Capítulo 3Pues el Templo estaba mancillado
por el sacerdocio ilegítimo,
por su calendario ilegal.
Que fijaba los tiempos sagrados y los tiempos profanos
a su modo.
Era la guerra, la revancha,
de los hijos de luz contra los hijos de las tinieblas,
de los hijos de Levi,
de los hijos de Judá,
de los hijos de Benjamín,
de los exiliados del desierto
contra los ejércitos de Belial,
los habitantes de Filistia,
las pandillas de Kittim de Assur
y quienes les ayudaban, los traidores.
Entonces los hijos de las tinieblas le hicieron preguntas
para que cayera en la trampa.
«¿Con qué autoridad hablas?», preguntaron.
«El bautismo de Juan, a vuestro entender,
fue divinamente inspirado o no?», repuso.
«No lo sabemos.»
«En ese caso —contestó—,
no tengo por qué deciros en virtud de qué autoridad
actúo como lo hago.»
Personas dispersas entre la multitud
debían hacerle preguntas
para que cayera en la trampa.
Pero era demasiado listo
para caer en ella.
«¿Debemos pagar el tributo al César?», dijeron.
Pues el impuesto fijado sobre un censo
transgredía la ley que prohibía
empadronar a la población
«¿Por qué me tendéis una celada?
Mostradme un denario.»
Entonces se lo mostraron,
pero se negó a tocarlo
para no ofender a los zelotes
que estaban con él.
«¿De quién son esta efigie y esta inscripción?»
«De César.»
«Dad pues al César lo que es del César
y a Dios lo que es de Dios.
Pues Dios es el único Señor», proclamó.
Entonces Jesús celebró la fiesta de Pascua
el martes, de acuerdo con el calendario solar de Qumrán,
y no según el calendario del Templo impuro,
como solía hacerlo,
con los miembros de la comunidad.
Al finalizar la jornada,
abandonó el Templo por última vez,
pasó el cuarto día en Betania,
y la velada en casa de Simón el leproso.
El quinto día comenzaba la fiesta de los
Matzot
,cuando se sacrificaba el cordero pascual
que aquella noche era Jesús.
Entonces fue a Jerusalén
para la última cena,
que era la de Pascua.
Reunió a sus discípulos,
para compartir con ellos la comida tradicional
ofrecida en recuerdo de la liberación de Egipto.
Pero aquella noche no era como las demás noches,
pues aquella noche era la última de su vida en este mundo.
Su hora había llegado,
lo sospechaba,
lo sabía.
¿Pero era su hora o la de este mundo?
¿Era aquella noche la última de su vida
en este mundo
?¿O era la última
de su vida
en este mundo?Había decidido reunir a sus discípulos
por vez postrera.
Eran trece en torno a la mesa
puesta para el Seder.
Entre ellos estaba Judas Iscariote,
pues también era un discípulo,
amado por Jesús
e invitado a su última noche.
Los doce discípulos se habían sentado a la mesa
en torno a Jesús, que se levantó,
dejó su mantoy tomó un lienzo con el que se ciñó
y vertió agua en una jofaina,
y comenzó a lavar los pies a sus discípulos
y a secarlos con el lienzo que llevaba.
Según el rito de los esenios,
para que nadie se sintiera superior
y para que todos fueran perfectamente iguales.
Llegó entonces el turno a Simón Pedro.
«¡Tú, Señor, vas a lavarme los pies!
¡Nunca!»
Pues Pedro no formaba parte de la secta,
y no quería formar parte de la conjura.
«Si no te lavo,
no podrás tener parte conmigo», respondió Jesús,
pues creía que los esenios
poseían las llaves del reino de los cielos,
«No sólo los pies,
sino también las manos y la cabeza»,
contestó Simón Pedro.
Y así aceptó el bautismo
de los esenios,
pues creía en Jesús.
«El que se ha bañado no necesita ser lavado,
pues es enteramente puro
y vosotros sois puros —afirmó Jesús—.
Pero no, no todos.»
Pues estaba Judas.
Y Jesús sabía que iba a ser entregado.
Pues Judas, hijo de Simón
el zelote,
era el más fuerte de los esenios
y el que más creía en Jesús
hasta el punto de perder su pureza.
Judas más que Pedro
y más que todos los otros
creía que Jesús era el Mesías,
y creía en Dios.
Judas pensaba,
Judas sabía
que Dios no le abandonaría.
Judas debía
entregarle para que adviniera el reino de los cielos,
el del Rey-Mesías,
el de Jesús.
Y debía ser fuerte
para soportar la impureza,
y debía ser zelote
para soportar tal sacrificio,
el sacrificio de la eternidad,
el sacrificio de su sacrificio.
Cuando hubo concluido,
Jesús se puso el manto,
volvió a la mesa
y dijo:
«¿Comprendéis lo que os he hecho?
