Papeles en el viento (36 page)

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Authors: Eduardo Sacheri

Tags: #Relato

—No te van a dar bola.

—Ya sé, genio. No digo de ir a una de esas empresas y pedirles que lo carguen a Pittilanga. Nos van a sacar a patadas en el orto.

—¿Y entonces?

—El Cristo decía de meter los datos de sotamanga. ¿Entendés? Datos de mentira, como que el pibe es una estrella…

Fernando lo mira, para cerciorarse de que habla en serio. Sí. Habla en serio. Se imagina al Cristo, agazapado bajo un sobretodo de solapas levantadas, recorriendo las oficinas de una de esas empresas, con un maletín y un microprocesador de última generación, como en esas películas de suspenso informático que dan cada tanto en los canales de cable. Es ridículo.

—Mucho cine, ustedes dos.

—Ya sé que no se puede hacer así. Para empezar, no tenemos ni idea de cómo hacerlo.

—Menos mal.

—Ah, sí. ¿A ver, piola? ¿Qué plan mejor que el nuestro tenés para proponer?

—Ninguno.

—¿Entonces?

—Pero por lo menos no ando imaginando fantasías de espionaje electrónico, Ruso. Dejémonos de joder.

—Ya te dije que la idea no es esa. Lo pensamos, pero lo descartamos —el Ruso mueve la mano de lado a lado, como quien pasa un trapo para limpiar hipótesis descabelladas—. El plan es otro.

Fernando no puede evitar sonreír al escuchar el tono conspirativo del Ruso, pero voltea la cabeza hacia la ventanilla para que no vuelva a ofenderse.

—Te escucho.

—Con el Cristo dimos diez millones de vueltas. Hasta que aquí un servidor llegó a una conclusión brillante, si se me permite.

—Se te permite.

—Gracias. Tenemos un problema de información.

—Falsa.

—Como quieras. De falsa información. Necesitamos introducir información falsa en una base de datos que no manejamos. Y no tenemos modo de hacerlo.

—Bárbaro. ¿Y cómo piensan entrar?

—Ahí está. No se puede entrar. No hay manera.

Fernando se detiene en un semáforo. Mira al Ruso con cara de “y entonces”. El otro sigue callado. Fernando pierde la paciencia:

—¿Me estás tomando de boludo?

—Para nada. Estoy esperando que tomes conciencia cabal de la verdadera dimensión del problema. No hay modo de entrar en la base de datos de estas empresas. No la hay. O nosotros no la tenemos ni la vamos a tener. Para el caso, da igual.

—¿Y entonces?

—Ya que no podemos entrar a la base de datos para plantar la información, la solución es simple: vamos a crear nuestra propia base de datos. Santa solución. La manejamos nosotros, y cargamos lo que carajo se nos canta.

—No te entiendo.

—No pretendo que me entiendas. Es más, me parece razonable que no me entiendas. Mejor. Significa que nuestro proyecto está más allá de la mediocridad de tu intelecto.

Teología III

—¿Y ustedes?

—¿Ustedes qué, Ruso?

—Mauricio y vos, Fer. ¿Qué piensan? Estuvieron todo el rato callados. ¿A quién le das la razón, con esto de Dios? ¿Al Mono o a mí?

—Qué querés que te diga, Ruso.

—Lo que pensás, Fernando. Si para vos vale la pena rezar, o es al divino botón.

—Dejá, Ruso. No quiero intervenir en semejante debate teológico y existencial. Sigan ustedes.

—Sos un cagón que no te querés jugar. ¿Y vos, Mauricio?

—¿Me puedo abstener, como Fernando?

—No, decime lo que pensás. No te rías, boludo.

—No me río, pero mirá lo que preguntás, Ruso. Es tan pelotudo pensar que Dios atiende los rezos como pensar que Dios existe y nos mira desde el cielo. Dejame de joder. Lo del Mono es una boludez tan pelotuda como lo tuyo, Ruso.

