Punto de ruptura (26 page)

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Authors: Matthew Stover

***

El lor pelek estaba parado en la ladera, más abajo que Mace, sujetando las riendas de un herboso ensillado. El animal mantenía uno de sus tres ojos temerosamente fijo en Vastor, y cuando éste habló, el herboso tembló como si quisiera alejarse y no pudiera hacerlo por estar sujeto en ese lugar por una fuerza invisible que controlaba sus instintos.

Jedi Windu. Han enviado a por ti, dôshalo.

Mace no necesitaba preguntar quién.

—¿Dónde está ella?

A una hora de viaje. Descansando en su howdah. Ella ya no camina.

Mace se sintió aturdido. El mundo se desenfocó como si mirara su reflejo en un estanque agitado.

—A una hora... ¿Ya no camina...? —eso no tenía sentido, pero sintió en la Fuerza que era verdad—. Ella estuvo aquí... Aquí mismo...

No.

—Pero lo estuvo... Me saludó y... —Mace se pasó la mano por el cráneo, buscando sangre o alguna hinchazón, buscando alguna herida en la cabeza—. Yo le devolví su sable láser... Luchamos... Luchamos con las fragatas...

Tú luchaste solo.

—Ella estaba conmigo...

Envié dos hombres a buscarte
cuando
no te uniste a la marcha. Te observaron desde abajo, ocultos de las naves balawai. Te vieron solo en el campamento, con tus hojas restallando contra los disparos. Mis hombres dicen que las alejaste tú solo,
aunque
no parecían estar dañadas. Puede que hagas enseñado a los balawai a temer el arma Jedi.
Mostró a Mace los afilados dientes.
Nick Rostu habla mucho de tu victoria en el desfiladero. Puede que ni yo consiguiera igualar esa hazaña.

—Ella estaba conmigo —se miró los rastros de ámbar de portaak que manchaban la palma de sus manos—. Luchamos... o hablamos... No consigo recordarlo...

Lo que recuerdas es el pelekotan.

—¿La Fuerza...? ¿Estás diciendo que fue una especie de visión de la Fuerza?

El pelekotan nos trae sueños de nuestros deseos y miedos cuando estamos despiertos
. El tono de Vastor era serio, pero no hostil.
Cuando deseamos lo que tememos y tememos lo que deseamos, el pelekotan siempre responde. ¿Han olvidado eso los Jedi?

—Parecía tan real. Parecía más real que tú.

Vastor se encogió de hombros.

Lo era. Sólo el pelekotan es real. Todo la demás es sólo formas y sombras; menos que una nube, o un recuerdo. Somos el sueño del pelekotan. ¿También han olvidado eso los Jedi?

Mace no contestó. Sólo entonces fue consciente del peso equilibrado de su chaleco. Se llevó una mano a las costillas del costado derecho y sintió a través del manchado cuero de pantera la forma de un sable láser, semejante al que llevaba a la izquierda.

El sable láser de Depa.

¿Y qué importaba si lo que había visto en el campamento había sido una visión en la Fuerza? ¿Cambiaba eso la verdad de lo que había visto? ¿Cambiaba eso la verdad que ella había visto en él?

Con la Fuerza, esas verdades se volvían aún más reales, no menos.

—Un sueño —se oyó murmurar a sí mismo—. Un sueño... Vastor le hizo una seña para que montase el herboso.

Quizá fuera un sueño, pero si lo rechazas aprenderás con cuánta rapidez se conviene el sueño en pesadilla.

Mace subió a la silla sin decir al lor pelek que ya sabía eso.

Algún oscuro impulso le impelió a preguntar a su vez.

—¿Y a ti, Kar Vastor, qué visiones te entrega el pelekotan? Su respuesta fue una mirada sin límites, inhumana, tan llena de peligros imprecisos como la misma selva.

¿Por qué debería mostrarme nada el pelekotan? Yo no tengo miedos.

—¿Ni deseos?

Pero ya había dado media vuelta y guiaba al herboso, sin dar indicios de haberle oído.

***

DE LOS DIARIOS PRIVADOS DE MACE WINDU.

Kar Vastor guió mi herboso a pie. Era capaz de encontrar tan sin esfuerzo un camino en la espesura más densa e infranqueable que pudimos movemos a un trote continuado. Al cabo de un tiempo empecé a creer, como creo ahora, que su habilidad para moverse por la jungla sólo era percepción a medias; la otra mitad era poder desnudo. No sólo podía sentir un camino donde nadie podía verlo, sino que creo que podía crear a voluntad un camino donde antes no existía.

Puede que "crear" no sea el verbo adecuado.

Nunca vi su poder en acción, nunca vi los árboles moverse, ni las lianas desenredarse. Sólo sentí una corriente continuada en la Fuerza, un ciclo continuado que era como el respirar de alguna vasta criatura que se movía sola en la oscuridad. El poder fluía hasta dentro de él y volvía a salir, pero no le sentí usándolo, como no siento a mis músculos utilizando los azúcares con los que se alimentan.

