Punto de ruptura (29 page)

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Authors: Matthew Stover

—Mirad, sé que coger a los prisioneros me causará problemas con Kar. Y sé que os meteréis en líos por permitir que se vayan conmigo. ¿Por qué no os quedáis con nosotros? Traed a vuestros perros. Mantened a los balawai en la fila y no dejéis que se pierda ninguno. Tampoco es que Kar no sepa adónde vamos. Yo mismo se lo dije. Y si nos acompañáis, él no tendrá ninguna dificultad para encontrarnos. Podéis sentiros unos a otros en el pelekotan. ¿Verdad?

Una vez más intercambiaron miradas, y otra vez asintieron.

—Así, si Kar quiere esos prisioneros, podrá quitármelos él mismo. No podrá culparos de haberlos perdido si él mismo teme enfrentarse conmigo.

Eso resultaba de una lógica irreprochable para un korun empapado en la oscuridad.

—Es verdad —dijo el guardia lesionado—. Es verdad. ¿Se cree que eres un cachorro indefenso con piel de felino de las lianas, él? Que te tire de la cola, él. Lo que eres lo descubriremos enseguida, creo.

Y así fue como Mace Windu adquirió un par de pastores korun para su rebaño de balawai.

Mace había cimentado la ayuda de Nick empleando una técnica similar. Cuando iban a separarse de la columna del FLM, Mace se detuvo pensativo junto al herboso de Nick.

—Nick —empezó a decir—, voy a necesitar un ayudante.

El joven korun le miró de reojo y con sospecha desde lo alto de la silla.

—¿Un ayudante? ¿Para qué?

—Como dijiste al recogerme en Pelek Baw, yo no soy de por aquí. Necesito a alguien que pueda cuidar de mí, darme consejo, ese tipo de cosas...

—¿Quieres consejo? Deshazte de los puñeteros balawai y arrastra tu culo de Jedi de vuelta a la columna. Muéstrate dispuesto a besar a Kar y Depa antes de que ellos te troceen para hacer salchichas. Tienes libertad para pedir cualquier otro consejo.

—Eso es lo que hago.

—¿Eh?

—Necesito a alguien que sepa moverse por aquí. Alguien de confianza.

—Qué puñetera buena suerte —bufó Nick—. Yo no confiaría en nadie de por aquí...

—Yo tampoco. Sólo en ti.

—¿En mi? —Nick negó con la cabeza—. Has perdido del todo la cabeza. ¿No te has enterado? Soy el tío menos de fiar de todo el FLM. Soy el débil cobarde, ¿sabes? Soy el inútil cerebro de mantequilla que no pudo ni traerte desde Pelek Baw sin joderla, y ahora la estoy volviendo a joder siguiéndote en este demencial plan
liberar-a-los-balawai
...

—Eres el único hombre de fiar que he conocido en Haruun Kal —dijo Mace con firmeza—. Eres el único hombre en el que puedo confiar que hará lo correcto.

—Hurra y puñetera hurra. Mira lo que he conseguido con eso.

—Te ha conseguido la oportunidad de unirte al personal de un general del Gran Ejército de la República.

—¿Ah, sí? —Nick parecía interesado—. ¿Cuánto se cobra?

—Nada —admitió Mace, y Nick se quedó boquiabierto; pero el Maestro Jedi siguió hablando—. Pero cuando salga de este planeta me llevaré a mi personal conmigo.

Los ojos de Nick recobraron algo de brillo.

—Con un rango por comisión de, digamos, ¿mayor? Y en cuanto volvamos a Coruscant necesitaré instructores que entrenen a los oficiales en tácticas de guerrilla. Unos meses como asesor de guerrilla selvática y urbana afiliado al Templo Jedi te convertirán en alguien muy atractivo para cualquier capitán de mercenarios que se precie. Puede que hasta consigas tu propia compañía mercenaria. ¿No es eso lo que quieres? ¿O es que te confundo con otro korun cuyo sueño más querido es recorrer la galaxia como mercenario?

—Puedes aportar tu querido... Digo, no, señor. General. Mayor Rostu a las órdenes del general, señor. Ah... ¿No hay que hacer algún tipo de juramento o algo así?

—No lo había pensado, la verdad —admitió Mace—. Nunca antes había reclutado a nadie en el Gran Ejército de la República.

—Siento como si tuviera que alzar la mano derecha o algo así. Mace asintió pensativo.

—Pon la mano izquierda sobre tu corazón, alza la derecha y ponte recto.

Nick lo hizo.

