Perna:
—Tu gran amigo, el Papa de las lecturas inconvenientes, no me parece que tenga mucha intención de mantener a raya a esos malditos perros del Santo Oficio. Está a punto de estallar un gran desorden, ¿entendido? Hay que procurar que no nos jodan.
Miquez:
—Estoy empleando toda la diplomacia de que soy capaz para tantear el humor de los mercaderes que tienen negocios con nosotros. Trato de insinuar una preocupación muy concreta por las nefastas consecuencias de una eventual incriminación contra nosotros. No creo que baste. La diplomacia y la corrupción son artes indispensables en el momento presente, pero no siempre son suficientes. Es mejor estar preparados para cualquier eventualidad. De todas formas, en vista de los vientos que corren, es mejor que sigas lejos de Venecia.
—De acuerdo, pero no por mucho tiempo más. Empiezo a estar hasta los cojones de hacer de profeta a mis años. La siembra de Tiziano ha terminado ya. El concilio anabaptista ha sancionado la unión de las comunidades que disienten de la Iglesia. Círculos frecuentados por figuras destacadas en cualquier estado de la península presionan a los gobernantes. Un gran pintor, al que he tenido la suerte de frecuentar, Jacopo da Pontormo, está haciendo un fresco sobre
El beneficio de Cristo
en la capilla donde se dará sepultura a Cosme de Médicis. Una obra maravillosa, he visto el proyecto y parte de los frescos ya realizados, que lleva en gran secreto. Todas las comunidades están en activo: la piedra ha sido lanzada, las consecuencias ya se verán. Mientras tanto es menester que me tengáis informado de lo que acontezca en Venecia. También los detalles son importantes.
Nos quedamos en silencio. La resaca mece las adormecidas preocupaciones, la cabeza está pesada. Nuestras sombras se deslizan larguísimas a lo largo de las paredes hasta el techo.
Perna endereza la cabeza, como despertado por un ruido repentino, los ojos diminutos y enrojecidos de cansancio:
—¿Podría tomar un poco más de ese néctar?
Venecia, 24 de febrero de 1551
En Venecia soy uno más entre muchos. Un espía en el país de los espías. Son muchos los que observan, anotan, y luego se lo cuentan a su amo de turno, a menudo al servicio de varios amos al mismo tiempo. Turcos, austríacos, ingleses: no hay potencia, partido o compañía comercial que no tenga interés en mantener unos ojos y unos oídos en cada esquina de esta ciudad. Todos espían a todos, en un encaje de dobles juegos, triples, cuádruples. Dentro de este laberinto de estrategias y opuestas conjuras deberé estimular el interés común de involucrar a los judíos.
¿Cómo?
Entretanto mantengo la mente adiestrada con las intrigas que lubrican el pacto entre Carafa y los venecianos.
El 21 de este mes el Consejo de los Diez expulsó a los padres barnabitas y a las monjas angélicas de Venecia, bajo la acusación de pasar noticias reservadas, recogidas en confesión, al gobernador de Milán Ferrante Gonzaga, vasallo del Emperador. De este modo Carafa se ha visto libre de un competidor, ha cerrado los ojos y los oídos de Carlos V en Venecia. La astucia del viejo teatino causa espanto. No solo limpia el terreno de adversarios con miras a unos mayores manejos, sino que permite a los venecianos confirmar su célebre fama de celosos guardianes de sus propios asuntos, los únicos que no toleran injerencias de nadie, ni siquiera de Roma. El viejo finge lamentarse de ello, mientras estrecha la mordaza.
Estoy en Venecia desde hace un par de meses. No frecuento muchos lugares, pero tengo a sueldo varios ojos que observan lo que me interesa. Ante todo el burdel del difunto heresiarca de Amberes. Ni sombra de él: más fantasma que nunca. He de tener paciencia. Recabar más información sobre Tiziano. Y mientras tanto llevar a cabo la tarea que me ha sido asignada.
Venecia, 9 de marzo de 1551
Los ojos que pago en las habitaciones de la Magistratura de Extranjeros hablan de una extraña afluencia a la ciudad en octubre del pasado año. Personajes ambiguos, modestos artesanos, comerciantes, clérigos, literatos, algunos procedentes incluso de lejos. Un centenar de presencias difícilmente atribuibles a los negocios de Venecia. Ninguno de ellos se ha quedado más de una semana. Una mancha negra en los archivos de las autoridades locales.
Los nombres nada dicen. Excepto uno. Pietro Manelfi, hijo de Ippolito Manelfi, clérigo de Ancona.
El mismo nombre que aparecía entre los acólitos del círculo criptoprotestante de Florencia.
El mismo círculo frecuentado por Tiziano entre el 49 y el 50.
Una pista.
Indicar este nombre a los inquisidores de los territorios limítrofes: Milán, Ferrara, Bolonia.