—…

—…

—Pero qué… ¿para vos Dios no existe?

—¿Para vos sí?

—Te pregunté yo, Mauricio.

—¡Más bien que no existe, Ruso! ¡O ahora resulta que Dios nos ama y nos cuida y nos protege! Si existiera Dios, ¿vos te pensás que la vida sería la mierda que es?

—No… sí…

—Bueno, tampoco te pongas así, Maur…

—Dejate de joder, Mono. Y no me vengan con el cuentito de la vida eterna. Te quiero ver, con eso de la vida eterna. Yo, por ahora, no tengo el menor dato del bendito Paraíso. Y a juzgar por lo que se ve acá abajo…, otra que Paraíso.

—Ah, entonces, según vos…

—Ni según vos, ni según yo, ni según un reverendo carajo, Ruso. Dios no existe, y la muerte es una mierda, y el Mono se curará o no, hagamos lo que hagamos y le recemos a quien le recemos, y dejémonos de romper las pelotas.

—…

—…

—A ver, Mauricio, y si Dios no existe, ¿quién creó todo, según vos?

—Me chupa un huevo, Ruso.

—Te estás escapando, Mauricio.

—Ufa, Mono, ¿no eras vos el que le discutía recién al Ruso que era al pedo ponerse a rezar?

—Sí, pero eso no significa que Dios no exista, Mauri.

—¿Ah, no? ¿Y qué significa, Mono?

—…

—…

—Significa que Dios existe, pero no da pelota.

49

Fernando cierra su paraguas cuando llega al toldo que protege la vereda del lavadero. Empuja la puerta y se encuentra con el staff de la empresa en pleno. El Feo y Molina juegan un partido de fútbol en la Play Station. Barcelona contra Manchester. El Feo, con el Barcelona, gana uno a cero. El Chamaco les ceba mate, con los ojos fijos en la pantalla. Del otro lado, el Ruso y el Cristo están encorvados sobre una mesa diminuta en la que han instalado una computadora.

Fernando saluda y recibe las respuestas.

—Aprovechá a preguntarle, Ruso —dice el Feo, sin desatender el juego.

El Ruso se asoma por sobre el hombro del Cristo.

—Ah, eso te quería preguntar. ¿Vos conocés a alguien que traiga cosas de electrónica baratas, de esas que no pasan por la aduana?

—¿Qué? —desde que eran chicos el Ruso tiene la manía de iniciar las conversaciones sin preámbulos ni explicaciones, por el sitio en el que estén sus propios pensamientos, y eso a Fernando tiende a desorientarlo.

—Claro, boludo. Esos tipos que viajan y traen. No sé, notebooks, gps, teléfonos…

—¿Qué necesitás?

—Yo no. Estos —señala a sus empleados—. Me tienen las bolas llenas con que quieren una Play Station 3.

—¿Y esta? —Fernando señala la consola que están utilizando.

—Esta es una Play 2 —dice el Chamaco, con tono de “mirá la obviedad que tengo que aclararte”. A Fernando le parece que el Feo y Molina sacuden también la cabeza, piadosos o burlones.

—Parece que la Play 3 es mucho mejor —aclara el Ruso—. ¿No, Feo?

—Muchísimo… ¡Esa! —el Feo, contento, acaba de quitarle la pelota a Molina, usando ese defensor gigantesco que se ha creado a la medida de su estrategia.

—Con este pibe no se puede jugar —Molina se rinde, filosófico—. Mejor voy a baldear la playa.

—Buenísimo —concuerda el Ruso—. Está escampando y capaz que entran a caer servicios.

Los empleados dejan las cosas y salen de la oficina.

—¿Pero cuánto sale una Play 3, Ruso? —pregunta Fernando, preocupado por las siempre trémulas finanzas de su amigo.

—Acá el Cristo dice que acá vale setecientos, ochocientos dólares.

