y Jesús no sabía
si era el sacerdote o el cordero.
Al día siguiente, para tomar el camino de regreso,
bajaron por las estrechas calles de Jerusalén.
Jesús caminaba detrás de sus padres,
les seguía,
cuando se detuvo ante un anciano
que le habló.
Y María y José proseguían su camino
sin advertir que el niño se había detenido.
Cuando levantó la cabeza,
no estaban ya allí.
Corrió mucho para alcanzarles,
pero no les encontró
y se perdió en la ciudad.
Una semana más tarde, le vieron,
estaba sentado en el atrio del Templo.
Había cambiado,
y no lo habían advertido.
No les dijo lo que le había sucedido
pues le habían prohibido hablar de ello.
Fue un hombre al que había seguido,
un hombre vestido de blanco
que le llevó junto al Templo.
Había varios de sus amigos
vestidos como él.
Hablaron
y Jesús les escuchó.
Hablaban del advenimiento del reino de los cielos
y de la próxima llegada del Mesías.
Entonces, habló,
y los hombres le escucharon.
Con fervor, esperaban al Mesías.
Vivían cerca del mar Muerto,
en el desierto profundo.
Habían abandonado su familia
y se consagraban al estudio,
a la espera.
Entonces le llevaron con ellos a una casa
y le enseñaron la espera del
Maestro de Justicia
.La palabra se les había ocurrido viendo al niño.
Habían encontrado en el niño al Maestro que esperaban.
Le dijeron que abandonará a su familia,
le hicieron
reunirse con sus hermanos.
Así abandonó a los suyos
que le creyeron loco,
que no creían en él como los esenios,
pues le habían mostrado el camino.
Su madre y sus hermanos quisieron acercarse a él,
le hablaron,
le dijeron que no se fuera.
Pero les respondió:
«¡Éstos son mi madre y mis hermanos!
Quien cumpla la voluntad de mi Padre en los cielos,
ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.
Quien haya abandonado casa, mujer, hermano, parientes hijos,
por el reino de Dios,
recibirá mucho más en esos tiempos
y en el tiempo en que vendrá la vida eterna»
Tenían la costumbre de vivir recluidos,
pero creían que el fin de los tiempos estaba próximo,
decían que era preciso predicar el arrepentimiento a los demás.
Así llegaría el reino de los cielos,
que debían anunciar
para que todos se salvaran.
¿De qué servía vivir recluidos
en la llegada del Mesías?
¿De qué valía salvarse
si sólo se salvaban ellos?
¿De qué sirve la verdad
sin arrepentimiento y remisión?
Una voz clamaba,
en el desierto,
preparad el camino del Señor,
en la estepa,
abrid un camino para nuestro Dios.
Era preciso separar la morada de los hombres del mal,
e ir al desierto para preparar allí el camino del Señor.
Y había un esenio que se llamaba Juan,
hijo de Zacarías y de Elisheba,
y aquel hombre abandonó el desierto,
y anunció a todos el bautismo
para la remisión de los pecados de todo Israel.
Le llamaron Juan el Bautista,
y atrajo numerosas multitudes,
que a veces llegaban de muy lejos para escucharle.
Centenares de hombres escucharon sus palabras
de penitencia,
luego confesaron sus pecados
y recibieron de él el bautismo en el Jordán,
según el rito esenio,
pues, por la inmersión, sus pecados quedaban redimidos,
y así escapaban de la cólera divina.
Y Juan les exigía una penitencia previa,
quería que todos los judíos se entregaran a la virtud,
que entre ellos ejercieran la justicia,
y la piedad para con Dios.
Proclamaba que las inmersiones que hacían
sólo purificaban de la impureza del cuerpo.
Que el pecado mantenía
en la impureza.
Decía que no debía efectuarse inmersión
sin renunciar al mal,
y sólo quien humillara su alma
bajo el precepto de Dios
sería purificado en su carne
cuando el agua le tocara,
y se santificaría en el agua de la pureza.
Así hablaban los esenios,
el agua sólo puede purificar el cuerpo
si el alma ha sido ya purificada por la justicia.
Y el alma será purificada en la penitencia
por el espíritu de santidad.