Y era exactamente eso lo que parecía: que éramos transportados sin esfuerzo por entre la jungla, como glóbulos blancos por las venas. O como pensamientos por una mente infinita.

Como si fuéramos el sueño del pelekotan.

En ese viaje desde la retaguardia a la vanguardia de la hilera de guerrilleros en marcha obtuve mi primera visión del mítico Frente de Liberación Mesetario.

El FLM. El terror de la jungla. El enemigo mortal de la milicia. Guerreros implacables e imparables que habían expulsado de ese planeta a la Confederación de Sistemas Independientes.

A duras penas se mantenían con vida.

Su marcha era una columna deshilachada de heridos desfilando que podían seguirse unos a otros por entre la jungla gracias a las salpicaduras de sangre y a la fuerte peste a infección. En los días posteriores a esa marcha infernal descubriría que esa última operación era parte de una serie de ataques a los campamentos de exploradores selváticos. No habían salido a matar balawai, sino a conseguir botiquines, comida, ropa, armas, munición... Suministros que nuestra República no podía o no quería proporcionarles.

Se dirigían a su base en las montañas, donde se había congregado casi todo lo que quedaba del pueblo korun: todos sus ancianos e inválidos, sus hijos y lo que quedaba de sus rebaños. Vivir en espacios cerrados y atestados era antinatural para los korunnai. No tenían ninguna experiencia viviendo en esas condiciones, y eso enseguida se había cobrado un precio. Enfermedades desconocidas en la galaxia civilizada asolaron sus filas. En los meses posteriores a la llegada de Depa, la disentería y la neumonía habían matado más korunnai que las fragatas de la milicia.

Mientras marchábamos, esas fragatas volaban como buitres en círculos sobre la jungla. Los árboles zumbaban continuamente con el sonido de los pesados repulsores y los turboventiladores. Los zumbidos aumentaban de volumen, se transformaban en gritos y luego disminuían, convirtiéndose en el silbido de un insecto que se reúne con otros para formar enjambres que se dispersaban en individuos solitarios, moviéndose por el cielo invisible. Aquí y allí llovía fuego desde las alturas, iluminando con cortante luz anaranjada la penumbra bajo la cúpula de árboles, y proyectando negras sombras entre el verdor.

No creo que esperasen acabar con nadie.

Nos atosigaban constantemente, a veces disparando al azar por entre la cúpula de árboles, o haciendo pasadas para prender fuego a vastas extensiones con sus lanzallamas Fuego Solar. Devolver el fuego sólo habría conseguido delatar nuestra posición a sus artilleros, y lo único que podíamos hacer era escabullimos bajo los árboles y aspirar a no ser vistos.

Los guerrilleros apenas parecían darse cuenta. Los que podían andar caminaban cansinamente con la cabeza baja, como si tuvieran asumido que tarde o temprano caería sobre ellos una de esas alfombras de fuego. Korun hasta el tuétano, nunca pronunciaron una sola palabra de queja, y casi todos podían sacar energías de la Fuerza —del pelekotan— para mantenerse en pie.

Los que no podían andar iban atados como fardos al lomo de sus herbosos. La mayoría de los animales sólo llevaban heridos. Los víveres y equipos saqueados a los balawai eran arrastrados en primitivas pero sólidas angarillas de las que tiraban los herbosos.

A lo largo de esa marcha, el FLM también soportaría una nueva táctica de la milicia: el inicio de incursiones nocturnas. No parecían hacerlo con la esperanza de llegar a cogernos; ése no era su objetivo. Las fragatas se limitaban a volar a gran altura sobre sus cabezas y a disparar sus cañones láser al azar. Era puro hostigamiento. Para estropearnos el sueño. Para mantenernos despiertos y tensos.

Los hombres y mujeres heridos necesitan descanso para curarse. Ninguno de ellos lo obtendría. Cada mañana, siempre había unos pocos más inmóviles y fríos en sus lechos, mientras los demás nos levantábamos. Cada día, unos pocos más se tambaleaban, ciegos por el agotamiento, y se alejaban torpemente de la columna de marcha para perderse entre los árboles.

Normalmente de modo permanente.

Hay muchos grandes depredadores en Haruun Kal: media docena de diferentes especies de felinos de las lianas, dos variantes pequeñas de perros akk, además de los gigantescos lobos akk salvajes, y muchos carroñeros oportunistas como el jacuna, criatura avícola que no vuela y se desplaza en bandadas, o las varias docenas de diferentes lagartos mono del tamaño de pájaros, tan capaces de trepar y saltar de rama en rama como de correr por superficies planas, y ninguna es nada exquisita sobre si lo que come está muerto de verdad. La mayoría de los depredadores del planeta son lo bastante inteligentes como para recordar la buena comida que se obtiene siguiendo una columna de korunnai heridos. Por eso rara vez vuelve a verse a los rezagados.

