Qumrán 1 (47 page)

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Authors: Eliette Abécassis

Tags: #Intriga

«Quien pone la mano en el arado

y mira hacia atrás,

no está dispuesto para el reino de Dios.»

Y el malvado rey, Herodes,

tetrarca de Galilea y de Perea,

vigiló las actividades de Jesús,

cuando supo que un predicador

anunciaba en Galilea el advenimiento del reino de los cielos

y atraía grandes multitudes,

como Juan antaño,

como Juan resucitado.

Eso formaba también parte del plan.

Pero algunos fariseos,

de la casa de Hillel,

que querían salvar la vida de Jesús,

que sabían lo que se tramaba,

fueron a decirle que debía marcharse,

pues Herodes quería matarle.

«Id —respondió—, y decidle a ese zorro:

He aquí que expulso los demonios

y hago curaciones hoy

y mañana

y al tercer día habré terminado.

Pero tengo que caminar hoy,

y mañana

y al siguiente día.

Pues no es adecuado que un profeta perezca fuera de Jerusalén.»

Y también eso formaba parte del plan.

Se retiró entonces al norte del mar de Galilea

en la región de Cesárea.

Preguntó a sus discípulos

lo que sobre él decía la gente.

«Algunos piensan que eres Juan Bautista, Elias y Jeremías.»

«¿Y qué decís vosotros?»

«Tú eres el Mesías.»

«Tú lo has dicho —confirmó—,

pero no debes repetirlo.

Os digo a todos

que guardéis el secreto,

pues es muy pronto todavía para revelarlo.

Mi hora no ha llegado aún.

Llegará el momento en el que iré,

en el que me dirigiré a Jerusalén.»

Ese era su designio.

Luego Jesús le dijo a Pedro:

«Eres afortunado, Simón, hijo de Jonás,

pues esta revelación ha venido a ti,

no de la carne y de la sangre,

sino de mi Padre que está en los cielos».

Pues Pedro era distinto,

había tenido una revelación

distinta a la de los esenios,

no estaba influido por ellos,

y por eso podía ser afortunado

y distinto.

Entonces comenzaron a decirle

que el Hijo del Hombre sufriría mucho,

que lo rechazarían los ancianos,

los sacrificadores, los escribas,

los Kittim,

que sería ejecutado

que resucitaría.

Pues en el salmo se decía:

«Protege lo que ha plantado tu diestra,

y el hijo que has elegido.

Sea tu mano sobre el hombre de tu diestra,

sobre el Hijo del Hombre que has elegido».

Y así Dios no le abandonaría.

«Conozco —dijo—,

a quienes actuarán contra mí,

los ancianos, los sacrificadores, los escribas,

y los Kittim.

Pero no quiero combatirles.

Quiero —afirmó—, entenderme con mi adversario,

mientras estoy

con él todavía en el camino,

por miedo a que el adversario me entregue al juez,

y el juez al guarda,

y me arrojen en prisión.

No quiero, como los zelotes,

resistir a los Kittim.

Por el Espíritu Santo

quiero liberar ese mundo de todas las sujeciones.

Por esperar esperaré

hasta que se revele a nosotros.

Pero no iré solo

pues mi alma tiene sed de Dios,

pero del Dios de la vida.»

Entonces respondieron:

«¡No tengas miedo!

¿Acaso tu nombre no es Yeoshua?

"Dios salva."

Pues por el Espíritu Santo

serás salvado,

como Isaac

serás atado,

como Isaac

serás salvado,

en el postrer instante

no serás abandonado.

Y así sabrán todos

quién eres,

el Maestro de Justicia

como un hijo de hombre.

No, créelo,

Dios no te abandonará».

Entonces creyó.

Entonces se fue

junto al mar de Galilea en la Decápolis,

en las regiones de Galaad y del Basan,

así como hacia el Líbano y Damasco

donde están los rekabitas y los qemitas,

entre los galileos,

como los esenios que habían salido del país de Judá

y se habían exiliado al país de Damasco,

así querían contraer la nueva alianza

de la que hablaba el profeta Jeremías,

se comprometieron a preservarse de toda iniquidad,

a no robar al pobre, la viuda y el huérfano,

a distinguir lo puro de lo impuro,

a observar el Sabbath,

así como las fiestas y los días de ayuno,

a amar a sus hermanos como a sí mismos,

a ayudar al desgraciado, el indigente y el extranjero.

