Punto crítico (12 page)

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Authors: Michael Crichton

Tags: #Tecno-Thriller

Todos los hombres que segundos antes estaban debajo habían desaparecido.

La caja seguía moviéndose en sentido lateral, a unos diez metros de donde ellos estaban.

—¡Dios! —exclamó Casey.

—¿Qué? —preguntó Richman.

—¡Corre! —gritó ella, empujando a Richman a la derecha, a la sombra del andamio que se alzaba debajo de un fuselaje a medio montar. Richman se resistía; no acababa de entender que…— ¡Corre! ¡Está a punto de soltarse!

Por fin echó a correr. A su espalda, Casey oyó el crujido de la madera y un chasquido metálico cuando se soltó la primera de las sogas del elevador y la gigantesca caja comenzó a deslizarse de su soporte. Acababan de llegar al andamio del fuselaje cuando oyó otro chasquido y la caja se estrelló contra el suelo de cemento. Astillas de madera se desperdigaron en todas las direcciones, silbando en el aire, seguidas por un estampido atronador cuando la caja cayó de lado. El sonido retumbó en el edificio.

—¡Santo cielo! —exclamó Richman, volviéndose a mirar a Casey—. ¿Qué ha sido eso?

—Eso es lo que llamamos una reivindicación sindical.

Los trabajadores corrían en todas direcciones, figuras brumosas en la persistente nube de polvo. Se oían chillidos, gritos de socorro. Se disparó la alarma de emergencias médicas, haciendo vibrar todo el edificio. En el otro extremo de la planta, Casey vio a Doug Doherty, que cabeceaba con expresión de tristeza. Richman miró por encima de su hombro y se desprendió una astilla de ocho centímetros de longitud de la espalda de la americana.

—¡Dios mío! —susurró. Se quitó la americana e inspeccionó la tela, pasando el dedo por el agujero.

—Ha sido una advertencia —dijo Casey—. Y de paso han inutilizado la herramienta. Ahora habrá que desembalarla y reconstruirla. Eso significa varias semanas de retraso.

Los supervisores de planta, vestidos con camisa blanca y corbata, corrieron hacia el grupo congregado en torno a la caja caída.

—¿Qué pasa ahora? —preguntó Richman.

—Apuntarán algunos nombres y despedirán a alguien —explicó Casey—. Pero no servirá de nada. Mañana habrá otro incidente. Ésa no es la forma de pararles los pies.

—¿Crees que esto ha sido un aviso? —preguntó Richman mientras volvía a ponerse la americana.

—Sí; para la CEI —respondió—. Una advertencia clarísima: mirad a vuestras espaldas, mirad por encima de vuestras cabezas. Cada vez que visitemos la planta, caerán herramientas o se producirá toda clase de accidentes. Hemos de tener cuidado.

Dos trabajadores se separaron del grupo congregado alrededor de la caja y echaron a andar hacia Casey. Uno era un hombre corpulento, con tejanos y una camisa roja a cuadros. El otro era más alto y llevaba una gorra de béisbol. El individuo de la camisa roja llevaba una taladradora de acero en la mano, y la balanceaba como si fuera una porra metálica.

—Eh, Casey —advirtió Richman.

—Ya los he visto —contestó ella. No iba a dejarse intimidar por un par de matones del sindicato.

Los hombres caminaban a su encuentro. De repente un supervisor con una tablilla de notas en la mano les cerró el paso y les pidió las chapas de identificación. Los hombres se detuvieron a hablar con el supervisor, mirando con furia a Casey por encima de la cabeza de aquél.

—No nos darán problemas —aseguró Casey—. Dentro de una hora se habrán largado de aquí. —Volvió al andamio y cogió su maletín—. Vamos. Llegamos tarde.

7:00 H
EDIFICIO 64/CEI

Las sillas chirriaron en el suelo cuando todos los reunidos se acercaron a la mesa de formica.

—De acuerdo —dijo Marder—, empecemos. Se han producido acciones sindicales con el propósito de detener esta investigación. No permitáis que esto os amilane. Mantened la vista fija en el balón. Primer punto: información meteorológica.

La secretaria repartió hojas en la sala. Era un informe del Centro de Control de Tráfico Aéreo del aeropuerto de Los Ángeles titulado: «Administración Federal de Aviación: INFORME DE ACCIDENTE AÉREO».

Casey leyó:

INFORMACIÓN METEOROLÓGICA

Condiciones en la zona del accidente en el momento del accidente

JAL054, un B747/R, pasó quince minutos antes que el TPA545 por la misma ruta y a 1000 pies por encima. JAL054 no informó de turbulencias.

Informe inmediatamente anterior al accidente

UAL829, un B747/R, informó de la presencia de baches de aire en FIR 40.00 norte/165 este a FL350. Esto fue 120 millas al norte y 14 minutos antes de la ruta del TPA545. UAL828 no dio ningún otro aviso de turbulencias.