—Esto es..., bueno, ¿sabes?, me siento raro con todo esto...

—No es algo que deba tomarse a la ligera. La Fuerza es testigo de estos juramentos.

—Sí, claro —Nick tragó saliva—. Vale, estoy listo.

—Juras solemnemente servir a la República en pensamiento, palabra u acto; defender a sus ciudadanos, resistir a sus enemigos y defender su justicia con todo tu corazón, tu fuerza y tu mente; renunciar a cualquier otra alianza, obedecer todas las leyes legales de tus oficiales superiores, mantener los más elevados ideales de la República y comportarte en todo momento honrando a la República como su representante, teniendo a la Fuerza como testigo, ayuda y fe.

No ha sonado nada mal
, pensó Mace.
Debería anotarlo
.

Nick parpadeó en silencio. Sus ojos parecían vidriosos, y se humedeció los labios.

Mace se inclinó hacia él.

—Di "sí juro", Nick.

—Cre... creo que sí juro —dijo con un tono de maravillada revelación, como si acabara de descubrir algo asombroso sobre sí mismo—. Digo. Sí. Lo juro.

—Ponte recto y saluda.

Nick lo hizo de una forma muy creíble, aunque seguía un tanto aturdido.

—Oye... Oye, siento algo. En la Fuerza... —su aturdimiento fue sustituido por una clara sorpresa—. Eres tú.

—Un soldado en posición de firmes no habla salvo para responder preguntas directas, ¿está claro?

—Sí, señor.

—Lo que sientes es nuestra nueva relación. Tiene una resonancia en la Fuerza no muy diferente al lazo que mantiene un akk con su humano.

—Entonces ¿ahora soy tu perro?

—Nick.

—Vale, vale, me callo. Lo sé. Esto..., señor.

—Descanse, mayor —le había dicho Mace cuando por fin devolvió el saludo del joven korun—. Ponlos en marcha.

Y ahora, mientras el guardia akk desaparecía en la lluvia, Mace llevó al balawai herido hasta el grupo de prisioneros exhaustos. No pudo encontrar a nadie entre ellos que pareciera lo bastante fuerte como para soportar el peso de ese hombre al caminar entre las entrelazadas raíces de árboles y por el lodo que llegaba a la pantorrilla, así que se limitó a encogerse de hombros y unirse a la marcha, sosteniendo el brazo del balawai alrededor de su cuello.

Continuaron la marcha chapoteando, con la cabeza gacha y encorvando los hombros contra el helado chaparrón.

***

Salieron de entre los árboles en un pequeño promontorio que acababa en un barranco vertical. La jungla hormigueaba en su base, cien metros más abajo. Habían ido descendiendo en un largo zigzag en dirección al suelo de ese cañón. Medio kilómetro más atrás, la cinta de una cascada descendía en una caída de mil metros. La pared más lejana del cañón era una mezcla de verdes, púrpuras y brillantes rojos que eclipsaba medio cielo. La tormenta se aproximaba desde detrás mientras Mace y Nick se apartaban de los árboles, y la ancha curva desprovista de tierra del camino de rondadores de vapor se veía al otro lado de la boca del cañón, a sólo un kilómetro de distancia, brillando a la luz del sol de la tarde, que refulgía con sesgados rayos rojos desde un cielo de cristal.

Mace y Nick iban a pie. Los febriles balawai iban atados a la silla del herboso.

—Ahí está —dijo Nick. Su voz era grave y hosca—. Bonito, ¿verdad?

—Sí. Muy bonito —Mace caminó alrededor del herboso—. Lástima que no lo consiguiéramos.

Cualquier persona sensible a la Fuerza habría podido sentir la amenaza que se abría ante ellos. A Mace le pareció como si un fuego forestal se abriera paso por entre los árboles. No podía sentir con exactitud lo que había allí abajo, pero sabía que era Vastor. Fueran cuales fuesen las fuerzas que había enviado tras él, ahora bloqueaban la boca del cañón.

Nick asintió. Cogió el rifle que colgaba del hombro, comprobó el cargador y lo amartilló.

—No podíamos movernos lo bastante deprisa —miró hacia atrás, adonde los balawai forcejeaban para salir del borde de la espesura. Negó con la cabeza—. Sólo necesitábamos una hora. Nada más. Una hora más y habríamos llegado.

—¿Qué ocurre? —el padre de los niños se unió a ellos cerca del borde del barranco—. ¿Ese es el camino? ¿Por qué hemos parado?