—Sí, pero te la pueden traer por seiscientos, capaz —acota el Cristo, sin dejar de trabajar sobre la computadora.

—Pero igual son como dos mil quinientos mangos eso.

Se hace un silencio, pero Fernando advierte que no se debe a que se hayan quedado en la inconveniencia de dilapidar semejante cantidad de guita en un juguete, sino en que están concentradísimos en lo que ocurre en el monitor de la computadora.

—¿Y la compu de dónde la sacaron? Parece nueva…

—Ajá —concede el Cristo—. La consiguió tu amigo, acá, por un canje.

—¿Canjeó una computadora por lavados de auto?

—Si lo dejás, te consigue uranio enriquecido el guacho. Es una cosa impresionante. Yo no lo puedo creer. Te juro. Cada día aprendo algo con este tipo.

Fernando voltea hacia el Ruso, que no puede evitar un gesto de “modestamente”.

—Sí, pero son cosas malas, Cristo. Cuando llegaste eras un buen pibe. El Ruso te va a echar a perder, acordate lo que te digo.

—Capaz.

—Dejen de hablar pavadas que tenemos que hacer —dice el Ruso—. Acercate aquella silla, Fer. ¿Ya entraste en la página, Cristo?

—No. Me dijiste que esperara.

—Bien, bien. Para saber, nomás —mira a Fernando por encima del hombro del Cristo—. ¿Estás listo, pendejo?

—Cuando quieras.

—Ahí va. Ahí se carga.

La pantalla toma, de fondo, un color azul verdoso. En primer plano, empiezan a aparecer los rótulos principales. “Marca Pegajosa” es el primero. El Cristo y Daniel prorrumpen en aplausos.

—¿Qué es eso de “Marca Pegajosa”? —pregunta Fernando.

Los otros dos lo miran pero no responden. Bajo el rótulo principal se despliega un pequeño subtítulo. “Un desarrollo de Ruscris Comunications.” Fernando empieza a comprender. En pantalla se abren varias fotografías de jugadores de diferentes equipos. De inmediato se dibujan varios íconos, correspondientes a diferentes categorías del fútbol profesional, y una barra para el buscador.

—Decime el nombre de un jugador cualquiera, más o menos conocido. Tampoco uno superfamoso. Esos no vale la pena cargarlos.

—¿De ahora?

—Sí. Que juegue acá, aparte.

—Morel.

—¿Morel Rodríguez, el de Boca?

—No, Morel el de Tigre.

El Cristo teclea los datos y da enter. Se abre otra página con la foto del futbolista y un cuadro estadístico. Fernando echa un rápido vistazo a las columnas descendentes: partidos jugados, ganados, empatados y perdidos. Goles. Asistencias. Rachas.

A los costados hay otras entradas con íconos especiales. Una reza “partido por partido”.

—¿Se puede entrar ahí? —pregunta Fernando, entusiasmado.

—Psí… pero —el Cristo da enter, pero aparece una leyenda en inglés que dice que la página está en preparación—. Todavía falta meter un montón de datos.

—Tenés que meterle pata, Cristo. Necesitamos una masa crítica.

El Cristo lo considera al Ruso con callada paciencia. —Tené en cuenta que tengo que operarte este lavadero de

mierda catorce horas por día, Ruso. Y tengo una mujer. Y un

hijo.

—Ah, sí. Como si el tiempo que estás acá lo tuvieras muy ocupado —el Ruso se vuelve hacia Fernando—. La página nos la armó la hermana del Cristo. Pero todo el ingreso de datos lo tenemos que hacer nosotros.

—¿Y de dónde los sacan?

—¿Los datos? Si podemos, de otras páginas. Y si no, los inventamos.

—¿Pero no te van a tirar la bronca?

—Ay, Fer. Esto es Internet. ¿Quién se hace responsable de algo, en esta mierda?

—Bueno. Ahí vi que está Ruscris Comunications…

—¿Te fijaste? —el Ruso se deja ganar por el orgullo—. ¿Y el título qué te parece?