Venecia, 16 de marzo de 1551
Ha llegado una misiva del padre inquisidor de las Romañas.
Interrogados algunos artesanos de Ravena debido a la práctica del bautismo de los adultos. Sostienen haber oído hablar de un tal Tiziano dedicado a esa práctica no hace más de un mes, en las tierras bajas en torno a la ciudad. Asimismo dicen que el dicho Tiziano hablaba contra la autoridad del clero y la propiedad eclesiástica. Dicen que se ganaba la simpatía de la plebe, siempre dispuesta en esa región a acoger cualquier pretexto para dar lugar a imposturas y disturbios.
Venecia, 18 de marzo de 1551
Indicación del inquisidor de Ferrara.
Afirma que el nombre de Tiziano el baptista es conocido en algunos ambientes de esa ciudad.
Venecia, 21 de marzo de 1551
La noche entera pasada reflexionando sobre la estrategia que adoptar con respecto a los judíos. Tal vez haya una manera.
Escribir a Carafa.
Carta enviada a Roma desde Venecia, dirigida a Gianpietro Carafa, fechada el 22 de marzo de 1551.
Al ilustrísimo y muy honorable señor Giovanni Pietro Carafa.
Señor mío meritísimo:
Los tres meses de estancia en esta enorme y extraña ciudad han sido suficientes para sugerirme la que considero la única estrategia viable contra los judíos. Por consiguiente me apresuro a dar cuenta de ello a Vuestra Señoría, a fin de que pueda expresar el más sabio parecer acerca de ella y concederme el privilegio de seguir sirviendo a los fines comunes.
Los equilibrios de Venecia son tan intrincados y complejos como sus
calli
y canales. No hay información o suceso más o menos secreto que no se encuentre en su camino los ojos o los oídos de un espía, de un observador extranjero, de un mercenario a sueldo de algún poderoso. Yo mismo, para poder acceder a noticias secretas, he tenido que adoptar el mismo método. A los negocios que a diario se desarrollan de forma incesante a plena luz del día, corresponde un volumen no menor o incluso mayor de tejemanejes, mercadeos y ocultos arreglos que tienen que ver con todos los ámbitos de la vida de la Serenísima. El Sultán tiene a sus espías en Rialto, así como el rey inglés y el emperador Carlos. Gonzaga tenía a sus informadores entre las mismas filas del clero veneciano, como Vuestra Señoría bien sabe. Los grandes mercaderes maniobran en la sombra para no dejar traslucir los acuerdos comerciales y no ver esfumarse las mejores oportunidades de una ganancia. Nadie, ya sea príncipe o mercader, podría sobrevivir en Venecia si no puede valerse de una red de hábiles espías, que puedan referirle rápidamente los juegos de poder internos y externos a la República de San Marcos.Los judíos no tienen un papel secundario en este tipo de relaciones, o, mejor aún, el hecho de pertenecer tan solo a medias a Venecia, su papel de banqueros y financiadores, la doble religión, hacen de ellos uno de los ejes principales de la vida comercial y política de la ciudad. Su posición, por un lado, les hace parecer intocables, y por otro, nos indica cuál es su punto flaco.
Muchas de las familias judías se han convertido a la fe cristiana para evitar así toda posible traba a sus negocios y defenderse de cualquier ataque. Un disimulo que les puede ser reprochado, y convertirse por sí mismo en el punto de apoyo de una amplia aversión contra ellos. Añádase a esto que en muchos casos el Turco se vale justamente del asesoramiento y de la habilidad de los financieros judíos para representar en Venecia sus propios intereses. Un excelente ejemplo de ello son los Mendesi, antiguos responsables de la difusión de
El beneficio de Cristo
, que mantienen relaciones comerciales y diplomáticas con el Sultán. Si se consiguiera achacar a las grandes familias judías la red de espías turcos activos en los territorios de la Serenísima, no sería difícil señalarlas ante las autoridades como las responsables de una conjura que amenaza los intereses de Venecia.Dado que los judíos son sobremanera expertos en hacer creer que su ruina supondría la ruina de todos, conviene que todo el mundo comprenda cuál sería la ventaja de una amplia operación en contra de ellos. Atribuyendo todas las intrigas a los judíos, cada uno podría llevar a cabo las suyas propias con una mayor tranquilidad. A nadie se le escaparía la utilidad de una estrategia semejante.
La acusación de falsa conversión permitiría a los venecianos incautar las riquezas de los judíos, engrosando las arcas del Estado; la de conspirar con el Sultán, excluiría la eventual intervención en favor suyo por parte de las potencias cristianas.
Aguardo con confianza el parecer de V.S., encomendándome a su benevolencia.
De Venecia, en el día 22 de marzo de 1551, el fiel observador de V.S.,
Q.
Venecia, 2 de abril de 1551
Comienza la reacción.