Cuando le fue dado escuchar
las palabras de amor y de justicia,
la multitud ardió en dolorosa emoción.
Los hombres y las mujeres confesaron sus pecados,
sumergieron sus cuerpos en el agua,
se purificaron,
imploraron el don del Espíritu Santo
para que limpiara sus almas de la mancilla del mal.
Jesús se marchó de su casa,
fue al encuentro de los esenios,
en el desierto,
y ellos le dijeron que su lugar no estabaen el desierto,
sino junto a Juan,
en la vía pública.
Pues Juan anunciaba la venida de un hombre,
Hijo del Hombre,
más grande que él mismo.
Fue entonces al Jordán,
donde estaba ya Juan,
le escuchó,
supo que los años de la espera
habían llegado a su término.
El espíritu del Señor,
el Eterno, estaba en él,
pues el Eterno le había ungido
para llevar la nueva a los desgraciados,
le había enviado para curar.
A los que tienen el corazón roto,
para anunciar a los cautivos su libertad,
a los prisioneros la liberación,
para proclamar un año de gracia del Eterno.
Cuando Juan lo bautizó,
los cielos se abrieron,
y vio el espíritu de Dios que bajaba sobre él
como una paloma.
Oyeron una voz,
que bajaba sobre ellos para decirles:
«He aquí a mi servidor al que apoyo,
mi elegido,
en quien se complace mi alma.
He puesto en él mi espíritu
para que aporte el derecho a las naciones».
Entonces Jesús comprendió las palabras de los esenios.
Había sido elegido.
Era el hijo,
el servidor,
el elegido entre los elegidos.
Pero le dijeron
que el camino era largo
para quien aporta la nueva.
Que el camino es largo hacia la luz
para el pueblo que camina en las tinieblas.
Que el camino es largo hacia la única luz verdadera,
para quienes habitan el dintel de la oscuridad de la muerte.
A él incumbía la tarea,
a él pues su nombre era «Dios salva».
Se dirigió a Cafarnaum,
el país de Zabulón y de Neftalí,
el paraje vecino al mar,
más allá del Jordán.
La Galilea donde había nacido
bajo el dominio pagano,
bajo la tutela de Antipas,
hijo de su enemigo,
el rey Herodes.
Entre ellos, los zelotes combatían con fervor
y con numerosas armas,
por eso no debía revelar
quién era,
pues lo habrían matado,
y no habría podido anunciar
a todos su mensaje.
Por ello hablaba con parábolas,
de modo que los espías y los informadores
no pudieran obtener pruebas contra él.
En las orillas de Tiberíades,
estaba Betsaida,
país natal de Andrés y de Pedro.
En las orillas de Tiberíades, había dos hermanos más,
pescadores del lago,
Juan y Santiago,
el hijo del Trueno,
los hijos del Zebedeo.
Estaba también Simón, la Roca.
Como Elias llamó a Eliseo
él les llamó.
Doce hombres componían la asamblea de los sabios
que gobernaban la fraternidad esenia,
y doce debían ser
en aquella asamblea de sabios
que debían propagar la palabra.
Por eso buscó doce hombres,
que fueran sus hermanos
y que aceptaran
con sus votos
seguirle,
ayudarle.
Entonces comenzó a profetizar
y a lanzar invectivas
en las ciudades
que no habían hecho penitencia todavía.
«¡Ay de ti Shorozain,
Ay de ti Betsaida!»
Si los milagros hechos en ellas,
lo hubieran sido en Tiro y Sidón,
sin duda, desde mucho tiempo atrás,
habrían hecho penitencia
con el saco y la ceniza.
Pero he aquí que para Tiro y Sidón,
el día del Juicio sería más soportable que para ellos.
¿Y tú, Cafarnaum, serás elevada hasta el cielo?
Descenderás hasta los infiernos.
Pues si los milagros realizados en ti,
lo hubieran sido en Sodoma,
hoy subsistiría aún.
«Sí, yo te lo digo,
para el país de Sodoma,
el día del Juicio será más soportable que para ti
Y con estas palabras,
con estas inspiradas profecías,
cumplió su misión
por todo el país,
la prosiguió.
Entonces le revelaron
quién era Juan Bautista.
