Papeles en el viento (45 page)

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Authors: Eduardo Sacheri

Tags: #Relato

Mauricio estaciona al llegar a la calle Alsina. Todavía falta una cuadra, pero se han puesto de acuerdo en hacerla caminando. El barrio está desierto.

—Acá te lo van a afanar —dice el Ruso, con el único objeto de intranquilizarlo—. ¿Tenés buen seguro, boludo?

—Buenísimo —se burla Fernando.

Mauricio contiene el insulto que le viene a la cabeza y mira alrededor. Unos pibes toman cerveza en el quiosco de la vereda de enfrente. Se les acerca y les habla, señalando el auto.

—Listo —informa, satisfecho, al volver.

—Estás en pedo —sigue el Ruso—. Te lo van a hacer mierda ellos.

—Por veinte mangos te juro que me lo van a cuidar.

—¡Veinte mangos! Me hubieras dicho y me quedaba a cuidártelo yo, boludo.

—Tenés un tío rico, Guada. Estás salvada —dice Fernando.

—¿En serio tenés mucha plata, tío?

—Plata tiene de sobra. Le falta moral —se anticipa el Ruso.

Guadalupe los mira extrañada y Fernando está a punto de explicarle que es un chiste, pero se contiene. Mejor que aprenda sola. Los pibes aprenden rápido. Si su sobrina puede manejar una computadora a la velocidad de la luz, cuánto más fácil aprenderse el rudimentario código sarcástico de tres tíos viejos.

Caminan en silencio por Alsina. Cuando faltan veinte metros para la siguiente esquina, el Ruso apura un trote para llegar primero hasta el poste indicador y señalar el cartel.

—Mirá cómo se llama la calle, Guada —intervino Fernando.

La nena obedece.

—¿Bochini? ¿Como el jugador de Independiente?

—El más grande jugador de fútbol de todos los tiempos —informa, solemne, Mauricio, mientras se acercan a la esquina.

—¿Más que Maradona, tío?

Fernando y Mauricio se miran.

—¡Ey! ¿Mejor que Maradona? —insiste Guadalupe.

—No, mejor que Maradona no. Parecido —decide Fernando—. ¿Y sabés de qué cuadro era hincha Maradona cuando tenía tu edad?

La nena abre los ojos más grandes todavía.

—¡¿De Independiente?!

Fernando se siente un patrón de estancia exhibiendo sus tierras inconmensurables a la contemplación aterida de un grupo de parientes de la ciudad.

—Ajá.

La nena se toma un segundo para pensar.

—Bueno. Mirá si yo hago lo mismo. De chica soy de Independiente y después me hago de Boca.

Mauricio suelta la risa, mientras Fernando piensa que van a tener que estar muy atentos para aguantarle el tranco a esa petisa.

—Quieta, quieta acá —dice el Ruso, para evitar que Guadalupe llegue a la esquina, porque desde allí ya se ve el estadio, y quiere darle más espectacularidad al momento—. No mires.

Por las dudas, le pone la mano abierta sobre los ojos, como si fuesen una venda, y la conduce por el pasaje Bochini, despacio, mientras la nena da pasos cortos para tantear el terreno. Cuando teme tropezar, se aferra a la mano enorme del Ruso, que basta para taparle la mitad del rostro, como un antifaz.

—Tranquila. Tranquila que yo te llevo. Ahora nos quedamos quietos. Y…

—Esperá —dice Fernando.

—¿Esperá qué? —pregunta el Ruso.

Fernando no contesta, pero señala a la nena.

—Bueno, chiquita. Estás a punto de ver el mejor estadio del mundo.

—Dale, tío.

—El primer estadio hecho de cemento en toda Sudamérica.

—¡Ufa! ¡Dale!

—Ahora está nuevo, pero incompleto —agrega Mauricio.

—¡Dale, que quiero ver!

—Como quedó un poco viejo, por eso el Rojo lo está haciendo de nuevo —agrega Fernando.

—¡¡Dale, tío!!

—Pero va a quedar mejor, mucho mejor…

—¡¡¡¡¡Quiero ver!!!!!

—Cha cha, cha channnnn….

La nena aprieta la mano que le cubre los ojos, para zafarse. Antes de permitírselo, el Ruso se toma un instante, levantando la cabeza hacia los otros dos. Cruzan miradas rápidas, pestañean veloces, la miran a la nena.

—¿Estás lista?

—¡¡¡¡¡Dale, tío, que no aguanto más!!!!!

El Ruso siente las pestañas de la nena haciéndole cosquillas en la palma. Mira otra vez a sus amigos. Y entonces sí, con ademán de torero, el Ruso quita la mano y se hace a un lado, para que Guadalupe pueda ver.

Ituzaingó, diciembre de 2010

Agradecimientos

A Gaby, por acompañarme, también, en los vaivenes de la lenta construcción de esta historia, y por aceptar sus pérdidas.

A Clarita, por prestarme el nombre de una de sus mejores amigas para llamar así a Guadalupe.

A Fran, por el amor cristalino con el que quiere a Independiente.

A Jessie y a Valeria, por su afectuosa lectura de los borradores de esta novela.

A Pablo, por compartir el arte escrupuloso de la ironía interminable.

A Facundo Sava, por la generosidad con la que me brindó sus conocimientos.

A mis amigos del fútbol de los sábados, por ese mundo lleno de privilegios sencillos e intransferibles que ofrece la amistad entre hombres.

A mi editora Julia Saltzmann, por su paciencia y su perseverancia.

A mi agente Irene Barki, por sus esmeros incansables.

EDUARDO SACHERI. Nació en Buenos Aires en 1967. Profesor y licenciado en Historia, ejerce la docencia universitaria y secundaria. Publicó los libros de relatos
Esperándolo a Tito y otros cuentos de fútbol
(2000),
Te conozco, Mendizábal y otros cuentos
(2001),
Lo raro empezó después. Cuentos de fútbol y otros relatos
(2004),
Un viejo que se pone de pie y otros cuentos
(2007), y las novelas
La pregunta de sus ojos
(2005; Alfaguara, 2009) y
Aráoz y la verdad
(Alfaguara, 2008). Colabora en diarios y revistas nacionales e internacionales. Su novela
La pregunta de sus ojos
fue llevada al cine por Juan José Campanella, con el nombre
El secreto de sus ojos
, film que se convirtió en una de las películas más exitosas de la historia del cine argentino, fue distinguido con numerosos premios —entre los que se destaca el Oscar a la mejor película extranjera (2010)— y cuyo guión estuvo a cargo de Sacheri y Campanella. Aráoz y la verdad fue adaptada al teatro por Gabriela Izcovich y protagonizada por Luis Brandoni y Diego Peretti. Sus narraciones han sido publicadas en medios gráficos de la Argentina, Colombia y España, e incluidas por el Ministerio de Educación de la Nación en sus campañas de estímulo de la lectura. Su obra ha sido traducida a más de veinte idiomas.

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