Michele Ghislieri está en Bérgamo. El obispo local Soranzo está acusado de haber permitido la difusión de
El beneficio de Cristo
en su propia diócesis. Ha sido encontrado un ejemplar del libelo condenado en su biblioteca privada.
Ghislieri lo interrogará hasta verlo caer.
Venecia, 21 de abril de 1551
Procesado también el obispo de Como. Ni siquiera en esa diócesis
El beneficio de Cristo
ha encontrado obstáculos.
Los espirituales boquean. No se esperaban un ataque directo.
El dominico Ghislieri está hecho una furia.
Como cabía suponer, Carafa ha esperado a la reanudación del Concilio de Trento para lanzar la ofensiva final.
Venecia, 16 de mayo de 1551
Caen también los obispos de Aquileia y de Otranto.
La acusación es la misma.
Cabeza tras cabeza, la estrategia de Carafa no encuentra obstáculos. La ventaja es doble: limpieza de los adversarios y cancelación de los planes del Emperador, que tenía todas sus miras puestas en la reanudación del Concilio.
Venecia, 25 de junio de 1551
Tras los golpes del dominico, nuevo varapalo de la Cristiandad, cae la piedra berroqueña más grande: Morone, obispo de Módena, miembro de la Congregación del Santo Oficio, consejero de confianza de Reginald Pole, una figura intocable hasta hace unos pocos meses. Todos los procesados de hoy en adelante deberán defenderse. Y todos los demás ponerse a temblar. La caída de semejantes cabezas advierte que nadie puede estar ya seguro. Nadie que haya sido rozado por el veneno de
El beneficio de Cristo
saldrá ileso.
Los frutos maduros de mi trabajo están cayendo uno tras otro. Debería estar ya muerto, llevándome bajo tierra los secretos de una operación concebida hace diez años.
Una imprudencia, o tal vez un exceso de seguridad o incluso las ganas de aniquilar al adversario. Todavía me queda un poco de tiempo, el necesario para clavar el crucifijo en el corazón de los judíos.
Venecia, 10 de julio de 1551
Nueva carta del inquisidor de las Romañas. La presencia de un alemán de nombre Tiziano ha sido detectada en el pueblo de Bagnacavallo, entre Imola y Ravena.
Venecia, 29 de julio de 1551
En la ciudad, en boca de todos está el procesamiento de los cardenales espirituales. La señal no se presta a malentendidos: con la acusación contra el obispo de Bérgamo, Soranzo, Roma ha plantado su estandarte dentro de los límites de la Serenísima, y lo ha hecho por medio de Ghislieri, hombre de Carafa, saltándose al inquisidor veneciano.
Entretanto, mis cartas anónimas a la Inquisición local han dado sus primeros frutos: comienza a notarse entre los judíos una cierta desconfianza; rumores sobre el mantenimiento de las viejas prácticas religiosas por parte de los marranos y sobre los ambiguos intereses de las mayores familias judías. La comunidad mercantil de Venecia no da crédito a estos rumores: tienen las manos atadas en sus negocios con los banqueros judíos. Los procesos en curso alimentan una hostilidad que parece que puede extenderse. Pero hace falta una chispa que provoque el incendio.
He puesto los ojos en algunos deshonestos tipejos que podrían volverse útiles según las circunstancias. Debidamente instruido, un turco que confesara ante las autoridades venecianas que es un espía del Sultán, a sueldo de una poderosa familia judía, provocaría la esperada reacción.
Venecia, 8 de agosto de 1551
El inquisidor de Ferrara escribe para indicar la presencia de Pietro Manelfi en la ciudad estense.
Venecia, 21 de agosto de 1551
Carafa se expone en primera persona. Delante del Concilio ha acusado a los espirituales de falta de observancia, de no haber hecho nunca nada por impedir la difusión de
El beneficio de Cristo
. Sostiene que Pole y sus amigos nunca han querido darse cuenta del alcance herético del libro de Fontanini debido a sus ambiguos intentos de reconciliación con los luteranos. Los acusa de haberse dejado embaucar por las ideas protestantes. La imputación es muy grave.
El viejo teatino no había entrado nunca directamente en la lid. Si los espirituales no son capaces de reaccionar a tiempo, están destinados a sucumbir.
Ferrara, 11 de septiembre de 1551
Via della Gattamarcia. Los nombres de las personas nada dicen, los de los lugares no aparecen nunca por casualidad.
Hedor a estiércol y carroña. Esqueletos resecos de gatos, penachos de plumas aplastados que deben de haber sido pollos, antes de que los ratones royeran sus huesos. Mierda por doquier, casi imposible no pisarla. No pasa nadie por aquí, como no sea para encuentros furtivos y poco confesables, las verdaderas vías de tránsito están en el interior de las construcciones, barrios enteros cubiertos, albañales, pasadizos, en un complicado encaje de casas, talleres, tiendas. Esta calle estrecha es un desagüe de excrementos y desechos al aire libre.