Era el precursor,
el profeta del final de los tiempos,
el profeta Elias que debía preceder al Mesías.
Era quien anunciaba el Hijo del Hombre,
que algún día pronunciaría para siempre
el veredicto de la cólera divina.
Juan era de una sola plegaria,
Juan tenía una sola razón para vivir,
la llegada del Mesías.
Juan estaba solo.
Aquellos a quienes bautizaba
le abandonaban enseguida,
aquellos a quienes purificaba
regresaban a sus casas.
A su oficio
devolvía a cada cual.
Con ardor,
quería saber
si había advenido su esperanza.
Envió entonces dos mensajeros,
para que le preguntaransi era el Mesías,
aquel que había engendrado el hombre.
Pues Jesús proclamaba:
«Haced penitencia,
el reino de los cielos está próximo».
Pues Jesús enseñaba
en las sinagogas,
pues Jesús sanaba
cualquier enfermedad y cualquier languidez entre el pueblo
Así iba a realizarse
la profecía de Malaquías,
«He aquí que os enviaré a Elias el profeta».
Entonces los mensajeros de Juan preguntaron a Jesús:
«¿Eres tú el que debe venir,
o debemos esperar a otro?».
Entonces Jesús respondió:
«Id y haced saber a Juan
lo que oís
y lo que veis:
que los ciegos ven,
los cojos caminan,
los sordos oyen,
que la salvación se anuncia a los pobres.
¡Afortunado el que no duda de mí!
El espíritu del Señor, el Eterno
está en mí,
pues el Eterno me ha ungido
para llevar buenas nuevas
a los infelices.
Me ha enviado para sanar
a quienes tienen el corazón roto,
para proclamar a los cautivos la libertad
y a los prisioneros la liberación.
»Toda enfermedad es del diablo,
y el reino de los cielos está próximo
cuando Satán, el mal consejero,
el tentador, la serpiente,
es vencido por fin,
y cuando queda sin voz,
sin poder.»
Pero Jesús veía a Satán caer del cielo
como el relámpago.
cuando sanaba,
cuando expulsaba
los demonios impuros,
era el conquistador victorioso
que todos aguardaban,
el enemigo del demonio
por quien el reino de los cielos no llega
a través de todo el país.
Dispensaba beneficios.
Predicaba para los pobres.
El espíritu del Señor Dios estaba en él,
pues el Señor por el santo óleo,
el aceite de bálsamo
le había ungido,
y ahora anunciaba
la salvación a los humildes.
Vendaba sus doloridos corazones,
anunciaba a los cautivos la libertad,
a los prisioneros la Redención,
preveía un año de gracia
de parte del Señor,
y también un día de venganza
para consolar a todos los afligidos.
Así era.
El espíritu del Señor estaba en él,
y los esenios le habían ungido,
para anunciar la salvación a los humildes,
a los pobres.
Iba al desierto para verles,
para narrarles las peregrinaciones,
para recoger sus palabras.
Cuando regresaba,
contaba a sus discípulos
todo lo que le habían dicho.
No quería abolir la ley,
querían cumplirla.
Despreciaba a los falsos religiosos,
odiaban a los sacerdotes y los escribas.
No llegaba para convertir a los gentiles,
deseaban atraerse a los pobres de espíritu,
los humildes, las ovejas descarriadas de Israel,
a los pecadores y los extraviados.
Le iniciaron en su ciencia y su magia.
Realizó curaciones milagrosas
el día del Sabbath,
no para transgredirlo,
sino para cumplirlo.
Entonces los mensajeros se separaron de Jesús,
le contaron todo aquello a Juan Bautista.
Y Jesús arengaba a las multitudes.
«¿Qué habéis ido a ver en el desierto?
¿Una caña agitada por el viento?
¿Qué habéis ido a ver?
¿Un hombre vestido con delicadas ropas?
Pero quienes llevan vestiduras delicadas están
en las moradas de los reyes.
¿Qué habéis ido a hacer entonces?
¿A ver a un profeta?
Sí, yo os lo digo,
¡y más que un profeta!
El es de quien se ha escrito:
"He aquí que envío a mi mensajero
para preparar el camino ante mí".