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Authors: Augusto Cury

Tags: #Psicología, Autoayuda, Crianza,

Padres brillantes, maestros fascinantes (7 page)

Les narró la historia de niños y adolescentes judíos encerrados en los campos de concentración nazis y que habían perdido todos sus derechos. No podían ir a la escuela, jugar en la calle, visitar a sus amigos, dormir en una cama tibia ni comer con dignidad. Su comida estaba echada a perder y dormían como si fueran objetos apilados en un almacén. Lo peor era que no podían abrazar a sus padres. El mundo se había caído sobre sus cabezas.

Lloraban y no había nadie que los consolara. Tenían hambre y nadie los alimentaba. Gritaban llamando a sus padres pero nadie los escuchaba. Frente a ellos sólo había perros, guardias y cercas de alambre. La maestra contó a sus alumnos acerca de lo que fue uno de los mayores crímenes cometidos en nuestra historia. Los derechos humanos y las vidas de esos jóvenes fueron robados. Más de un millón de niños y adolescentes fueron asesinados.

Después de contar esta historia, la maestra ya no necesitó decir mucho más. Miró a la clase y dijo: «Ustedes tienen escuela, amigos, maestros que los aman, el amor de sus padres y buena comida en sus mesas, ¿pero valoran alguna de estas cosas?» Resolvió los conflictos en el salón de clases haciendo que sus alumnos se pusieran en el lugar de otros y pensaran acerca de la importancia de los derechos humanos. No tuvo necesidad de llamarle la atención al estudiante que la había ofendido, pues sabía que corregir su conducta no haría ningún bien, y lo que ella quería era guiarlo para que fuera un pensador. Él permaneció completamente en silencio. Se fue a casa y ya nunca fue el mismo porque se dio cuenta de que tenía muchas cosas buenas que no había valorado.

Los padres y los maestros están perdidos en el mundo de sus espacios: los maestros se sienten confundidos en el salón de clases; los padres están perdidos en sus salas de estar. No podemos aceptar que los lugares donde la gente joven aprende menos las experiencias de la vida sea en estos dos entornos.

Aprenda a dar suaves golpes a los corazones emocionales de aquellos a quienes ama. Debemos hacer que nuestros niños y jóvenes despierten a la vida.
El afecto y la inteligencia sanan las heridas del alma y reescriben las páginas cerradas del inconsciente
.

7

LOS BUENOS MAESTROS EDUCAN PARA

UNA PROFESIÓN, LOS MAESTROS

FASCINANTES EDUCAN PARA LA VIDA

Este hábito de los maestros fascinantes contribuye a

desarrollar en sus alumnos: solidaridad, superación de

los conflictos psíquicos y sociales, espíritu emprendedor,

capacidad de perdonar, de filtrar los estímulos estresantes,

de elegir, de cuestionar y de establecer metas.

Un buen maestro educa a sus estudiantes para una profesión; un maestro fascinante los educa para la vida. Los maestros fascinantes son profesionales revolucionarios. Nadie puede evaluar su poder, ni siquiera ellos mismos. Modifican paradigmas, transforman el destino y el sistema social de la gente sin usar armas, únicamente preparando a sus alumnos para la vida a través de la exhibición de sus ideas.

Los maestros fascinantes podrán ser desdeñados y amenazados, pero su poder es invencible. Son incendiarios que inflaman a la sociedad con el fuego de su inteligencia, compasión y sencillez. Son fascinantes porque son libres, son libres porque piensan, y piensan porque aman solemnemente la vida.

Sus estudiantes adquieren una posesión extraordinaria: una conciencia crítica. Por lo tanto, no son manipulados, controlados ni chantajeados. En un mundo de incertidumbres, ellos saben lo que quieren.

Los maestros fascinantes son promotores de la autoestima
. Ponen especial atención en aquellos estudiantes que son objeto de burla, tímidos, y a quienes se les llama con apodos peyorativos. Saben que estos alumnos pueden ser encarcelados por sus traumas. Así, como poetas de la vida, les muestran su capacidad interna. Los estimulan a utilizar el dolor como un fertilizante para su crecimiento, y al hacer esto los preparan para sobrevivir a las tormentas sociales.

Forme emprendedores

Los maestros fascinantes intentan que sus alumnos sean líderes de sí mismos
. Animan, de muchas formas, a sus estudiantes en el salón de clases: «Espero que ustedes sean grandes realizadores. Si emprenden algo, no tengan miedo de fallar. Si fallan, no tengan miedo de llorar. Si lloran, vuelvan a pensar en su vida, pero no se rindan. Dense siempre a sí mismos una nueva oportunidad».

Cuando las dificultades afligen a sus alumnos, cuando la economía del país está en crisis o aumentan los problemas sociales, vuelven a proclamar: «Los perdedores y en el relámpago; los ganadores ven la lluvia y con ella la oportunidad de cultivar. Los perdedores se paralizan ante la pérdida y la frustración; los ganadores ven la oportunidad de cambiar todo de nuevo. Nunca abandonen sus sueños».