Primer informe posterior al accidente

AAL727 informó de baches continuos a 39 norte/270 este en FL350. AAL722 estaba en la misma ruta, 2000 pies por debajo y aproximadamente 29 minutos después del TPA545. AAL722 no informó de turbulencias.

—Todavía faltan por llegar los datos del satélite, pero creo que ya tenemos pruebas suficientes. Los tres aviones cercanos a TransPacific en tiempo y posición sólo comunicaron una ligera inestabilidad meteorológica. En consecuencia, descartamos las turbulencias como causa del accidente.

Hubo varios gestos de asentimiento alrededor de la mesa. Todos estaban de acuerdo.

—¿Alguna información adicional sobre este punto?

—Sí —respondió Casey—. Los pasajeros y miembros de la tripulación entrevistados coinciden en que en ningún momento se iluminó la señal del cinturón de seguridad.

—De acuerdo. Entonces hemos terminado con las condiciones meteorológicas. Sea lo que fuere lo que le ocurrió al avión, no tuvo nada que ver con turbulencias. ¿Qué hay del registrador de datos de vuelo?

—El registrador de datos es anómalo —respondió Casey—. Están trabajando en ello.

—¿Inspección visual del aparato?

—El interior sufrió daños importantes —dijo Doherty—. Pero el exterior está bien. Perfectamente.

—¿Borde de ataque?

—Ningún problema aparente. Hoy trasladaremos el avión aquí, y echaré un vistazo a los pestillos y pistas de accionamiento. Pero hasta el momento no tenemos nada.

—¿Habéis probado los mandos de vuelo?

—Sí. Ningún problema.

—¿Instrumentos?

—En perfecto estado.

—¿Cuántas veces los probasteis?

—Después de oír por Casey la versión de los pasajeros, hicimos diez extensiones con la intención de conseguir una asimetría. Pero todo salió normal.

—¿Y la versión de los pasajeros? Casey, ¿sacaste algo en limpio de las entrevistas?

—Sí —respondió ella—. Una pasajera dijo oír una pequeña vibración procedente del ala, que duró entre diez y doce segundos…

—¡Mierda! —exclamó Marder.

—… seguida de una ligera elevación del morro, luego una bajada…

—¡Maldita sea!

—… y luego una serie de oscilaciones drásticas de altitud.

Marder le dirigió una mirada fulminante.

—¿Quieres decir que son los
slats
otra vez? ¿Es posible que todavía tengamos un problema de
slats
en ese avión?

—No lo sé —dijo Casey—. Una azafata asegura que, según el comandante, se había producido una extensión incontrolada de
slats
, y que había tenido problemas con el piloto automático.

—Cielos. Para colmo, problemas con el piloto automático.

—Y una mierda —terció Burne—. Ese comandante cambia de versión cada cinco minutos. Le dice a la torre de control que hay turbulencias, y a las azafatas que fallaron los
slats
. Seguro que en este mismo momento está contándole una historia diferente a la compañía aérea. Lo cierto es que no sabemos qué pasó en la cabina de mando.

—Es evidente que fueron los
slats
—dijo Marder.

—No, no lo es —replicó Burne—. La pasajera que habló con Casey dijo que no sabía si la vibración procedía del ala o del motor, ¿no es así?

—Sí —confirmó Casey.

—Pero cuando miró el ala, no vio que se extendieran los
slats
. Y si se hubieran extendido, lo habría visto.

—Eso también es cierto —dijo Casey.

—Pero no podía ver los motores porque los oculta el ala. Es posible que se extendiesen los inversores de empuje —sugirió Burne—. A velocidad de crucero, eso produciría una vibración, seguida de un súbito descenso en la velocidad relativa, quizá incluso un alabeo. El piloto se asusta, procura compensar, reacciona desproporcionadamente y… ¡eso es!

—¿Algún dato que confirme este supuesto despliegue de inversores de empuje? —preguntó Marder—. ¿Daños en las camisas? ¿Algún signo de una fricción inusual?

—En la inspección de ayer no encontramos nada anormal —respondió Burne. Hoy usaremos ultrasonidos y rayos X. Si hay algo, lo encontraremos.

—Bien —prosiguió Marder—. De modo que estamos examinando los
slats
y los inversores de empuje y necesitamos más datos. ¿Qué hay de los sistemas de memoria no volátil? ¿Ron? ¿Los fallos sugieren algo?

Todos se volvieron hacia Ron Smith, que se encogió en su asiento, como si quisiera esconder la cabeza entre los hombros. Carraspeó.

—¿Y bien? —preguntó Marder.

—Sí, John. Bueno, tenemos una asimetría de
slats
en la gráfica de la unidad de adquisición de datos de vuelo.

—De modo que los
slats
se extendieron.

—Bueno, lo cierto…

—Y el avión empezó a hacer piruetas en el aire, sumió a los pasajeros en un auténtico infierno y mató a tres de ellos. ¿Es eso lo que estáis sugiriendo? —Nadie respondió—. ¡Dios mío! ¿Qué coño os pasa? Se supone que este problema se resolvió hace cuatro años. ¿Y ahora me decís que no es así?