Me llamáis "el Maestro" y "el Señor",
y bien decís
porque lo soy.
Si os he lavado los pies,
yo el Señor y el Maestro,
también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros,
pues os he dado un ejemplo,
y lo que he hecho por vosotros,
hacedlo vosotros también.
En verdad os digo,
un servidor no es mayor que su dueño,
ni un enviado mayor que quien le envía.
Sabiendo esto, seréis felices
si lo ponéis en práctica al menos. No hablo por vosotros,
conozco a quienes he elegido.
Pero que se cumpla así la Escritura.
"Quien comía el pan conmigo,
contra mí ha levantado el talón."
Os lo digo
antes de que se produzca el acontecimiento,
para que cuando suceda,
creáis en quién soy.
En verdad os digo,
recibir a quién yo envíe
es recibirme a mí,
y recibirme
es recibir a Aquel que me ha enviado».
Quería que siguieran perpetrando esa fraternidad
de los esenios, de los pobres,
si acaso no volviera,
pues sabía el riesgo que corría
al aceptar el plan,
pues sabía que arriesgaba su vida.
Tomaron entonces la comida
similar a la de los esenios
y Jesús anunció:
«En verdad os digo,
no beberé ya de este vino hasta el día del reino de Dios».
Así se reveló a sus discípulos
como el Mesías.
Así reveló a sus discípulos
que no participaría ya en la comida sagrada
como comulgante,
sino como Mesías visible y presente,
durante la confrontación con los sacerdotes.
Pues en las Escrituras de los esenios
se afirmaba que el Mesías de Israel
debía tomar el pan en sus manos,
y tras haber hecho la plegaria,
compartirlo con toda la comunidad.
Y Jesús siguió ese ritual,
como solía hacerlo
cuando celebraba la Pascua
con los esenios.
Mientras sus discípulos comían,
tomó el pan,
y lo bendijo,
lo partió
y se lo dio.
Esperó a que los discípulos hubieran comenzado a comer,
para hacer el sacramento,
como lo hacía
cuando celebraba la Pascua
con los esenios.
Entonces Jesús habló así a los doce discípulos:
«Deseaba con ardor compartir con vosotros este cordero pascual,
pues yo os digo
que no volveré a comer hasta que coma de nuevo en el
reino de Dios».
Tomó luego una copa de vino,
dio gracias
y dijo:
«Tomad,
distribuidlo entre vosotros.
Pues os digo
que no volveré a beber el fruto de la viña
hasta que lo beba de nuevo en el reino de Dios».
Pues creía que el reino de Dios
estaba próximo.
Hizo luego el gesto consagrado, el del Mesías.
Tomó el pan,
dio gracias
y dijo:
«Este es mi cuerpo».
Pronunció así las últimas palabras de la comida,
identificando el pan con su cuerpo,
y el vino con su sangre.
Pero aquella noche no repitió la plegaria esenia,
según la que el alimento representaba el Mesías ausente.
Pues el pan era sagrado,
era el símbolo del alimento.
Se identificó él mismo con el pan,
que sustituía
al Mesías en la comida sagrada,
y no dijo
como solía decir,
«Este pan representa al Mesías de Israel»,
sino que dijo:
«Representa mi cuerpo».
Así se reveló a ellos,
pues creía
que el reino de Dios
estaba próximo,
y que pronto
estaría salvado
y todos estarían salvados.
Entonces declaró a sus discípulos:
«En verdad os digo
que uno de vosotros va a entregarme».
Entonces se miraron unos a otros,
y se preguntaban de quién hablaba.
Y uno de ellos, Juan, el sacerdote,
al que Jesús amaba,
estaba junto a él.
Simón Pedro le hizo una señal:
«Pregúntale de quién está hablando».
Pues sólo a Juan
hablaba Jesús
según su corazón.
A él
se lo decía todo,
pues era el sacerdote
que estaba próximo a los esenios
y que observaba todo lo que ocurría en el sanedrín
y se lo decía todo.
El discípulo se inclinó entonces sobre el pecho de Jesús
y le preguntó:
«¿Quién es, Señor?».
Entonces Jesús respondió:
«Es aquel a quien voy a dar el bocado
que voy a mojar».
Entonces tomó el bocado que había humedecido,
y se lo dio a Judas Iscariote,
hijo de Simón,
Simón el zelote.
Y Jesús le dijo las palabras acordadas,
pues juntos acababan de sellar su pacto,
«Lo que debes hacer, hazlo pronto».
Y como Judas sostenía la bolsa de la comunidad
de los esenios,
algunos creyeron que Jesús le había dicho que comprara
lo necesario para la fiesta,
o también para que diera algo a los pobres.
Pero ambos habían acordado que ante estas palabras
Judas le entregaría,
y que donaría
el dinero que recibiera a cambio
al tesoro de la comunidad esenia. Tomó el bocado,
y salió inmediatamente.