Prepare a sus alumnos para explorar lo desconocido, para no tener miedo al fracaso, pero sí a tener miedo de no intentarlo. Enséñeles a conquistar experiencias originales a través de la observación de los pequeños cambios y la corrección de los grandes cursos. Los nuevos estímulos establecen una relación con la estructura cognitiva previa, generando nuevas experiencias (Piaget, 1996). Las nuevas experiencias proporcionan crecimiento intelectual.

Enseñe a los jóvenes a ser flexibles en el trabajo y en la vida, porque sólo quienes son capaces de generar una idea pueden cambiar sus mentes.
Oriéntelos para extraer, de cada lágrima, una lección de vida
.

Si no reconstruimos la educación, las sociedades modernas se volverán un enorme hospital psiquiátrico. Las estadísticas demuestran que estar estresado es normal y que ser saludable es anormal.

TERCERA PARTE

LOS SIETE PECADOS CAPITALES

DE LOS EDUCADORES

Todos nos equivocamos. La mayoría de las personas

usa los errores para destruirse y sólo las sabias, unas pocas,

las utilizan para construirse.

1

CORREGIR EN PÚBLICO

Corregir a una persona en público es el primer pecado capital de la educación. Un educador nunca debe exponer el defecto de una persona, por grave que sea, frente a otros. La exposición pública provoca humillación y traumas complejos difíciles de superar.
Un educador debe valorar a la persona que comete un error más que al error en si
.

Los padres o maestros sólo deben interferir en público cuando un joven ha ofendido o lastimado a alguien públicamente. Si lo hacen, deben actuar con prudencia para no echar más leña a la hoguera de las tensiones.

Había una adolescente de 12 años, muy inteligente y sociable, que era un poco obesa. Aparentemente, no tenía problemas con su obesidad. Era una buena estudiante, participativa y respetada por sus compañeros.

Un día, su vida sufrió un cambio importante. Salió mal en un examen y habló con su maestra acerca de sus calificaciones. La maestra, que estaba irritada por alguna otra razón, le lanzó un golpe mortal que cambió su vida para siempre, pues le llamó «gorda retrasada» frente a sus compañeros de clase.

Corregir a alguien públicamente es grave, pero humillarlo en público es devastador. Sus compañeros se burlaron de ella y, sintiéndose disminuida, inferior, se echó a llorar. Vivió una experiencia de alto volumen de tensión que se registró con un estatus privilegiado en el centro de su memoria, la memoria de uso continuo (MUC).

Si pensamos en la memoria como una gran ciudad, el trauma original producido por la humillación sería como una casucha en medio de un hermoso vecindario. La niña siguió leyendo el archivo que contenía este trauma y generó miles de pensamientos y reacciones emocionales con contenido negativo, que se registraron de nuevo, expandiendo la estructura del trauma. De esta manera, una «casucha» en la memoria puede contaminar un archivo completo.

Así que no es el trauma original el que se vuelve el gran villano de la salud psíquica, como pensaba Freud, sino su retroalimentación. Cada gesto hostil proveniente de otras personas se relacionaba con su trauma. Con el tiempo, ella creó miles de «casuchas» y donde una vez hubo un hermoso vecindario, se creó un paisaje desolado en el inconsciente.

Los adolescentes deben sentirse hermosos, aún cuando sean obesos, desaventajados físicamente o sus cuerpos no respondan a los estándares de belleza transmitidos por los medios. La belleza está en los ojos de quien mira.

Pero, por desgracia, los medios han masacrado a los jóvenes al definir qué es hermoso en su inconsciente. Cada imagen de los modelos en las portadas de las revistas, en los comerciales y en los programas televisivos se registra en la memoria, formando matrices que discriminan a quienes no se ajustan a ese patrón. Este proceso aprisiona a los jóvenes, incluso a los más saludables. Cuando se miran al espejo, ¿qué es lo que ven? ¿Sus cualidades o sus defectos? Con frecuencia, sus defectos. Los medios, en apariencia tan inofensivos, han cometido una discriminación sin precedentes contra la gente joven.

Me gustaría que recordara que a través de este proceso un rechazo se vuelve un monstruo, un educador tenso se vuelve un flagelador, un elevador se vuelve una caja sin aire, una humillación pública paraliza la inteligencia y genera temor de exponer nuestras ideas.

La adolescente de nuestra historia comenzó a obstruir gradualmente su memoria con baja autoestima y con sentimientos de incapacidad. Dejó de sacar buenas calificaciones. Cristalizó una mentira: que no era inteligente. Tuvo varias crisis depresivas, perdió su gusto por la vida y a los 18 años trató de suicidarse.

