Q (72 page)

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Authors: Wu Ming Luther Blissett

Tags: #Histórico, Aventuras

¿Cómo superar este punto muerto?, ha preguntado Duarte. ¿Qué hacer con
El beneficio
, ahora que se encuentra a la cabeza del Índice de libros prohibidos que la Inquisición veneciana acaba de promulgar?

Para ella no debe de haber sido distinto. Historias semejantes en el fondo, las nuestras. Historias que no nos hemos contado. Preguntas sin hacer.

Seguir adelante, ha dicho. Segura, asombrándonos una vez más. La Inquisición no puede hacer nada sin el apoyo de la autoridad local. Venecia sabe cómo defenderse de las injerencias de Roma. Seguir adelante. Continuar fomentando el descontento contra la Iglesia.

Beatrice permanece inmóvil y me deja escuchar su respiración, como si supiera lo que es importante, como si compartiera las mismas preocupaciones.

—¿Lo has encontrado? —¿A quién?

Mi voz parece salir de una caverna. —A tu enemigo.

—Aún no. Pero presiento que está cerca. —¿Cómo puedes estar seguro? Sonrío maliciosamente:

—Solo así encuentro fuerzas para no quedarme aquí contigo hasta la muerte.

El diario de Q.

Roma, 17 de abril de 1550

El nuevo Papa ha reformado la Congregación del Santo Oficio: Carafa y De Cupis,
guardianes de la ortodoxia
. Pole y Morone,
espirituales
. Cervini y Sfondrato,
no alineados
. Quiere complacer a todos y a nadie. Julio III es un armisticio momentáneo, una cobertura que guardianes de la ortodoxia y espirituales se disputarán a muerte.

Carafa pasa sus días en intensas negociaciones, como si el Cónclave no hubiera terminado. Me ha escrito que ha cogido piojos allí dentro «en medio de aquellos carcamales, más muertos que vivos». Setenta y cuatro años, más viejo que el mismo Papa, y casi no duerme.

Ya quisiera yo tener su misma energía. En cambio aquí estoy, en espera de órdenes, parado desde hace semanas, dando inútiles paseos por las colinas de Roma, para recobrar los ánimos con el clima benigno de esta estación, como un viejo trasto al final de sus días.

He escrito de nuevo a los inquisidores de media Italia para recabar información acerca de Tiziano. Nada todavía.

Roma, 30 de abril de 1550

Tiziano en Florencia.

Pier Francesco Riccio, mayordomo y secretario de Cosme de Médicis.

Pietro Carnesecchi, viejo conocido viterbés, ya procesado en el 47 y absuelto por intercesión papal.

Benedetto Varchi, lector de la Academia Florentina, y antiguo lector de
El beneficio de Cristo
.

Anton Francesco Doni, literato, correo entre Florencia y Venecia.

Piero Vettori, amigo de Marco Antonio Flaminio y corresponsal del cardenal Pole.

Jacopo da Pontormo, pintor excelente, y su discípulo Bronzino.

Anton Francesco Grazzini, llamado el Lasca, poeta fustigador de la Iglesia.

Pietro Manelfi, clérigo marquesano.

Lorenzo Torrentino, impresor.

Filippo Del Migliore y Bartolomeo Panciatichi, patricios.

El nutrido círculo de los criptoluteranos florentinos. Trayectorias distintas, recalados todos en el mismo lugar, bajo el ala protectora del duque Cosme I de Médicis, mecenas y adversario acérrimo de los Farnesio, siempre dispuesto a atizar el fuego de la polémica antipapal por propio interés.

Tiziano se encontró en su salsa durante todo el pasado invierno en ese cenagal. Pasó allí los días del Cónclave, entre los más encarnizados defensores de Reginald Pole.

Los inquisidores afirman que por encima de todas prefiere la compañía del pintor Pontormo y de su discípulo Bronzino.

Ya setentón, Jacopo da Pontormo pasa día y noche en lo que parece su proyecto más ambicioso, el fresco de la basílica de San Lorenzo, que le fue encargado por Pier Francesco Riccio en nombre de Cosme I. El mayor de los secretos rodea los trabajos, e incluso los bocetos de los dibujos preparatorios están ocultos. Solo Bronzino y unos poquísimos más pueden acceder a ver lo que el maestro está haciendo.

Rumores, misivas anónimas llegadas a manos de la Inquisición florentina, el ojo indiscreto de algún fraile: Pontormo está representando pormenorizadamente
El beneficio de Cristo
en el ábside en el que deberá ser sepultado Cosme de Médicis.

Desde el término del Cónclave no se tienen más noticias de Tiziano en Florencia.

Roma, 8 de mayo de 1550

Carafa contaba con los franceses. Pero las noticias que llegan de Francia dicen que Enrique II no puede permitirse reanudar la guerra contra el Habsburgo allí donde su padre la dejara, porque tiene necesidad de una financiación que nadie está dispuesto a concederle.