El guardia akk de la cara magullada salió de entre los árboles. Los seis perros akk y el otro guardia estaban dispersos detrás de los prisioneros. Hizo un gesto con la cabeza hacia el espeso arco de peligro que sentían todos ellos menos los herbosos y los balawai.

—Mala suerte, ¿eh? Te dije que Kar vendría, yo.

—Sí —Mace cruzó los brazos—. Era demasiado esperar que nos dejara partir —se volvió hacia el guardia akk—. Puedes ir con él si quieres.

—Puede que lo hagamos, nosotros. —El korun había recuperado parte de su anterior arrogancia. Tenía el pecho henchido y miraba a Mace con un aire de desdén que podría haber resultado convincente de no haber tenido mucho cuidado y mantenerse lejos de su alcance—. No vais a ir a ninguna parte tú, ¿eh?

Mace miró a Nick, que se encogió de hombros compungido.

—Parece que no —dijo Mace.

Nudos de balawai agotados se desanudaron por sí solos y se deshilacharon en pedazos para dejar pasar al guardia akk que se marchaba. Se unió al otro, y ambos se desvanecieron con los perros entre los árboles, fuera del alcance del sol de la tarde.

Nick señaló su propio rifle.

—¿De verdad crees que se unirán a Kar?

—En absoluto —dijo Mace con viveza—. Subirán por la ladera para cortarnos la retirada.

—No me gusta cómo suena eso. ¿Qué vamos a hacer nosotros?

—Dímelo tú, mayor.

Nick pestañeó.

—Estás de broma.

—En absoluto. ¿Qué podemos hacer, dadas nuestras condiciones para una victoria, que son salvar todas las vidas que podamos de estas personas?

—No puedo creer que me lo preguntes a mí.

—No te pregunto qué vamos a hacer —dijo Mace—, sino qué debemos hacer. Deja que lo exprese de otro modo: ¿qué cree Kar que haremos?

—Bueno... —Nick miró hacia el camino que habían seguido hasta allí, y después hacia abajo, en dirección a la boca del cañón y el camino de rondadores—. Deberíamos dividirnos. Si seguimos todos juntos estaremos atrapados y cogidos, ya sea por lo que Kar tenga abajo, o por los guardias del FLM que tenemos detrás. Si los prisioneros se dispersan, alguno podría escapar mientras Kar los va reuniendo.

—Exacto —Mace señaló al padre de los niños—. Tú. Haz que los demás salgan de entre los árboles. Os quiero a todos en estas rocas. De rodillas, con las manos detrás de la cabeza.

El balawai le miró con la boca abierta.

—¿Estás loco?

—¿Sabes algo? —dijo Nick con un suspiro—. Yo se lo pregunto todo el tiempo. Pero nunca obtengo una respuesta clara.

Mace cruzó los brazos sobre el pecho.

—Todos los que no quieran hacer lo que yo digo son bienvenidos a arriesgarse con la jungla y el FLM.

El hombre se volvió, meneando la cabeza.

—¿Qué vamos a hacer nosotros? —preguntó Nick.

—Otra cosa.

—Si no hubieras dicho a Kar que iríamos al camino de los rondadores de vapor, ahora mismo no estaría ahí abajo.

—Sí, nos habría alcanzado en la jungla y no habríamos tenido ninguna oportunidad.

—Espera... Espera, ya lo entiendo... —la comprensión asomó en el rostro de Nick.

Mace asintió.

—En la jungla, los prisioneros se habrían dispersado. Puede que, como dices, algunos hubieran escapado. El espera que nos dispersemos, como tú dijiste. Es el movimiento más evidente desde su punto de vista. Dejar que algunos mueran para salvar al resto. Por eso esperaba que Kar intentara hacer esto, que buscara un lugar donde poder cogemos a todos. Porque Kar y yo tenemos eso en común: con esta gente es todo o nada. Quiere entregar a todos a la jungla. Yo quiero enviar a todos a casa —los músculos se tensaron en su mandíbula—. No estoy dispuesto a obtener vida con la muerte, a no ser que esa muerte sea la mía.

Nick parecía impresionado.

—Kar no es hombre al que sea fácil mentir. Está tan conectado con el pelekotan que resulta arriesgado mentirle. Una vez vi cómo arrancaba la lengua a un tío...

Mace le miró de soslayo.

—¿Quién le ha mentido? Le dije que Depa y él podrían encontrarme esta tarde en el camino de rondadores de vapor. La mentira está en lo que él creyó que yo quería decir, no en lo que dije.

—E hiciste que yo os guiara porque supusiste que él adivinaría el camino que yo tomaría... Y trajiste a los guardias akk con nosotros para que él pudiera rastrearnos...