Le enseñaron

que la comunidad era un árbol

cuyo verde follaje

era el alimento de todas las bestias de la selva,

cuyas ramas albergaban a todos los pájaros.

Pero era superado por los árboles acuáticos

que representaban el malvado mundo circundante.

Y el árbol de la vida permanecía oculto por ellos,

sin consideración

sin reconocimiento.

Dios mismo protegía,

ocultaba su propio misterio,

mientras que el extranjero veía sin conocer,

mientras que pensaba sin creer en la fuente de vida

Pues el reino de los cielos no era sólo

el del reino de Dios que irrumpe,

sino también un movimiento querido por Dios,

que se extendería por la tierra

entre los hombres.

No era sólo una realeza,

sino un reino de Dios,

una región que se extiende,

que conquista tierras y hombres,

en la que la herencia

va a los grandes y a los pequeños.

Por eso Jesús había llamado a los Doce,

para que fuesen pescadores de hombres,

para sanar,

para anunciar la salvación

para el pobre, el indigente y el extranjero.

Entonces Pilatos, el gobernador de Judea,

pensó que era preciso ejecutarle,

pues tenía miedo

de la nueva alianza,

del advenimiento del reino de Dios

que pondría fin a la ocupación romana.

Sabía cuántos le escuchaban,

cuántos odiaban a los Kittim.

Algunos de sus discípulos eran zelotes

que sembraban disturbios en todo el país,

que creían en el reino único de Dios,

que deseaban ardientemente la liberación final

de los invasores.

Entonces Jesús tomó el camino de Jerusalén,

abandonó Galilea,

recorrió Samaría,

se detuvo en el monte Gerizim,

donde le esperaba el samaritano.

Depositó parte del precioso tesoro de los esenios,

el antiguo tesoro

de los sacerdotes del Templo,

el magnífico tesoro de Salomón,

en aquel lugar

donde no lo buscarían,

donde estaba seguro

entre los escribas samaritanos,

amigos de los escribas esenios.

Así durante la guerra

de los hijos de la luz contra los hijos de las tinieblas,

el tesoro no sería robado.

Así en la era mesiánica,

lo recuperarían para tomar el poder.

Y prosiguió su camino.

Y en su camino

ocultó las demás partes

del tesoro.

Luego fue a Jerusalén,

ciudad santa donde se elevaba la morada de Dios,

centro predestinado del reino,

de donde debían extenderse la redención y la bendición

a todas las naciones.

Jerusalén en desgracia,

Jerusalén de los paganos

injuriada por los Kittim,

profanada, manchada

por quienes vigilaban sin cesar el atrio del Templo.

Era preciso arrepentirse,

o de lo contrario

la ciudad, del mayor al más pequeño,

perecería en el dolor.

Se dirigió a Jerusalén

durante la fiesta de Pascua.

Se detuvo en Betania,

lo recibieron Marta y su hermana María.

Entonces se dirigió a Jerusalén,

donde sabía lo que le aguardaba.

No estaba ya entre los galileos de su casa,

sino en Judea donde los peligros eran grandes,

donde debía enfrentarse a los hijos de las tinieblas,

las supremas autoridades judías y romanas,

el gobernador romano, Poncio Pilatos,

y el sacerdote impío, Caifas,

que detentaba la sagrada carga

de sumo sacerdote,

adquirida con el oro de sus repletos cofres.

La Pascua se celebraba el primer mes

para conmemorar los milagros realizados antaño en Egipto,

cuando Dios había liberado a su pueblo de la servidumbre,

se comía el cordero pascual

que aquella noche fue Jesús.

Y el pan sin levadura de su cuerpo

y las amargas hierbas de la humillación,

pues el sacrificio de Pascua se cumplió según las Escrituras,

la sangre de Jesús debía ser derramada

como el vino de las celebraciones.

Y luego sería glorificado,

pues los primeros frutos de la cebada se consagraban a Dios

al día siguiente del Sabbath pascual,

cuando se oraba por el rocío.

Estaba así escrito:

«¡Que revivan tus muertos!

¡Que se levanten mis cadáveres!