Carafa dice que el Emperador está haciendo esfuerzos para llegar a un acuerdo con los teólogos luteranos y que si tiene éxito en ello los espirituales aún podrían salirse con la suya.

Carafa quiere alejar a Pole de Roma. Lo quiere fuera de Italia.

Carafa dice que en Inglaterra está a punto de estallar una guerra de sucesión. Enrique VIII ha muerto dejando detrás de sí una multitud de hijos que se disputan la corona.

Carafa dice que conviene preparar el terreno para la reconquista católica de Inglaterra y que conviene hacerlo de modo que la empresa sea confiada a Pole.

Carafa dice que tengo que ir a Inglaterra para tomar contacto con los partidarios de María Tudor, fiel al Papa, empeñada en disputarle la corona a su hermanastro.

Carafa habla de un encargo delicado e importantísimo, que solo puede asignar a su servidor de más confianza. Carafa no ha hablado nunca de este modo.

Carafa sirve cicuta en copa de plata.

Antes o después tenía que pasar.

Carafa me aparta de la partida más importante, la que he seguido desde el principio.

La estrella de Qoèlet ha declinado.

En Inglaterra. Tratando con cuatro nobiluchos ignorantes y mal vestidos.

En Inglaterra. La operación
Beneficio
no es ya mía.

Pienso que tal vez no volveré. Tal vez no llegue siquiera a Londres. Me encontraré con la hoja de un sicario por la calle, lejos de los ojos de todos. Mi tiempo ha vencido. Los secretos de treinta años causan pavor a quien se dispone a iniciar un nuevo capítulo de la lucha por el poder absoluto en Roma. Hay jóvenes fanáticos e inconscientes: Ghislieri, el dominico, por ejemplo. Están los jesuitas. También el espacio se ha agotado. Es hora de ceder la mano.

Estoy cansado. Espantado y cansado. El equipaje está listo y lo miro como si no fuera mío. Unos pocos harapos heredados de una vida que termina sin ruido. La preocupación me acompaña desde hace tiempo, pero no creía que fuera a suceder tan deprisa, con este sentimiento de banalidad en el corazón. No es así como uno puede prepararse.

Quisiera dejar estas páginas a alguien, el testimonio de cuanto se ha hecho. Pero ¿por qué motivo? ¿Para quién?

Nosotros surcamos los meandros de la historia. Somos sombras de las que las crónicas no hablarán. Nosotros no existimos.

He escrito para mí. Solo para mí. A mí mismo me dedico y dejo este diario.

El diario de Q.

Londres, 23 de junio de 1550

Días de lluvia y de conversaciones. Necios aristócratas que traman a plena luz del día, incapaces de la menor diplomacia. Saben usar la espada, que aquí todos llevan bien a la vista. Nada más. Todo se resolverá de forma sangrienta y vencerá quien tenga el ejército más numeroso.

Tres contendientes, tres partidos. Equilibrios improbables.

Eduardo, un chiquillo que ciñe la corona, que ha elegido como preceptor nada menos que a Martin Bucero, el máximo teólogo luterano. María, hija del primer matrimonio de Enrique VIII con Catalina de Aragón, mitad española por tanto, fidelísima al Papa. Luego la joven Isabel, nacida de la sangre de su madre Ana Bolena, que parece admirar en cambio las actitudes cismáticas del padre.

Las familias que apoyan a la católica María verían con buenos ojos el retorno a la patria de Reginald Pole como paladín del catolicismo, hay ya quien le guarda el sitial de Canterbury. Pero no saben hablar de otra cosa que de exterminio de adversarios. Desde hace siglos estos nobles juegan a eliminarse, a extinguirse mutuamente en guerras de familia que recuerdan más las costumbres bárbaras de los celtas que el arte de la política.

Esto es peor que el exilio. No tengo noticias de Italia.

La hoja no ha llegado. Carafa me concede todavía un tiempo. Tal vez está decidiendo qué hacer conmigo. O tal vez todo forma parte de un plan.

La solución de los estoicos no va conmigo. Ninguna desilusión por expiar. Ninguna añoranza.

Aquí llueve. Llueve siempre. Una isla que no conoce estaciones y que las encierra todas en un solo día.

Moriré en otro lugar.

Londres, 18 de agosto de 1550

Mi tarea ha concluido. No hay estabilidad a la vista: vuelvo con muchas promesas y el convencimiento de la absoluta imposibilidad de confiar en los nobles ingleses. María no llama solo a nuestra puerta, he visto también a consejeros españoles. Carlos V tiene un hijo al que volver a casar, por lo menos diez años más joven que María. Si Carafa desea el retorno de Pole a la patria, deberá tener en cuenta que esto podría significar el acercamiento de España e Inglaterra, totalmente favorable al Emperador.

El desinterés por estas historias ha hecho difícil el escribir las relaciones enviadas a Roma y ahora que me dispongo a partir, siento que no tengo ninguna prisa por volver. Lo que queda es la curiosidad por un enigma y la sensación de una última cosa por hacer.

