la literatura (un cerdo).
Eusquemonte
un vendedor de pergaminos (un buen crítico) (¿un qué?).
Avieno
un historiador con el bloqueo propio de los escritores.
Turio
un utópico con alergias (al trabajo).
Urbano Tripo
el Shakespeare (¿Bacon?) de su tiempo.
Ana, la mujer de Tripo
quien quizá tiene mucho arte.
Pacuvio («Scrutator»)
un escritor satírico que dice pestes (especie extinta).
Constricto
un poeta amoroso que necesita que lo abandonen.
Blitis
miembro de un grupo de escritores (
no
escribe en la actualidad).
DEL COMERCIO
Notócleptes
un ladrón hijo de puta (un banquero)
Aurelio Crísipo
(él otra vez) un reservado hombre de negocios
Lucrio
un ejecutivo de banca personal (depósitos inseguros)
Bos
un hombretón que explica las acusaciones del banco
Diómedes
un hijo muy religioso con aficiones artísticas
Lisa (primera esposa de Crísipo)
una educadora de hombres y de sus negocios (duros sentimientos)
Vibia (segunda esposa de ídem)
una entusiasta fabricante de hogares (enseres mullidos)
Pisarco
un magnate fletero que quizá se hunda
Filomelo
su hijo, un esclavo del trabajo con un sueño
PERSONAJES TÍPICOS
Domiciano
un joven príncipe (uno que odia)
Aristágoras
un viejo (¿uno que ama?)
Una vieja
una testigo
Perela
una bailarina

  • Jurisdicciones de las Cohortes de los Vigiles en Roma:
  • Primera Cohorte: Sectores VII y VIII (Vía Lata, Foro Romano)
  • Segunda Cohorte: Sectores III y V (Isis y Serapis, Esquilino)
  • Tercera Cohorte: Sectores IV y VI (templo de la Paz, Alta Semita)
  • Cuarta Cohorte: Sectores XII y XIII (Piscina Pública, Aventino)
  • Quinta Cohorte: Sectores I y II (Puerta Capena, Celio)
  • Sexta Cohorte: Sectores X y XI (Palatino, Circo Máximo)
  • Séptima Cohorte: Sectores IX y XIV (Circo Flaminio, Trastévere)

Descargos de Responsabilidad del Autor

Por la presente afirmo de forma enérgica que la tienda de pergaminos de Aurelio Crísipo en el Clivus Publicius no guarda ninguna relación con mis editores, los cuales son modelos de criterio editorial, prontitud en el pago, trato justo, esmero en las campañas publicitarias e invitaciones a almuerzos. (NB: la dedicatoria en este libro es para una excelentísima persona, que en otra época fue uno de ellos.)

Las opiniones de Marco Didio Falco sobre la personalidad y costumbres de los autores son sólo suyas; está claro que él no ha conocido a mis encantadores colegas.

Y, por supuesto, el Caballo Dorado no es mi banco.

ROMA, de mediados de julio al 12 de agosto, año 74 d. C.

«Un libro se podría definir… como un mensaje escrito (o impreso) de una extensión considerable, ideado para que circule públicamente y registrado sobre materiales ligeros, aunque lo bastante duraderos como para permitir un transporte relativamente fácil.»

ENCICLOPEDIA BRITÁNICA

«[El acreedor] examina tus asuntos familiares; se entromete en tus negociaciones. Si sales de tu habitación, te arrastra con él y se te lleva; si te escondes dentro, él se queda delante de tu casa y llama a la puerta.

»Si [el deudor] duerme, ve al prestamista de pie en la cabecera, una pesadilla… Si un amigo llama a la puerta, se esconde bajo la cama. ¿Que ladra el perro? Empieza a sudar. La cuota de interés sale disparada como una liebre, un animal salvaje que los antiguos creían que no podía parar de reproducirse ni cuando estaba alimentando a las crías ya nacidas.»

BASILIO DE CESAREA

I

La poesía debería haber sido un terreno seguro.

—Lleva las tablillas de escribir a nuestra nueva casa —sugirió Helena Justina, mi elegante compañera en la vida. Yo luchaba con el agotamiento físico y con la impresión que me había atenazado durante un dramático rescate subterráneo. El éxito se atribuyó, públicamente, a los vigiles, pero el voluntario chiflado que había sido bajado al pozo, atado con cuerdas por los pies y con la cabeza por delante, había sido yo. Aquello me había convertido en héroe durante un día, más o menos, y mi nombre (mal escrito) apareció citado en la
Gaceta Diaria
.

—Tú siéntate y relájate en el jardín —me tranquilizó Helena, después de oírme despotricar contra nuestro pequeño apartamento romano durante semanas—. Puedes supervisar el trabajo de los contratistas de los baños.

—Lo haré si se toman la molestia de aparecer.

—Coge a la niña. Quizá vaya yo también. Últimamente tenemos tantos amigos lejos que debería aplicarme en editar la
Correspondencia escogida de Helena Justina
.

—¿Escrita por…?

¿Por quién? ¿Por la hija de un senador? La mayoría de ellas son demasiado tontas y están demasiado ocupadas contando sus joyas. Ninguna es estimulada jamás a revelar sus dotes literarias, suponiendo que las tuviera. Pero, claro, tampoco se espera de ellas que vivan con un informante…

—Es terriblemente necesario —replicó ella con vehemencia—. La mayoría de cartas publicadas son de hombres presumidos que no tienen nada que decir.

¿Hablaba en serio? ¿O estaba burlándose en su fuero interno? ¿O simplemente estaba tensando la cuerda para ver cuándo se rompía?

—Ah, bien —dije suavemente. Tú te sientas a la sombra de un pino con tu punzón y tus grandes ideas, querida. Yo no tengo problemas para ocuparme de nuestra preciosa hijita, al tiempo que superviso a una cuadrilla de albañiles escurridizos dispuestos a destruir nuestra nueva sala de tomar vapores. Y luego, cuando haya alguna pausa entre los lloros y los martillazos, podré dedicarme a mis odas.

Todo escritor en ciernes necesita soledad y tranquilidad.

Escapar del calor de la ciudad yéndonos a la que había de ser nuestra nueva casa en el Janículo habría sido una estupenda manera de pasar el verano, salvo por un detalle: la casa nueva era un vertedero, la niña había entrado en una fase de berrinches incontrolados y la poesía me había conducido a un recital público, lo cual era una solemne estupidez. Aquello me había puesto en contacto con la organización de Crísipo. En el comercio, cualquier cosa que parezca una propuesta segura puede ser un paso en la senda a la desventura.

II

Debía de haber sufrido un momento de obnubilación. O tal vez estaba borracho.

¿Por qué no había recibido protección de los dioses Capitolinos? Está bien, reconozco que Júpiter y Minerva podían considerarme el más insignificante de sus acólitos, esclavizado por una sinecura, un peón, un aspirante al ascenso social. E, incluso eso, sin mucha dedicación. Pero Juno debería haberme ayudado. Juno debería haber hecho algo más que yacer recostada sobre un codo, dedicada a los jueguecitos de mesa de los residentes del Olimpo, a poner cebos a los héroes y perseguir a los maridos; la Reina de los Cielos podría haber dejado los dados un instante para observar que el nuevo procurador de sus gansos sagrados tenía un obstáculo insalvable en su vida social, por lo demás apacible. En pocas palabras, había cometido la estupidez de acceder a ser el telonero del recital de poesía de otro rapsoda.

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