En cuanto hubo salido,
Jesús se sintió aliviado,
pues no habían flaqueado
los dos juntos
y había partido,
como estaba previsto,
como habían elegido,
de acuerdo con su plan.
Anunció a los demás:
«Ahora, el Hijo del Hombre es glorificado,
y Dios ha sido glorificado en él mismo,
y muy pronto lo glorificará.
Antes de partir, os doy un mandamiento nuevo:
Amaos los unos a los otros,
como yo os he amado,
así debéis amaros los unos a los otros.
Y si sentís amor los unos por los otros,
todos reconocerán que sois mis discípulos».
El plan era el de los esenios.
Pues querían que se viera confrontado
con la Verdad,
y que por él,
su verdad triunfara.
Creían que Dios le salvaría
como había salvado a Isaac.
Querían la revelación por fin,
y para ello
pensaban que era necesario precipitar las cosas,
poner a Dios por testigo,
hacerlo intervenir.
Obligarle a revelar al Mesías.
Era su plan,
era su conspiración:
una conspiración por Dios
una conspiración contra Dios.
Entregar a Jesús, su emisario,
a los Kittim,
y al sacerdote impío.
No como un cordero en el altar,
sino como Isaac en el altar,
debía ser salvado en el postrer momento.
Y Jesús había aceptado el pacto,
pues creía en ellos
como ellos creían en él.
Tras la cena,
Jesús y sus discípulos
salieron de la ciudad
hacia el monte de los Olivos.
Subieron a un lugar llamado Getsemaní.
Les pidió entonces a los discípulos que permanecieran allí
y les dijo
que rezaran.
Luego se adelantó,
se arrojó al suelo
y oró:
«Padre, si tú lo quieres,
aparta de mí este cáliz,
pero no se haga mi voluntad
sino la tuya».
No haría nada por sí mismo,
sólo aguardaría una señal de Dios.
No se salvaría.
Aguardaría a que El le salvara.
Fue al encuentro de los discípulos
que estaban dormidos.
Les preguntó entonces:
«¿Dormís?
Levantaos
y orad para que no me pueda la tentación.
El espíritu está pronto
Pero la carne es débil».
Pues temía no proseguir su misión,
flaquear,
huir.
Pero logró superar la tentación
que se había apoderado de él,
irresistible,
la que denominamos «miedo».
Aprovechar la noche
para huir del huerto de Getsemaní.
Entonces Jesús partió con sus discípulos,
más allá del torrente del Kidron.
Había allí un jardín
donde entró con ellos.
Y Judas, que lo entregaba,
se puso a la cabeza de la milicia
y de los guardas proporcionados por los sumos sacerdotes,
y llegó al jardín con antorchas, luminarias y armas.
Entonces apareció la guardia del Templo
y con ella los Kittim
y el hijo del zelote
que se aproximó a Jesús.
Se besaron
para darse esperanza
y para alentarse,
y al mismo tiempo para decirse adiós.
Jesús salió a su encuentro,
para entregarse a sí mismo.
Y les preguntó:
«¿A quién buscáis?».
«Buscamos a Jesús.»
Retrocedieron,
temblaron con mucha fuerza.
Entonces
habría podido huir»
Pero también en aquel momento
perseveró.
Y de nuevo les preguntó:
«¿A quién buscáis?».
Y respondieron:
«A Jesús de Nazaret».
«Soy yo.»
Entonces, Simón Pedro,
que llevaba una espada,
desenvainó,
golpeó al sirviente del malvado sacerdote,
le cortó la oreja derecha.
Por fin había comprendido lo que se había tramado,
quería salvar a Jesús.
Era su propia oreja,
medio cerrada,
lo que habría querido cortar.
Pero Jesús ordenó enseguida a Pedro:
«¡Devuelve la espada a su vaina!
¿Cómo?
¿No beberé acaso el cáliz que el Padre me ha dado?».
Entonces Pedro comprendió:
Pues entre Pedro y los esenios,
entre Pedro y Juan,
el discípulo a quien Jesús amaba,
eran ellos,
era él,
los que habían ganado.
«Levántate, espada,
contra mi pastor
y contra el hombre que es mi compañero.»
La milicia con sus mandos
y los guardias de los judíos tomaron a Jesús
y le ataron.
Llegada la noche,
Judas no fue un traidor.
Era el más puro y el más creyente,
el hijo del zelote.
el que más confiaba en la liberación final,
el que más fe tenía en la victoria mesiánica,
la de Jesús
contra los hijos de las tinieblas,
el que más convencido estaba
de que era el Mesías.
Incluso Pedro, el bienamado,
le negó tres veces aquella noche.
Pero Judas era el hermano de Jesús,
enviado por la secta para denunciarle
a fin de que la verdad pudiera brillar a pleno día.
Era el Mesías,
el reino de los cielos había llegado,
los hijos de la luz iban a prevalecer