¡Qué pena con ese señor!

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Authors: Carola Chávez

Tags: #Humor

 

A través de su anecdotario, Carola Chavez nos describe una visión descarnada y tragicómica del venezolano de clase media. Ritos repetidos hasta lo indecible, desde las bodas hasta las piñatas infantiles, parecidos a una obra de teatro del absurdo repetida una y otra vez. Una clase media que en su búsqueda de identidad se convierte en una copia burda de los «adinerados», camuflajeado entre cientos de logotipos y marcas, mientras rechaza sus raíces y las rescata de manera estereotipada cuando se «exilia» de un país cuya «excelente educación» le enseño a repudiar.

Carola Chávez

¡Qué pena con ese señor!

Manual de costumbres y procederes de la clase media venezolana

ePUB v1.0

Neoapocalipsis
09.04.12

¡Qué pena con ese señor!

Carola Chávez

Colección TILDE

CORREO DEL ORINOCO

Alcabala a Urapal, Edificio Dimase, La Candelaria, Caracas-Venezuela

www.correodelorinoco.gob.ve

Corrección

Iris Yglesias

Diagramación y montaje

Ingrid Rodríguez

Portada

Arturo Cazal

Depósito legal: lf2692011320528

Rif: G-20009059-6

Enero, 2011.

Impreso en la República Bolivariana de Venezuela.

A mi papá

Paréntesis antes del porólogo o perefacio (con pronunciación cumbres curumianas)

Chávez y en Cumbres de Curumo

Siempre me han gustado mi nombre y mi apellido. Me llamo Carola Chávez y eso no me había traído mayores inconvenientes, salvo cuando en el colegio me decían Tuchi (Chávez). Crecí con un nombre común y corriente bajo la reconfortante sombra de absoluto anonimato. Aunque soñaba ver mi nombre publicado en letras grandes y negras en algún periódico, siempre y cuando no fuera en la última pagina donde para salir tienes que estar desnuda o muerta.

Ese día llegó cuando estaba en la universidad. Allí estaba en primera plana, no en uno, sino en todos los periódicos del país y en muchos extranjeros. Era mi apellido, pero en la foto no estaba yo, sino un soldado con boina reja. Desde ese día empecé a oir cómo los vecinos de todos les edificios de Caracas, cacerola en mano, lo coreaban, una noche si y la otra también, mientras pedían que se fuera Carlos Andrés.

En el banco me atendían con esmero una vez que les mostraba mi cédula delatora. La gente me preguntaba si yo era familia de Chávez y yo les contestaba yo no che.

— ¿Te imaginas? Porque tú tienes unos primos en Barinas, pero claro no son tan negros, pero ¿quién quita?— me decía emocionada mi cuñada mientras me mostraba una hermosa sonrisa enmarcada en unas encías moraduzcas que siempre parecían mortificarla. Eso y su pelo alisado y su nariz sospechosamente chata, que «apenas me gradué me la opero». Eran tiempos de paz en medio de un país en ruinas; digo paz no porque así lo sintiera entonces, sino por lo que me toco vivir después.

En 2004 volví a Venezuela después de diez años de ausencia. Como había emigrado con la amargura del desencanto no me interesé mucho por lo que sucediera en mi país en todos esos años; salvo ciertas excepciones como la tragedia de Vargas. Arrullando a mi bebé supe que Chávez era el nuevo presidente, supe que todos votaron por él, y me fui a lavar teteros. Pocos años después, en España, vi a todos los periodistas
progress
felicitando a los venezolanos por el derrocamiento del tirano o el payaso, o el payaso tirano, que les había robado la libertad y el glamour entre otras cosas. Oí a mi papá al otro lado del mar con la voz estrangulada de la rabia, impotencia, y miedo diciendo «esto se parece a Chile». Entonces me preocupé por lo que podía pasar. Y pasó lo que pasó: «Volvió, volvió, volvió...» y yo, en medio de mi ignorancia, me alegré por mi papá y pasé la página.

Hasta que me tocó volver a Venezuela a pasar vacaciones en Cumbres de Curumo, cerquita de Los Campitos, donde pasé gran parte de mi vida, al ladito de La Alameda y Santa Fe, donde vivían mis primas, a un brinco de Las Mercedes, donde trasnoché tantas veces los fines de semana de mi no muy lejana juventud. Cerquita de todo lo que empecé a añorar en el mismo instante en que compré el boleto para volver.