Quiero tomarme el tiempo de volver sobre mis pasos. Comprender qué es lo que presiona por salir a la superficie.

Capítulo 33

Ferrara, 2 de septiembre de 1550

—Literatos, pintores, poetas, impresores. Y también secretarios de palacio, lectores de universidad, clérigos. Existe todo un mundo soterrado de disensión contra la Iglesia. Un mundo indirecto, que toca puntos clave, a figuras importantes en las cortes, difusores de ideas y de consejos a los príncipes. Todos ellos descontentos por el aumento de poder de la Inquisición y de los cardenales intransigentes. No hay ciudad que no cuente con sus círculos donde se genera un profundo descontento y la conciencia de que va estrechándose un lazo sofocante. Los valdesianos de Nápoles, los criptocalvinistas florentinos, los amigos de Pole en Padua, los prorreformadores venecianos. Y luego en Milán, Ferrara… Príncipes como Cosme de Médicis o Hércules II de Este pueden encontrar en estos fermentos y en estas figuras la defensa para mantener apartada a la Inquisición de sus fronteras y verse por tanto obligados a inaugurar una era de liberalidad y tolerancia. El viejo poder de las nobles familias puede volverse útil para impedir el avance del nuevo poder inquisitorial. Estas grandes familias acusan la injerencia de Roma como si fueran unos ojos clavados en sus dominios, una presencia amenazante que les quita protagonismo. Si vieran aumentar la oposición de las poblaciones a los privilegios y las jerarquías eclesiásticos, podrían decidirse a enfrentarse a los tribunales del Santo Oficio.

»La tarea de nuestros baptistas será la de vencer la crónica indecisión de estos círculos de literatos, acicatearlos, empujarlos a descubrirse, antes de que sea demasiado tarde.

»Pero existe también un descontento popular, que se ha extendido por el campo y por doquier. Una instintiva y casi innata aversión por el exceso de poder del clero, dictada por las condiciones miserables que padecen las poblaciones. Conseguir ser el punto de unión entre el espíritu evangélico plebeyo y la oposición culta es el arduo cometido que tendremos que desempeñar.

»Esto no debe producirse obligatoriamente a plena luz del día, sino más bien con la debida precaución del disimulo de las intenciones y de la fe. Nuestro concilio debe servir para dar una unidad de propósito para un futuro inmediato a todos los hermanos diseminados por la península. Tendrá lugar en Venecia en octubre y será clandestino . Yo no estaré.

—¿Cómo? ¡Pero si eres el único que puede servir de vínculo entre todas las comunidades! Pero si eres para todos el punto de referencia…

—Hablará por mí el documento que te entregaré. Si es cierto que soy la única autoridad espiritual, es mejor que permanezca a la sombra. Que no se conozca el rostro de Tiziano, sino el poder de su palabra.

Manelfi baja la mirada, deferente, y extiende la hoja sobre el escritorio. Un escrito prolijo de anotaciones. Será el portavoz de Tiziano en el concilio de los baptistas italianos.

El diario de Q.

Amberes, 3 de septiembre de 1550

Lodewijck de Schaliedecker, alias Eloisius Pruystinck, alias Eloi.

De oficio, pone tejados.

Imputado por la difusión de libros heréticos, por negar sustancia a Dios, por negar el pecado, por sostener la perfección del hombre y de la mujer, por practicar el incesto y el concubinato.

Quemado en la hoguera por hereje el 22 de octubre de 1544,junto con otros muchos miembros de su secta, llamada de los eloístas.

Su nombre aparece numerosas veces en los anales de las autoridades de Amberes, asociado a los de David Joris, Johannes Denck y algunos notables y ricos mercaderes locales.

Ya en los años treinta fueron detenidos varios seguidores suyos y gente que le prestaba apoyo.

A pesar de su humilde origen, Pruystinck fue uno de los ejes de la actividad antieclesiástica en Amberes, pero aborrecido hasta por los mismos luteranos.

Fue procesado y condenado a una leve pena en febrero de 1526 por delación de Lutero, que tras habérselo encontrado en Wittenberg escribió a las autoridades de Amberes para indicarle cuán peligroso era. Escapó a la pena de muerte gracias a una retractación completa y a las débiles sanciones entonces vigentes.

En 1544 fue sometido a tormento hasta que confesó sus prácticas y sus ideas blasfemas.

No reconoció nunca a ninguno de sus cómplices o seguidores, firmando de su propio puño y letra su sentencia de muerte.

Sentencia ratificada por Nicolas Buysscher, dominico, que recogió sus últimas deposiciones.

El alemán que ando buscando es un muerto que ocupa un expediente entero en el archivo de la Inquisición de Amberes.

El muerto es actualmente titular de un burdel de lujo en Venecia.

El alemán que ando buscando atravesó estas tierras en los años de la revuelta anabaptista.

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