Mace asintió.

—Pero ¿por qué?

—Para que pudiéramos llegar a un sitio como éste. Estoy seguro de que cree que nos tiene aquí encajonados.

—Y así es.

—Así que no tiene prisa en venir a recogernos. Ahora bien, ¿de qué nos sirve ese camino de rondadores en función de nuestros objetivos? Es una zona despejada y abierta, donde cualquier fragata que pase podría ver a esta gente, y lo bastante amplia como para aterrizar en ella.

—Sí...

—¿De qué le sirve entonces impedir que lleguemos a una zona despejada... —Mace buscó dentro del chaleco y sacó los sables láser. Tiró el de Depa a Nick, que lo cogió con un gesto reflejo— ...cuando lo único que necesitamos es algo de tiempo para que podamos fabricarnos una propia?

Nick se quedó mirando el sable láser de su mano.

—Podría funcionar —admitió—. ¿Y tú quieres que yo enseñe a la gente a guerrear?

Mace se encogió de hombros.

—Esto no es guerrear, es dejarik.

—Sí, claro. Y cuando aparezca Kar serás tú quien vacíe el tablero de piezas. Sigamos adelante —agachó la cabeza siniestramente—. Nos va a matar a los dos, ¿sabes?

El sable láser de Mace dio con la palma de su mano, y una fuente de energía de un metro de largo creció desde el emisor.

—Eso queda por ver.

***

DE LOS DIARIOS PRIVADOS DE MACE WINDU.

Sólo nos llevó unos minutos despejar una zona de aterrizaje. Yo había apilado algunos de los árboles más pequeños con la intención de encender su madera húmeda con mi hoja y crear una enorme hoguera humeante, pero no hizo falta; tres escuadrillas de fragatas pasaron sobre nosotros antes de que termináramos de despejar la zona. No tuvieron muchos problemas en comprender la situación. Veintiocho balawai arrodillados con los dedos entrelazados en la nuca debieron de dejarles las cosas muy claras.

—Parece que lo hemos conseguido —dijo Nick, pero parecía obtener poca satisfacción del éxito—. Los hemos salvado. Ojalá pudieran devolvernos el favor.

Apenas habíamos empezado a cortar cuando ambos sentimos las fuerzas de Vastor cerrándose a nuestro alrededor, como un nudo viviente. Nick comentó entonces que mi pequeño engaño no había funcionado mucho tiempo.

Yo no respondí. Tenía la sensación de que mi verdadero contrincante en esta partida concreta de dejarik no era Kar.

Una de las fragatas giró en circulo sobre nosotros, ofreciéndose como cebo para ver si algún arma oculta abría fuego al ponerse a tiro. Y pude sentir en la Fuerza a los artilleros de su interior, apuntándonos a Nick y a mí con sus cañones láser. Sólo les contuvo nuestra proximidad a los balawai.

Como diría Nick, iba siendo hora de largarse.

Pero antes de irnos me agaché ante el padre de limo y Nykl.

—Quiero que des un mensaje al coronel Geptun.

Parecía desconcertado, y sus palabras se atropellaban con el cansancio.

—¿Geptun? ¿El jefe de seguridad de Pelek Baw? ¿Cómo se supone que voy a conseguir que me vea?

—Te interrogará él en persona.

—¿De verdad?

—Dile que el Maestro Jedi se ha ocupado de su problema Jedi. Dile que esta guerra habrá acabado si desarma a sus tropas civiles y retira a la milicia de la Tierras Altas de Korunnal. Tiene mi palabra de ello.

El hombre me miró con ojos muy abiertos, como si me hubieran salido antenas de la frente, y su asombro no era mayor que el de Nick.

—Una cosa más. Recuérdale que en menos de una semana he resuelto un problema que él no pudo arreglar en cuatro meses.

Me levanté y me paré junto a él para que mi sombra le cubriera el rostro.

—Dile que si no hace lo que le sugiero, él será el problema. Y que tendré que resolverlo a él.

Conduje a Nick hasta el interior de la jungla sin esperar una réplica.

Pero me paré un momento entre los árboles y miré atrás, adonde el padre abrazaba a los niños mientras esperaba a la fragata que descendía.

Adonde Keela abrazaba a Pell, los dos con la cabeza gacha ante el remolino de hojas que levantaban los turbocohetes de la nave.

No espero que me perdonen. Ni siquiera tengo esperanzas de ello. Sólo de que algún día esos niños puedan mirar a un Jedi sin odio en el corazón.

Es la única recompensa que deseo.

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