La recepción en el aeropuerto fue maravillosa: El funcionario de la DIEX, que ahora se llamaba ONIDEX, me dio la bienvenida a mi país con una sonrisa tan amplia y sincera que me pareció sospechosa. Me quedé esperando que me dijera: «¡Ay, pajarito, a este pasaporte le falta algo! (que no le faltaba)», pero no me lo dijo. Como lo miraba desconcertada, el señor funcionario me preguntó si sabia donde buscar mi equipaje. Como yo sólo atinaba a balbucear, él balbuceo en un inglés balbuceante unas direcciones que yo conocía y armado con su sonrisota se despidió de mí con un festivo
goodbye
.

Todas mis experiencias anteriores con los funcionarios de la DIEX fueron traumáticas emocional y económicamente. Tanto que antes de llegar a la taquilla siempre me sudaban las manos, se oxidaban mis rodillas y se me secaba la boca, y esta vez no fue la excepción. Así que al recoger mi equipaje lo primero que quise hacer fue comprar una botella de agua, pero fui interceptada por mi amorosísimo cuñado que, con los ojos cuajados de lágrimas, me extendía los brazos suplicando, entre húmedos y ensayados pucheros, un abrazo de reencueutro. Lo abracé y solté dos lagrimitas, que más que de cariño eran de sed, y le supliqué que me dejara comprar agua.

Cuando estábamos llegando a la maquina expendedora de bebidas, note que el rostro apacible de mi cuñado se puso tenso y el puchero que hasta hace un segundo desplegaba cedió el paso a unos labios pétreos y furiosos. No entendía nada hasta que su voz silbó con desprecio:

—Espérate a que se vaya ese soldado de la máquina. Esos bichos son una mierda.

Pero mi sed no podía esperar, así que me acerqué a la maquina sólo para descubrir que no tenia ni un solo bolívar. «El soldado de mierda» debió notar que me moría de sed, supongo que mi cara de pendeja con el monedero abierto y vacío, con la boca abierta y seca, le darían alguna pista.

—Tome, señora —me dijo extendiendo la mano con una botella de agua friíta.

—Gracias, mi marido ya trae cambio, enseguida le pago.

Le hablaba al soldado, pero sin dejar de mirar al hermano de mi esposo que observaba la escena con ojos desorbitados, mientras «el gorila de verde» esgrimía la segunda sonrisa amplia y franca que recibí ese día.

—No, señora se la regalo para la bebé y para usted.

—¡Gracias, chamo! Así sí da gusto volver a mi país, es que es la gente como tú la que no se consigue en ninguna otra parte, gracias por esta bienvenida.

Esta vez si solté dos lagrimitas de verdad y dos besos y un abrazo para un soldado que según mi primo debía ser de mierda.

—Qué raro —dijo a regañadientes—. Esas cosas no pasan nunca con esos carajos.

—Mira Tú, y yo tengo tanta suerte que me pasa a mi y delante de mi prejuiciado pariente político.

Por fin llegamos a Caracas, era raro subir de La Guaira y no pasar por la mancha negra, aquel pegoste de asfalto defectuoso que hacía patinar y estrellarse hasta al más cauto de los conductores. Al comentarlo con mi cuñado me juró desesperado que estaba allí, donde yo la había dejado hace diez años, pero más negra y mancha que nunca. Igual que los huecos, y los ranchos, y los choros, y la basura, y los monos, y los...

Llegamos a Cumbres de Curumo, era 15 de marzo, ninguna fecha patria que yo recordara, pero había banderas en cada edificio, todas a media asta.

—¿Quién se murió? —pregunté.

—La democracia, la libertad, la legalidad y...

Interrumpí su letanía a punta de carcajadas. Mi cuñado suele ser muy cursi y yo suelo reírme mucho de él. Así estaban las cosas: en Cumbres guardaban luto por la democracia y allí iba yo a pasar mis vacaciones.

Su esposa nos saludó emocionada, había tanto que contar, tenía que ponernos al día, suponía que sabíamos algo de lo que estaba pasando.

— ¿Cómo que no? ¿Nada de nada? Eso no es posible, ahora no nos van a decir que son unos ni-nis, ¿que no sabes lo que es un ni-ni? Esta noche amanecemos y no parrandeando precisamente —dijo mostrando sus blanquísimos dientes de odontóloga.