Por fortuna, no murió. Buscó tratamiento y logró superar su trauma. Esta joven no quería matar la vida; muy en el fondo, como todas las personas deprimidas, tenía hambre y sed de vivir. Lo que quería destruir era su dramático dolor, desesperación y sentimientos de inferioridad.

Regañar en público a los jóvenes y adultos, o señalar sus errores o defectos, puede generar un trauma inolvidable que los regirá de por vida. Incluso si los jóvenes lo desilusionan, no los humille. Aun cuando merezcan una reprimenda, trate de corregirlos en privado. Pero, especialmente, estimule a los jóvenes a reflexionar.

Quien estimula la reflexión es un artesano de la sabiduría.

2

MANIFESTAR AUTORIDAD

CON AGRESIVIDAD

Un día, descontento con la reacción agresiva de su padre, un hijo le alzó la voz. El padre, sintiendo que estaba siendo provocado, lo golpeó. Le dijo que nunca volviera a hablarle de esa forma. Gritando, dijo que él era el dueño de la casa y que lo mantenía. El padre impuso su autoridad con violencia. Se ganó el temor de su hijo, pero perdió su amor para siempre.

Muchos padres se insultan y se critican entre sí frente a sus hijos. Cuando estamos ansiosos y somos incapaces de hablar, lo mejor es retirarnos. Vaya a otra habitación y haga otra cosa hasta que pueda abrir las ventanas de su memoria y tratar con inteligencia los asuntos polémicos.

Sin embargo, no hay parejas perfectas. Todos cometemos excesos frente a nuestros hijos, todos nos estresamos. La persona más calmada tiene sus momentos de ansiedad e irracionalidad. Por lo tanto, aunque sea deseable, es imposible evitar toda la fricción frente a nuestros hijos. Lo importante es el destino que le demos a nuestros errores.

El mismo principio se aplica a los maestros. Cuando hacemos un despliegue de agresividad frente a los niños, deberíamos disculparnos no sólo con nuestro cónyuge sino también con nuestros hijos, por la manifestación de intolerancia de que han sido testigos. Si tenemos el valor de cometer errores, deberíamos tener el valor de corregirlos.

Una persona autoritaria no siempre es ruda y agresiva. A veces su violencia esta disfrazada como inflexibilidad y necedad. Nadie puede hacer que cambie de opinión. Si insistimos en mantener nuestra autoridad a cualquier precio, estaremos cometiendo un pecado capital contra la educación de nuestros hijos. Nuestro autoritarismo controlará su inteligencia.

Nuestros hijos pueden reproducir nuestras reacciones en el futuro. Por cierto, observe como reproducimos usualmente los comportamientos de nuestros padres que más condenábamos en nuestra infancia.

El registro silencioso no resuelto crea patrones en la parte oculta de nuestra personalidad.

Algunos hijos, cuando se irritan, señalan los errores de sus padres y los desafían. ¡Cuántos padres pierden el amor de sus hijos porque no saben cómo hablar con ellos cuando los retan! Tienen miedo de perder su autoridad si dialogan con sus hijos. Son incapaces de ser cuestionados. Algunos padres odian que sus hijos comenten sus errores. Actúan como si fueran intocables. Reaccionan con violencia e imponen una autoridad que sofoca la lucidez de sus hijos. Están formando personas que también reaccionarán con violencia.

Los padres que imponen su autoridad tienen miedo de sus propias fragilidades. Los límites deben establecerse, pero no imponerse. Como he mencionado, algunos límites no son negociables porque comprometen la salud y la seguridad de los niños, pero incluso en estos casos usted debe tener una mesa redonda con sus hijos y dialogar acerca de las razones para estos límites.

En estos veinte años de tratar incontables pacientes, descubrí que ciertos padres eran muy amados por sus hijos. No les pegaban, no eran autoritarios, no les daban cosas materiales ni tenían privilegios sociales. ¿Cuál era su secreto? Se daban a sus hijos, educaban su emoción y combinaban su mundo con el de ellos. Vivían naturalmente, sin ser conscientes de los principios de los padres brillantes que he expuesto.

El diálogo es una herramienta educacional irreemplazable. Debe haber autoridad en la relación padre-hijo y maestro-alumno, pero la verdadera autoridad se conquista con amor e inteligencia. Los padres que besan, hacen cumplidos y estimulan a sus hijos a pensar desde que son muy jóvenes, no corren el riesgo de perderlos a ellos, ni su respeto.

No deberíamos tener miedo de perder nuestra autoridad; deberíamos tener miedo de perder a nuestros hijos
.

3

SER EXCESIVAMENTE CRÍTICO

OBSTACULIZA

LA INFANCIA DEL NIÑO

Había un padre que estaba muy preocupado por el futuro de su hijo. Quería que él fuera ético, serio y responsable. El niño no podía cometer errores ni excesos. No podía jugar, ensuciarse ni hacer travesuras como todos los niños. Tenía muchos juguetes pero estaban guardados porque el padre, con el consentimiento de la madre, no le permitía desordenar.

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