—¿“Marca Pegajosa”?

—Sí.

Fernando se toma un momento como para pensar o, más bien, como para fingir que piensa.

—La verdad que está buenísimo.

El Cristo y el Ruso se hacen un gesto de recíproca felicitación.

—¿Y los datos de Pittilanga?

El Ruso se revuelve en su silla, un poco inquieto, como un chef al que acaban de pedirle su especialidad. El Cristo teclea el nombre en el buscador. Aparece una foto del pibe con la camiseta de la Selección, de sus tiempos del Sub-17.

—La foto nos la pasó él mismo —Daniel se anticipa a la pregunta de Fernando.

—¿La página ya la vio?

—Je. ¿Si la vio? Entra dos veces por día. Está chocho, el pendejo.

Fernando se aproxima a la pantalla para leer.

—¿Cuarenta y dos goles? Nadie se lo va a creer, Ruso.

—Contamos los de todas las inferiores, Fer.

—Pero ahora, que es defensor…

—No importa. El Pichón de Passarella.

—¿A quién le decían el Pichón de Passarella, Cristo? A un pibe de Boca…

—¿Samuel?

—No, Cristo. Antes.

—Pará que lo tengo en la punta de la lengua…

—Oigan —Fernando quiere evitar que se dispersen—. ¿El partido por partido de Pittilanga está?

—Más bien, Ruso. ¿O te pensás que somos un par de improvisados?

Fernando lee el cuadro que acaba de desplegarse.

—¿Quién les puede creer que en un partido contra Boca Unidos de Corrientes Pittilanga haya hecho cuarenta y tres cortes de avances rivales?

—¿Siempre es así de negativo tu amigo? —pregunta el Cristo.

—No sabés. Una condena.

—En serio les digo.

—Y eso que no entraste en la ventana de “El mejor partido”.

—¿Cómo?

—Cada jugador tiene ese link. Mostrale el de Pittilanga.

Se abre otra pantalla, con datos de un supuesto partido entre Bartolomé Mitre y Santamarina de Tandil, de dos meses atrás.

—¿La fecha del partido es cierta?

Los otros se miran como si la pregunta hubiera estado a punto de ofenderlos.

—Más bien que es cierta. Lo único que retocamos es el rendimiento individual de Mario Juan Bautista. Lo demás, no.

—Bueno. A veces tocamos también los resultados.

—A veces, sí.

Fernando lee. Para ese partido las estadísticas de Pittilanga señalan cincuenta y cinco quites de balón, cuarenta de ellos al pie de un compañero, dos con salida en jugada individual y el resto al saque lateral. Para el mismo partido, los delirantes esos le han endilgado una asistencia de gol y un tiro libre en el travesaño.

—¿Ustedes suponen que alguien puede creerles eso?

—La fe mueve montañas.

—No jodan.

—Te dije que era un escéptico. Mostrale el concurso.

—¿Qué concurso? —se interesa Fernando.

—Se le ocurrió a tu amigo —informa el Cristo—. Con esto de que no damos abasto con la carga de datos.

—Claro, porque para que sea verosímil no podemos cargar sólo cosas de Pittilanga.

—Y entonces se nos ocurrió contar con colaboradores.

—Tercerizamos el trabajo de campo, bah.

—Me están jodiendo.

—Mostrale.

Mientras hablan el Cristo ha vuelto a la página principal. Cliquea en un recuadro que se titula “Jóvenes promesas de la estadística deportiva 2010”. En esa pantalla se invita a jóvenes de todo el país a tomar parte del concurso homónimo, enviando el planilleo estadístico de los partidos de los torneos de Ascenso que cada voluntario pueda cubrir.

—Me están jodiendo. ¿Y alguien les mandó algo?

—Hombre de poca fe. ¿Cuántas colaboraciones tenemos hasta el momento, Cristo?

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