Vaya noche la que me tocó vivir. Fue como asistir a un cursillo acelerado de estupidez, pensé que eran el jet lag y las cervezas los que me estaban confundiendo. Pensé mal, en todo caso amortiguaban la intensidad de las ridiculeces que decían. Tenía catorce días por delante para confirmar que todo lo que oí la primera noche era sólo el comienzo de mi recorrido por el mundo de la política del Este de Caracas y sus sucursales de provincia.

Muy por encima, me enteré de lo que era un ni-ni e instintivamente me ubiqué en esa categoría. Allí empezó lo que hoy aún continúa. Me explicaron que no podía ser ni-ni, porque un ni-ni es un chavista light; que tenía que ser de la oposición, por mi país, por mis sobrinitos, porque, claro, a ti qué te importa si tu vives en Europa con tu hija, eso si que es civilizado, no como mi bello país que ha caído en manos de los monos, tienes que ser de la oposición y vamos a marchar. ¿Cómo que por qué? Por la democracia, para que se vaya Chávez, que venga cualquiera menos él, Carlos Andrés, no me importa con tal de que no sea ese negro de mierda. Que son unos brutos, si vieras a los ministros, ¡qué vergüenza! No saben ni hablar, ladrones, asesinos. ¿Cómo que los niños pobres? ¿Para qué vamos a marchar por los niños pobres? ¿A mi qué me importan los niños pobres? Yo lo que quiero es vivir como hace seis años, tener mis dolares y mi libertad. ¿Sabes que nos quieren quitar a los niños y mandarlos a Cuba? Por eso a mis hijos les estamos tramitando el pasaporte español; a cada familia le van a meter en su casa dos o tres familias de monos; nos estan cubanizando, hasta traen médicos cubanos que no estan graduados, Chávez gobierna para «los monos». No son personas como nosotros, por eso les decimos «monos», es que esa gente es chavista porque Chávez les da real, ésos son unos marginales, no quieren trabajar, no quieren salir del rancho, mira a mi cachifa, veintitantos anos viviendo en el mismo rancho, ¿cómo es que no ha podido salir de allí? Mira todo lo que hemos hecho nosotros, porque trabajamos y pagaríamos impuestos, pero ¿para qué? ¿Para que se los roben? Yo sólo pago mis impuestos municipales, porque eso si, mi alcaldito si que trabaja; si fuera chavista, no pagaría un centavo de impuestos, ni de vaina. No tienes que documentarte más como tú dices, nosotros somos tu familia y tu no puedes ir en contra nuestra, tienes que ser de la oposición. ¿Acaso no confías en nosotros? Yo no puedo dormir bajo el mismo techo que un chavista, así que cuidado. Aparte de todo las marchas son una rumba, nos vestimos todas con tops de bandera y sostenes push-up, todo el mundo dice que las tipas de la oposición estamos buenísimas, en cambio en las de ellos hay puras monas horribles. Todo esto lo decían mientras mi cuñada trataba de domar sus chicharrones alisados con la mano y yo me iba haciendo con cada palabra un poquito más chavista.

Tuve catorce días para visitar a mi familia y amigos que parecían testigos de Jehová, pero predicando una democracia hecha a su medida, todos los derechos para ellos y todos los deberes para los demás. Escuché las cosas más insólitas como cuando mi prima me rogó que no fuera a Margarita porque allá había campamentos de Al Qaeda, sí, escondidos en La Sierra y Chávez los protege. Que la guerra de Iraq es una guerra necesaria, que Saddam es amigo de Chávez. Que lástima que perdió Aznar porque ahora vienen los socialistas y eso es un peligro para Venezuela, porque Aznar odiaba a Chávez pero estos... Que nadie quiere a Chávez, que no ha hecho nada, que los pobres no lo quieren, porque fíjate que mi cachifa me dice que no, que ni ella ni nadie en su barrio es chavista, ni el conserje, ni el vigilante, que me abría la puerta cada día con una sonrisa de oreja a oreja desde que supo como me llamaba. Ni el taxista que me llevo de casa de mi papá, mientras me contaba como eran las guarimbas, y recordaba como, en tiempos de Rómulo, los soldados sacaron a toda su familia de su conuco en Cojedes con la excusa de que eran guerrilleros. Ninguno de ellos era chavista. Los chavistas eran los flojos marginales y algunos pocos sinvergüenzas que no eran «monos» pero que apoyaban al gobierno porque estaban «chupando».

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