Despertad y temblad de júbilo,

habitantes del polvo,

pues tu rocío es un rocío vivificante

y la tierra devolverá la luz a las sombras.

Yo repararé su infidelidad.

Seré como el rocío para Israel».

Pues Dios no le abandonaría.

Entonces se dirigió a Jerusalén,

pues debía revelarse públicamente a Israel

con el nombre de Mesías.

Entonces habría llegado su hora.

La hora del advenimiento del reino de los cielos,

la hora final muy hermosa

y el tiempo era para él

dueño de las profundidades y de las tinieblas.

No, Dios no le abandonaría.

Entonces en Jerusalén,

el Sanedrín convocó una sesión extraordinaria.

El sumo sacerdote Caifas habló de este modo:

«¿No habéis comprendido que en vuestro interés

mejor es ver morir a un solo hombre por el pueblo

que a toda la nación?».

Y el Consejo decidió condenar a Jesús.

Y eso lo sabía,

pues, su amigo Juan,

el discípulo al que amaba entre todos,

su amigo y su anfitrión,

su aliado secreto, su espía.

Juan era sacerdote en el Sanedrín,

sabía todo lo que allí ocurría

y todo lo repetía a Jesús, su maestro.

Entonces Jesús abandonó Betania

y se retiró a la ciudad de Efraím,

a orillas del desierto.

Luego regresó a Galilea,

para hacer la peregrinación de Pascua

con los galileos.

Entonces llegó a las cercanías de Jerusalén,

a Betfage.

Se le había confiado a Lázaro el cuidado

de actuar de acuerdo con el plan preparado

por los esenios.

El asno debía estar atado

a la entrada del pueblo de Betania.

Pero ninguno de los Doce estaba al corriente.

Se había dado la consigna

de dejarle partir con unos mensajeros que dirían:

«El maestro lo necesita».

Los mensajeros regresaron con el asno,

se maravillaron,

pues el Mesías debía llegar en un pollino,

según la profecía.

A su paso, arrojaban ropas,

cortaban juncos para alfombrar el camino.

En Betania, Marta había preparado la cena.

Puso en sus pies un precioso aceite de nardo

que enjugó luego con su cabellera.

Así embalsamaba ya

a su hermano esenio.

Jesús le había pedido

que trajera el óleo santo,

sin explicar por qué,

para que exasperado uno de sus discípulos le traicionara.

Y se cumplió la profecía.

«Aquel con quien estaba en paz,

que tenía mi confianza

y comía mi pan,

levanta contra mí el talón.»

Pues era el signo:

riqueza y muerte,

ése era el plan de los esenios.

Entonces se dirigió a Jerusalén

como un rey.

Entonaron el Hallel,

y dijeron «¡Hosanna!

¡Bendito el que viene en nombre del Señor!»,

Algunos fariseos escandalizados

le pidieron que les hiciera callar,

para que no le mataran,

para salvarle.

Pero respondió:

«Os digo que si callan, gritarán las piedras».

Consintió en que la multitud judía le aclamara,

signo de provocación,

signo de traición al César.

Iba acompañado

por la multitud de peregrinos galileos.

Y los Kittim tenían la consigna de permitir que esos judíos

que cantaban

se aproximaran al centro de su culto.

En el patio de los gentiles,

la parte del Templo accesible a todos,

Jesús lanzó un ataque contra los mercaderes.

Con un azote hecho de cuerdas rotas

que servían para atar a los animales vendidos como víctimas

de los sacrificios,

repartió golpes,

derribó las mesas de los cambistas,

los puestos de los vendedores de palomas,

no en el lugar sagrado,

justo delante,

en el atrio de los gentiles

donde se cambiaban las monedas

para comprar las víctimas del sacrificio.

Les dijo que estaba escrito:

«Mi casa será llamada casa de oración.

Y la habéis convertido en guarida de bandoleros».

Y añadió:

«Destruiré este Templo hecho por la mano del hombre

y, después de tres días, construiré otro

que no estará hecho por la mano del hombre».

Era una profecía de la destrucción del Templo.

Así lo quería el plan,

para que la catástrofe fuera inevitable,

pues los saduceos no tenían más refugio que el Templo.

Y he aquí que anunciaba el fin de los sacerdotes saduceos,

y el fin de su Templo.

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