Como diría Nick, éramos un bufé ambulante de
come-todo-lo-que-puedas
.

Por eso el FLM no necesitaba poner muchos guardias a los prisioneros.

***

Eran veintiocho, todos incluidos: dos docenas de exploradores selváticos y los cuatro niños supervivientes. Se dejaba que los
jups
se las arreglaran solos, apoyándose unos a otros lo mejor que podían, arrastrando a los que no podían andar en versiones pequeñas de las angarillas que arrastraban los herbosos.

Sólo estaban vigilados por una pareja de guardias akk de Vastor y por seis de sus feroces perros akk. Cuando Vastor pasó ante ellos con Mace, le explicó que los guardias y los perros sólo estaban allí para asegurarse de que los balawai no robasen armas o suministros a los korunnai heridos, o que no atacasen a sus captores. Los guardias no necesitaban armas láser. Cualquier prisionero que descara escapar por la jungla era bienvenido a hacerlo.

De todos modos, eso era lo que acabaría pasándoles: serían liberados en la jungla desprovistos de todo salvo de sus ropas y botas, abandonados para que buscaran cualquier forma de salvarse que fueran capaces de encontrar.

Tan pel'trokal. Justicia de la jungla.

Mace se inclinó sobre el cuello del herboso para hablar en voz baja al oído de Vastor.

—¿Cómo sabes que no retrocederían siguiendo la hilera de hombres? Algunos de vuestros heridos apenas pueden andar. Esos balawai pueden pensar que valdría la pena arriesgarse a robarles armas o suministros.

Vastor le dedicó una sonrisa con una boca llena de agujas.

¿No los
sientes? Están
en la
jungla,
no son
de la jungla. No pueden sorprendernos.

—¿Por qué están aquí entonces?

Hay luz
, retumbó Vastor, haciendo un gesto con la muñeca en dirección a las hojas iluminadas de verde de las alturas.
El día pertenece a las fragatas. Los prisioneros se entregan al tan pel'trokal después del anochecer
.

—En la oscuridad —murmuró Mace.

Sí. La noche nos pertenece.

Mace recordó la grabación de los susurros de Depa...: "
Utilizo la noche, y la noche me utiliza a mí
...". Eso le despertó un dolor agudo en el pecho. Su respiración era trabajosa y lenta.

Nick estaba con los prisioneros. Llevaba de las riendas a un herboso sarnoso y mal alimentado. El animal llevaba un conjunto de sillas dobles como el que se había hecho astillas en el lomo del herboso de Nick en el desfiladero. Cada silla era lo bastante grande como para llevar dos niños. Unto y Nykl iban en la silla de arriba, que miraba al frente, aferrados al grueso pelleja del cuello del herboso y mirando desde debajo de sus orejas. Keela y Pell iban en la silla inferior, mirando hacia atrás y abrazándose la una a la otra en muda desesperación.

Ver a esos cuatro niños le recordó al chico que no estaba con ellos, y tuvo que apartar la mirada de Kar Vastor. En su mente veía al lor pelea sosteniendo el cadáver de un chico. Veía el brillo del escudo a través del húmedo lustre de la sangre de Terrel.

No podía mirar a los ojos de Vastor sin odiarlo.

—¿También los niños? —las palabras parecieron amontonarse en la garganta de Mace y abrirse paso por sí solas hacia el otro hombre—. ¿Los entregarás a la jungla?

Es nuestra costumbre
. El gruñido de Vastor se suavizó con la comprensión.
Estás
pensando
en el chico. El del búnker.

Mace seguía sin poder mirarle a los ojos.

—Estaba capturado. Desarmado.

Era un asesino, no un soldado. Atacó a los indefensos.

—Tú también.

Sí. Y si el enemigo me captura, me darán una muerte peor que la que yo doy. ¿Crees que los balawai me ofrecerán una muerte limpia y rápida?

—No estamos hablando de ellos. Estamos hablando de ti.

Vastor se limitó a encogerse de hombros.

Nick los vio v les hizo una seña sardónica.

—La verdad es que no soy un cuidador de niños —gritó—. Sólo interpreté a uno en la HoloRed.

Su tono era alegre, pero el Maestro Jedi pudo leer en su rostro que sabía con claridad lo que les pasaría a esos niños al anochecer. Mace sintió dolor en su propio rostro, y se tocó la frente para descubrir que tenía el ceño fruncido.

—¿Qué hace él ahí?

Vastor miró más allá de Nick, como si mirarlo fuera un cumplido que el joven korun no se mereciese.

No se le puede
confiar un
trabajo de verdad.

—¿Porque me dejó atrás para salvar a sus amigos? Chalk y Besh eran combatientes veteranos. ¿Acaso no valían el esfuerzo?

Son
prescindibles.
Igual que él.

—No para mí —le dijo Mace—. Nadie lo es.

El lor pelek pareció meditar eso un largo rato mientras caminaba, conduciendo al herboso de Mace.

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