Todos guardaron silencio, mirando fijamente la mesa, avergonzados y asustados por la furia de Marder.

—¡Maldita sea! —exclamó Marder.

—No perdamos la calma, John —dijo Trung, el responsable de aviónica, en voz baja—. Estamos pasando por alto un factor muy importante: el piloto automático.

Se produjo un largo silencio. Marder lo fulminó con la mirada.

—¿Qué pasa con el piloto automático? —preguntó.

—Incluso si los
slats
se hubieran extendido a velocidad de crucero, el piloto automático habría mantenido una estabilidad perfecta —explicó Trung—. Está programado para compensar esa clase de errores. Si los
slats
se extienden, el piloto automático toma el control. El piloto ve el aviso y los retrae. Entretanto, el avión continúa volando sin ningún problema.

—Quizá desconectara el piloto automático.

—Tiene que haber sido así, pero, ¿por qué?

—Puede que tu piloto automático provocara el incidente —dijo Marder—. Tal vez haya un virus en el código.

Trung hizo una mueca de escepticismo.

—Ha ocurrido otras veces —insistió Marder—. El año pasado, en Charlotte, hubo un problema con el piloto automático en un vuelo de las Fuerzas Aéreas de Estados Unidos. Causó un alabeo incontrolado del avión.

—Sí —asintió Trung—, pero no se debió a un virus en el código. Los de mantenimiento sacaron el ordenador de control de vuelo A para limpiarlo, y cuando lo reinstalaron, no lo encajaron a fondo en la plataforma y las clavijas de conexión no quedaron bien insertadas. El aparato comenzó a hacer contactos eléctricos intermitentes. Fue sólo eso.

—Pero en el vuelo 545 la azafata dijo que el capitán tuvo que disputarse el control del aparato con el piloto automático.

—Es lógico —replicó Trung—. Cuando el avión excede los parámetros de vuelo, el piloto automático intenta tomar el mando. Reconoce un comportamiento extraño y da por sentado que el avión no tiene piloto.

—¿Y esa eventualidad aparece en el registro de fallos?

—Sí. Indica que el piloto automático trató de tomar el control cada tres segundos. Supongo que el piloto lo dominó en todos los casos porque quería hacerse cargo del avión personalmente.

—Pero se trataba de un piloto con experiencia.

—Precisamente por eso creo que Kenny tiene razón —dijo Trung—. No tenemos idea de qué pasó en la cabina de mando.

Todos se volvieron hacia Mike Lee, el representante de la línea aérea.

—¿Qué dices tú, Mike? —preguntó Marder—. ¿Podremos conseguir una entrevista o no?

Lee suspiró con aire de resignación.

—Ya sabéis que he asistido a muchas reuniones como ésta —dijo—. Y hay una tendencia generalizada a culpar a los que no están presentes. Forma parte de la naturaleza humana. Ya os he explicado el motivo de que la tripulación se marchara del país. Vuestros propios expedientes confirman que el comandante es un piloto de primera. Es posible que haya cometido un error. Pero teniendo en cuenta los antecedentes de este modelo de aeronave, en concreto los problemas con los
slats
, yo examinaría el avión antes de llegar a ninguna conclusión. Y lo haría a conciencia.

—Lo haremos —aseguró Marder—. Naturalmente que lo haremos, pero…

—Porque a nadie le conviene empezar una guerra sucia —prosiguió Lee—. Estáis obsesionados con la inminente venta a Pekín. Bien, lo entiendo. Pero os recuerdo que TransPacific también es un cliente importante de la compañía. Hasta la fecha hemos comprado diez aviones y encargado otros doce. Estamos ampliando nuestras rutas y negociando un acuerdo con una compañía de vuelos internos. En este momento no necesitamos mala prensa. Ni para los aviones que os compramos a vosotros, ni para nuestros pilotos. Espero haberme expresado con claridad.

—Más claro que el agua —dijo Marder—. Yo no podría haberlo expresado mejor. Muchachos, ya sabéis lo que queremos. Ahora, a trabajar. Quiero
respuestas
.

7:59 H
EDIFICIO 202 / SIMULADORES DE VUELO

—¿El vuelo 545? —preguntó Felix Wallerstein—. Es inquietante; sí, muy inquietante.

Wallerstein era un hombre elegante, de cabello cano, procedente de Múnich. Dirigía el programa de simulación de vuelo y adiestramiento de pilotos de la compañía Norton con eficacia germánica.

—¿Por qué dices que es inquietante? —preguntó Casey.

Wallerstein se encogió de hombros.

—Porque ¿cómo sucedió lo que sucedió? Parece imposible.

Recorrían la larga sala central del edificio 202. Los dos simuladores de vuelo, uno de cada modelo en activo, se alzaban sobre ellos. Parecían morros mutilados de aviones sostenidos por una intrincada red de elevadores hidráulicos.

—¿Tienen los datos del registrador de vuelo? Rob ha dicho que quizá pudierais descifrarlos.

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